jueves, 29 de marzo de 2012

Teatro de un renegado 2012

Apuntes sobre Rotos de amor, de Bruzza/Paccini
El antitango



Rotos de amor es una obra que acredita una sola pregunta: ¿cómo podría hacerse mal? Porque la conjunción —tan excepcional, a no dudarlo—de excelente texto y actores probos tiene que funcionar, y no podría resultar de otra manera. Es decir, de tan buena en potencia sólo puede salir buena en acto, y si el director conjuga esa conjunción con empeñosos ensayos previos y ha seleccionado a cuatro intérpretes que se llevarán sin fisuras arriba del escenario, queda solamente nuestro disfrute.
En mi archivo recuerdo la primera versión que vi, llamada Club de caballeros, por un grupo de Paso del Rey (Terrafirme) que dirigió Claudio Bellomo con ocasión del IV Festival de Teatro Iberoamericano en Mar del Plata (24 de octubre al 2 de noviembre de 2008). La fantástica puesta no tenía carteles y aclaraciones separando los cuadros y sí un artefacto novedoso, suerte de trompo cilíndrico con puertas, en el cual se metían los cuatro visitadores médicos hablando todos juntos; lo desplazaban de un lado al otro del espacio girando dentro de él como una licuadora, quizás las de sus sentimientos, y salían para encarar otro episodio.
El mismo elenco marplatense de hoy, pero sin Néstor Grotadaura, y dirigido por Jorge Paccini, vuelve a materializar una obra que ya asoma estatura de clásico de la comedia. Ahora se bautizan Frac-asados para hacer Rotos, y les sienta bárbaro de sisa: no se si hubo, o habrá, mejor sátira del macho-dómine, argento y universal, que ya no posee nada, ninguneado por su pareja femenina, echado y remplazado, y sin un reclamo o justificativo útil para suplicar una reconsideración. El bípedo implume de sexo masculino, en la sociedad que ha sabido construir, está visto acaso por primera vez como un indefenso, hasta indefendible, perdedor afectivo de quien su mujer logró prescindir sin culpa, excepción hecha de la que se murió antes que él —y de la que el tipo en cuestión (el Mudo, digámoslo de una vez todo un hallazgo de personaje) sigue enamoradísimo incluyendo sus cenizas de crematorio. La historia de los cuatro visitadores, que van del dirigente sindical (Rodríguez) a sus comparsas y compañeros de destino, es la de una imposible reconquista, rendida y cómica, y de una causa común, la solidaridad entre amigos que no se tutean pero se quieren, o cómo cuando renguea el amor lo apechugamos a través de la ayuda mutua. Bien podría sentenciarse el reverso del tango solitario y quejoso contra la ingrata y felona paica, musa ante la cual los héroes de la canción popular siempre quedaban como los traicionados inicuamente. De allí que lo bailen al final entre ellos…
El santafesino Rafael Bruzza realiza un milagro que lamentablemente debiera ser más copioso en la escena nacional, distraída en las familias perversas, las obsesiones siquiátricas, y la macdonalización teatral (dice el crítico Jorge Dubatti) consistente en comprar obrar prestigiosas de Europa y traducirlas ad usum porteño. Una comedia de caracteres, relacional, secuen-ciada, si se quiere tradicional en lo narrativo, e hilarante a más no poder. Ahí los tienen. Rodríguez, que vuelve a su casa y lo expulsan la perra y su esposa, ya entretenida con su profesor de tango. Berlanguita, platónico adorador de una casada a la que no osa interrumpir en su vida, mirándola por la ventana. Artemio, que quisiera regresar al lecho conyugal del que lo pateó su par debido a los ronquidos incurables. El Mudo, todavía devoto de la amada inmortal de la que le queda una urna de polvo. Respectivamente, los impresionantes Marcelo Goñi, Daniel Coelho, Pablo Milei y Miguel Riesco. En la pared, los cuatro sombreros hongo sobre cámara negra, un atril que anuncia cada sector argumental, juego de pelucas y lugares dichos en vez de mostrados, para centrar la atención en este team enorme, admirable y pocas veces reunido en una pieza.
Tales actores, y semejante director, merecían una oportunidad así. Y al revés, Rotos de amor, a todos ellos.

Gabriel Cabrejas

martes, 27 de marzo de 2012

La niñez de la pregunta

cómo se manifiestan las cosas
a mi alrededor, cómo se mueven
cómo sobreviven, cómo procrean
¿qué anuncian, qué desafían?
¿cuándo despertaré a ellas?
porque la realidad es simulacro
porque desvanece para evanescer
porque tanta pregunta satisfecha
es el único consuelo de los muertos.

Victor Marcelo Clementi

Rehén

adoro secretear
hacerme sospecha
desaparecer ante tus ojos
disfruto discrepar entrometer
desnudarte la vanidad
con sexo hasta el asco
juego escondidas juego deseos
fantaseo volar un cosmos para mí solo
sin embargo no puedo evadir
el hilo umbilical a lo invisible.

Victor Marcelo Clementi

miércoles, 21 de marzo de 2012

Feligreses de sí

a mi amiga Marce

algo queda de dios en mí
un apenas diluído en la sospecha
a quien hablar del miedo que soy
y me pulula

a ese poco de dios en mí
le refuto desde la inocencia
¿por qué discrimina el milagro?

no seré yo quien explique la arrogancia
de creerse imagen de barro
semejanza con la nada

¿alguien ha visto a mis pecados que no los encuentro?



Vicius Clem

Poseso

nací del éter prematuro
desperté apariencia
vagué por la soledad sobrenatural
de un espejo roto
asumí con cierta desprolijidad
las cuotas de esta existencia
transitoria

me busqué por chat: siempre inactivo

bebí coordenadas de piel y poco cielo
no tuve el arte que alguna vez
me llevó a ronronear en tus orillas
bebí los músculos de un recuerdo
y me hice carne
para oler el sudor de los que mueren

me busqué por geoglee: no encuentro quién soy

amnesia de otras vidas
desterrado a la tierra
paradigmágico.

Vicius Clem

lunes, 12 de marzo de 2012

Balance teatral de un renegado 2012

Chejov y El canto del cisne en Santa Clara
Clase(s) de teatro

Antón Chejov

Cuando Antón Chejov escribió El canto del cisne (1886) no pensaba que tendría tanta descendencia. Lo llamó estudio dramático, como si fuese un ensayo –de obra dramática, de preparación para actores—y seguramente le adjudicó menos importancia que sus opera mayores, Tío Vania, El jardín de los cerezos. Sin embargo, los atormentados recuerdos de un anciano actor junto a su ayudante de cámara producirían serias secuelas, y debe decirse que no nos son ajenas a los espectadores de aquí, el mero sudeste bonaerense. En concreto, aún está en vigencia El vestidor (Ronald Harwood), que Pedro Benitez, Antonio Mónaco y Lalo Alías resolvieron montar en Mar del Plata, y hasta el año pasado, Rodrigo Parise y Ángel Balestrini pusieron Rojos globos rojos (Tato Pavlovsky). Ambas piezas reconocen la paternidad chejoviana. Un actor decadente y su noche de asfixia espiritual rodean los nervios del camarín en el primer caso, junto a un asistente amanerado y solícito dispuesto a seguir a aquél hasta el final. El histrión fenomenal y triste del segundo caso y sus dos compañeras inseparables, en la grisura de una sala en bancarrota, patentizan siempre la misma lucha: la pasión de representar, contra el fracaso y a pesar de él, al borde de la locura, la miseria y, lo peor de todo, el olvido.
Para su versión, Jorge Ramírez Jar tuvo la fortuna de encontrarse con Osvaldo Del Vecchio, la más digna carnadura habiente de ese Vasili Svetlovídov, en lo que podría calificarse de autohomenaje al mismo tiempo que como dedicatoria viva a la gran Historia del Teatro. Médico retirado ahora residente de Santa Elena, Del Vecchio ofició de actor en los elencos de Beatriz Matar, Franklin Caicedo, Hugo Urquijo y Lito Cruz, tuvo su propio escenario en Quilmes y, aún secundario y partener, nunca dejó las tablas. El autor ruso subtitula Calcas a su monodrama, refiriéndose a un personaje de Troilo y Crésida, de Shakespeare. Mientras rumia su angustia, en bambalinas tras un supuesto beneficio, más a su pobreza que a su edad y mérito, Vasili no dejará de calzarse la vestimenta de sus grandes actuaciones, entre la desmemoria, los achaques y la certeza de una despedida. Ramírez no se detiene allí. En vez del Godunov de Pushkin, selecciona el monólogo de Segismundo (Calderón), prolonga los discursos originales y agrega otros: Romeo, Macbeth, Otelo y King Lear no figuran tan desarrollados en El canto chejoviano, y, directamente, decide abolir poemas sueltos de Pushkin y el drama de Griboiedov con que finaliza la obra. Nuestro director tomó dos medidas exactas: exhibir un muestrario de los momentos verbales clave de los llamados clásicos e imprimirle una fuerza trágica y emocional a una escritura cuya brevedad hace suponer que el dramaturgo solamente creía en ella como pequeño ejercicio, acaso una práctica expresiva para los alumnos de su puestista, Stanislavski. Y de paso se atreve, después de Electra, a repetir una audacia. No pregunte nadie ¿por qué Chejov en vacaciones y temporada? sino ¿por qué no?
Unas velas aguachentas, la mesa despintada y un baúl de indumentaria, sobre la ya legendaria cámara negra de la sala de Casazul, bastan. El apuntador y casi muleta de Vasili, Nikita (el propio Ramírez Jar) luce apenas más joven que su amo. Usa las solapas del saco levantadas pero en el frío del espacio desierto no vacila en alcanzar a aquél las armas de su batalla interminable, la corona de Lear, el puñal de Macbeth, las cadenas que aherrojan a Segismundo. El canto es, claro, metalingüístico, metateatral, y no asombra que lo hayan elegido tanto de inspirador. Su Excelencia, el tosiente y ebrio bufón de El vestidor también se sube a los alaridos de Lear en su pasaje final. Ahora, una plancha de zinc disimulada finge bien los truenos y la tempestad —¿la de vivir, no más?—como si de pronto retrocediéramos al radioteatro; Vasili mira al vacío y a nosotros alternativamente y no queda más que aplaudir. ¿A Vasili, a Del Vecchio, a los personajes, a sus creadores?
Impresionante y excepcional a la vez, en todos ellos yacen y respiran todos los teatros del mundo, en la visión del adaptador. “A aquellos actores que pasaron su vida contando historias que no siempre eligieron y, ésas que les hubiera gustado contar, se las dieron a otros”, reza el programa de mano.
Esa es nuestra ventaja de espectadores. Podemos elegir la historia, así de dolorosa y rica, que nos gustará que nos cuenten.

Gabriel Cabrejas

domingo, 11 de marzo de 2012

Es aunque no exista

tan ritual como esconderme de mí
sólo barajo sensaciones, inhalo huellas

flameo en las parroquias del vino
entre candelabros que chorrean fantasmas

las arañas del siglo roto
sufren la obsesión de hilar destino

afuera muy afuera
un viento rastafari embriaga a la noche

ya es casi realidad
el tiempo continúa en un frasco vacío.


Victor Clementi

Cada quien bajo su luna

inducido al polvo cíclico
materia bajo condena
bajo sospecha, duda, superstición
me atrevo a excarcelar al criminal
que soy-que seré
harto de huestes autoritarias
y maniáticos que frasean incoherencias

harto de oler los eructos de un poder bisiesto
juego a la convicción del instinto
harto de nuevo harto por siempre
gracias al hartazgo de la impermanencia
me desnudo sin hallar la sombra madre
condenado a insatisfacción perpetua

ninguna frasesucha adisetrada por un gurú instantáneo
consolará esta carne que corcovea hacia la magia
con las cuerdas flojas por tanto creer en lo intangible
aún persisto cautivo a un camino huérfano
sabiendo que tarde o más tarde otro mendigo
ofrecerá su escasa agua para ablandar el tiempo
cada uno detrás de su luna mutante.

Victor Marcelo Clementi

Pearl Harbor, ataque de falsa bandera

Según muchas teorías conspirativas las torres gemelas fue un ataque de bandera falsa como en Pearl Harbor. Hete aquí un resumen de lo que pude investigar de esos hechos de la década del 40.


Noviembre de 1941 en el Pacífico 6 portaaviones y 8 destructores de la flota americana se proponen la misión secreta más importante de la historia militar. Son pintados con la bandera japonesa. Las tripulaciones, en total 18000 entre marineros y pilotos, fueron escogidas entre los que poseían los ojos algo más rasgados y eran capaces de conservar un secreto de por vida. Los aviones lucen los colores de la flota del imperio del sol naciente. Luego de la operación se trasladan en el más riguroso secreto militar al oeste de las islas Hawaii. El 7 de diciembre de 1941 atacan a Pearl Harbor. Un ataque de bandera falsa. Es un rotundo éxito: 13 barcos hundidos, varios destruidos, 2467 bajas entre ellas 63 falsos japoneses y un falso japonés pero verdadero como kamikaze.
Bajas en la flota imperial, que se encuentra a 5000Km de distancia, una, el marino Kusiuko Takagi que cayó por la borda cuando iba a la formación en donde se les comunicó el gran éxito alcanzado en Pearl Harbor.
Se tomó un prisionero de los atacantes, inteligencia militar informó que el japonés era pelirrojo y hablaba en su idioma asiático con acento de Texas.
El hecho de que hubiera un solo kamikaze en el ataque se explica fácilmente, fue debido a la dificultad de encontrar un voluntario americano dispuesto a dar su vida, si bien es cierto que las precauciones de tener los ojos rasgados y el conservar un secreto toda la vida en este caso no harían falta.
El falso as del aire japonés Wayne Stratford es condecorado con la falsa medalla al heroísmo de la flota imperial... japonesa por destruir un acorazado y un destructor de la flota a la que pertenece.
Ningún portaaviones americano ha sido dañado, por supuesto no estaban en el puerto ya que eran los atacantes.
El comandante de la flota imperial Isoroku Yamamoto quiere hacerse el harakiri, su alto sentido del honor le impide atribuirse el mayor éxito militar de la historia que ha conseguido un falso Yamamoto. El alto mando lo obliga a seguir con vida y conservar el secreto de los americanos.
Y para el final un hecho curioso: las noticias sorprendentes del ataque a Pearl Harbor abortan por minutos un ataque de falsa bandera preparado por los japoneses. Cuatro cazas zeros pintados con la bandera de las rayas y estrellas atacarían a la flota del emperador. El organizador era el almirante Kentaro Suzuki y había previsto que fuera contra sí mismo. Junto a varios de sus subordinados inmolarían su prestigio para convencer al alto mando japonés de declarar la guerra a Estados Unidos y al emperador para que deje de componer sus espantosos haikus.

Falso portaaviones japonés.



Sergi Puyol i Rigoll

jueves, 8 de marzo de 2012

Balance teatral de un renegado 2012

Simón, de Isaac Chocrón, en El Séptimo
La más grande Historia jamás contada

Algunas fuera de cartel ya, otras en vigencia y un tercer grupo para reprisarse en el invierno: lo siguiente, o mejor, los siguientes, son artículos de crítica sobre el teatro que pasó en verano, por supuesto, escritos renegadamente

Los marplatenses no conocíamos hasta hoy al venezolano Isaac Chocrón (1930-2011), uno de los dramaturgos latinoamericanos más notables del siglo XX, sin embargo un ignoto en las playas lejanas al trópico. De familia originaria de Marruecos, sefardita y gay (“toda mi vida he pertenecido a las minorías”, sentenció alguna vez de sí mismo), se sabe de él que estudió en un colegio de monjas (¡!) alternando con estudios judaicos, para continuar en un instituto militar norteamericano y protestante, y luego cursó en Syracuse, New York y París, antes de reincorporarse a Venezuela, donde creó junto a otros teatristas —José Ignacio Cabrujas, famoso autor de culebrones, y Román Chalbaud—el influyente Nuevo Grupo (1967-88) y se dedicó, desde entonces, a la escena.
Nombradas estas singularidades, no es de extrañar que en Simón ofreciera una versión minoritaria de la Historia: la de un breve encuentro del jovencícismo Simón Bolívar y su viejo maestro exiliado, Simón Rodríguez, en París, entre 1803 y 1805, cuando el segundo ya era un melancólico have been de una emancipación colonial impenitente y el segundo, aún, uno de los tantos muchachos rentistas de Nueva Granada paseando su élan romántico por la Ciudad Luz.
Jean-Jacques, lo despierta Bolívar a su maestro, y éste, enseguida, llama a su discípulo Emile. Dicho de otro modo, el fan de Rousseau y su modelo vivo, el Emilio, o los ideales de la educación ilustrada. El planteo, según se ve, dista mucho del panegírico heroico y prefiere la evocación emotiva. O, en todo caso, algo que podríamos llamar bildungspiel, la obra sobre la formación de un hombre, y aquí de la transformación, o cómo un criollo aristocrático muta en el lapso de un bienio hasta verse, en su propia piel, como el líder de una revolución independentista. Simón sintetiza el momento, del cual no hay testigos pero el teatro nos convierte en ellos, en que se unen conciencia y destino.
Poco de eso promete el petit-maitre que se presenta al principio de obra ante los ojos cansados de su viejo ídolo. Peor estará en la segunda escena, recluído y postrado en su cama (lujosa) y plañendo su viudez; apenas lleva 21 años en la vida y, como buen hijo de Werther y del mal del siglo, que el mismísimo Rodríguez le achaca, piensa únicamente en su muerte, pues su amada María Teresa falleció y no tiene, ni busca, consuelo. Nadie mejor que el otro Simón, experto en desilusiones, casi un profesional, para desairarlo y encauzarlo. A sabiendas de que realmente es él quien está más cerca de morir, con precio a su cabeza en la patria y víctima del desdén en Europa por soñar demasiado, Rodríguez cumplirá su prédica por interpósita persona. Azuzará al pupilo, providencialmente huésped de Francia, a regresar de otra manera, a sable desenvainado y tambor batiente, el dolor íntimo bajo la cicatriz y los ideales puestos.
Chocrón y su director argentino, Marcelo Mangone, no olvidan el contexto histórico alrededor de la fábula ficticia —y posible aunque no probable. Dos músicos visibles en diagonal al escenario, Juan Manuel Costa (violoncello) y Sergio Milman(piano) hacen sonar los acordes de la cultura imperial, comentario sonoro y acompañamiento. Napoleón acaba de coronarse emperador y Beethoven, su rendido admirador, se siente defraudado al punto de retitular Heroica a la sinfonía que le dedicara cuando creyó que llevaría la democracia al resto del continente. Los Simones ironizan sobre una sombra proyectada tan diferente a los principios franceses en que se han educado. De cara al público, casi sintiendo su aliento, el nuevo Bolívar promete lo contrario: plantar la bandera de la libertad en Latinoamérica. Rodríguez puede morir. El hijo pródigo acaba de resucitar.
Párrafo aparte merece el dúo actoral. Fernando Martín —Nicola Sacco en la versión de Sacco y Vanzetti que condujera Viviana Ruiz dos años atrás—brilla como Rodrìguez, tan esperanzado como sarcástico, y Carlos González compone un Bolívar preciso y lleno de matices, patético y poderoso a la vez. Simón conlleva un aspecto adicional no menos relevante, como que es una nueva obra financiada por los actuales dueños del hotel Bauen, sus trabajadores, y la Federación Argentina de Cooperativas de Trabajadores Autogestionados (FACTA). Pocas veces texto y producción coindicen en coherencia ideológica y de propósitos.
Tenemos que agradecer el milagro. Cada temporada veraniega escasean las propuestas serias y la tendencia al escapismo y la somnolencia intelectual parecen profundizarse. La gente de Simón navega contra la corriente y nos enseña, también, a seguir despiertos.


Gabriel Cabrejas
Enero 2012

domingo, 4 de marzo de 2012

Frases lentas

*nace un robot de la semilla
nace el hombre de un robot
dios regresa al huevo.

*llegar es comenzar a caer
llegar un poco morir apenas
excusa primitiva para no consentirme.

*urgido por alguna reflexión
siempre casi innecesaria
abrevo de agua baldía.

*supe ubicar mis fechas en un calendario ateo
supe posponer algún no sé hasta olvidar
la perfección no necesita piadosos.

*el agnosticismo puede convertirse en un mensaje religioso
un mantra de la razón
otro argumento de la mitología.

enfoques desde la creación:
dios se disfraza de duda
otra variable en lo indeterminado.

*tres referencias rompen la especulación
dos hacen sospecha
una es sólo fe

único probable virtual.

Vicius Clem

viernes, 2 de marzo de 2012

Hacker Mate (Humor)

Cansado de orarle al Espíritu Supremo durante insonmios para que le arroje una chirola a mi destino, sin recibir un austero guiño de compasión, decidí hacer un Curso Intensivo de Hacker Místico. Allí residía el enclave del momento, ¿por qué resistirme? Todas las cláusulas de la existencia resumidas en tres meses de retiro, la síntesis del misterio en la Nueva Era.
Siempre adicto al atajo, opté por el camino breve para lamer el maná esotérico que vierten los cántaros de la Eternidad. Una trampita no puede deslucir la mejor intención.
Una vez diplomado comencé a darle manija al yeite para hallar la veta que me condujera hasta el mismísimo Barba. Exploré cuanta página Web mencionara la palabra "mística" para ir arrimando el hocico. Tuve que coimear a un par de maestros para que me tirasen datos, salir de ronda con elementales asexuados y otras cuestiones pecaminosas que sonrojarían a la superstición, pero valió la pena. Por fin conseguí lo que todo cholulo aspira, conseguí el celular del Viejo.
Es difícil que Joová te atienda, anda todo machacado, desde un par de agujeros negros en los intestinos hasta unos planetoides renales que le hacen orinar lava. Ni hablar de unas bacterias humanas que ya le lastraron medio hígado. Pensé que los patovicas exageraban el cuadro para filtrar, ya están empachados de giles y buscas.
Como sea, la cosa que de tanto perseverar el Capo me concedió una cita; a míiiii, a este vulgar desposeído. Yoooo, que venía de correrle rutinas a los santos, iba a estar face to face con el Trampa, apenas creíble para un mortal.
Aunque siempre predomina el caos de la desilusión. Fue decepcionante. Confieso que esperaba encontrar a una estampa lúcida, un viejito simpático a pesar de los achaques, en cambio hallé a un anciano postrado lleno de sondas que conectan al infinito, bebiendo el jugo de la vida de sus propias criaturas, vampiro eterno.
Qué hallazgo..! Dios chupa energía creyente para sobrevivir. Pero a causa de tanto Discovery, Animal Planet, Nat Geo y otros concubinatos con la ciencia, el ateísmo saltó la banca. Ya nadie chamuyaba con el Viejo, siquiera hacia adentro, sólo resta alimentarse con antiguas oraciones que vagan por el cosmos, las que nunca fueron escuchadas debido a tanto trabajo. Dios se autoconsume.
Pobre Vié, no tiene un pé...Y me fuí chiflando bajito. " el karma fue y será una porquería, ahora lo sé..."
Vicius Clem