Los Oscars onda 2013 (II nota)
La corrección política. Era hora de que un director negro (con nombre de star rubio), Steve McQueen, filmara
una historia vinculada a su propio pasado esclavo, en vez de emprenderla un
compasivo, identificado blanco bienpensante. McQueen, aclaremos, no es Spike
Lee, que descree de la integración, ni Antoine Fuqua, mulato y habilidoso para la acción sin detalle
racial. 12 años de esclavitud (Twelve years a slave), otro producto
basado en una true story, retoma el
texto de un autobiógrafo, Solomon Northup, y su lucha por recuperar la libertad
en 1841, lejos de la sanguinaria Guerra de Secesión que, les gusta creer a los
americanos (blancos), se libró en su nombre.
Como Solomon efectivamente retornó a ser
liberto, su biopic se distancia de la
hiperrealista denuncia histórica de Raíces,
la miniserie fechada en 1977, años todavía progres en los USA de Jimmy Carter, que no temía narrar la
infructuosa batalla de generaciones de esclavos, vista sin concesiones por un
novelista negro, Alex Haley. Se
sabe: Hollywood se conmueve hasta el llanto con las edificantes contorsiones
de un ayer superado, de nuevo apologiza al apóstol individualista en busca de
su independencia y, catártico, se enjuga las lágrimas y reparte Oscars, no
importa si el film vale poco y nada. El dejá
vu regurgitante que provoca en el espectador 12 años vuelve la
estatuita a película de la temporada carente de justificación estética, y sin
embargo se aplaudió ardorosamente; que el mejor director no fuese McQueen sino
el latino Alfonso Cuarón (Gravedad) y el guionista Spike Jonze (Ella) demuestra a la larga la falta de convicción de los votantes,
el hecho de que nadie colmó expectativas.
Solomon (Chiwetel
Elfojor), víctima de una trampa tendida por traficantes, cae preso de una
red que devuelve supuestos prófugos a
las medievales plantaciones del Sur, no tiene papeles consigo demostrativos de
su condición de hombre libre y pasará los doce años del título boyando de amo
en amo, apaleado y cruzado a latigazos, oscilante entre ayudar a sus congéneres
de desgracia o sobrevivir a solas. Normal en estos casos, los blancos dueños de
algodonales son invariablemente crueles y mesiánicos, convencidos de su
superioridad antropológica y lectores obsesivos de la Biblia. Paul Dano, capataz envidioso, y Michael Fassbender, que le toca otro nazi pero avant la lettre, ponen la cara y el cuerpo y meten miedo. Dijimos,
reverberancia manifiesta: ya vimos al señor feudal tener de amante a una
esclava, la rebelión de ella —Lupita
Nyong´o ganó mejor actriz de reparto y se llora todo, pero olvidó su origen
al agradecer el Oscar—, la tortura, los linchamientos de fugitivos. Ex machina, el bueno de Brad Pitt, que para algo es
coproductor, viene del Norte y en los últimos cinco minutos, liberal e
igualitario, se compromete a llevar la carta de Solomon a sus amigos de
Washington y de paso salva el honor de su raza. Solomon escribe, lee y toca el
violín, y su diferencia cualtitativa no interesa en el medio ambiente, donde el
color de la piel manda y somete. Sin otro particular, estrújese el pañuelo,
difúndase y archívese. Un telefilme de HBO les habría ahorrado dinero y no
habría que ir al cine.
Gabriel Cabrejas
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