Un Almodóvar pequeño pequeño.
El travieso manchego decidió, después de tanto dramón escatológico y oscuro, tomarse unas vacaciones en paso de comedia. Simplemente
Almodóvar no quiso hacer sino lo que hizo, una música de cámara dentro de los
concerti grossi, buenos o mediocres, de su producción previa. “Me alegró no haber perdido la ligereza”, meditó en un reportaje. Entre la nostalgia de La Movida setentista y la alegoría política,
Los amantes pasajeros quiere ser deliberadamente eso, un opus fugaz, que regenera su estética como un puente de cá-ñamo cruzando dos robustos promontorios, la obra anterior y la venidera..
Vayamos por partes. Un avión de la compañía
Península (sic) boya en redondo sin poder decolar, roto el tren de aterrizaje, y los pilotos deciden no informárselo a la clase turista, a la que de paso dopan durante la travesía. El pasaje de primera parece más afortunado, o menos, según se mire: no puede evitarse que sepan de la avería, pero se les administra agua de Valencia, un poderoso erógeno líquido hecho a base de mescalina sintética y alcohol. Unos roncando y otros en plan partuza cachonda e hiperlúcida, mejor alegoría de la España actual no hay. Dicho de otro modo, el poder narcotiza a los pobres previo mentirles, y euforiza a la alta burguesía, tan nostálgica de los 70 que hasta succiona la droga fiestera de aquellos años irrepetibles, cuando no se conocía la gragea de éxtasis. Ecuánime, si abajo moran los reciencasados mersas, o un moro gracias al cual la vidente-virgen (típico personaje almodovariano)
Lola Dueñas pierde el virgo sin enterarse aquél, seráficamente dormido, arriba los vipers no son ángeles. Así,
Cecilia Roth compone a una ex actriz del Destape, actual puta de lujo y dominatrix;
José María Yazpik es un sicario al servicio de los narcos mejicanos, y
José Luis Torrijo, un empresario corrupto que pensaba tomarse las de villadiego mediante el vuelo. Como en las fábulas, el loco dice la verdad, y el enfervorizador sexual sirve de pentotal. Cada cual confesará lo inconfesable. La Roth, que se acostó con el “nº 1 de los nº 1”, equivalente ya no a Marianito Rajoy sino al mismísimo Rey; Yapzik-Infante que su “último trabajo” antes del retiro era, precisamente, la demasiado enterada Norma Boss-Roth y que Torrijo-Mas estafó a medio país merced a sus lavanderías políticas, un caso Bárcenas apenas disimulado. Hasta figura un galán maduro (Guillermo Toledo) con sus devaneos de faldas, la parte más dramática, como para balancear el disparate. No sirve de mucho el injerto en onda cameo de
Antonio Banderas y
Penélope Cruz, excepto de gancho extra o demostrando que los hispano-hollywoodenses todavía aceptan un bolo de su maestro.
El
huis clos o encerrona claustral, propuesta para enfrentar conciencias y a unos contra otros, teatraliza en parte al film, fuera de los espacios de apartamentos, caros a Almodóvar. Los colorinches arrebatados, la sobreactuación con funciones cómicas, las referencias sexuales desembozadas y casi porno, como una gota de esperma en el labio superior del azafato
Arévalo-Ulloa, direccionan a Pedro hacia sus inconfundibles marcas estilísticas. Comedia loca y de locas, se lu-cen
Carlos Areces, Javier Cámara y
Raúl Arévalo, los
azafatos, incluso haciendo un numere-te coreográfico-karaoke entre las filas de asientos. Para Almodóvar el que no es gay lo será o lo esconde, cuestionable trasunto que vuelve definidos sólo a los delincuentes del pasaje, y el final feliz, una suma de nuevas y viejas parejas homo. Se le puede reprochar la excesiva liviandad en la resolución, después de semejantes confesiones y guantadas de director comprometido, pero el contexto no pide tragedia y hubiera sido un despropósito.Tampoco pidamos originalidad. El microcosmos dividido en sirvientes y patrones, y una escalera uniendo y separando, fue la prioridad simbólica de bien británicas lecturas dialécticas como
Lo que queda del día (
Ivory, 93) o
Gosford Park (
Altman, 2001).
En muchos sentidos,
Los amantes significa un avance en la filmografía del manchego picarón. En otros, un autohomenaje ramplón que no llega a divertir, porque recuerda cuando se despachaba con
Pepi,Lucy y Bom, Laberinto de pasiones o
Entre tinieblas, esas sí, revulsivas a más no poder. Y pasaron treinta años(1).
Gabriel Cabrejas
1 La crítica española e internacional pulverizó a Los amantes, y las expectativas de taquilla lo defraudaron, a pesar de que en la web de su productora El Deseo Almodóvar se mostró confiado en continuar su idilio americano. Sin embargo, hubo matices, aunque esta vez lejos de la unanimidad laudatoria: “Su incapacidad para abrir nuevos caminos puede hacer que la audiencia sienta que ya ha visto algo de esto antes, y mejor hecho” (Jonathan Holland, Variety); “es un obsceno y agitado regreso a las piezas excéntricas del director de finales de los 80/principios de los 90” (Jordan Mintzer, The Hollywood Reporter); “parece como una película que Almodóvar tenía que sacarse de dentro —una especie de piedra en el riñón cinematográfica— y tu instinto te dará punzada de simpatía” (Robbie Collin, Telegraph); “Comedia ligera, alocada, sumamente estilizada que se ofrece como diagnóstico moral de un país sumido en una crisis profunda (y) se espeja en el vértigo surrealista de las 'sophisticated comedies' de los años 30” (Carlos Reviriego, El Mundo); “haciendo equilibrio imposible entre el kitsch trasnochado y la genialidad. Cámara-Areces-Arévalo, auténticos Chicos Almodóvar, tres personajes para la historia del cine español” (Carlos Marañón: Cinemanía); “la sensación permanente que me asalta padeciendo la ridícula (película) es algo ingrato llamado vergüenza ajena” (Carlos Boyero: El País); “intenta retomar el camino de Mujeres al borde de un ataque de nervios, pero el director ha cambiado mucho como cineasta y lo que antes fluía de un modo absolutamente natural, ahora se atasca en las arterias del artificio” (Sergi Sánchez, La Razón).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario