jueves, 23 de enero de 2014

Teatro de un renegado 2014


El escapista en 4 Elementos
La realidad y la vida, sin escapes

  El escapista no será la mejor obra de Federico Polleri, pero no se le puede negar ser consecuente, en una producción personal como dramaturgo (ya merece ser llamado así: rara avis en una ciudad que apela más a la creación colectiva que al autorado individual) que ostenta marca de distinción, el estilo.
  Repasemos. La Rosa de Cobre trasfundía la Historia evenemencial a una fábula, es decir, una ficción: el secuestro, bien que inexistente, del escritor Roberto Godofredo Arlt. Mayo era microhistoria pura, el paralelismo entre una representación real, Roma salvada, por la compañía de Morante y Culebras, y las vísperas de la Revolución de 1810 en Buenos Aires, la agitación popular en torno a los acontecimientos políticos derivantes en un definitivo cambio de estructuras. El escapista introduce otra torsión de tuerca. La decadencia psiquiátrica de un ilusionista junto a los prolegómenos del derrumbe de Perón, el bombardeo sobre la Plaza de Mayo y el final de una época. Un episodio símbolo de otro aunque la obsesión de Lucio Lemont buscando el truco perfecto no se relacione, vitalmente, con el complot gorila, la Fusiladora inmi-nente y la persecución de artistas que aparejará el golpe.
  Polleri sabe cómo engarzar sus personajes al contexto, esta vez reducidos. Pierre, suerte de manager lumpen, constituye el puente entre el afuera y el adentro, vale decir, el informante de lo que sucede en la calle y el ambular encapsulado, solipsista del mago y su encierro mental. Casi se diría que encarna la Historia en sí, el vínculo de lo urgente y el proyecto siempre renovado, a través de planes para salir de la inoperancia y el hambre, propuestos a este Lemont y no mucho menos delirantes —una gira, Hollywood, el posible pupilo de nueve años que ha visto, apariciones del mago en varietés de mala muerte. Por eso cada momento en que Pierre ingresa al escenario se lo ve peor, con la cabeza rota, el pantalón hecho girones, un brazo en cabrestrillo. La realidad, hostil, que agrede al país lentamente, y noticias paulatinamente más desalentadoras. La fiel Amalia, y su máquina de coser, su asistencia e intentos de convencer a Lemont de que reaccione, o simplemente almuerce, es la pragmática cotidiana, el adentro que quisiera ser afuera. Y finalmente Juliette, la partener de escena, que abandonó el barco hace tiempo y con la cual Lemont alucina, mitad pasado y mitad conciencia, sonriente como una diva de la revista Antena pero portadora de una soga de nudo corredizo, la pulsión autodestructiva del artista que le llega seductora y letal, un sueño doloroso de glamour. Las referencias al exterior, impermeable al ilusionista enloquecido, son eso que él niega pero toca a su puerta, arrasador, tanto que el fin de ciclo del peronismo coincidirá, fatalmente, con el. Lemont se exilió y ofreció sus servicios a Perón para integrar la Resistencia, en un regreso a la lucidez (que no vemos). El peronismo como ilusión de masas, Perón ilusionista: al final del camino siempre ganan, y pierden, los mismos.
  Más simbología. Se habla de Mogambo (John Ford, 1953) donde el cazador Clark Gable, contratado para filmar un documental sobre gorilas (sic) se debate entre “una recién casada, rubia, de apariencia gélida (Grace Kelly) y una volcánica morena de turbio pasado (Ava Gardner” (cita del programa de mano). El rodete y la sonrisa de Juliette parece la contracara de esa Evita que muere cuando Lemont empieza su debacle. El truco que obcede al mago se denomina La metamorfosis, la elemental tela negra tras la cual el hombre se convierte en mujer, Lemont en Juliette. Se dice que el terrorismo de Estado, y su desaparición de personas, comenzó en ese atentado contra los transeúntes del 16 de junio, no reconocido sin embargo como crimen de lesa humanidad. El programa de mano no lo nombra casualmente. Un escapista lo es porque no puede escapar de la Historia, ni de sí mismo, pretenderlo comporta puro ilusionismo.
  Hasta aquí los créditos de El escapista, amén de las exactas interpretaciones de un elenco que sigue consolidándose a lo largo de los estrenos, incluso en sus incorporaciones: Esteban Padín (Lemont), José Luis Britos (Pierre), Cecilia Dondero (Juliette) y Sandra Arraiz (Amalia). La escenografía, monumental y a la vez simple, es un recurso válido en virtud de destacar el autismo del protagonista, como el altísimo pizarrón en el que Lemont ha garrapateado fórmulas abstrusas e ilegibles o su similar al dorso, una pared repleta de papelitos con anotaciones, o la lluvia de periódicos que quizás equivale a otra locura, la Historia argentina misma y sus atávicos cambios de rumbo, de héroes y de villanos. Si me excedo en el análisis, se debe a lo inspirador y rico que se nos presenta el libreto, acaso encima de las intenciones iniciales de Polleri. Alejandro Arcuri director se luce en conducir actores y, sin duda, en la puesta.
  Dos defectos, eso sí, podrían indicarse. De un lado, la recurrente tendencia marplatense a colocar en el centro de una trama a un loco, costumbre inveterada de la escena local más visi-tada de lo que debiera. Por otro, un planteo que, a nivel argumento, se nota concluído a poco de andar, sin espesor psicológico en las criaturas y de una llamativa falta de conflicto, de manera que la obra simboliza, pero no avanza; se siente terminada luego de los primeros cuadros. La brevedad de los diálogos no dan lugar donde agarrarse, digámoslo así, y dejan ganas de ver más, o se espera otro desarrollo. Dato no menor —parte de la estética del conjunto y bienvenida sea—el interesante diseño del programa, mitad afiche publicitario y mitad diario de la mañana.
  Con todo, El escapista es una de las grandes obras de la temporada y un paso adelante del joven y promisorio Fede Polleri. A éste, créanme, no hay que dejarlo escapar.

Mag. Gabriel Cabrejas

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