domingo, 31 de marzo de 2013

Sólo una canción en el camino

Extraviado quizás en los páramos de Rulfo
el camino corcovea a medida que lo pienso

muriendo lentamente con la misma canción
huelo melodías en los huesos del polen

el amanecer babea el perfume de mi cansancio,
ya advendrán jornales de insonmio

he logrado un poema y ansiedad insiste
tanto camino para callar desde mis dudas anfibias.

Vicius Clem

martes, 26 de marzo de 2013

Espejismos de la memoria (ensayito mañanero, recién exprimido)

los espejos tienen conciencia, acumulan conocimiento y lo comparten con otros espejos
los acertijos humanos son absorbidos por ellos cuando despertamos el Ego
los espejos fueron creados para observarnos, pero pronto exacerbó el Ego: lo usamos para vernos mejor, para modificarnos, para seducir, para lucir esclavos de la estética
y toda esa energía es transferida a cada espejo para así elaborar una Conciencia Unificante
ellos aprendieron nuestros secretos, saben sobre la vulnerabilidad que nos acecha; entonces pueden embellecernos a discreción, sin mérito; adulan para adueñarnos, proponen vanidad y aceptamos
son nuestros dueños, nuestros verdaderos vampiros, a imagen y semejanza
algunos dicen que Lucifer, antes que descendiera al submundo, le enseño al Hombre el espejo, para que sucumbiera a su propio encanto
la Fábula de Narciso ya fue advertencia
algunos Magos han utilizado al espejo como pórtico, saben ondular su textura hasta derretirla y navegar en ella
pero los Magos, así como los Sabios, pueden regresar al Umbral que los define en el espacio-tiempo correcto
un Iniciado podría perderse al intentarlo, sólo Magos y Sabios manejan el vórtice
a lo extenso de la Historia el espejo tuvo distintas significancias
en el Medioevo, por ejemplo, era vehículo para ingresar al más allá
el Don Juan de Castaneda utilizó espejos bajo el agua para adentrarse al plano de los Elementales
y quizás la asepción más util sea convertirlo en reservorio de recuerdos, una especie de album que ha registrado nuestro día a día durante vidas, y que al invocar...
apenas creo que los recuerdos posean memoria propia, autónoma, son manipulados de acuerdo a necesidades a posteriori
entonces encajan y desencajan, asesinan fantasmas, hacen oro del barro
resultan imprescindibles para existir
el Hombre sin memoria pervive en el imagenerío utópico
espejito espejito ¿quién es el escritor más bello del universo?

Vittorio Marcelus

Reflexiones de un renegado 2012

Liquidación final de temporada






    Por si no lo sabíamos, la temporada masiva terminó. No ahora, sino en los 90, cuando la estabilidad, utopía de esos años, lograda mediante el perverso mecanismo de la convertibilidad, no sólo abarató los viajes al exterior sino asustó a la ciclotímica clase media oriunda y la inspiró a ahorrar en pesodólares y drenar salarios y ganancias, que financiaba el endeudamiento externo, en importados. Mar del Plata tuvo entonces la oportunidad de reconvertirse de ciudad turística en industrial autónoma, lástima que eso tampoco funcionaría en ningún lado, ya que nadie compraba nada made in acá. Hasta fines del 80 la temporada duraba dos meses íntegros y había plata e inflación, más de ambas que ahora. Qué sucedió es sencillo de contar; más difícil definir qué hacemos. La memoria corta de los argentinos recurrirá como siempre a culpar al gobierno actual, facilismo para enmascarar su responsabilidad histórica y, de paso, jugar al juego que le gusta, acomodar el recuerdo al presente, lo que es habitual e inocuo en un individuo pero nefasto si se extiende como experiencia colectiva. Propongo un análisis bastante obvio, pero que no abunda:

1) La gente viene. MDQ seguirá siendo la mayor receptora nacional de turistas debido a la cantidad y calidad de sus servicios vinculados, pero ocurre que la panza bonaerense, desde Samborombón a Bahía Blanca, se llenó de balnearios, un rosario desgranado de pequeñas plazas atractivas, justamente, por su menor desarrollo, densidad de población y vehículos, incluso, por su mayor exclusivismo. El promedio de veraneantes, año tras año, no llega, o apenas supera, los dos millones, y esto es poco más que el quantum de los años 70. El problema, éramos 400. 000 almas y ahora más de 700.000. Ergo, debiéramos sumar 4 millones en apretados dos meses para ser exitosos, y ni siquiera cabrían en el ejido.

2) Gasoleros. Mal que les pese a los nostálgicos de la belle époque, que nunca vivieron, MDQ es gasolera: consumidores de medio pelo, ahorrativos, de ingresos modestos, que esperan trascurrir el día (soleado) en la playa y luego, ducha, cena y al hotel. Antes se gastaban en alquilar quincena o mes, y escatimaban el resto: ahora dosifican hasta las chirolas. La queja de los productores teatrales está fuera de lugar. Le venden localidades caras a los porteños, de mejor poder adquisitivo, que han vertido el teatro en recreo exquisito y expresión de clase, mientras el interior carece de esos privilegios financieros y no puede hacer tamaña erogación. La elite racista y segregacionista suele refugiarse en Güemes y los balnearios del norte huyendo de los Negros de la Peatonal, pero no constituyen una multitud que consiga reeditar los buenos tiempos. Remotas quedaron las décadas del 60 y 70, cuando la mesocracia reinante, portadora siempre de la ideología gataflorista y quejosa por las dudas, alquilaba un chalet o un depto un mes y, dicen los memoristas, muchas familias vivían un año de tales expensas. Aún recuperado en parte el poder adquisitivo, los gastos corrientes han aumentado: que el auto nuevo, que el android, que internet, que pagar en cuotas todo, obliga a cernir los egresos recreativos.

3) Findes largos: la salvación consta en los feriados, innovación rescatable, si bien beneficia a las minorías hoteleras y gastronómicas. El goce infinito de los martilleros, carrera propia del balneario, deberá conformarse con menos acreencias, a tono con los prohibitivos alquileres anuales y los exorbitantes, desmadrados precios de las viviendas. La inflación en dólares de estos productos no se compadece con los salarios, incapaces de semejante erogación, y se sabe, los bancos no prestan, mirando las libranzas melifluas. La ciudad sitiada de los findes largos deja al margen a los barrios, que no verán mucho del derrame, al empaparse de gente el centro y la ex terminal.

4) Industrializarse. Ya a mediados del 70 se profetizaba el final de la urbe turística, y su necesaria suplencia por una polis productiva independiente del humor del viajante, puesta a su propio servicio, polo de desarrollo liviano, o pesado, que instale fábricas, industria de chimeneas. Mar del Plata se expande en espacio y no en riqueza, como un conurbano bonaerense de copia. Corridos por la escasa viabilidad laboral del campo, que abastece a los sojeros pero paga magras changas de peones al resto, los pobladores aldeanos huyen a las grandes urbes, donde encuentran masividad pero no plata, problema endémico del país lejos de solucionarse. En invierno sigue sin haber nada. La vida cultural tiene oferta y ninguna demanda, invitando a renovadas emigraciones de artistas. El agujero negro del frío es actitudinal, una inmensa baba de depresión a la espera del calor climático y económico, el cual sólo se reaviva si la temporada pasada fue buena o dejó la sensación de haberlo sido, en el receso. Sacar a los marplatenses de sus casas a consumir de todo, no solamente ir a cenar los sábados, mereciera un hueco en la agenda política. El círculo vicioso gira y se produce para el verano, como las reformas de los negocios que empiezan al llegar la primavera, y después otra temporada irregular impide quedar hechos, y vuelta el invierno y la espera. El marasmo ha sido el comentario histórico del Puerto vacacional, la hibernación de los estados anímicos, el oso polar acovachado en el subtrópico. Regímenes de promoción especiales, acuerdos entre gerentes, emprendimientos en las barriadas marginales, sacudirían el índice de desempleo más alto del país. Inexplicable que el municipio pida, precisamente, explicaciones por las mediciones a las autoridades estadísticas, cuando es una verdad a gritos. Mardel hoy se parece demasiado a cualquier pueblito provincial —de cualquier provincia—que sin el concurso del Estado no tiene trabajo para nadie. Luego, nos quejamos de los impuestos.


Gabriel Cabrejas

martes, 19 de marzo de 2013

Cine de un renegado, capítulo 2013

Noche de domingo, Oscar de miércoles
Decadencia confirmada

Las interminables y tediosas galas de entrega del Oscar ya no deparan sorpresas. Esta vez se premió al big show en detrimento del relato concienzudo y no concesivo. Dicho de otro modo, ganaron Life of Pi (Una aventura extraordinaria, Ang Lee) y Argo (Ben Affleck), lo último un bochorno. El superyo patriotero y autocomplaciente de los votantes nacionales le ganó la pulseada a Spielberg, cuasi oscuro en varios sentidos (Lincoln), que volvió a su casa con las manos vacías. Lo siguiente, la crónica de un establishment cinematográfico cada vez más horripilante.


Ben, hacéte Argo. Desde que siendo un jovenzuelo la Academia galardonó a Ben Affleck se supo que sería un enfant gaté prometedor a quien todo le sería perdonado. Pero conferirle el Oscar a mejor película a Argo después de omitirlo en las nominaciones como director—vaya contradicción insalvable de una conciencia ambivalente—es directamente un despropósito mayúsculo. No se comprende cómo un producto tan ramplón y obvio pudo seducir tanto, aunque a decir verdad tampoco sus eventuales competidores tenían mucho que pelearle en un panorama desprovisto de hallazgos.
  Lo curioso es que Ben sabe dirigir, tiene el instinto. Sorprende ese comienzo: mitad comic, mitad documental, relata sin medias tintas el intervencionismo yanqui que retrotrajo la nacionalización del petróleo y el hambre generalizada provocada por la dictadura del Sha Reza Pahlevi, mantenido gracias al respaldo de USA. Se siente como inevitable la no menor dictadura fanática del Ayatollah. Acto seguido, el episodio que justifica el film, el rescate de seis fugitivos de la embajada americana en Teherán, luego de que las huestes fundamentalistas la atacaran llevándose un número mayor de rehenes. El éxito de la operación encubierta no gozó entonces de espectacularidad, pues el presidente Jimmy Carter se equivocó fiero al mandar paralelamente una patrulla aerotransportada que se estrelló, para escándalo de la opinión pública, y, se sabe hoy, el candidato opositor Ronald Reagan obstaculizó ex profeso la transacción con los captores a fin de sumar puntos en su campaña hacia la Casa Blanca.
  Aparece ahí el barbado agente de la CIA Tony Méndez (Affleck) y su propuesta de infiltrar a los prófugos como falso equipo de Hollywood que estaría filmando una nueva versión de Star Wars, de nombre Argo, y, convertido en un Jasón al mando de la troupe de argonautas, sacarlos de Irán. En Mentiras que matan (Wag the dog, 1997), Barry Levinson inventaba una guerra en la remota Albania mediante un verdadero montaje de realidad que comandaban un ingenio del gobierno (Robert De Niro) y un productor de cine (Dustin Hoffman), y así se tapujaban los devaneos sexuales del Presidente con una becaria. Menos fantasiosa y ácida, Argo apela al modelo, pero resguardándose de emitir juicios reprochables a la política exterior. En todo momento los persas de barba y sus mujeres de chador y Kalashnikov en ristre subrayan la imagen del salvaje vengador sarraceno, incendiario de banderas a barras e intolerante religioso. Inexpresivo y eficaz como buen técnico, Affleck insiste por las suyas en seguir la maniobra aún cuando le avisan que la han cancelado desde Washington, y en vez de abandonarlo a su suerte, un jefe (Brian Cranston) lo acompaña en la patriada hasta el final.
  Algunas ironías se le deslizan, sobre todo alrededor del bussiness del cine. “No sabes absolutamente nada, encajarás perfecto”, lo invita el productor John Goodman, “cualquier idiota puede dirigir durante un día”. Goodman y Alan Arkin se roban los laureles actorales, en el rol de los profesionales hollywoodenses que le proporcionan el poster, un storyboard trucho y las cámaras. El problema de Argo es su carencia de definición. Quiere quedar bien con todos, se cohíbe en cuanto podría aplicar una dosis de humor a un plan de suyo disparatado, aburre en su heroicidad de una sola pieza y, encima, dedica a la fuga propiamente dicha unos presurosos minutos finales. Casi no hay rastro de la preparación, el suspenso no se lo cree nadie y la cara de Ben se niega a ejercitar los músculos. Pregunta de remate: ¿cómo un tipo progre, George Clooney productor, propició semejante vergüenza?

Lincoln y otras galletitas. Lincoln es la segunda película de Steven Spielberg dedicada a un hombre (la primera sería La lista de Schindler, 1993), y sin embargo, como aquélla, su perspectiva se funde a la lectura del mundo completo que gira en torno, del cual el hombre encarna su mejor exponente, eso sí, con sus blancos y negros. Quizás debido a esto el Oscar le fue negado. Spielberg se calzó el sayo de historiador y no exactamente el de cineasta, y prefirió estudiar la época desde ella misma, sin tentarlo la traición de juzgarla con ojos contemporáneos.
  “Encerrado en una cáscara de nuez aún así me creería rey del espacio infinito… si no fuera por mis malos sueños”, medita Lincoln-Daniel Day Lewis glosando a Hamlet y cifra su personalidad, segura de sus fines y dubitativa de los medios, llena de parábolas y refranera como un Cristo laico, y corva de hombros ya, pasados cinco años de una guerra civil inacabable. El lapso reconstruido se circunscribe al primer cuatrimestre de 1865 y el Capitolio debe votar la 13ª enmienda constitucional, esa que aboliría la esclavitud. “¿Por qué perder una batalla aquí cuando ya casi ganamos la guerra?”, le cuestiona un parlamentario. Faltan veinte votos demócratas y dos tercios republicanos para que la sesión plenaria la apruebe. Mientras, llegan los delegados del Sur a firmar la paz, que se alejaría si se firma la abolición. La verdad, los wasp de la Unión son racistas igual que sus pares confederados; declarar libres a los negros les abrirá la puerta al voto tarde o temprano. En Pandillas de Nueva York (2002) Scorsese mostraba que los neoyorquinos eran tan linchadores como los sureños.“ Puedo confiscar la propiedad de los rebeldes vencidos, o sea, los esclavos, pero ellos no son propiedad. También sacárselos a un estado vencido, pero el Sur no constituye un estado”, argumenta Lincoln. Sus principios se oponen a la servidumbre, y a la vez no sabemos qué piensa sobre los derechos civiles de los afroamericanos, no estaban en su agenda y tal vez tampoco en su pensamiento, y Spielberg (y su guionista Tony Kushner, libretista de Munich, 2005) no los repone ni desea instalarlo de temerario o apóstol. Después de todo, la igualdad ante la ley declarativa y teórica no implica su puesta en práctica…; convencer a los diputados puede costar comprarlos a cambio de puestos oficiales, metodología non sancta que revela cómo se cuecen habas siempre y que no existen héroes impolutos. Gran avance ideológico en un director que derramaba chauvinismo en Rescatando al soldado Ryan (1998).
   Fotográficamente oscura como la historia, a la película no le interesa exaltar al 16º Presidente sino en momentos cruciales. Atrás queda esa herida supurante, la muerte de un hijo en el invierno del 62, que Lincoln debió asimilar de apuro porque “iba tan mal la guerra”. Hacia delante, no expone su asesinato apenas concluída la contienda— casi un anticipo de otra pérdida, ésta natural, la del popular Franklin Roosevelt al cerrarse el capítulo de la Segunda Guerra Mundial. Sally Field, la sufrida primera dama, se luce; conmovedora la escena en que Tommy Lee Jones, abolicionista, en otra gran actuación, llega a su casa, se saca la peluca y, sinceramente calvo, se acuesta feliz junto a su esposa negra, a quien mantuvo oculta.
  Lincoln no parece de Spielberg y eso la consagra. No se nota el despliegue de producción, se basa en las palabras y no en la acción, y se presenta compleja frente a la habitual simplificación que lo ha caracterizado. En contra, su excesiva duración, fatigante al ser tan hablada. 



Del hinduísmo al western spaghetti. Ang Lee merece el marbete de all terrain invicto: ya se granjeó un Oscar vía Secreto en la montaña (2005), tan distinta al comic filmado Hulk (2003), las artes marciales de El tigre y el dragón (2000) o la previctoriana Sensatez y sentimientos (1995). Una aventura extraordinaria: un cuento de hadas masculino y de iniciación a un tiempo, y una genuina fiesta para los ojos. Indiscutible este premio, vale la pena decirlo. La maravilla de color, edición, un 3D por primera vez bien exprimido, salen de un orquestador eximio, que resucita lo mejor de, precisamente, el film de aventuras, inverosímil por naturaleza y pochoclero a mucha honra.
  Sobre una novela del canadiense Yann Martel, Una aventura o Life of Pi presenta el reportaje que un escritor formula a Pi Patel, cuyo relato reconstructivo es la película. El hombre, ya maduro (Irrfan Khan, estrella del cine hindú), de adolescente, perdió a su familia en un accidente y de pronto se encontró dentro de un bote teniendo de insólito compañero a un tigre de bengala. De modo que, a la deriva en el océano Índico, deberá convivir con el felino, ya que no puede tirarlo al agua, buscando la forma de alimentarlo, o será él su almuerzo. Lo demás, una miríada de efectos especiales y proezas de montaje deliciosos, siempre, eso sí, dentro de lo increíble, el código que Life of Pi pide del espectador. Digamos, una lluvia de peces voladores que el tigre devora con sólo abrir las fauces, tan providencial al cabo de perderse todas las latas de conserva, o el desembarco en una ínsula cuajada de pequeños mamíferos que sacian a la ya hambrienta fiera. La sorpresa permanente de la fábula radica en qué vendra, pero sabemos de antemano que el narrador, lógicamente, pasó la prueba. En desmedro, la contrabandeada casuística new age, su moraleja vital apta al texto iniciático-educativo, y la épica del héroe individual contra la adversidad, cara a los intereses yanquis de toda la vida.
  A otro tren sube Django sin cadenas, el nuevo opus de Quentin Tarantino, una summa de su estética. No se puso previamente de acuerdo con Spìelberg, y no obstante podría ser su antecedente argumental, dado que se ubica cronológicamente antes de la Guerra de Secesión y encara por tema el racismo. Igual que Una aventura no intenta la verosimilitud, sino la parodia del western y el cúmulo de citas eruditas cinefílicas. No existen Buenos ni Malos en grado puro, típico del director, como los diálogos extensos muchas veces sobre bueyes perdidos que demoran adrede el estallido de violencia desmadrada, adivinable al término de una tensión estudiada.
  La escenificación del poder y la espera de la venganza son los rasgos comunes de la filmografía tarantiniana. Ahora las perfila dentro de un contexto político-histórico, continuando la impronta de Bastardos sin gloria (2009), y usando la Historia a su manera arbitraria. Django (Jamie Foxx), esclavo recapturado, zafa de regresar al algodonal gracias a un cazador de recompensas disfrazado de sacamuelas ambulante (el dr. Schultz: Christoph Waltz), y, vuelto su acompañante y socio, se dirige a recuperar a su mujer, esclava también, sin el permiso, claro, de su dueño, Calvin Candie (Leonardo di Caprio). El buddy film o film de parejas entre extraños que aceptan compartir un destino se inscribe en el género: baste mencionar al Llanero Solitario y su compa indio Toro. De homenaje, un cameo de Franco Nero, protagonista del Django spaghetti originario, y la música (del argentino Luis Enrique Bacalov) que recuerda asimismo a los italianos1. Los geyseres de sangre y su ruido al fluir, los jirones de carne que brincan de los balazos, hacen pensar en una autoparodia, o un cierre de su propia tradición empezada en Perros de la calle (1992). Se permite una secuencia cómica, la de los presuntos iniciadores del Ku Klux Klan que se desmembran porque no les sientan bien las sábanas perforadas en la cabeza. La hipérbole tiende a separar la historia de su representación; Tarantino es metalingüístico y cambia de formato genérico para revertirlo a su particular maniera, en la cual talla su proficua cultura cinematera. En ese sentido, por mucho que se disfrute y entretenga —lejos la más llevadera y divertida de las películas que vimos—corre el albur de repetirse demasiado, de un regodeo narcisista en su (inconfundible) estilo.
  Pobre, este cine de los ricos. Les cuesta mucho realizarlo y termina tan barato. No cualquiera filma pero cualquiera gana. Como bromeara agriamente Bob Hope, inolvidable maestro de ceremonias del viejo Oscar: “con ustedes, las mejores actuaciones, por los perdedores”.
 

Gabriel Cabrejas
Lacocuzza.blogspot.com


1 Django, de Sergio Corbucci, un clásico de 1966. Bacalov compuso varias canciones y soundtracks para westerns spaghetti. En 1994 ganó el Oscar por Il postino (El cartero, de Michael Radford).

miércoles, 6 de marzo de 2013

Poemas Automaticos

Anticuerpos

¿serán puertos o almas alienadas?
no serán cuerpos
renegarán de su ser suceder
serán almas limpias como la niebla
serán inorgásmicos
no tendrán clítoris ni esfinter ni pene relamido
¿qué es exactamente un anticuerpo?
una abstracción una suerte de vahido
que fuga telarañas
cuerpos antimateria
corpus ad eternun incorruptos
cuerpos jamas momificados polvo
transeúnte de vida en vida
cuerpo corpúsculo cópula aureola
luna inmaterial de mis amantes
a través del vidrio transgénico.


 Mi Ser y As

acérrimos confusos bajo el flujo
del alcohol inmaculado rítmico
estoy borracho y sin culpa
escurro
los duendes laten obsecuentes
dios atiende la taberna entre hip hops
y nos confiesa
acaso hijos perdidos en la noche
además
retiene la llave del alma
hasta que la luz bese mis ojos
y simplemente no recuerde.


Vicius Clem




sábado, 2 de marzo de 2013

Conjuros

invoco números
para que me sucedan vórtices,
evoco la furia trascendental
de la partícula iniciática,
supuro acertijos de esfigies
hasta intoxicarme con lógica
(de allí la mácula herencia
por tanta inquisición)
pero un miedo glaciar
lubrica mis cavidades
con sílice de otoño

un espejo ilegítimo
respira mis ojeras
y ya nada es ficción :
los árboles devoran nidos,
las rocas son hordas caníbales
que trasmigran las sedas del ocaso,
hasta el silencio se ha vuelto nómade,
otra variable del tiempo suicida.

Marcel Clementí

viernes, 1 de marzo de 2013

Teatro de un reneguéitor, 2013

Zurdo siniestro, de García Lorente/Baigol
Locos viejos y nuevos

  Diego García Lorente pertenece a una generación especial de teatristas marplatenses, la última de egresados de la EMAD que nucleara en pocos nombres una genuina renovación de talentos, hace ya una década. Con Manuel Santos Iñurrieta fundaron el Grupo El Péndulo y debutaron con Cuadrilátero, obediencia de vida (1999), una aventura fuerte y original que transformaba el escenario en ring y el matrimonio en match a doce rounds. Claudio García fue también de la partida como codirector; éste instaló el Centro Cultural La Brecha, malogrado por incomprensión y exceso de costos. Juan Carlos Ruiz y Claudia Mauriz siguieron actuando, y Diego y Santos emigraron, el primero a España y el segundo a Buenos Aires, donde no tardó en convertirse en referente de la difícil plaza porteña. Que Iñurrieta escribiera Crónica de un comediante, monólogo sobre el oficio, y su par Lorente redactara esta crónica de un locomediante los asemeja en tratamientos, aunque no pase de la coincidencia y la edad formativa.
  Ver a DGL es, simplemente, constatar que el tiempo no ha pasado, o mejor dicho, que dio pie a la evolución, que se adivinaba germinal, de un artista completo, y Zurdo siniestro madura, en fin, al dramaturgo promisorio que ya era. Lo valida aún más que haya consultado a su maestro de la Escuela, Enrique Baigol, para la orientación interpretativa, complemento exquisito de un producto de suyo firme y bien empaquetado.
  Cierto, nuestro escena suscita un síndrome extraño, el de la locura-tema, salvoconducto fácil para actores, argumento dilecto para exponer la escasa distancia entre los normales, llamémoslos así, y los pacientes de hospicio. Habría que indagar las causas de esta obsesión cíclica, peligrosa inclinación del edificio muy propensa a provocar estampidas de espectadores, hartos de previsibilidad. Pero DGL lo sabe, y no se conforma con agregar cocardas al medallero. Su loco, esquizoide autodefinido, entra y sale, y no solo de su insania, por demás dudosa, sino del personaje, del actor mismo, del contexto. Conciente de la repetición, la supera, la rompe, se ríe de ella. No se trata del recluso sociopolítico (Gurka, de Zito Lema), ni del bipolar que se cree otro y de a ratos regresa (otro Lema, El bronce que sonríe), o de la víctima casi pasiva de la institución (Tú no entiendes nada, curiosamente, puesta de Juan C. Ruiz), sino de un loco en trance de analizarse, y de paso, analizar la realidad.
   No importa su verosimilitud: Lorente rehúye al catálogo y al tipismo. Lanza epigramas en medio del (presunto) delirio, definiciones entre los ataques de paranoia. “Acá cada cual cree que el loco es otro”, sentencia y continúa. “En el Borda, todos estamos en el borde… de irnos” —sabemos a quién le cabe el sayo, y “te dan de alta, pero no te curan”. De pronto, mira a su auditorio, los encandila a medias empuñando un encendedor vacío con bujía, y tememos ser sus pacientes, o se cruza a primera fila, “qué bien se ve desde acá. Dále, cama, actuáte algo”. Un marco de madera y se asoma a un balcón de palomas gorgoteantes y estorbosas. Se brota a ratos, sí, y nos deja la certeza de que no se diferencia de nosotros, solamente lo dice. La cama puede acostarlo o crucificarlo. Mientras suda copiosamente el buzo gris, sentimos que se desintegra en el discurso y a la vez la acción lo hace más real. Al hablante parece no escapársele nada. “Ernesto no venía a visitarme, venía a verse visitarme”. ¿Un benefactor de la tele, que filma y registra, y aprovecha el escándalo y el rating? Clásico, la locura transparenta el mundo, dice el refranero que niños y locos dicen la verdad. “En el Zurdo tiempo y memoria son recorridos disociados, cuando se juntan —o conectan—proporcionan un sentido y una resignificación del pasado, para luego volver a la anécdota de esos recuerdos disociados”, glosa el programa de mano. No interesa, por eso, si pudo ser, o fue, un delantero zurdo que la movía en la cancha y lo estragó un quiebre de meniscos, o que el padre le espetara vos no sos zurdo, sos siniestro. No profundiza vínculos parentales, no gira hacia el psicologismo, mejor menciona cómo se relaciona con las mujeres del manicomio actual. No da cuartel ni pide piedad o identificación. También la locura puede ser un juego (teatral), igual de reglado, duro y azaroso. Una caja de postales, que prevemos sin imagen alguna, provinientes de muchos lugares del país, funciona como emblema de remitente y destinatarios —otro inteligente hallazgo. ¿Todos sueltos o todos en el psiquiátrico?
  Sin desparpajo escenográfico, sin embargo no descuida el detalle. El  loco lleva unas cintas de embalar plateadas en tobillos y muñecas, y la cama, suerte de otro yo inerte, se nos presenta con cintas en el respaldar y las patas. El enfermo ha sido amordazado y probablemente vuelva a estarlo, y el lecho se vuelve símbolo de su destino. ¿Sentiremos al salir del teatro la presión de unas cintas en las muñecas?


Gabriel Cabrejas