lunes, 23 de julio de 2007

La Cocuzza Salud Gallinoterapia

Dedicado al Negro Fontanarrosa.

¿Qués la Gallinoterapia?

La gallina fue domesticada hace ocho mil años en Asia. Se sabe que hay animales que tienen más prensa que otros. Nos preocupa de la extinción de delfines y ballenas, pero:
¿Qué hay de la comadreja picaza? ¿De la vizcachita retobada patagónica? ¿De la tortuguita trepadora de Traslasierra? ¿O del mesopotámico Yahaypuré ave de rapiña tan emparentado con el caranchillo ensimismado del noroeste?

Lo mismo con las terapias. ¿Por qué tiene más prensa la terapia con delfines o caballos teniendo tan a mano la gallina?


GALLINOTERAPIA es TERAPIA ASISTIDA CON POLLOS

Rehabilitación que, mediante el empleo de gallinas[1], permite a personas con discapacidades en el área motora, sensorial, cognitiva, psicológica, con trastornos emocionales y/o comportamentales mejorar su Calidad de Vida, favoreciendo su desarrollo físico, psíquico y social.

Actividad terapéutica al aire libre, adecuada a los intereses y potencialidades individuales y dentro de un Abordaje Interdisciplinario (por ejemplo es muy común mezclarla con Gallaretoterapia[2]). Sesiones personalizadas dirigidas a niños, adolescentes y adultos con necesidades especiales.

Nota: la reivindicación de la gallina en sus derechos como animal es dolinesca, la idea de los nombres de los animales autóctonos es de Fontanarrosa, la definición es copiada de la Equinoterapia.



[1] Básicamente consiste en que los pacientes, munidos de un cuenco, dan de comer a las aves.

[2] Consiste en la persecución de las aves que tienen la costumbre de pasar de un lado al otro de las cunetas inundadas.

viernes, 20 de julio de 2007

¡Gracias Negro!

(1944 - 2007)


Roberto Fontanarrosa - 19 de julio de 2007


lunes, 16 de julio de 2007

No me deschavés

acaece, compadre
todo acusa colateral
clickeo destino
en esta pocilga de sueños

acontece. muñeca
chimeneo
so pretexto embadurnarte bien

me busqué impecable
camarada, sanguíneo, malandra
y hasta aquí gambeteo oculto
para no derretir

chau che.


Victor Marcelo Clementi
Junio 07

sábado, 14 de julio de 2007

lunes, 2 de julio de 2007

Aguadébiles marplatenses (pensamientos de un renegado, 3)

Auto-máchico

El automóvil es el último refugio de la masculinidad asediada. Jamás se vio en la tele o en la publicidad gráfica de un cero kilómetro a una mujer al volante, aún cuando la mujer sea –y es—perfectamente capaz de comprarse uno, y según las encuestas maneja mejor que el hombre. Porque el coche es el pene erecto dirigido a toda velocidad hacia el futuro, una time machine entre el infinito y la nada del pobre macho al que ya quedan pocas capacidades exclusivas. Solamente el tipo es quien, además de comprar un auto, lo cuida, lo baña, lo asegura, lo adorna y lo repara, en una operación masturbatoria-narcisista por transitividad técnica. El auto más caro y raro es el que seduce mejor (y a mejores) mujeres, y hasta hay hembras que gozan prolongados orgasmos en relación al tamaño, brillo, color y precio del chasis, sin mirar la pelada, la panza, la estatura o, al fin, el desarrollo del órgano sexual del conductor. No es social sino biológico, como que la protección implícita de un rodado imponente, símbolo del macho que lo ostenta, garantiza en la hembra el cuidado de la cría –aunque no se trepe al auto-pene precisamente para reproducirse. El instrumento más avanzado de la tecnología al alcance del consumidor es, contradicciones de la modernidad, el que expresa como ninguno el primitivismo sin progreso de nuestra humana condición.
A eso se adjuntan las variables del relacionismo capitalista en torno a la competitividad masculina (nunca una mujer habría imaginado el capitalismo, cuya ferocidad de primacía y dominio corresponde por definición al macho): el que maniobra un auto usado pequeño es un fracasado de breve miembro, en tanto el chofer de un 0km de importación un agresivo y poderoso directivo de paladar negro y priapismo intransferible. La realidad puede dirimirse inversamente proporcional, pero, como todo en el dualismo social, la apariencia gana la partida.
Para la mujer, el auto es un medio –de transporte y bienestar. Para el hombre es un fin en sí, una autodemostración y un emblema. Si fracasa como amante, padre y esposo, el lujo o novedad de su auto lo consuelan, no sentirá tan devastadora su mediocridad. No entiende que delante de sí siempre se le presentarán semáforos, sendas peatonales, calles rotas, baches, calzada resbaladiza, abismos. Caerá en ellos tarde o temprano, pero le basta su convicción en los frenos y los amortiguadores. Cuando todo fisure, no lamentará que fallaron los frenos o los elásticos vinieron jodidos de fábrica: lamentará las roturas. Dicho de otro modo, no deplorará que el pene no haga gozar a nadie, sino que deje de aparentar erecciones. Difícilmente se verá a un marido o novio cariñoso enseñándole a manejar a su pareja en su propio auto. No sólo se aterroriza de que ella engrane la caja de cambios, frene de golpe y el de atrás le abolle el paragolpes –masculinidad herida de muerte, me han hecho el orto, flaco—o vulnere las llantas en la siempre imposible faena de estacionar. Lo que realmente le enferma es que ella, al menos en su rol de discípula, tome el control de su poronga. Que mañana lo deje a pie, una mañana de frío y luego de recibir una socavante reprimenda del jefe, o, peor, de su pareja misma.
Mencioné las encuestas. Una, reciente, en la ciudad autónoma de Buenos Aires, informó lo que todos sabíamos pero temíamos preguntar. Ellas manejan mejor. No es biológico, es social. Les importa llegar, no llegar primero. Cuidan su integridad y la de los otros, no la del animal mecánico. Son responsables –el hijo que va atrás es de ellas—y respetuosas –todos manejan autos y quieren llegar, no pasarse entre sí en las curvas o las esquinas. Un medio, no un fin.
Ningún macho se siente (se sabe) un genuino perdedor hasta que su auto no arranque un buen día. Ese día, sí, en que llovía y llegaba tarde. Y es que ya era tarde, y ese día de diluvio lo supo.


Gabriel Cabrejas