martes, 8 de octubre de 2013
Cine de un renegado, 2013
La tragedia de Z. Las pelis de zombies están en plena exploitation: podría postularse que es el subgénero del terror slasher del capitalismo tardío. El placer de matar sin culpa al semejante que ha dejado de serlo o se convirtió en un monstruo irreconocible, y en el cual no puede advertirse ya al padre o a la madre, resucitado en una bestia caníbal presta a devorarse a los hijos, encaja perfecto en la amoralidad posmoderna, amén de reforzar la paranoia relativa ambiente —no otra cosa que el pánico a las masas descontroladas. Nunca, sin embargo, había logrado juntar tanto presupuesto, y mucho menos encabezado por una superstar como Brad Pitt. Cuestión que un virus ataca, tópico en esta clase de films, y una mordedura de zombie transforma al individuo masticado en ídem en apenas doce segundos, y a correr. World war Z del bávaro Marc Forster arranca igual a muchas, con una megalópolis rutinaria de pronto caotizada, (New York, siempre), fenómeno que se repite en otras ciudades hasta devastar, tout court, a la humanidad. De variante, el héroe no es un ex agente de la CIA o el FBI sino de la ONU, Pitt-Gerry Lane, en viaje de placer junto a su familia y atascado en una avenida donde la plaga humanoide se viene a paso redoblado y únicamente el certero balazo en el cráneo puede parar. Guerra Mundial Z consta del nervio exigible: acción masiva permanente, suspenso, chorros de hemoglobina y despliegue de efectos especiales, pero, a pesar del gasto, no rompe el molde. O sea, no deja de ser un zombie film convencional a escala mayestática, y sin la metáfora socio-política filosa de un George Romero (Night of the living deads,1968; Zombie, también llamada Dawn of the dead o El amanecer de los muertos 1978; Day of the dead, 1985 y Land of the dead, 2005), ni el grotesco-sátira (Shawn of the dead: Edgar Wright. 2004, Zombieland. Ruben Fleischer, 2009). Que ahora se agigante a tamaño baño e ingrese en el mainstream de Hollywood no hace sino revelar la fatiga del material, destino fatal de cualquier subtipo del terror. Pitt, ya maduro para galán pero no lo suficiente para héroe, hospeda a su esposa e hijas en un buque de refugiados y sale comisionado en busca de playas despejadas, o bien, un improbable antídoto. Le cuentan sobre Jerusalem tras las murallas de contención, en apariencia segura, pero los zombies se apilan en pirámide y se arrojan a miríadas, contagiándola a dentelladas. Luego se trepa a un avión bielorruso, también libre de invasores, y de nuevo —como si los guionistas hubieran visto Los amantes…—un infectado de la segunda clase envenena veloz-mente al pasaje y Lane lo libera mediante una granada que abre un boquete y lanza al vacío a todos. El logro proverbial del modelo zombie consiste en trocar las crueldades más horripilantes en anticrí-menes, tanto como los bípedos se animalizan, y plantear el simple y llano genocidio en solución ineludible a fin de salvar algo. No extraña del país que botó la bomba atómica encima de japoneses civiles e inermes y sostuvo entonces que habría sido peor continuar la world war. Hoy se habla de daño colateral y, a diferencia de estos celuloides, jamás vemos en imágenes cómo y sobre quiénes se desata. El montaje digital no necesita reclutar extras. Los z se multiplican ante nuestros ojos, anónimos y tumultuosos, des-concientes y famélicos, y nos castran toda piedad. “Perdí a mi hijo en Roma a manos de lo que recién era mi mujer”, sintetiza, duro y preciso, un médico durante la fase última, y un ex CIA, David Morse, cuenta cómo los coreanos del norte (comunistas, claro) hallaron la salida: arrancarle la dentadura, previsores, a su población entera. En la secuencia de títulos se pasan documentales de fieras predadoras manducándose a sus víctimas indefensas. Algún inverosímil se cuela, considerando que hasta en fantasías tan irreales se nos debe coherencia.Lane,Héroe-Americano-Redentor-General,propone inocular a los todavía sanos con otras patologías, pues observó en Israel que los z no mordían a los enfermos. De qué manera los an-tropófagos intuyen eso previo hincar los dientes, y cómo harán los infectados ex profeso por las enfermedades para curarse de ellas, se nos oculta, y antes de que lo pensemos, el film termina. ¿Habrá secuela? Lane espera que no descansemos tranquilos. “La guerra acaba de empezar”, sentencia. ¿Seguirán los árabes? Gabriel Cabrejas
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