miércoles, 30 de octubre de 2013

Cine de un renegado 2013


Darín atrapado sin salida. Popular a ambos lados del Atlántico, Ricardo Darín da otro batacazo en la coproducción hispano-argentina Séptimo, que no obstante dirigirla un navarro, Patxi Amezcua y su coprotagonista femenina Belén Rueda, puede estampillarse de nacional, dado el elenco prácticamente criollo y suceder en un edificio de Buenos Aires. Un policial concebido según las reglas estrictas del policial, de factura impecable en lo técnico pero presuroso en el desenlace,como un atlético maratonista rengo. No se explica su eficacia sin Darín, distante del depresivo de El aura o XXY, del chanta entrador de Nueve reinas, el valiente de una pieza de Elefante Blanco y El secreto de sus ojos o el timador culposo de Carancho. Ocupando todo fotograma disponible, el actor expande sus registros y se torna convincente en la máscara de un padre desesperado a quien acaban de secuestrarle sus dos hijos apenas a un palmo de sus ojos. Como leguleyo en una audiencia comprometida a la que debiera acudir sin dilación, parece al comienzo uno los tipos darianos, el que se las sabe todas más una, y de pronto se le derrumba la compostura. Su ex, Rueda, planea llevarse a los dos párvulos a Madrid y, como menores de edad, necesita la firma autorizada del padre, que duda; junto a ellos se pone a jugar a ver quién termina antes en la planta baja, él en ascensor o ellos corriendo escaleras abajo.Y al pisar él la cancel, zas,los chicos desaparecieron. Y sale,o mejor dicho, entra a buscar-los. Desconfía del portero (Luis Ziembrowski) y del comisario del 4º piso (Osvaldo Santoro), que lo acompaña en la pesquisa y dice mover cielo y tierra. El telefonema de los secuestradores esclarece el paradero, y a volar: tiene dos horas para recabar las cien lucas verdes que le reclaman. Hasta ahí, la trama prospera a través de una cuidada dosificación del suspenso, la adecuada música de Roque Baños, el otro español en los rubros artísticos y, sobre todo,la intensa presencia de Ricardo, pegado a su celular, a veces brotado y otras contenido, que logra transmitirnos la angustia de una situación con la que resulta fácil identificarse —qué haríamos si nos chupan a los nenes por dinero. Después, conocer al responsable del rapto, el whodunit del policial de escuela. El pobre relieve de los caracteres, el inexpresivo rostro de Rueda, con el mismo gesto siempre, el desbarranque de una intriga que se resuelve en cinco minutos, decepcionan al cabo de un planteo prometedor e inteligente. El final de otra película, pegado a éste.  

Gabriel Cabrejas

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