Sé
que cometo una terrible obviedad al repetir que el recuerdo es atemporal. Sin
embargo no por obvio es menos cierto, a riesgo de redundar en acertijos.
Recordar
interactúa en el ahora, a tal punto que la memoria puede manipularse hasta
hacerla coincidir con nuestra necesidad actual. ¿Cuánta resistencia podría
ofrecer la honestidad en tal forcejeo?
Pero
más allá de la conveniencia a la que es sometida, el ser-ahora procede del
pasado. O sea que la coincidencia es irrelevante, poco importa lo exhaustivos y
honestos que seamos, sólo es un ejercicio de la nostalgia para retroalimentar
sensaciones; reciclarlas, en tanto regresar al ciclo que nos define, en tanto
constante.
Antes
bien, la nostalgia puede asfixiarnos y empujar al subconciente a que modifique
ciertos detalles conflictivos; lo que obedece al primer mandato de la vida: la
supervivencia.
No
obstante el recuerdo sufre procesos alquímicos a lo largo de la existencia. Una
chiquilinada puede festejarse bajo ciertos estadios, luego la perspectiva
redefine los términos del heroísmo.
La
niñez es una fase atestada de fantasía a la que solemos recurrir en épocas de
angustia.
La
inocencia es una recreo entre tanto realismo.
Y
cuando la soledad acaece invocamos a los magos del recuerdo, para bucear y
beber sensaciones limpias. Nos ahogamos en ellas, hasta vomitar el agua del
pasado y renacer en otra ilusión, aunque con distinta piel.
Ahora
mi piel no es aquella que sangraba al caer de la bici.
Ahora
mi piel no es la misma que atraía felinas para devorarme.
Soy
la copia de otra copia que se replica hasta descomponerse en gránulos de
olvido.
Pronto
seré un montón de papeles, un suceso que descansará en la memoria del universo,
cuando ya nadie exista.
Entonces
el recuerdo será una metáfora.
Como
siempre.
Vicius Clem
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