Salvajada, de Mauricio Kartun por Viviana Ruiz
Animales sueltos
“Aquí se cuenta la historia de
un tigre que se crió y educó entre los hombres, y que se llamaba Juan Darién”.
Así empieza el cuento de Horacio Quiroga
Juan Darién, perturbador y ambiguo,
un desafío para lectores y adaptadores. Claramente se invierte la fábula de
Tarzán: la bestia de la naturaleza mezclado, inserto en la comunidad de los
humanos, es decir, la cultura. Debía encantar a Mauricio Kartun, especialista en hibridar lo culto con lo popular,
igual que la historia bíblica con la lucha de clases argentina. Nacida para los
titiriteros del Municipal San Martín, Salvajada rompe los cánones
previsibles, otra característica kartuniana, y se confiere su propio público
personal, del infantil al adulto, del musical al teatro político, de la
caricatura a las máscaras. Viviana Ruiz
metaboliza todo eso, y trasfunde un producto original, emocionante y glorioso.
La directora se toma libertades,
en efecto, que complejizan y enriquecen el texto de Kartun. Los actores
imitando animales, en la semipenumbra, mientras ingresan los espectadores,
estrategia muy utilizada por los septimianos;
una hermosa escenografía de lienzo pintado, la aldea dibujada —de la artista Estefanía Fernández y primera vez que
se produce en el Séptimo decoración tan elaborada; las máscaras también son
suyas—con orificios de ventanas desde donde asoman los rostros del elenco; la
simplificación simbolista de la jungla mediante lianas de trapo y una larga red
móvil que las contiene como practicable multiuso: la acostumbrada inteligencia
sintética del teatro independiente, resolutiva-expresiva del espacio, y
después, la acción en el cuerpo de los intérpretes. Babuchas negras y
descalzos, a ruido y golpes tribales, más canciones compuestas ad hoc (música
de Federico Moyano) y movimiento.
Una vez desplegada la movilidad del signo teatral, apela a tantas variantes que
cualquier visitante sin distingo de edad puede disfrutar de Salvajada.
Darién “había conservado de su
forma recién perdida tres cosas: el recuerdo vivo del pasado, la habilidad de
las manos y el lenguaje. Pero en el resto, absolutamente en todo era una fiera,
que no se distinguía en lo más mínimo de los otros tigres”. Quiroga monta en
germen lo que aprovecha y extiende Kartun. Se trata del marginal
inclasificable, del inadaptado, que pasa del colegio ridículamente normativo al
circo entusiasta por amaestrarlo, y escapa como el oso de Moris aunque no para
amansarse y estar contento en la selva sino para seguir indómito y peligroso,
por sólo ser. Javier Bosotina,
pelilargo y flaco pero de músculos trabajados, pone el físico exacto y una
capacidad notable en los desplazamientos sinuosos y flexibles. Cristina Strifezza, la madre de Juan y
la maestra, exhibe una (inolvidable) maestría en los cambios de registro
compositivos, como Paula Eizmendi,
la sensual anaconda y la farsesca inspectora “enviada por Buenos Aires”. De la
misma tela está hecha Violeta Romero
(Irupé y la Mujer de Cooperadora, dos personajes antagónicos), y, destacado en
la homogeneidad de una conducción actoral siempre afinada, Leandro González, que es
un tape cazador y el domador
circense, y la parodia de ambos al mismo tiempo.
Cada nueva-buena obra del Séptimo conlleva la virtud de avanzar
sobre lo realizado antes, de crecer un paso más en cada puesta. El compromiso
esmerado de grupos de actores cambiantes y sin embargo formados óptimamente
para desempeñar lo que les salga al cruce, la búsqueda de la innovación en el
planteo estético de la escena, el mensaje social irrenunciable: los rastros
presentes a la hora de diseñar una identidad teatral que, da la sensación,
nunca dejará de crecer.
Gabriel Cabrejas