El Conrado se ayudaba con gestos
mansos y medidos.
—Supo haber, en los pagos de Areco,
un cieguito que se acercaba a los pingos y los acariciaba al costado. Los
acariciaba y acariciaba, y después como en una visión mística alzaba su cara al
cielo que no podía ver y sentenciaba grave
tordillo,
o alazán,
o zaino colorao,
bayo,
overo
rosao...
El Conrado dejó que esa pausa
cubriera como telaraña de misterio el fogón donde se amontonaban un puñado de
paisanos respetuosos con su historia. El Laureano Gauna cometiendo casi un
sacrilegio, arrimó tímidamente una duda, con algo de culpa por romper el
momento.
—Una priegunta amigazo ¿y, acertaba
siempre?
El Conrado, dio el último sorbo al
amargo y salió de su ensimismamiento y con otro tono respondió.
—Noooo, en su puta vida...
...embellecimiento literario sobre
un chiste que contó Carlos
Morteo
Sergi Puyol i Rigoll
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