lunes, 21 de enero de 2013

Teatro de un renegado 2013

Fontanarrosa más vivo que nunca en la Biblioteca Kogan, el aceitoso Sí, apostar al éxito probado es un facilismo y hasta algún descolgado podría tacharlo de molicie. Vale preguntarse, ¿qué hacen los teatristas marplatenses en invierno, que no ensayan nuevas obras? Aclarémoselos a los presurosos en prejuzgar y a la colonia turística porteña. Sucede que en el receso cada cual trabaja en otra cosa, o imparte clases de arte escénico, o, como Hugo Kogan, se la pasa viajando por festivales internacionales —de los cuales suele volver con un premio, dicho sea de paso—y organiza el Festival Iberoamericano de Teatro, lo que le insume muchísimo: convoca compañías independiente del continente y del país entero, lucha en pos de esponsors y financistas, auspicios y publicidad, canje de hospedaje, tickets de avión… Nunca será suficiente gratitud la que debiera tributarle el balneario a su onerosa e idealista patriada. Su brillante coequipier, Jorge Ramírez Jar, dicta teatro durante el invierno en Santa Clara y vive de la plomería. Pero existe otro obstáculo insalvable, la ausencia de dramaturgos, oriundos y ajenos, al menos los que faciliten el derecho de autor. Razones legítimas para tanta reprise en vacación estival. Y para una vocación heroica y casi gratuita. Actuar, contra el viento y las mareas. “Cuando hablé con Fontanarrosa, se sorprendía que se adaptaran tanto sus cuentos, un tipo que no escribía teatro”, comenta Kogan al salir a agradecer el nutrido aplauso de cada viernes. Verdas a medias, pues la inagotable vena humorística del Gran Negro Rosarino se desarrolla en réplicas agudas, en chistes que caben en un cuadrito de historieta, en personajes difíciles de olvidar que parecen aguardar, despiertos, al director que los haga hombres. De eso se trata El mundo ha vivido equivocado. Recordemos. Veinte años atrás un muy joven Luis Chango Heredia encarnó al prototípico chanta argento, soberbio y mendaz, y se granjeó un Estrella. Su ladero fue Jorge García. La tele pública reformuló los cuentos del Negro y le tocó el parlamento a Miguel Ángel Rodríguez. Y por fin apareció el actor al que la máscara le calza como un guante, Hugo Kogan. Y ahí se terminan las similitudes. Kogan, a su vez conductor de la pieza, y su compañero, lo sazonan de condimentos específicamente teatrales. Escenario pelado, de pronto el dúo entra por un lateral: heladerita de telgopor, bermudas, sillas de playa plegables. Buscan una playa y están haciendo tiempo mientras dialogan y el protagonista se imagina mi día perfecto, no en Mar del Plata sino en una isla paradisíaca y exclusiva del Caribe. El otro es su cable a tierra, entre torpe y sensato, que no entiende del todo y en cuanto lo hace, trata de regresarlo a su realidad. No tienen más que mate y salchichón primavera, y la historia, sueño hecho de progresiones, relato enmarcado, consiste en un improbable levante de mina pituca, francesa o yanqui, lo mismo da, y el levante del ídolo rioplatense que a punta de verso la lleva a la cama del hotel cinco estrellas. “Me echo veinte o veinticinco polvos, porque detrás de mí hay un país”. Ninguna frase, de escritor alguno, sociólogo o novelista, ha sintetizado mejor el talante macho-argentino, hervido en el truco, la labia, el curro y, finalmente… el bolazo, el macaneo liso y llano. También un detalle que nuestra puesta no descuida: Kogan viste una camiseta de la seleçao brasileña, el nombre de Neymar en la espalda. Todos queremos ser otro, en lo posible, extranjero, pero bien winner a la criolla, sin esfuerzo y sin necesidad de ser verídicos. Fontanarrisa captó como nadie la falsificación y el elogio del barrio, la ética de la supervivencia portuaria, la inverosímil pero cómica y locuaz mitología del levante. La clave es creerla, no que sea real, y en ese implícito —hoy mentís vos, mañana te creés la mía—crece y se multiplica el milagro del teatro.¿Cómo no iba a resucitar el Negro en el formato platea? No revelamos el final, irónico y espectacular, que el propio Roberto habría ovacionado a rabiar. Eso sí, subrayemos a varios colores a estos intérpretes. Que Kogan fuese el siniestro y ambivalente padre-represor de Potestad apenas un año atrás, sin insinuar en nosotros ni un asomo de sonrisa, o el Marx posmo y patético de La secreta obscenidad de cada día en un par de momentos, y Ramírez, ahora, el acompañante indulgente y devoto de El canto del cisne, prueba que el ágora actoral de la ciudad, represente lo que represente, sigue desbordante de talento y transformación. Jorge R, de apostura apta all terrain, retacón y gordito, se desplaza de la evidente hilaridad de su sola presencia al subirse al sayo de comediante, a una cuadratura dramática total sin desbalancearse. El suceso de espectadores, entre los pocos a quienes cerrarán las cuentas este verano, resulta en un merecimiento extra. Aceitoso como Boogie (rol que alguna vez hizo), Hugo Kogan, referencia insoslayable del teatro local histórico, benefactor y guerrero del arte, sucesor entusiasta de Carlos Owens, termina de ganarse un lauro de hojas perennes. Así trabajan los artistas. Sin verso. Gabriel Cabrejas

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