La profe del taller literario
subrayó un escrito mío con un resaltador, estaba repleto de puntos suspensivos.
Eso fue la gota que rebalsó el vaso. Eran 28 reincidencias en un relato de solo
una hoja. Excedía la escala de Ritcher de la adicción.
El adicto es el último en
reconocerlo. No reconoce su adicción hasta que es tarde. Luego de eso empecé a
fijarme mejor, resúmenes, e-mails, cartas, todo de esos días estaba escrito con
cantidad de puntos suspensivos. Hasta creí recordar que una vez habiéndome
puesto presente en un curso que concurría escribí “P...” lo que seguramente fue
malinterpretado luego por quién lo leyó.
Debí concurrir a un centro
especializado en adicciones, dedicados a las que eran de lenguaje. Allí una mina
muy sonriente me dio la bienvenida. Vi alguna gente que entraba y ocupaba los
salones de la casona. Dimos una breve recorrida en donde me mostró salones
donde la gente hablaba y se trataba en grupos.
—Hay casos graves y leves. Allá
están los adictos al vocabulario: los que dicen “de que” en todo momento, los
que se comen las eses, que no son tan graves como los que se comen las heces
con hache y con jota jaja —noté que dijo este pésimo chiste para levantarme el ánimo y
hacerme entrar en confianza.
Llegamos a un salón donde me
explicó que estaban los adictos de escritura. Lo nuestro no era oral sino un
problema escrito.
Una vieja me contó que los de
los puntos suspensivos se recuperan, siempre hay alguna recaída aclaró, pero no
es grave. O bien derivan hacia adicciones menores como el punto y seguido.
Había adictos PS (como yo),
otros PyC, PyA, PyS, C, PyC, etc. Todos traían sus escritos bien en su propia
letra o a máquina o hechos en computadora. Noté que un cartel en el pizarrón
decía “El [F7] del Word no es la solución, es sólo un paliativo.” Uno que era
incapaz de poner un acento protestaba ya que en inglés o en francés no hay
acentos y el venía a nacer bajo el cruel castellano que los traía.
Había casos patéticos de gente
que escribía con horribles faltas de ortografía, inadaptados sociales sí, pero
cada vez más tolerados por la sociedad moderna. La sociedad se ha vuelto o más
tolerante o más bruta.
He notado que en los chats de
Internet pululan adictos a las faltas. Son legión. Casi no hay otro tipo de
gente.
Me explicaron que los que
tardan más en reconocerlo son los médicos. No solo por orgullo y rechazo
natural a considerarse el paciente, sino también porque casi nadie entiende lo
que escriben.
Recordé que una vez me atendió
un médico clínico para unos análisis y un certificado. Luego oí su apellido en
el caso Monzón. La jueza le recriminó que en el escrito que analizaban no se
entendía la letra. Fui al certificado, era el mismo facultativo. Y me costó no
sólo reconocer la palabra, ni siquiera pude reconocer ninguna letra. Uno
aprende a reconocer a los adictos en un grupo así.
Un hombre entrado en carnes y
en años me dijo:
—Los puntos suspensivos son
superables —y mirando hacia adelante con la vista perdida agregó—, en cambio el punto y coma es un viaje de ida —dijo y adiviné en seguida que él era un aquejado por esa dolencia.
Y ese fue mi primer encuentro con el grupo de
adictos... Sé que será difícil... Creo que lo estoy superando...
Sergi Puyol i Rigoll
...tercer milenio AEC
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