sábado, 11 de agosto de 2007

Cinencanto agosto

Cine coreano en DVD
Dos o tres cosas que sé de él


Publicado en La Avispa, Mar del Plata: nº 37, agosto 2007, 34-6.

Mezcla de géneros, obsesión por lo inesperado, violencia salvaje y sabiduría búdica: una nueva antropología imaginaria desde unn subcontinente portador de algo más que autos y electrodomésticos. Lo siguiente es una mirada al sesgo, fuera del circuito porteño del festival independiente, de lo –poco-que nos dejan ver en Mar del Plata de la reciente filmografía coreana

Kim Ki-duk o los gritos del silencio. Todo empezó cuando se estrenó comercialmente el primer largo coreano en Argentina. Fue Camino a casa (2003) de la directora Lee Jung-hyang, el encuentro obligado entre una abuela sordomuda y campesina y su nieto urbano adicto a los game boy, casi un cuento de hadas neorrealista, con una anciana actriz que no lo era: al uso del viejo cine italiano de posguerra, se trató de una auténtica montañesa sin experiencia previa, y la conmovedora, intimista relación entre dos universos disímiles llamados a repelerse, pero que logran casi sin palabras comunicarse a través del afecto. Luego descubrimos a Kim Ki-duk, y la constante de la fricción de realidades opuestas y coetáneas, normalmente del país civilizado, sin embargo henchido de violencia instintiva y sed de venganza, y la inmanencia de un pequeño planeta silencioso, afectivo y sabio, que espera su momento y lugar, dicho de otro modo el amor puro contra el embate del odio más elaborado y, sospechamos, ancestral. Se llamó Primavera, verano, otoño, invierno y otra vez primavera (2003) y reunía sexo iniciático, meditación, filosofía, redentorismo y hasta una oblicuidad policial en la simbólica naturaleza agreste que contiene y representa a sus criaturas.
Duk nos deparó Hierro-3 (3-Iron o Bin-jip, en coreano) hace unos meses, aunque data del 2004. El cineasta apela a objetos de sentido múltiple para rodearlos de una historia. En El arco (Hwal, 2005) lo hará mediante el instrumento que sirve de arma en la caza, y a su turno implica el violín, y la tensión, diría Heráclito, de la cuerda tanto como del argumento, amenaza y armonía de los contrarios. Hierro-3 significa el palo de golf, que aquí nunca se utiliza deportivamente sino para probar puntería en blancos humanos, pues los personajes se agreden blandiendo el hierro y atizándose pelotas. De nuevo, Duk elige una estética del silencio. El Muchacho es un okupa original: se mete en casas provisoriamente vacías, come, se baña y repara los aparatos eléctricos, no roba nada y se va sin dejar rastro. Hasta que halla a la Chica, maltratada por un marido golpeador e irascible y su bolsa de golfista, y empiezan ambos un romance trashumante, casto al principio y siempre sin hablarse. A su paso, cada inmueble en que se posan muestra el mismo fracaso –matrimonios desavenidos en permanente, o inmediata, trifulca, más un policía corrupto, un tipo que boxea al Muchacho mientras duerme, y trascartón, el esposo de la Chica, que sólo sueña la vendeta contra el seductor. Detrás de la próspera burguesía pro-occidental cambia máscaras la misma crueldad primaria de antes de la opulencia. El mudo joven que anda en una moto platinada como un caballero andante sin armadura es el irónico héroe que rompe la convención propietaria en varias direcciones: amante no posesivo, víctima voluntariamente indefensa y usuario del éxito consumista ajeno por un breve lapso sin reivindicaciones. A la coreana: contar una fábula de amor privada e impredecible y, sin retórica, pintar una sociedad egoísta y hostil.

Park Chan-wook y el vengador imposible. Oldboy (2003), segundo opus de la trilogy of revenge de Park Chan-wook es el más complejo de un trípode temático–los otros, Sympathy for Mr. Vengeance (2002) y Sympathy for Lady Vengeance (2005)-, casi una metafísica de la venganza. Si Mr. involucraba a dos hermanos intrínsecamente culpables y Lady incriminará a una mujer inocente que buscará vindicarse tras trece años de cárcel, el prisionero de Oldboy se come década y media a la sombra sin poder adivinar la causa. Y, embutido de prepo en un cuarto de hotel sin salida cuyo único vínculo con el exterior es un televisor, Oh Dae-soo se preguntará la mitad del tiempo qué lo llevo allí, y la otra mitad la invertirá en planificar su revancha, nada fácil tratándose de averiguar además el quién. A partir de entonces su drama será un juego de espejos de identidad borgesiana. Le endosan el asesinato de su mujer, pero ocurre después de pasar un año en su celda; cuando sale, se entera de que fue otro el que se vengó de él, primero con sus quince años sin libertad y luego... dejándolo libre. Desmarque en la trama y desmadre sanguinario: Oldboy se insinuaba como un Montecristo y desemboca en una tragedia shakespiriana de incesto y autocondena.
El furioso protagonista deglute anguilas crudas en un fastfood, le arranca un diente a un soplón y se mutila la lengua, pero termina como un lloroso perdedor humillado frente a su cruel ex-compañero de secundaria, y éste ha llevado una cruz indelegable durante toda su vida –la culpa por el suicidio de su hermana, a la que Dae-soo vio besándose con él y después hizo correr la bola, con el consiguiente deshonor; no obstante la sevicia desencadenada y el empaque, también trágico, de rey del mundo, el tipo que encadenó quince años a su antiguo camarada tampoco puede evitar el suicidio, al terminar su complicada e inútil venganza. Espectacular luminaria del concurso de Cannes, Oldboy, encima, tiene un diseño formal rico en registros, igual que su imprevisible libreto. Pasa del pixelado de la imagen a la imagen invertida, del montaje de videoclip y la saturación al sepia para los instantes de recuerdo, la fusión visual de presente/pasado en el mismo cuadro, la pesadilla surreal -hormigas bajo la piel, una gigantesca hormiga en el subte de Seúl- al sadismo expresionista, todo adobado sobre una música tan imprevista como el decurso, que combina una banda romántica con Las cuatro estaciones de Vivaldi, sobreimpresas a la asfixia y la sangre.

Bong Joon-ho o una de monstruitos. El diamante del collar es The host (El huésped, 2006), de esas películas que se disfrutan de punta a punta, inquietante y a la vez divertida, terrorífica y política, heroicómica y de suspenso: resueltamente inclasificable. Su director: Bong Joon-ho.
Comienza con un malo –el único-, un científico yanqui, que decide arrojar al río Han hectólitros de un tóxico, desde la base del ejército norteamericano. El vertedero termina mutando a una larva de pez fluvial en tremendo calamaretti antropófago, que los pescadores y paseantes saludan al principio tirándole latitas de gaseosa como a un oso del zoo. Y sigue la clásica corrida por el muelle y la plaza aledaña, la bestia de cacería a grandes zancadas y su primera rehén, la hija del héroe, que se lanzará a salvarla a como dé lugar. Hasta allí el planteo tradicional del film de terror con monstruos, pero The host da una pirueta en el aire y nada vuelve a ser como antes. El protagonista humano Park Gang-du (Song Kang-ho, el actor más popular de Corea) es un tendero holgazán y bobalicón, de ridículo pelo parafinado, inmaduro e incapaz de oficiar mínimamente de padre, pero sale a rescatar a su hija junto a su familia, más parecida a una Armada Brancaleone que a un comando de SWAT. En medio de torpezas y peripecias innumerables, también aparece ex machina el providencial gobierno norteamericano, que alucina un virus contagioso –a la medida de otras películas del rubro-y no se le ocurre nada mejor que rociar la ciudad de un agente amarillo, referencia al que depredó las selvas de Vietnam-el agente naranja-, y deja centenares de muertos. Y, frutilla del postre, la pinta del mostro mismo, homenaje al viejo Godzilla y las series japonesas de mutantes, que provoca una ambigua efusión de risa y espanto: especie de gusano plantígrado hecho de goma espuma como en los filmes clase Z, y su cueva de tesoros humanos en una alcantarilla, entre ellos a un huerfanito que Park terminará adoptando de hijo.
¿Cuántas cosas es The host? Una sátira antiimperialista, debido a los apuntes colaterales que sindican de invasores inescrupulosos a los americanos; una épica coral con héroes proletarios –un hermano de la chica raptada usa contra la bestia molotovs caseras que aprendió a armar en la universidad-; una aventura de terror que desestabiliza las certezas del espectador porque cuando podría asomar el miedo la anatomía del superbicho por poco hace reir... Sin la sofisticación y el presupuesto de toda la genealogía anterior, parodiándola y a un tiempo haciéndola avanzar, The host se convirtió en uno de los estrenos del año 2007, dentro de un campo argumental que sólo podía presagiar aburrimiento.
"Un grano de arena y una roca se hunden igual en el agua", sentencia búdicamente un personaje de Oldboy. El cine es un acuario que nos permite ver al grano y a la roca: pequeño o grande, narrativo o poético, del coreano podemos distinguir y admirar a ambos brillantes en la luz. El resto, sólo se hunde.

Gabriel Cabrejas

viernes, 10 de agosto de 2007

Frases pal baño pùblico

Al ya consagrado poema griego:

¨Lo dijo Sòcrates
lo escribiò Platòn
la ùltima gota de meo
siempre queda en el pantalòn¨

O a la sentencia freudiana:

¨Màs de tres sacudidas es paja¨

Agregamos a la colecciòn:

¨Pedro El Grande, la tenìa grande.
Fue Zar por cosas del azar¨

o: ¨Si no trajiste papel, no escribas con el dedo¨

Invitamos a los nabos que estèn leyendo esto a colaborar con frases acordes.


¨Era tan fea la pobre que le daba Viagra al consolador¨

miércoles, 1 de agosto de 2007

Aguadébiles marplatenses (Reflexiones de un renegado, 4)

Antimanuales de instrucciones.

A todos nos ha pasado –y nos seguirá pasando– cachar un Manual de Instrucciones de un televisor, una video o un DVD y sentir que somos definitivamente retardados. Escritos en varios idiomas, a veces en un español castizo que equivale malamente a nuestra provinciana lengua, son un desafío a nuestra inteligencia, a punto tal que la educación alfabetizada y hasta el grado universitario flaquean de modo miserable ante los corchetes, paréntesis y llaves que indican tomas que no existen, cables mudados de color o funciones que Dios sólo sabrá de qué se tratan. Cuando al fin acertamos, porque un imbécil aparato tecnotrónico sin voluntad personal más el imbécil redactor del librito con la voluntad de otros no habrá de doblegar la nuestra, el jodido embeleco de 21 pulgadas o la chata bandeja obedece la orden que no le dimos, pero ya es tarde: no recordamos cómo lo hicimos, qué botón del control fue el que pulsamos, qué enchufe encajamos dónde. Simplemente sucedió, atendiendo nuestras plegarias, y como somos igual de imbéciles que mecanismo y autor del manual, nos conformamos y el amén es listo, pará de tocar. Otro rezo se nos impone, entonces: que nunca se interrumpa la electricidad, que al volver a activar el bicho mediante la tecla power efectivamente se encienda y podamos ver u oir el programa soñado, que los circuitos malévolos no demuestren su independencia robótica y hagan lo que se les cante el culo. Sí, cada animal a microchips es un Terminator en miniatura dispuesto a cagarse de la risa de nuestra limitada, o nula, categoría de discernimiento. Encima, siempre existirá un cabrón que, perteneciente al mismo género zoológico de los programadores y redactores de manual, sonreirá de costado y nos espetará, soberbio y sobrador, que debiéramos saber leer en vez de obnubilarnos, empecinarnos contra los avances de la ciencia o decidir por nosotros. La tecnología exige que el hombre se adapte a ella, sermonean, como si no debiera ser al revés. Obtuvieron su exquisito y excluyente saber y nosotros, educados y capaces de escribir sin faltas de ortografía, somos unos pobres pelotudos ignorantes.
En las paredes del Hospital Privado de Comunidad alguien de la administración colocó pequeños posters con sugerencias precautorias en el caso de incendio. Da la sensación que los manuales de instrucciones, se dediquen a un control remoto o alerten sobre posibles siniestros, se formulan y publican solamente para desentenderse, ente o individuo, la empresa o la fábrica, de toda responsabilidad inherente a la calidad del electrodoméstico o la seguridad del inmueble. Parece un chiste de canallas eso de habiendo escaleras el consorcio no se responsabiliza por el mal funcionamiento del ascensor. El consorcio, el directorio o quien sea, sólo pone la firma a lo bueno, deslindando su participación en lo malo, de manera tal que si el incendio lo provoca una instalación eléctrica en mal mantenimiento, un tubo de oxígeno que explota por una negligencia o un derrame de alcohol sobre una hornalla, nadie resarcirá a los calcinados porque cada muro tuvo en ese instante el Manual contra Incendios que los enfermos y parientes presa del pánico pudieron sentarse a leer paso a paso antes de que los arrasaran las llamas. Somos hombres libres: nadie nos obligó a subir al elevador que se vendría abajo, pudiendo elegir los populares y sencillos escalones al alcance de cualquiera. Cada vez se cuenta uno o dos accidentes aéreos; ¿quién te manda subirte a un avión? Las rutas están llenas de autos, ¿por qué no elegiste un micro? Los microómnibus se estrellan y desarman como rastis, ¿y el tren? Los trenes se descarrilan, ¿y si te quedás en casa?
El muy ilustrado instructivo del HPC empieza mal. 1) No pierda el control. ¿Será el control remoto de la habitación, a ver si te lo cobran por extravío? Menudo control tiene un pariente que no está ahí de jodienda, sino en la espera de la convalescencia ajena o la cirugía inevitable. 2) Actúe con serenidad. Una cosa implica la otra. Ahora, ¿estar deprimido, preocupado, triste o resignado significará, en tal circunstancia médico-psicológica, serenarse? 3) Pida auxilio. OK, pero, ¿a quién, con todo el mundo buscando salvar el pellejo? Si es un hospital el incendiado, ¿habrá que acudir a otro? El manual-mural propone varios pasos a seguir. 4) Dé la alarma, y el dibujito de un botón que, suponemos, acciona las sirenas. Si suenan en el propio nosocomio, aumenta el terror. ¿Los médicos y enfermeras sabrán qué hacer cuando se produce la avalancha? Carteles hay, y no están a la vista, con la misma abundancia, botones, hachas o mangueras; imaginamos una por piso. Recuerda los martillitos de los bondis de pasajeros. ¿Romperán los vidrios siendo tan diminutos y frágiles en apariencia? ¿Cuánto tarda una víctima de choque o quemazón en astillar un cristal? 5) Llame a los bomberos. Excelente, pero el manual no ofrece números de teléfono, porque son textos universales, que debieran dejar un lugarcito para un autoadhesivo con él según la ciudad. ¿Tendremos que llamar a los gritos? 6) Trate de extinguir el fuego, siempre que posea extintor y salida asegurada. A medida que avanza se complica. El matafuegos pesa, hay que hallarlo. ¿Cómo se ve la salida asegurada en medio de la humareda? ¿Y si está bloqueada? ¿Debe la persona siniestrada tener un mapa mental fresco del lugar y recordar qué salida será segura? Todo incendio se combate avanzado, o no sería incendio sino calefacción exagerada, y a esa altura uno busca la salida, pero no la reconoce fácil. Es de imaginarse la desesperación y/o calentura –incluso porque ya queman los pies– al irse agregando propuestas cada vez más indecentes. 7) No corra, camine rápido cerrando a su paso puertas y ventanas. Claro, conquistada la indispensable serenidad uno ya se ha relajado y piensa en obrar sin prisa pero sin pausa. No aclara si abrir una puerta puede oxigenar más el ambiente ígneo o dejar una brecha a una bocanada de fuego del ambiente vecino, imponderable que forma parte del azar de la situación. Resulta sutil la diferencia entre correr y caminar rápido. 8) Busque otra salida si comprueba que la puerta seleccionada está caliente. ¿No debió figurar antes que la 7? Habiendo una sola abertura habilitada, ¿se quema uno? 9) Movilícese agachado por debajo del humo preferentemente con las vías respiratorias cubiertas. Sabia determinación, aceptémoslo. Cabalgar veloz y agachado y tener pañuelo a mano. ¿Puede el tipo respirar o no? ¿Llegará a los picaportes? Misterio. La siguiente cautela adjunta un matiz terrorífico: 10) No regrese al punto de partida, tal vez no haya una segunda oportunidad. Use las escaleras. Difícil divisar ese punto de partida, de todas formas. 11) Busque una ventana, allí encontrará aire para respirar. Un poco contradictorio, vamos, ¿o no estuvo usted cerrando ventanas a su paso? Cierto que el aire entra, y también que aviva el fuego interior. 12) No salte. Espere a ser rescatado. Si ha almacenado serenidad y no perdió el control lo más lógico es que se quede mosca, y al mismo tiempo saltar es lo último que se nos ocurre cuando fallaron los once pasos previos, en cuyo caso, sin extinguidores ni alarmas, el teléfono de los bomberos ocupado, picaportes al rojo vivo y una sola ventana disponible por la que el incendio se incentiva, el incendio ya decidió por nosotros. Las desdichadas víctimas del 11S no tenían los carteles del HPC cuando abreviaron la irrevocable agonía arrojándose al vacío.
Lo bochornoso del instructivo consiste en que está bien: sus consejos desparraman sensatez y correcto sentido y las autoridades de Defensa Civil dormirán en paz después de enunciarlos. El problemita es que parten de una premisa equivocada, como que todos nacemos para sobrevivir a los incendios, la cosa más natural del mundo. O, dicho de otro modo, debemos invertir nuestras mejores disposiciones de ánimo y virtudes de sangre fría en la barahúnda colectiva que suele rodear las catástrofes, sin dejarse amilanar por el fuego ni ser seducidos por los gritos de sirena de nuestros semejantes desquiciados que jamás leyeron antes un manual sticker de pared.
Vivimos en una sociedad de control (remoto), heredera de la sociedad de vigilancia. Su organización se perfeccionó durante un siglo para abatir el azar y doblegar la necesidad y tornar previsible el próximo instante, y ahora nos hace sentir de nuevo impotentes ante el acaso. Ah, cazzo! Se solucionaría con equipos irrigadores automáticos instalados en cada techo, pero habría nuevos manuales: lleve paraguas bajo el brazo incluso los días de sol. Más te vale, macho, que si sobrevivís a la chispa que asó al hospital, sepas manipular, sano y salvo en tu casa, el control remoto. O él te manejará a vos.

Gabriel Cabrejas