domingo, 16 de agosto de 2015

Bar y Barrio /séptima entrega)



COLORES SUCIOS (1999)


          La luz aguada de una marquesina
rebota cerca de mis pies.
Otro neón destella desprolijo,
siempre después de cada lluvia.
Una pordiosera completa el paisaje;
más allá del humo están sus hijos
mordiendo el agua de un secreto.
Romance de muñecos torpes.

La ciudad quedó vacía; hay nadie,
un poco por la lluvia, otro por el viento.
Sólo una muñeca atorada
en la alcantarilla. Sin niña.
La luna no podrá bostezar en sus mejillas
y ella no intuirá el perfume del sexo.

El perfume se irá con el viento.
Es así y siempre lo será,
a pesar del empeño por domesticar el destino.

         Detrás de la ciudad hay un secreto,
un foso donde hierven los niños
y los gusanos. Y todo muere,
hasta el agua y el viento con las almas robadas.

Camino por el papel de un sueño,
a sus bordes cae la nada.
No puedo detenerme;
observo la ciudad dibujada alrededor
y acaso piense en una mano miserable.



        EL HOMBRE INTRINSECO (1999)


         Con esa vocación de esquina
que hace pausa en el cigarrillo,
juego al zapping con el semáforo
y los colectivos aúllan.

Suena un tango new-age
en el walkman de un maniquí
seducido por las luces.

En cada uno de mis actos
muere la filosofía
y el último verbo de la noche.

Nada me pertenece,
siquiera este firmamento de luces
que sueña con pezones suicidas.

Y demora el rugir de las entrañas,
sólo apenas;
es la levedad de un susurro
en la ilusión incesante.

No sé qué será de mí
pero es inexorable.
Nada brilla tanto como el azar.
Una lucidez extrema
me convierte en lo que repudio.

Levedad,
brevemente mágica
de pronto ausencia.

La mejor música es el silencio,
un capullo dentro del momento
que ahora morirá
dejándome enamorado.



Victor Clementi

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