viernes, 20 de febrero de 2009

Teatro de un renegado, X

Balance 2009
Estrellas con un año de atraso y hasta en la sopa

Nadie cree en el Estrella excepto cuando lo recibe: lo típico de cualquier premio. Un reconocimiento siempre vale la pena, aunque, convengamos, mejor se recibe cuanto mejor es el jurado, y esto no existe aquí. Ciento veinte asesores cuya calificación se ignora dada su anonimia, y entre los cuales hay gente sapiente junto a meros cholulos garroneros de entradas, no contribuyen, ciertamente, a prestigiarlo. El negocio lo hace la Municipalidad: colaboradores espontáneos que no cobran un centavo, y un Gran Jurado que discute sobre las planillas presentadas y, de paso, tampoco aspira a un mínimo estipendio, faltaba más. Cada año reparte más pero no mejor, cada año quiere ser menos justo y más distributivo, así se sella la boca de los omitidos con el argumento de que todos tuvieron algo, y si son insuficientes las estrellas, se inventan nuevos galardones y santas pascuas. Sigue sin tener seriedad ni respeto, al fin de cuentas es un balance más del balneario feliz. En materia de premiación no se puede oscilar entre comercio y estética: o se inclina el fiel hacia una cosa o la otra o directamente carece de jerarquía e importancia. Nada, ni nadie, parece querer cambiar eso y queda claro que continuará esa rutina. Chau.
En lo que atañe a teatro oriundo, más allá de si rasguñó la nominación o el colgante adorna chimeneas, la presencia de los centros culturales ya forman parte irreversible de la postal, como que han pasado a ser el único refugio de nuestra escena independiente, y hasta un espacio de resistencia, pues hasta el Auditorium rifó su grilla al trío Midachi, habiendo tantas salas para el teatro mercantil, y relegando a los elencos locales al horario de las once y media y a la Nachman. El Caldero, El Club del Teatro, La Brecha, El Séptimo Fuego, El Galpón de las Artes, América Libre, EA, Liberart, cubrieron sus respectivas semanas con buena programación marplatense y alternativa. También le encontraron la vuelta al éxito: en vez del sueño inconducente de querer plateas multitudinarias, estructuraron su pasión alrededor de tres gradas y sillas móviles, autolimitaron su capacidad, planearon cada escenario a nivel suelo, tapiaron las paredes de cámara negra y acogieron un público sutil, reducido pero exigente, que supo de lealtades a otro tipo de propuesta. Temporada ardua, a no dudarlo. Hay muertos y heridos, sobretodo de los productores foráneos, que nunca bajaron de cartel y sin embargo tampoco bajaron el precio del ticket, inabordable para muchísimo turismo gasolero –el nuestro, vamos, ya más bien gasero--, así pues se resignaron al consuelo del Estrella después de quedar estrellados de racaudaciones. Que al tope de éstas haya una obra con 30 mil espectadores, cifra jamás superada en veinte años, frente a los cien mil largos del Negro Olmedo al momento de su fallecimiento, revela una realidad que no deberíamos soslayar: Mardel menguó su chasis de destino masivo, recibe menos gente y duplicó su demografía. El PBI estival se reparte peor que la generosidad simbólica de sus premios a la producción dramática.
¿Será tanta la interna en el debate del tribunal, que se necesita multiplicar los rubros? Si eso sucede, entonces se premia al jurado, no a los postulantes. Se hace peliagudo distinguir entre revista, varieté y music hall, salvo la contundente aparición de vedetonas emplumadas. No basta enchufarle la cocarda a revista, también regalemos una a mejor performance en revista, y todos contentos. Hubo tal cantidad de mejor actor/actriz que cualquiera puede decir que le dieron una estatuilla aunque sea mentira; van a venir de Broadway a laburar aquí. Humor individual/ humor grupal, musical individual/ musical grupal, trazaron idéntica tónica, que nadie se vaya con las manos vacías. Gestos de audacia uno solo: llamar a nuestra Natalia Alfonsi (Lisístrata) para recibir el revelación cuando el número puesto era Dalma Maradona. Estricta justicia, pero no festejemos. No se percataron de que es la única solapa sin separar entre los de acá y los de allá, y seguramente enmendarán pronto semejante despropósito.

La hora de los históricos

El 2009 será un año memorable en la panoplia de los históricos, los grandes honoris causa del teatro vernáculo, y con textos que en rigor debutaron en el 2008. Esperando el lunes, de Carlos Alsina, embuchó mejor obra marplatense y mejor director, el inoxidable Enrique Baigol. Pino Simonetti y Rosa María Muñoz –esta última fue revelación muy joven, dentro del plantel de Juan Palmieri, bajo batuta de Gregorio Nachman, 1975—tuvieron lo suyo (actor y actriz) por Maté un tipo, que a su vez condujo el gran Juan Carlos Polaco Stevelski, otro nombre que significa el drama marítimo.
Esperando el lunes no tiene un argumento sino muchos. En apariencia, el encuentro de un viejo y un joven, el primero zumbón y tramposo y el segundo crédulo e inexperto. Lo que sigue, una comedia de sketches para múltiple exhibición de histriones, y en esto se debe empezar por Martín Cittadino, vaya partener, el cual, en sí mismo, resume toda la educación y la esperanza de estas playas teatrales, el coequipier perfecto para contrastar al principal sin opacarlo y sin dejar a un tiempo de demostrarse.
El libreto de Carlos Alsina, más que partitura un bosquejo múltiple para ser ahondado e improvisarle encima, trata apenas esa dialéctica, el Joven y el Viejo, sin especializarse en didactismo, en la necesidad de enseñanzas recíprocas, aunque algo de eso hay solamente en función de que existan las diferencias que hacen al diálogo de caracteres. Al principio, tal cual ardid del absurdo, son dos personas en un banco de plaza donde el adulto comenta que la “obra de enfrente” nunca avanza. Tampoco el drama en cuanto a acción progresiva, y no hacía falta. El Viejo es bastante raro e imprevisible, y lo único que va a crecer es el grado, precisamente, de locura jovial, de punción de lo insólito. Porque en la escena siguiente el viejo finge ser dealer, cuando en la primera aparecía como consciencia del Joven que espera a una presunta novia, y en lo sucesivo el Viejo olvidará todo lo anterior y en otro se travestirá y de nuevo se volverá irreconocible. Esperando el lunes sorprende tanto como Baigol, un dribblin en el área que desconcierta al defensor-público y patea al palo contrario, instala una imagen fija y luego la desencuadra, como si fueran autores los actores y estuvieran, en el escenario, sacando animales inverosímiles de la galera. Baigol sabe cómo jugar con el Soberano. Se va bailando levemente de cada sketch y en los interludios, el fagot de Elizabeth Gautin logra igual efecto que la historia, tocando solos de todo registro en un sentido similar al libreto, que evoluciona del realismo de la primera escena al disparate de las últimas, de la imitación al teatralismo.
“Nuestra clase media es un gag, por eso nos gusta reírnos de ella”, epigrama David Viñas desde el programa de mano de Maté a un tipo. En teoría una comedia negra, en la práctica un grotesco dada sus implicancias sobre la ética posmoderna, la denuncia que el mismo humor cruel atempera como al pasar. Daniel Dalmaroni, premiado por Tito Cossa el año pasado en la ceremonia del Estrella –estreno de autor nacional en Mar del Plata—juguetea con un asesino serial criollo y padre de familia que tiene de crítica-aliada a su propia esposa, ingenua y cínica a la vez, un rol pintiparado para Rosa Muñoz. Simonetti, el marido maniático-obsesivo-compulsivo pasa sin peaje de la vulgaridad doméstica al deseo criminal; un role playing satírico, comandado por el psicólogo (Stebelski), con la hija del matrimonio bobalicona (Vicki Stebelski, que además descubrió y propuso el texto al conjunto), diseña la escena más cómica, donde los actores sencillamente se lucen y provocan la carcajada frente al horror. Stebelski piloto de la puesta todavía tiene cartas en el mazo: apelando al viejo gran guiñol finge un apaleo brutal mediante brazos y piernas de utilería, y desboca hasta el hartazgo la hilaridad del asesinato en escena. Maté sorprende aún a sus oficiantes. Dos años seguidos del éxito más descollante de nuestro teatro en mucho tiempo, producto del boca a boca, al fin en este período alcanzó la golosina de la crítica a su trabajo.

Un héroe de hoy y de siempre

La programación de El Caldero fue ignorada pese al desfile de jurados voyeurs –ninguno del tribunal superior—a lo largo del tórrido verano. Mejor suerte debieron obtener los actores de Tío Vanía y Para que se vea el mar (dirigió ambos la experta Graciela Spinelli), entre los cuales fulguraron los históricos José Casas Grau, Juan Carlos Lugea, Hilda Marcó, Elsa Alegre, Sandra Maddoni, Andrea Chulak, Laura Federico y el alma pater del Centro mismo, Daniel Lambertini, entre otros. América Libre mandó un abanico verdaderamente competitivo a través de La rosa de cobre, bocetada sobre el recuerdo de Roberto Arlt y bajo la guía de un promisorio maestro, Manuel Santos Iñurrieta. No obstante lo llamativo de la convocatoria, tampoco atrapó una Estrella al voleo –quizás sus organizadores se negaron a anotarse de común acuerdo--, y sí agarró un Premio Argentores La incertidumbre, del cineasta Julio Lazcano, complicada trama llena de parlamentos que pudo ser brillante en otro contexto, básicamente el del guión cinematográfico. Ángel Balestrini, otro gigante absoluto de los de acá, se ganó el Carlos Waitz de la Asociación Argentina de Actores y le tocó rememorar el lúgubre instante en que otros grupos, los de tareas, lo arrancaron del vestuario y de la vida. “Tenía 22 años, no tuvo trayectoria”, asintió Balestrini. Conviene no olvidar (jamás) que muchos murieron para que los spots iluminaran a los sobrevivientes.
El Séptimo Fuego tuvo su noche victoriosa, pero menos que otros años y es asunto de azar y no de racionalidad. Faena, el regreso de Marcelo Marán a la narrativa teatral, no cuajó del todo, lástima la muy interesante puesta de Viviana Ruiz. El autor malbarata la cita ficticia de Arbolito, el coronel Rauch y Manuel Dorrego en el limbo de las culpas y las víctimas por una excesiva brevedad y escaso conflicto, quedándose en lo expositivo del engarce histórico. Julius, en cambio, nominado tres veces –dirección, obra local, actor—se quedó corto, injustamente, al momento de confirmarse sus candidaturas.
Julius Fucik, para la Historia, fue un dirigente checo comunista fusilado durante la dictadura colaboracionista del nazismo que se abatió sobre Praga en la Segunda Guerra. Para la literatura, entronca en la tradición de los escritores confesionales cuya mejor obra corresponde a sus días de preso: no un Ana Frank que repasaba su cotidianidad oculta y adolescencial mientras iban rumbo al Campo familias enteras de judíos holandeses hasta ser ella misma una de ellos; más bien como Boecio, ejecutado por el bárbaro Teodorico hacia el final de la romanidad, o Silvio Pellico, patriota italiano (Le mie priggioni), y Antonio Gramsci, el cual reunía dos caracteres de un típico preso del siglo veinte, judío y comunista, y un tercero: víctima del fascismo. Menos doctrinario y profundo que Gramsci, tan nacionalista como Pellico, más comprometido que Ana e igual de intelectual como Pellico, la hoja de ruta terminal de Fucik, llamada Reportaje al pie del cadalso es testimonio febril, sangrante, de una voluntad humana sometida a vejámenes sin cuento que sabe morir de pie y entonando una canción revolucionaria junto al patíbulo, la Victoria del Hombre sobre la anécdota feroz de la muerte autoritaria: He vivido por la alegría, por la alegría he ido a combate, y por la alegría muero, dijo, dicen, antes de ser acribillado.
Julius, en cambio, para el teatro, convoca las voces que la Historia traspapela, inocula palabras imaginarias pero verosímiles acerca de una situación que el lenguaje del fusilado no contiene, pero hace implícitas. El debut de Marcos Moyano dramaturgo demuestra su experiencia, no sólo la previa de actor, sino la de puestista –no hay narrador teatral válido que no vea su obra como texto espectacular—y la de alumno. Hijo carnal (y ético) de Viviana Ruiz y Mario Moyano, del que recibió en herencia además la edición de Reportaje base, e hijo espiritual de Renzo Casali, del que a su vez conoció una primera pieza sobre Fucik, Memorias de un viejo cerdo, contó un haber de influencias a las que necesitó sólo sumar su talento, éste sí, totalmente propio.
¿Qué cosa nueva puede decirse, a estas alturas, del comportamiento de torturadores y torturados? Tal vez ninguna: el asunto sigue siendo cómo tratarlos, cómo disponer las moléculas para ofrecer un organismo novedoso que no caiga en lo obvio o lo trivial. Julius da otra vuelta de tuerca sorpresiva, reflexiva a la gramática del horror. Su meta controversial, porque no se amolda a la tragedia sino al grotesco, única vía de impostación creíble para penetrar en lo que Hannah Arendt denominó la banalidad del mal.
Primero, un maestro de ceremonias cuasi festivo, abriendo de par en par la cortina invisible: después de todo esto no deja de ser teatro. Transgrede la cuarta pared y advierte la autorreferencia, o sea, así escribí la partitura. La desnudez del ladrillo atrás, un armario del que sale, o entra, el asesino, metáfora de la pesadilla intimista, del terror interiorizado en ¿nuestra? vida. Un elástico de cama se convierte en el gran artefacto escénico en mutación, parado forma las rejas de la cárcel. El guardián Adolf Bohm genera la ambigüedad: calvo y de voz estentórea habla de la naturaleza y reparte flores al público. Moyano actuante, brechtiano e hipersensible a un tiempo, pasa del anuncio circense y las piruetas al grito desgarrador del supliciado, en la oscuridad, lo que duplica el margen del espanto. Gusta, la mujer del presidiario (Natalia Alfonsi) media entre el submundo del condenado y la esperanza del aire libre, contiguo y lejanísimo. Bohm, ¿es un sádico henchido de poder o simplemente un idiota con ínfulas, que desprecia y envidia a su víctima? Trepa como un gamo al ropero, suda bajo los spots, cruza el escenario raudamente, presa de su destino. ¿Sabrá que será recordado por matar a quienes mató, y no por la causa que le ordenó matarlos?
Amén del siempre sabio pilotaje de Viviana Ruiz y su compromiso inmanente con el mensaje, nunca aleatorio en ella –“dirigí para sacudir la conciencia acomodada de nuestros días”, tipea en el programa de mano—Julius entrega una formidable revelación: ese Marcelo Scalona que le pone el cuerpo a Bohm y recaba su primera nominación al Estrella. Su pregnancia de actor, el autodominio que despliega, bastaría para identificar la calidad mayúscula de (otro) trabajo difícil de olvidar en el Séptimo Fuego. Habremos de prestarle atención en lo sucesivo, tanto promete y tanto cumple.
Guillermo Yanícola no se ausentó este verano pero ya no buscó postularse, si bien picoteó en varios Centros y, como casi siempre, aumentó su oferta. Repuso Disparate, Floresta y Ubú algunas noches, secundado de gloriosa recepción: ya se perfila al teatrista que la gente espera ver. Se jugó a la innovación más revolucionaria en nuestro medio con La cocina (en La brecha), que promete una única subida al tablado mensual en doce episodios concatenados y a su vez autónomos, siendo cada montaje también diferente. Por su periodicidad no podía aspirar a premios y tampoco, claro, decidió competir deliberadamente.
Sorprende el vacío de teatro infantil en un ejido que se caracterizó toda la vida por abundar en elencos dedicados a él. Una fatalidad gubernamental, el adelanto de hora, hirió de muerte el primer turno para cenar en los restoranes, y extirpó los atardeceres, demasiado soleados, para las puestas del auditorio menudo. ¿Desaparecieron los grupos, locales y de importación, que cultivaron tanto las pequeñas fábulas? Tal vez el atestigua una tendencia universal, en cuanto al chiquerío lo extasía más el Mortal Kombat que los títeres y los payasos. Pero si el teatro para niños da un paso atrás barrido por el play station, menos chances tendrá la escena futura al resignar la formación de espectadores desde la infancia. Mal pronóstico: cada vez más gente hace teatro y se avecina una nueva etapa de sangría en la demanda. Muchos cisnes cantando no disminuyen la tragicidad de que sean, precisamente, cisnes.
Otro hueco, el de los circos. Había tres como poco cada temporada y hoy el rubro se levantó sin suspiros ni lágrimas. Queda una última pregunta irresoluble. ¿La crisis implica sequía de público o exceso de obras, que impiden la libertad de elección al asfixiar al elector, que de suyo viene menos días al balneario y sin divisas? Ochenta canales de cable garantizan que el televidente termine mirando a Tinelli. Miles de restó achican al peatón al pancho y la gaseosa. Eso y no otra cosa pasó este 2009. Muy buen teatro, que nunca llegaremos a contemplar entero.


Gabriel Cabrejas

jueves, 19 de febrero de 2009

Poemas de Yamila Greco




I

lo que nos recuerda las manos son las cuerdas
entonces manifiesto por los ojos la angustia y la crueldad
del plástico forzado por mi cadáver
es mantenerse incluso cuando los brazos forman huecos
no el estómago cansado
sino la insolencia de rasgar su privilegio
la cercanía limita el encaje que es la carne
mediante el grito que nos triunfa en delirio acabado
yo me postergo y me rebelo
contra la blanca solicitud de la pared reinante
y cargo heridas
aullar o permitirse el encierro
creo pero tener
el desnudo babosa el rastro plateado
y mi jurar no consentirse en espejos indecibles
es la lo
que das
mi búsqueda es un cuchillo o una piedra y otra flecha
machacadas contra la fuerza recta
pero quiero pertenecer
la cocina tiene patas son las arañas restantes
de la comida podrida
de mamá
es el designio de la abuela antes de
muerta
es mi propio ser habitando por la risa abierta
la gota seca de la rabia marcando muecas
mi baba retorcida en precipicios
a pleno diente roto su garganta es mi depósito


II

los gritos son el inicio de toda creación maldita
fieras de mi alteración el golpe de los pasos y las puertas
que vienen por qué no se van ajenas a todo lo que se suicida
por qué no te corto los pies
y elevo al mundo
fija a las necesidades altas porque no queda fondo que
temblar
la visión única de la cuna muerta por asfixia
de una escalera comunicando con mi palabra
metástasis es mi hermana
o el desequilibrio sin presencias deformadas
dentro de una habitación sostenida por la basura


III

yo no sé si levantar el nylon que cubre mis párpados
cuando el cuerpo se me revuelve en celo
atrevida en leche por mi nariz torcida en sangre
presagio del puño altivo que me descubre en asco
así el espejo sobre el pie que finge cuerdas
por qué no el sueño por qué no
suplicando los muros de un cadáver tibio
mi almohada es una bestia lúcida
cría salvaje de una mente inexistente
es un dedo custodiado por el ojo de la noche
un suicidio consciente y lento
donde se nutre mi perro yo me hago carne
derramada cruda en las ampollas del nacimiento
el agua me surge hervida
.............................salir quiero
temblando mi garganta en peste
porque todo respira


IV

pueden levantar los ojos porque es mi nombre
tentado bajo el grito de los perros
cuando el desnivel es tanto
que la noche es poca
y todo enfermo se asemeja compartido
a la sonrisa que me involucra
ni siquiera un dueño tembloroso
quemarme el estómago
en sorbos yo tarea de sangre
así me enrosco
..................................................bestia
colgando por las venas cuerpo y parte
de algún balcón amable
abrirme las manos por quiebre y traslado
del impulso que nos confía a los cuchillos
masticar la angustia como forzar los vidrios
hasta que la uña arrastre columna y carne


V

la entrada es por el ombligo de toda muerte
donde el llanto mastica
la escara sacra por donde se asoman los huesos
a través de la carne
yo me perjudico el ojo
cuando la bestia resplandece el cierre
yo abro los labios
y demuestro hambre
es la lujuria de Dios con su hábito de sombra
arrastrando mi nacimiento contra las ventanas


VI

estremece mi espalda la pisada
y la palabra escondida
dentro de todo fondo conquistado
yo pretendo más
la lucidez del gancho y la fuerza de la cuerda
sangrar entonces
y reaparecer por las encías
perforando el lujo de la boca abierta
treparme el rostro a pedazos
o confiarte a mis uñas
en el único intento de mi mano pocilga
porque el conejo es tremendo
dentro de la carne sola
ceniza hirviente, chilla exquisito
yo lo busco con desesperación de diente antiguo


VII

ofrecer ahora la mueca histérica de mis muletas
huir clavada en cruz por hambre y consuelo
de un diente aferrado
agita mi noche, el alto baile de la sangre
el choque de las mandíbulas
para hacer de ese gemido
mi órgano más soberbio


VIII

sostener con un cabello el plomo
y con el canto del fuego ladrar
los infiernos
es la lengua esclava de mil bestias
devorando uñas
extendidas como clavos

lunes (no) martes (no) miércoles (no)
jueves (no) viernes (no) sábado (no)
domingo (no)

es la prepotente administración que hicieron de las cuerdas
lo que nos obliga a festejar cabezas


IX

divulgar el filo sobre las caries
de toda madre inquietante

y derrocharse mediante el vómito

golpear con el cielo el cuello
cubiertas las pupilas por la cera oculta de la noche

caer agudo al precipicio y llamarlo asesinato


X

Tragar
noche
hasta
morir
en
altas
ventanas
de
luz
abro mis piernas
en plena búsqueda lunar
y encuentro conejos


XI

iluminar los ojos con la hermosa sinceridad
de las manos en mis fósforos
cortar la carne es
permitir el hueso
golpe
y el brillo fino de las tijeras
silencio golpe
golpe
toda mano en la garganta entorpece la tarea de los dientes

mi fantasía liderada por fantasmas
me atrevería a las pupilas

angustiando inversos los ojos
empujando diamantes sobre la tensión del perro


XII

recolectar vidrios con la humedad de mi hocico
las ratas sobre el sexo
el cuerpo retuerce mastica devuelve
los dedos como cuchillos
me adhiero con saliva a la pretensión en celo
es el lobo
me entrego a la guillotina
o confío en sus muelas

aúllo

mi fondo es festejado
por sus garras atrevidas en manicomio


XIII

habitarme por el suelo en guiño y en carne
aturdirme en huesos tibios
hasta que la máscara reconozca nuestra noche
o la pronuncie con los dedos

bajo la carne la expresión es fascinante
infecto la sonrisa con la mugre bajo mis uñas


XIV

toda búsqueda comienza por las uñas
atreverse al desnudo rascándose la carne

prostituta del espejo
me meo encima de tuyo

hasta iluminar el fondo


XV

Yo estoy muerta. Pero obligo a mis fantasmas


XVI

I
convidarme garra hasta el consuelo
mil pedazos justos clavados en la frente

II
importan los nervios instalados
el animal nos sobra

circulando en fantasías menores


XVII

formó su sexo como tibia
pero muerta

en la vulva el lobo
trepando mugre

Jesús prostituta alta
urge asilo

quiero

pero con sal
y bajo los surcos


XVIII

preciso manos y tengo uñas que desenlazan en la tierra
atajo de un auxilio permitido por los huesos

donde la tortura es limitada por la asfixia



Otros textos de su autoría pueden encontrarse en
http://blog.myspace.com/respirarpuedeserunfracaso


martes, 17 de febrero de 2009

El Quena Barrios





Acá no hay biodiversidad, perteneces a una vereda u a otra,
el mundo en blanco y negro.
Los colores son para quienes tienen paisaje. Más ves y más
recordás. El recuerdo es el charco que lame toda comparación.


Cansados de sudar la moneda haciendo piruetas en la esquina, los plaga empezaron a reventar bolsos a las viejas. Siguieron stereos, kioscos de chapa y algún marica.
El Quena y la manada, todos con el tatú de San La Muerte en los brazos tajeados a propósito para dársela de tumberos. Lindo oficio: aprendiz de tumbero.
Pero antes del choreo siempre cumplían con el ritual: por cada litro de tinto tres anfetas bien pulverizadas; un buen batido y al buche, mientras el porrro curado con gamexane burbujea duendes en el mate. Bien del cráneo salían a morir, total, qué poronga, si no es la yuta es el bicho, igual te vas temprano. Es la genética de la calle, el tiempo guacho.
Pobres, con esas caripelas están condenados; nunca subirán a un avión, excepto los arrojen al río. Nacieron sospechosos. Son esa cuota de mugre premeditada: tal porcentaje de la sociedad es mierda, o sea, sacrificable. Una vez lo dijo el Chavo del Ocho: ¨lo mataron las estadísticas¨ Tal cual, fumate un trago.
Y bueno. Así eran los chabones, la mala estrella les estampó una señal: Villa, Cabeza...Y pensar que de chiquito el Quena iba a misa. ¿Qué pasó? ¿Dónde perdió el sol? Ahora es un drogón barato, un vulgar ladri. Qué vaser amigo, nacieron para que laburen los rati, esos amargos, desagradecidos...


julio 2007


Chapucerita Roja


Era una nena con más de quince balurdos, con la remera roja y algo parecido al Che garabateado. Siempre de jean gastadísimo y zapatillas crotas.
-Mucha locura- le insinué una vez. Y sonrió.
Ví que sus ojos perdían luz. Eran ojos cansados, de tan prematuros.
Le decían Botnia, por lo pastera. Andaba por ahí, siempre sola, con la misma piel, bajo la lluvia repentina, sólo para ella...
Es inexplicable cuando muere la belleza.


Julio 2007

Victor Marcelo Clementi

domingo, 15 de febrero de 2009

Colección de Prosas callejeras

Colección de Prosas callejeras

Entre mis cuandos
en una de mis tantas excursiones antropológicas por el barrio
erraba yo con algun changa del Abasto cuando...

Quedarme con ellos afuera de la tarde
a morir esquina, de ronda y yuyo loco
-cuentan según cuentan-
atornillados al tetra o a la birra
haciéndole jopos al invierno que rumorea fueguito.

Salgo de esa nube que apoliya cristales
a desprolijar tanto mantra ilícito,
necesito mundos cuerpos esa miseria
donde convalidar al Hombre.

El padre de la madrugada arroja viudas
a las calles y en tanto hago camino asesino
poesías con mis genes nomades,
metamorfoseando hasta el exilio definitivo.


Intérprete

Subtitulo el Logos callejero
hasta moleculizarme
margino verbos
las teclas del agua

hay ojeras de chapa
babeando la modorra

la luna sangra hijos
llena de sures el baldío

indago esa aristocracia cartonera
un teorema de pan

la leyenda me dice despedida
rasguño versículos de Tiempo
y sólo caen presagios que recorrer.


Con la velocidad del silencio


Soy la piel de algo
cautivo al laser imaginación
viajaré en lo primero distraiga
de tanta realidad sucia,
me calma el desacierto.

Regreso a la humildad que no hallo
sociópata de a ratos
con intervalos terroristas
lo mas parecido a la verdad soy,
otra morisqueta del absurdo.

Siento al poema lejos
un inminente aullido
anterios a la noche
merodea.


Victor Marcelo Clementi 2009

viernes, 6 de febrero de 2009

Cuento Tradicional (RECICLADO)

TEATRO DE HUMOR
del Ayatolaitz y Mauro Martínez
con Juan Falcone y Mauro Martínez
dirección Mauro Martínez

Participó dos temporadas de teatroxidentidad de Mar del Plata

"Cuento Tradicional (RECICLADO)"



Un relato para adultos
pero sin perder por ello
la crueldad nesaria
de un cuento para niños.


Domingos 15 de febrero - 22hs.
Centro Cultural América Libre - San Martín y XX de Septiembre - MDP
Entrada a la gorra.

lunes, 2 de febrero de 2009

Teatro de un renegado, IX

La Revolución silenciada, de Andrés Lizarraga y Eduardo Lozano
El sonido y la furia de un largo silencio
(Si ves al futuro, dile que llegó)

El teatro histórico entraña dos riesgos, solemnidad y maniqueísmo, pero ellos mismos son su destino ineludible: por más que se los humanice sus agonistas son héroes y villanos, como en las fábulas con moraleja, y de eso sustancialmente se trata, porque más debiéramos llamarlo teatro político del pasado, dirigido a aleccionar al presente. Siendo sus criaturas producto de la Historia y no de la Imaginación, no existe libertad para el autor cuando debe encarnarlos en actores, y en última instancia quien tomará partido, le guste o no, es el receptor, que acordará o no con el punto de vista del dramaturgo. El verdadero intérprete, en el sentido del sentido de la pieza, será pues el público.
De eso hablamos al hablar de La revolución silenciada, la magnífica puesta sobre la gloria y agonía de Juan José Castelli, el patriota sentenciado de la Revolución de Mayo, en versión adaptada de Tres jueces para un largo silencio, el clásico que escribiera Andrés Lizarraga como primer lado de la Trilogía de Mayo –los otros dos, Santa Juana de América y Alto Perú—en 1960. Eduardo Rodríguez Lozano, director de Cenizas y Príncipe y princesa (1998), Las patriotas@com (2000), por citar algunas obras, la montó durante una temporada en que la Historia se hizo presente en el teatro, junto a La tentación (dirige Santiago Doria), del neorrevisionista Pacho O´Donnell. “Contar la otra Historia”, dice Juan Ruiz, que representa una suerte de mimo-payaso, ya en el foyer del teatro, al repartir escarapelas munido de un paraguas, a quien quiera ingresar a verla. Y en tal cosa coinciden los tres dramas: denunciar la realidad pretérita expulsada de los manuales escolares, divulgarla fuera de las aulas liberales, y sobretodo exhibir el fracaso de nuestros Fundadores, abandónicos, traicionados y enfermos, solitarios en su causa por las intrigas y mezquindades de la corrupta política de un país en nacimiento –prefiguración inquietante de las que habrán de venir en los siglos venideros.
Lozano y Luis Sirimarco, co-adaptadores, pergeñaron una síntesis del original, comprimiéndolo a un solo acto, eliminando personajes y virtiendo a los seleccionados entre seis actores. También la concepción escenográfica se autolimita: el living del latifundista Alvarado es también el despacho de Castelli, su lecho en la cárcel y hasta el tribunal. Este último, que ocupa el capítulo final de Tres jueces, sufre una parodia extrema, reducido a dos pelucones sobre cabezas de maniquí y luego a dos títeres, que Ruiz manipula, y así burla a dos (y no tres) magistrados, los que enviara el Buenos Aires de Saavedra para sentenciar, no para juzgar, a Castelli. El trabajo sincrético de los autores, destaquémoslo, es una astucia supina. Suprime accesorios, como el marido de Juana Azurduy, otros testigos del juicio, varios soldados, un diálogo entre presos que reconocen al patriota-reo, y a cambio multiplica las sabidas capacidades del elenco, que desempeña roles muy distintos en sendos actores. Ejemplo, el de el propio Sirimarco, un ricachón cobarde de voz aflautada y el general Viamonte –responsable de abandonar el campo de batalla en Huaqui, presumiblemente bajo órdenes del ejecutivo porteño a fin de culpabilizar a Castelli y desampararlo. O Emma Burgos, una de nuestras grandes actrices, que es una patricia reaccionaria y luego nada menos que Juana Azurduy. Ruiz, maestro de ceremonias con cara enharinada y aspecto bufo, comentarista sin palabras de lo acontecido, viene a enlazar pasado y presente, abrevia las partes omitidas, contrapuntea la tragedia riéndose de lo lamentable. No faltan sutilezas realmente brillantes. Una radio, al costado del escenario, hilvana discursos políticos de toda época, desde comunicados militares a la voz del Che. Otra: Viamonte entra a escena como si desfilara, se cuadra y... viste un uniforme del ejército argentino actual.1
Pero no podemos dejar de exaltar el estentóreo oficio de las principales siluetas masculinas. Pablo Milei (Castelli), Pablo Gil Villafañe (Alvarado, Balcarce) y Marcelo Goñi (su Monteagudo le valió la nominación al Estrella 2008), tienen una poderosa pregnancia y un dominio absoluto del espacio cada vez que se paran en él. De igual eficacia son los otros coadyuvantes de la puesta, la banda de sonido a cargo de Darío Ponce de León, el diseño de luces de José Barrera y el entrenamiento corporal y coreográfico de Marta Sol Bendahan.
La revolución silenciada, en definitiva, es una apuesta fuerte del teatro marplatense, que decidió aventurarse en el drama histórico y, de la mano de Lozano y su tan idóneo grupo de profesionales, acaba de darnos dos lecciones inolvidables: la revisión de la Historia y la calidad de nuestros hombres y mujeres teatristas. Dos realidades que conocíamos, y que gracias a ellos están más que nunca presentes.

Gabriel Cabrejas

1 La obra hace hincapié en un dato no menor: los jacobinos de Mayo pretendían que su revolución no fuese sólo política sino también económica, procediendo a implementar una reforma agraria que repartiría los latifundios entre los desheredados, lo cual explica la oposición de la clase terrateniente lugareña, en este caso, del Noroeste del ex virreinato, y las arengas incendiarias de las autoridades eclesiásticas, fieles defensoras del status quo colonial. Véase Andrés Lizarraga: Tres jueces para un largo silencio, edición del CEAL, 1982. Se publicó junto a El señor Galíndez, de Eduardo Pavlovsky. Mencionemos asimismo que la ironía trágica que aquejó a Castelli, el orador de la Revolución que murió de cáncer de lengua, inspiró al novelista Andrés Rivera (La revolución es un sueño eterno).