martes, 11 de febrero de 2014

Teatro de un renegado 2014


Pavlovsky otra vez en el Séptimo
Los fantasmas de la libertad

  Marcelo Scalona acarició meses, años, el sueño de llevar Variaciones Meyerhold a la escena, es decir, a su propio cuerpo. A decir verdad, ya estaba preparado hace rato, cuando egresó del IAT (Instituto de Arte Teatral) del Séptimo, pero las decisiones requieren tiempo, más que la propia maduración. También, un período de reflexión interior sobre su trabajo, porque de eso se trata: hasta qué punto la fe a una estética, una religión de sí, tensa la cuerda de la vida misma, lleva al autosacrificio y no sólo a él, sino al riesgo definitivo de perder aquélla antes de doble-garla al servicio del poder. El compromiso del artista, nos interpela el Vsevolod Meyerhold de Pavlovsky, es ante todo con su arte, y si lo mancilla, no servirá a los demás. Ni siquiera podrá llamarse arte.
  Eduardo Pavlovsky exploró el sino del actor, fiel hasta el hambre, en Rojos globos rojos, que el inolvidable Ángel Balestrini supo enriquecer años atrás, en el genio y figura de ese Cardenal fracasado invicto subiendo a un escenario mezquino y a un público paupérrimo. Meyerhold examina la otra mitad del fenómeno teatral, el director, esta vez real, el gran revolucionario soviético a quien las caprichosas purgas de Stalin convirtieron de la noche a la mañana en reaccionario, enemigo del régimen y finalmente, presidiario a la espera del fusilamiento. Por un costado, la obra denuncia los horrores del totalitarismo, y por el otro la lucha personal, solitaria, de un condenado y su autodefensa, que solamente nosotros escuchamos, reveladoras de las profundas convicciones estéticas de un inclaudicable.
  En la tenebrosa austeridad de la cárcel hay una mesa de álamo, una silla, lápices y papel. No se escucha llanto ni súplica; domina al iniciarse la risa tremenda, ahogante, de Meyerhold-Scalona. El silencio aterrado, cuando no cómplice directo, de sus colegas, la sumisión incondicional de los otros, causaría esas estentóreas carcajadas si no fuera porque el que se ríe es, y sigue siendo, el mejor de todos, y quizás debido a eso se pudre en un gulag repudiado, demonizado como un ruso blanco o un prisionero nazi. Importante, quién fue el verdadero Meyerhold, que la ficción repone ante la vista mejor que leer sus partituras para el intérprete, o enterarse de las prácticas de su biomecánica, el estilo de actuación transmisible a todo Occidente. Obsecuentes, oportunistas y mediocres de cualquier laya, pululando alrededor de la limitada inteligencia del Dictador, acaban de imponer el modelo del realismo socialista como arte oficial y como tal indeclinable,de la URSS y la insistencia en el vanguardismo sufre acusación de desviacionismo, formalismo, rémora burguesa, en pocas palabras, anticomunismo. La poderosísima voz de Scalona persuade absolutamente de lo contrario. Revolucionar la forma para revolucionar el contenido, y, trascartón, o en simultáneo, las obsoletas, anquilosadas costumbres del espectador militante. Dicho de otro modo, la unilateralidad en arte, impuesta sin discusión posible, empobrece hasta la anemia y la disolución su capacidad de transformar el mundo. Nada de la escritura, la dramaturgia, la música, del nefasto período stalinista, después de Meyerhold, será recordado, incluso, conocido.
  Tal texto para tal actor, anillo al dedo, Variaciones difícilmente puede tener mejor represen-tante. La presencia de Scalona cubre el espacio como una gran nube, una descarga eléctrica materializada. Los episodios que rememora y reproduce —el Congreso de Escritores al cual Meyerhold acude invitado sólo para ser ninguneado; su método contra la lectura de mesa y a favor de la improvisación (horror máximo, el dictámen era la obediencia ciega al libreto); el re-clamo angustiado a Vasiliev, el coreógrafo de los Ballets Rusos, que le dio la espalda; el abrazo imposible con la esposa Zinaida—Scalona los modula según la situación sin un respiro, sin dar respiro. Viviana Ruiz, conductora, mejor, orientadora de un intérprete que casi no necesita mayores directrices, sabe elegir sus acompañantes. Marcos Moyano brota desde la platea como una sombra oscura (Vasiliev) y sintetiza toda la soledad del condenado; María Sol von Friedrichs, de rojo pasión, la leal Zinaida, es una flor abierta de amor incontenible: anónimos puñales la asesinarán después.
  Acotación al margen. En 2006, adornando las VII Jornadas Teórico-prácticas sobre Teatro de Grupo, Norberto Presta escenificó El predilecto de los lepidópteros, donde Mijail Bujarin, político favorito de Stalin, narraba sus días de penitenciaría previas a su ejecución, víctima de los repentinos cambios de humor criminal del Soviet. Remasterizada luego por Pedro Benítez, obra en la continuidad del Séptimo como un antecedente comparable, al que Scalona y compañía rinden eficaz tributo. Vale la pena repetirlo, la coherencia ideológica del conjunto y el seguimiento natural de ciertos autores, concretan un estilo insobornable que no se veía desde los años de Gregorio Nachman.
  Y sí, variaciones acerca de un tema único: ser actor total, o vivir en el intento.
 
Mag. Gabriel Cabrejas

Nota al pie: Scalona acaba de ganar el Estrella de Mar a mejor actor dramático.

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