viernes, 21 de diciembre de 2007

Néstor Payador


Miente, miente, que algo quedará.
INDEK

(de La Cocuzza en papel... en papel opositor).
Ilustra Quique Kessler

Vaginas Traviesas

Con la mandíbula caída
por babear mocosas
con tetitas erectas
y un ombligo perfumado
a curvas

ellas son así
lastiman el deseo mísero
sólo con existir
chocolate prohibido

así de miel altiva
lamer hasta ahogar
morder sus pezones de licor

y luego mecer
en una hamaca de piel.

Victor Marcelo Clementi

viernes, 14 de diciembre de 2007

Sociología berreta, 1

Clases de gente

No soy sociólogo –ni Dios permita- pero si lo fuera, y aún sin serlo, se me ocurre que las sociedades de nuestro tiempo tienen más o menos la siguiente estructura, vino nuevo en botellas viejas, claro está, sin intención alguna de resultar original –que los sociólogos tampoco lo son:
Clase gerencial: antes los llamábamos los ricos, pero entendíamos por tales los grandes capitalistas dueños de empresas. Naturalmente siguen existiendo, y como se sabe son menos y más ricos, pero los que detentan el dinero, forman los precios, amplían los planes de ganancia, abren sucursales, se expanden a otros países y contratan publicistas y empleados son los gerentes. Ellos se llevan la torta porque otros la moldean, cuecen, adornan y venden, pero la receta la tienen ellos. El capital en rigor lo proveen accionistas y consumidores, mientras el propietario y fundador de la empresa proveyó sólo la primera receta, para luego delegar en los primeros subalternos las movidas de ajedrez consecuentes. Espacialmente los encontramos en la mesa de directorio o en los lujosos offices de las compañías, y habitan los countries cerrados, nuevos castillos del superfeudo posmo, y cuanto más grande y diferenciado es el organigrama, menos se los conoce. Dos grandes diferencias tienen, pues, con los gerentes del capitalismo moderno –al neoliberal lo llamaremos tardío. Por un lado, absorven más renta que el resto de la cadena en proporciones escandalosas, hasta llegar a estudiarse el tema en el Capitolio norteamericano, a pesar de constituir el país que mejor avaló estos desbalances monstruosos. Por otro lado, los caracteriza un aislamiento sideral respecto de la sociedad a su alrededor, con la cual han logrado casi no contactarse, incluyendo sus propios subordinados de la clase laboral: en San Pablo, cada mañana sobrevuelan helicópteros que conducen desde sus lejanos cielos a los gerentes hacia los edificios de su responsabilidad, sin tocar siquiera la calle que comunica ambos extremos del espinel social. Del helipuerto a casa y de casa al helipuerto. No hace falta ser gerente, aclaremos, para colarse en la estratósfera social: estrellas de rock, conductores y actores de tv y cine, chefs internacionales, modelos y diseñadores, cuentapropistas varios que escalan la independencia financiera, cumplen el american dream primer o tercermundista en grados variables de acuerdo con la apetencia marquetinera y son los únicos, pues, en los que se cumple el sueño de ascenso en esta estructura de exiguas grietas. Falso es, digámoslo, en el capitalismo tardío, el punto muerto para la velocidad de crucero, dicho de otro modo, nadie empieza sin absolutamente nada, como nos contaron de nuestros abuelos inmigrantes. Otra vida es ésta, los tiempos son más cortos, el mercado abruptamente cambiante, la oferta mínima, y nadie puede planificar hacerse rico en treinta años de esfuerzo obstinado y honesto: agua pasada, siempre se cierne el fantasma del estancamiento, de la juventud fugaz y la vejez inmediata sin madurez en el medio. Todo es un museo de grandes novedades.
Clase política: Es la intermediaria entre el micropoder gerencial y el popular –las llamaremos clase laboral y clase marginal. Quiero decir, trabajan alternativamente para uno u otro. Su origen no es el capital sino la gente, a quienes delega pero no representa, o no la representa del todo. Con el poder vicario, transitivo del voto, relacionan los intereses de las clases inferiores con el interés de la clase superior, operando a favor de unas o la otra según las circunstancias y, eventualmente, la ideología que se presupone alientan, o los alienta. Lo que llamamos ideología es una pragmática de la conveniencia/inconveniencia, cortoplacismo decisorio y mero estudio de factibilidad, que balancea la importancia socio-electoral de quienes se quejarán o serán afectados, quiénes pueden seguir esperando, a quién le urge qué y su voluntad de paciencia o ruptura del pacto implícito. El Bien y el Mal son entidades laxas e indefinibles simplemente porque los políticos no se mueven en la conciencia de futuro, sino en resolver temas año a año y ver qué pasa. Como actores intermedios, los políticos se nutren de sueldos del Estado, muy altos para evitar que prefieran acceder a la clase gerencial, pero suelen percibir emolumentos extra de sus mandantes del micropoder superior, porque éste necesita de ellos para representarlos y como son menos, no alcanza con su voto efectivo. Y así forman una clase que no es popular –léase laboral-marginal--, pero adquiere privilegios de gerencial, y por eso quienes llegan a ella no pueden descender, a riesgo de perder su posición pero también ser castigados por sus delegadores, y normalmente luego de terminar su plazo de ejercicio –todas las clases son por definición inestables- consiguen una plaza entre los cuadros cumbre de la sociedad, o son reinstalados en otras funciones públicas según hayan servido bien a la corporación política. El ex presidente mejicano Vicente Fox es actual Presidente de la Coca Cola Company de su país. Más obvia es la recolocación de los ex ministros de economía regionales, con la salvedad de que no se prepararon, como economistas, para ser ministros toda la vida –al revés, acumulan méritos en la actividad privada, muchas veces, y luego se coronan en la clase política, y de regreso, por méritos en la actividad política reascienden al trono gerencial. Curioso símbolo, la reunión de gabinete muestra la escenografía de una mesa de directorio, y cada funcionario destacado –presidente, gobernador e intendente- tiene la suya; como se trata de una clase intermedia-intermediaria, no es dificil encontrar al político también en la calle –de campaña, cortando cintas, en el tedeum, el acto escolar y el casamiento de la hija mayor.
Clase laboral: Menos dinámica que en la modernidad, el Sujeto Trabajador aún hoy puede trepar a los dos micropoderes anteriores, pero no si se dedica, como cada vez más, simplemente a su trabajo. Esta clase es populosa y para nada homogénea, pero ninguna lo es. El Mercado concibe sus propios beneficiarios entre los integrantes, y aquí provienen tanto del Estado como de las empresas, en relación de dependencia o cuentapropistas. Lo distintivo respecto de las clases de arriba es que no pueden dejar de trabajar, amén de la índole de su trabajo. Los operarios metalmecánicos, dueños de pymes, abogados, médicos, farmacéuticos, y en un segundo renglón los choferes de colectivo, universitarios con dedicación exclusiva, judiciales, tabacaleros, etc., viven sometidos a ese Mercado que da y quita, pero siempre han de conservarse en su clase, y peor, bajar de ella aunque raramente subir la escalera. En una tercera categoría hacia abajo están los demás docentes, empleados de ministerio e instituciones del Estado, enfermeras, empleados de comercio en blanco y negro, comerciantes con un único comercio: muchos pertenecen a una subclase de nuevo cuño, los nuevos pobres, que sufren rebajas de salario, movilidad laboral, reducción de horas o seguridad social, y se mantienen sobre la línea de flotación sin sólidas posibilidades de progreso o con breves períodos de relativa prosperidad. No pierden pero nunca ganan. En las crisis pierden todos. Sin embargo, estos, los menos beneficiados, son los que gozan de chances de reubicación o supervivencia, al ser los menos especializados y menor calidad de vida.
Clase marginal: Debajo del zócalo, ahora se llaman indigentes, indi-gentes suena a indígenas e indigeribles sociales y algo de eso hay. Los que ya no tienen trabajo, o nunca lo tuvieron ni lo tendrán. Forman una subcultura de inferior desplazamiento que los siervos de la gleba y los vasallos campesinos del viejo señor feudal, que al menos podían aspirar a su protección dada su pertenencia. Los del micropoder laboral visitan –no se quedan- los directorios y gabinetes como el mozo que trae el café, usan las calles sólo de tránsito, pueblan el grueso de las ciudades. El Marginal vive en la periferia, nunca subió al helipuerto y hasta vive en las calles que no pisa la clase gerencial. Contradicciones de esta nueva sociedad, no es infrecuente que su asentamiento –antes se llamaba villa miseria- esté a un paso del country, como el vasallo cerca del castillo, pero ahí acaba la comunicación. De allí no se moverá –el laboral puede bajar o subir, aunque difícilmente-igual que el gerencial. El miembro de la Primera lo ignora, el de la segunda lo invoca, el de la tercera le teme o lo odia en partes iguales: ninguno lo convoca. Con sus asimetrías, en lectura darwiniana, hay europeos en la Gerencial, mestizos –raciales y/o culturales-en la Laboral, nativos originarios en la Marginal. Milagro inclasificable son los Deportistas, siempre que sea mercadófila su filiación: retribuciones gerenciales y situación de dependencia, origen a veces humilde-marginal y ascenso vertiginoso. Seres problemáticos y de perfil cambiante, como que brindan esperanza y consuelo al Marginal, divierten y solazan al Laboral y benefician al Gerencial hasta instalarse allí mismo, en la cúspide de la pirámide. Los marginales no tienen mandante, pero son libres por puro desamparo, aunque la clase política los suele subsidiar mediante Planes Sociales, mientras la clase laboral es por definición dependiente pero se autoabastece –sin ambiciones- y es sin embargo más libre al merecer una porción de la torta que hacen y comen, dejando las migajas para el sector margipobre. La Gerencial, en teoría, también depende de lo que demandan y consumen sus subordinados laborales, pero en la práctica su poder de acumulación puede prescindir de sus dispendios.
La Primera y la Última son casi inmóviles. Pongámonos nostálgicos: en el capitalismo moderno existía el Estado de Bienestar, que amortiguaba la diferencias. Poca clase gerencial menos opulenta, los marginales eran simplemente pobres y se posaban junto a la ruta, no al borde del precipicio –o al fondo- y la clase laboral era mayoritaria. Ah, la clase política también formaba parte de ella.

Gabriel Cabrejas

lunes, 10 de diciembre de 2007

Cinencanto diciembre

El cine argentino que nos queda
Señales y estigmas

Este año, como los anteriores, se filmó mucho en la Pampa. Se estrenó en salas marginal-estatales –el complejo Tita Merello, llamado la tumba del cine argentino- y no llegó a verse casi nada fuera del circuito porteño. Dos compitieron por llegar a representarnos en el Oscar, La señal y XXY, ninguna brillante, modestas y con gusto a poco. De ellas habla esta crónica abismal.

Nos debemos una discusión seria sobre para qué y para quién sirve la producción de los jóvenes egresados de las academias de cine. Cortados por la misma moviola, tediosos e impersonales, parecen filmar con destino a la crítica concheta y los festivales internacionales cuyos tribunales comparten idéntica pasión por el discurso de minorías. No los impacienta el vacío de público, el cual, creen soberbios, debiera ascender a su lenguaje. La pródiga caja chica subsidiadora del INCAA les avala continuidad sin preocuparse de la gente. ¿Estilo endogámico, políticas erróneas, modelos de enseñanza únicos, crisis de guionistas? Un poco de cada. Desanima, igualmente, que llegue a Mar del Plata una porción atómica, descontando su fracaso de antemano...

Señales, tu parte insegura. A simple vista los dos largometrajes tienen un actor en común, Ricardo Darín, que vuelve a componer un héroe oscuro, pero menos profundo que el epiléptico de El aura, hasta hoy la gran película argenta del último lustro. Aquí –La señal- se juega a ponerse además detrás del lente, junto a Martín Hodara, sin tanta convicción como afecto y gratitud al director trunco, Eduardo Mignogna, fallecido durante el rodaje.
Tuvo dos estigmas difíciles de sortear. Por un lado, Mignogna siempre tuvo dificultad al transferir sus textos novelescos al formato pantalla: La fuga (2001) se veía más sustanciosa en la narrativa libro que al sufrir su trasplante: las criaturas cobraban más cuerpo que el valor intrínseco del relato –La señal comenzó novela, escrita en el 2002. El otro flagelo es genérico. El policial hard boiled posee reglas irrestrictas, y si se lo parodia pasa a ser otra cosa o se somete el cineasta a él y corre el albur de la previsibilidad y el adocenamiento. Dicho de otro modo, La señal no deja de destilar el sabor a rancio e incompleto de lo obvio solucionado a medias. Ojo, no les falta modestia profesional a Darín/Hodara y cumplen sin estridencias el abecé y he aquí una contradicción insalvable. O perdonamos a Darín por su aventura autocontenida desde su inexperiencia o nos ponemos salvajes, quizás injustamente, y le achacamos saber demasiado poco para nadar apenas arriba de la línea de flotación en aguas desconocidas.
Vayamos paso a paso y releguemos los méritos al final. El film adolece un problema –básico-de casting. Nadie dijo a Ricardo que Julieta Díaz, revelación de Campeones y estupenda chica abusada en Locas de amor no daba el rôle de femme fatale a la usanza noir. En pocas palabras se le nota grande de sisa el perfil de perversa manipuladora. Bella pero no sensual y decididamente muy dulzona y perdida en el papel. Salva la ropa, cuándo no, el todoterreno Diego Peretti, partener arquetípico del buddy film que se ganó la franja cínica de los diálogos. El protagonista, solvente actor si los hay, está invirtiendo mucho en cara, esa semibarbada expresión de fatiga existencial que hace pensar en un registro limitado, o la mala suerte de enredarse en personajes similares. El argumento de chantaje y venganza se expone tan en el fondo como el contexto sociopolítico y nunca se entrecruzan o retroalimentan, más ocupado en la alternancia entre el Pibe Corvalán y Santana, los dos sabuesos, que se desbordan de la trama y pasan a ser casi lo único destacable. La sociedad en vilo ante la inminente muerte de Evita se observa lejana, casi con obligación: 1952 sitúa a la ficción en los años áureos del género mejor que en la Historia que le sirve de ambientación. Se extraña, además, la ausencia de un villano, imponderable, y todo el peso del Mal termina alojándose en la actriz, sobre sus delicados hombros desnudos.
Sin embargo, La señal merece respeto precisamente por lo mismo que se le reprocha, ser fiel al programa negro, contrapuntear el fatalismo que sobrevuela desde el principio al Pibe con la irrevocable certeza del destino de la Jefa Espiritual agonizante, símbolo del final de una época. El so long, my friend, en boca de Santana, abriendo y cerrando el film, describe el círculo trágico que imbrica biografía y contexto, aunque los autores no busquen aprovecharlo. La música incidental, Fresedo y Sinatra, la iluminación azul rutina muy afín a la estética del blanco y negro y el ajustado diseño (Marcelo Camorino, y Margarita Jusid, colaboradores eficientes de Mignogna) resuelven con holgura las chances imaginativas del dúo directriz.

X de incógnita. La señorita Lucía Puenzo lleva a su modo un lastre- estigma: el apellido. Convengamos en que, de no ser por el Oscar a La historia oficial (1985), su papá no habría trascendido, tal vez ni siquiera filmado, habida cuenta de sus infructuosos bodriazos, desde Gringo viejo (1988) a La puta y la ballena (2004). Su hija empezó igual y el Premio de la Crítica en Cannes 2007, un poquín excesivo –más para el tema que para su concepción—podría augurar un fatum igualito.
La señal sufría agujeros de casting: XXY, al contrario, pivotea su fuerza exactamente en él. Muy bien elegida Inés Efrón para componer a la hermafrodita Alex, ambigua en sí desde lo físico, y también su eventual amante adolescente y su crisis de identidad, el feo y conflictuado Martín Piroyansky. Es entre ambos que el juego de desencuentro y soledad se desplaza; sus respectivos padres (Darín/ Valeria Bertucelli, Germán Palacios/ Carolina Peleritti) ensayan una danza quieta a su alrededor, incapaces de entender, frustrados y melancólicos ante lo inexplicable, o en todo caso, irresoluble. ¿Alex debería operarse y ser definitivamente mujer o elegir el doble ambage de su sexo, inscripto en su nacimiento? El libreto no toma partido, sólo muestra y deja abierto el interrogante. El problema en realidad se les plantea a los adultos, deseosos de corregir a un monstruo y dudando de su propia normalidad, una madre culposa, un padre biólogo que padece dentro de su familia la anomalía que le tocó estudiar, el cirujano plástico (Palacios) dispuesto a humillar a su hijo indefinido. La sola escena de sexo de Alex con Álvaro, siendo ella la parte activa, vale por todo el desarrollo.
XXY, sin lugar a dudas una película inteligente en su medio tono, objetivo, y en la marcación de actores. Localizó la ficción en la Patagonia, tan socorrida por nuestro cine para climatizar desiertos convivenciales, el acoso de la naturaleza inhóspita que abandona al habitante a enfrentar sus fantasmas; puede decirse que se volvió un tema en sí, una obsesión espacio-moral. Se (re)siente de Puenzo, como un rasgo generacional, es su manera impersonal de contar. La corrección de manual al instalar la cámara, la meditada fotografía, la creación de ambientes, son en sus manos el mejor ejemplo del cine joven nacional, pero todos se le asemejan, y si no supiéramos que le estampó su firma se la habríamos adjudicado a cualquiera. Cumple sin satisfacer, rehúsa apasionarse, equilibra palabras y silencios. Un prospecto europeo de los que extasían a los jurados de festival.
Esperaremos, en fin, las próximas peripecias de Lucía, y de Darín, que quizás le tomó el gusto a dirigir y dirigirse. Chequera abierta pero no en blanco, en vistas de tanto celuloide criollo arrojado al mundo durante esta temporada, húmedo de imágenes y seco de plateas.


Gabriel Cabrejas

viernes, 9 de noviembre de 2007

Aguadébiles marplatenses (Confesiones de un renegado, 6)

Consejos para terminar de una buena vez con la autoayuda


No escribo libros de autoayuda, pero si los escribiera, trataría de que no fueran así:

1) Parten de un falso principio: que todos podemos arreglar nuestros problemas siempre, dependiendo exclusivamente de nuestra buena voluntad y afán de superación. Un individuo, entonces, podrá superar la depresión, la separación del vínculo amatorio o matrimonial, la pérdida de un hijo, una enfermedad terminal propia o ajena, la simple insatisfacción por des-alcanzar las metas personales, y siendo más triviales, seducir actrices de Hollywood, ganar amigos millonarios, obtener el mejor promedio de su generación, triunfar en la Ópera o torcerle el brazo a la ruleta con sólo proponérselo. Nada influye el ambiente, la carga genética o educacional, la alimentación o su falta, las condiciones socioculturales o tener pie plano. Basta leer el libro y hazlo tú mismo. Hijo del cuentapropismo aficionado, ése que enseñaba por correo a armar aviones o reparar la licuadora, el ser humano es un modelo potencial que en vez de recomponer rompecabezas o salir de laberintos, puede, si realmente quiere, obtener la Felicidad Terrena autoempujado por su inacabable ánimo. La vida es una carrera de obstáculos con uno mismo como meta, y adolecen de entidad si son muros de concreto y no hay escaleras, se abre un foso lleno de cocodrilos y se tienen patas cortas o alguien nos engaña con las señalizaciones. Esas trabas las pone uno, chaval. La realidad es lo que uno quiere que sea, y punto.

2) El autoayudista se propone como ejemplo de superación: su extraordinaria experiencia, de altruísta que es, le sirvió para escribir el presente libro, robarle el fuego a Cronos y bajarlo del Olimpo hasta nosotros, pobres mortales desorientados. El Hombre que Venció a las Drogas, el Enfermo Terminal que se Curó, la Divorciada que Doblegó a la Soledad y la Humillación, el Narcotraficante que se Hizo Evangélico y el Asesino Serial que Compró un Orfanato se vencieron en sus peores inclinaciones y luego se hicieron ricos vendiéndoselo a otros. Nadie experimenta en cabeza (y voluntad) ajena, y nadie sale solo del horror en que ha caído, pero tales y sencillas verdades de perogrullo el autor las obvia deliberadamente para establecer el vínculo mentiroso del Vencedor Solitario hacia el Vencido también Solitario. La narración seminovelada articula un método persuasivo a través de una historia que, todo escritor lo conoce, agrega insensiblemente ficción (autoficción) y después, onda fast food espiritual, se entrega a domicilio para indicarnos que además de ciegos o abúlicos somos imbéciles: la solución estaba delante (y dentro) de nosotros y no la advertimos. La vida se presenta complicada, pero su solución es rematadamente simplísima; los complicados somos nosotros, que no dimos con la llave que estaba en el bolsillo. El narrador pasa por alto, o apenas menciona, elementos inefables o bien materiales que se le prodigaron en el peor momento –una puerta entreabierta justo a su paso, un profesional que brindó colaboración, una resurrección médica cuando agonizaba, un pariente, un cambio de clima, la lucidez de otros mientras él se emborronaba—y los relee, torcidamente, como pautas accidentales que él supo ver, y no otro que pasara por lo mismo. Contradicción flagrante, el tipo se dice y sabe excepcional pero cree que sus lectores también lo son. Padeció lo que muchos, pero sólo él se las arregló para salir airoso. Nadie, sin embargo, está dos veces en el mismo contexto, ni se asemeja al modelo, ni sufre del mismo modo, ni vive –siquiera—en el mismo país –aunque lo sea formalmente, desde el tiempo de la escritura al de la lectura ha pasado al menos lo que tardó en imprimirse. Desde el lector, el libro de autoayuda exige una operación compleja: debe simplificarse hasta ser igual, incluso idéntico (lo cual es imposible) al escritor, a fin de que la enseñanza le sea favorable in toto.

3) A veces, no seamos injustos, pedalea en estos libros híbridos –novelas sin final, ensayos en primera persona, digestos indigestos de refranes plagiados y cautivantes—un gurú providencial que emerge en el instante más crítico en la vida del protagonista-narrador. Es el que la tiene clara, el portavoz, una suerte de otro yo que invita al público a ser como él. Su oyente y transmisor de estas verdades reveladas (re-veladas) hace las veces el papel del lector ignorante, que se convertirá en ganador-de-sí-mismo como el escritor lo fue a partir de escuchar atentamente sus enseñanzas. Yo fui tan idiota como tú, capullo, le dice, entre líneas, al receptor. En casos de mayor nivel literario, el autor engarza pequeños apólogos sabihondos de los cuales sonsaca conclusiones autoayudísticas. El mito del mensaje sobrevuela el índice; su consumo informa, sociológicamente, la actual desorientación y soledad del individuo en la aldea global, donde es fácil y casi perentorio sentirse culpable del fracaso y a un tiempo no es práctico reflexionar demasiado sobre él, sino apurar soluciones predigeridas, ya masticadas y puestas en funcionamiento por otros. Como todo en el Mercado, tu problema es propio pero la solución, general. Nueva contradicción: lo que a ti te pasa, le pasa a millones, pero sólo tú lo puedes resolver. Nadie más es responsable. Lo que nos lleva a:

4) Autoayuda, arquetipo de la sociedad liberal. Los autores no han visto un pobre jamás y desde luego, los pobres no leen sus libros –ni pueden comprarlos. La new age philosophy, forma degradada y pauperizada de la ética, la psicología y la religión en obscena mezcolanza fin du siecle, con cachos de hinduísmo y budismo, barruntos brutales de psicoanálisis, nutricionismo para el alma, superstición milagrera, deshechos de ecología, autobiografía hagiográfica y manual de instrucciones, constituye la síntesis de la educación capitalista todo terreno. Nunca habla de progreso social ni manifiesta ideología alguna, no critica la estructura de una sociedad –recordemos: cualquiera puede hacer lo que hice yo conmigo—y cae en la ingenuidad perversa de sostener, en última instancia, que si todos siguiéramos el modelo, el mundo sería mucho más habitable, sin necesidad de políticos o economistas. Así como el referente no es más que un desafío incapaz de cambiarnos el camino, tampoco nos importa lo que le suceda, ya que apenas existe en relación a nosotros. Si todos fueran como yo, el planeta sería hermoso, limpio y feliz. El problema es que los políticos no me leen. Incluso, los autores desprecian el correlato social, como si en el fondo la sociedad fuese enemiga de la voluntad. No debe importarnos a la hora de nuestra superación, pues posiblemente se oponga, al no contar con nuestros supuestos valores. Allá ella. Primero yo, después el mundo. La Felicidad es un producto de mercado, que como tal se compra individualmente, por el importe de la tapa. Siglos de reflexión sobre la eudaimonia, páginas y páginas de filosofía y teología, prédicas y sermones, recetarios sesudos de grandes pensadores, son rápidamente sustituídos por una colecta de aforismos a grandes caracteres y un precio escandaloso.


Gabriel Cabrejas

miércoles, 17 de octubre de 2007

Cinencanto: otra anticrítica

Cine europeo de estreno
La mirada de los otros

Publicado en La Avispa (Mar del Plata) 38, octubre 2007, 43-45


El descubrimiento de un director francés fuera de lo común (Arnaud Desplechin) y el regreso de un holandés errante que volvió como el Hijo Pródigo (Paul Verhoeven) renuevan un paisaje cinematográfico casi desolador, en manos del cine norteamericano. Lo siguiente es el rescate de lo efímero, antes de caer arrasados por el Katrina, o el Félix, hollywoodense.

Cada vez vemos menos cine, por caro –12 mangos por barba a partir de agosto-, monopólico –la mayoría de las salas en manos de una única empresa—y ajeno –cualquier boludez yanqui se estrena siempre pero desconocemos el resto de la producción en otro idioma, e incluso la argentina. Confinado al cable y al dvd, fuera de Buenos Aires el crítico es ya una especie arqueológica, y salir a ver películas en pantalla grande una excursión-inversión turística sin equipaje.

Los locos que vos encerráis... Cuando nació Arnaud Desplechin –1960-se desperezaba la nouvelle vague, el movimiento de cineastas franceses que iba a cambiar el negocio para siempre:. Lejos de la pateadura de tablero, ideológico y formal, de Godard, de la confesión velada y el permanente homenaje a sus maestros-modelos de Truffaut y del policial-social inclemente con la burguesía de Chabrol, Desplechin le debe un poco a todos, como heredero de una tradición inexcusable que además certifica la renovación generacional, nunca detenida, del cine galo. Reyes y reina (Rois et reine) está datada en... 2004, y tan tardío resultó su estreno comercial que sucedió algo inédito: la vimos por cable, Cinemax mediante, el mes que debutó en alguna platea capitalina.
Así, la mezcla de géneros imprevistos que deleita a Godard, el guiño oblicuo sobre la historia del cine onda Truffaut y la crítica de clase, si bien muy laxa, de Chabrol, pueden identificar al francés Desplechin, eso sí, sin disminuir su personalidad. A simple vista se trata del relato de relaciones disfuncionales, de egoísmos y odios escondidos, pero el tratamiento vuelve el cruce de confesiones y destinos una nueva alianza entre lo cómico y lo trágico, que cuando llega a ser uno se convierte en lo otro, como si nada comportara la fatalidad o la libertad sino una suma sin ganador absoluto, la farsa dramática de la vida. De paso, ningún personaje es del todo malo ni bueno: la afirmación y su contrario, igual que la banda de sonido, capaz de meter Moon River de Henry Mancini junto a un hip hop y la Pavana de Ravel.
Empieza documental-ficción, con Nora (Emmanuelle Devos, a quien vimos en El latido de mi corazón) en off. Tuvo un primer marido que se suicidó estando encinta, un segundo esposo del que se omite información adrede, y se casará con un tercero, el candidato más rico de los tres. Entonces se nos aproxima una narración paralela, en torno a Ismaël (el extraordinario Mathieu Amalric, como Devos actor fetiche de Desplechin), al que raptan dos paramédicos de un psiquiátrico por denuncias de locura y resulta el segundo consorte de Nora. Hasta ahí el planteo parece convencional, pero apenas se acaba de anunciar el juego de las máscaras. Porque Ismaël no está realmente más loco que cualquiera de nosotros, ni Nora, tan dedicada hija de su padre agonizante, ha sido una madre cariñosa y devota de su hijo de diez años. Sin embargo, la mirada del director no condena ni absuelve, porque sus criaturas son víctimas y victimarias, pagan en vida sus achaques y tarde o temprano les aguarda un final feliz: “el ciclo del dolor terminó”, dice ella. Todo se escenifica como un juego, tragicómico pero juego al fin. Desplechin no quiere ser atrapado en una posición fija, se somete al vértigo de la acción y hace cintura, se escapa de un salto cuando la situación desborda drama, y vuelve a él cuando bordea la risa. Y así, vemos a Ismaël en una escena casi de Almodóvar, contándole un sueño a su terapista, una negra gordísima de túnica roja con pinta de bahiana, o el paseo junto a su abogado, falopero zarpado que se mete en la farmacia de la clínica y recopila anfetas como si fuera de shopping. Más sorpresas: a Nora se le aparece el primer marido, muerto, y dialogan apaciblemente; después, en un flashback, nos enteramos que se mató de un tiro en el corazón delante de ella. O la visita de I. a su padre, dueño de un Am/Pm, que reduce a tres asaltantes jovencitos igual que un Harry el Sucio entrado en años pero sin dejar de expresar piedad por ellos. En el loquero, además, I. intima con una suicida cinco veces fallida, y esto se lee sin tragicidad ni psicologismo. Desplechin se balancea todo el tiempo sobre la cornisa. Entreabre las puertas, permite que nos asomemos, y al iniciarse la identificación o la repulsa, cierra de golpe, un acróbata girando clavas en el aire y montado sobre una rueda. Y se da lujos de artista, como la prodigiosa secuencia de plática entre I. y su hijo adoptivo en un museo o la declaración de odio del padre de Nora, demoledora, filmada como en un celuloide agrietado. Nora es galerista, lo mismo que el sabio Arnaud. El muestrario de pinturería llamado Rois et reine nos dice que de eso se trata su cine.

Libro Negro, Caja Negra. El holandés Paul Verhoeven supo hacer un estropicio mientras se posó sobre Hollywood. Robocop (1987) fue pionera del futurismo inquietante-excepción hecha de Blade Runner-, con su policía privatizada y la megalópolis regida por una única corporación; Bajos instintos (92) inauguró un tipo de policial perverso de villanos y justicieros intercambiables bajo el irresistible muérdago del sexo; Invasión sutilizó su mensaje de mera sci-fi de extraterrestres vistiendo a los terrícolas como a la Gestapo (94) y hasta El hombre sin sombra, tan poco reconocida, reelaboraba la leyenda del hombre invisible a las posibilidades del tecnofascismo (2000). Claro: en USA el libertino Paul inoculó otros dobladillos conceptuales en cada cuerda que le tocó vibrar, hizo tocoymevoy y nada volvió a ser como antes. Y de vuelta a su Madre Patria invierte ese tránsito y americaniza el cine bélico tornándolo un híbrido de aventuras. Vamos por partes. El libro negro (Zwartboek) tiene méritos indiscutibles. Encara un tema tenuemente explorado: la corrupción inherente al régimen nazi, el soborno impuesto a las familias judías ricas a cambio de supuesta inmunidad, a manos de sus captores y posteriores asesinos, lo que derivó en fortunas abruptas de los alemanes conversos a la democracia al finalizar la guerra –y sin deudos que les reclamaran. Ya estaba en la miniserie Holocausto (1979), donde los beneficiarios eran la oligarquía germana, a quien el Reich les endosaba los bienes expropiados, y en La lista de Schindler (Spielberg, 1993) desde otro perfil, surgía el empresariado comprando esclavos a los campos de concentración. El libro sin embargo avanza un trecho aún, y, provocador Verhoeven si los hay, orina sobre terreno sagrado, la intangible Resistencia anti-invasor. De eso hablaba el libro negro, real, nunca hallado: una lista de traidores y colaboracionistas, “incluyendo más de un dirigente” de los maquis holandeses, según supo el director. La delación de judíos por dinero debió ser particularmente habitual, si se considera que, de los 140.000 judíos del País Bajo 90.000 sufrieron el exterminio, “el mayor porcentaje” nacional durante la ocupación de Europa(1) La película no escatima denuncia contra sus compatriotas, que pasan de la clandestinidad a la entrega de compañeros y se vengan horriblemente de los colabós –a Rachel Stein, la protagonista, le arrojan encima una olla entera de mierda, entre otros oprobios. “Cada sobreviviente es culpable en cierto sentido”, predica alguien, contrapunto de lo que dijo Gabriele Salvatore en Mediterráneo: en la guerra lo único heroico es sobrevivir.
Ahora bien. Verhoeven no perdonará a nadie, pero se le ve en el orillo el maniqueísmo yanqui. El general Muntze (Sebastian Koch, de La mirada de los otros) es el nazi bueno que acaba de sufrir la pérdida de esposa e hijos en un bombardeo; Franken (Waldemar Kobus) es el nazi malísimo que lucra e intriga y se hace odiar durante todo el film; a medio camino –más creíble- Käuntner (Christian Berkel, entrevisto en La caída) es un fanático que se vuelca del lado aliado en cuanto salva el pellejo. En algun momento el larguísimo argumento de 145 minutos, otro influjo de su lugar de adopción, a Verhoeven se le va de las manos, como cuando Rachel (la muy dulce Carice van Houten) zafa de una inyección de insulina con la cual su amigo traidor quiere liquidarla comiendo chocolate inglés y... se tira del balcón a la calle saliendo ilesa, giro de thriller de espionaje alla 007 poco honesto a esa altura, dada la cantidad de sangre volcada y una historia que se pretende verosímil. ¿Será por eso que se promueve a Carice como la próxima chica Bond? El uso excesivo de la música –ni un momento de silencio--, o el micrófono detrás de un cuadro -¿no es un poquín sofisticado para la época?—desconciertan más que acompañar la trama. Detalles que se disculpan, en realidad, porque el Holandés Errante, como su par francés, busca siempre no encasillarse y, conociéndolo, logró lo que planeaba, sacudir el género. Prueba de un cine en extinción, tal vez: el libro negro versus la caja negra, esa que uno abre sólo para saber por qué se estrelló.

Gabriel Cabrejas

1: Comentario de Paul Verhoeven en la entrevista de Norman Whitehead: "Fue una época de muchas traiciones". En Página 12, del 23 de agosto de 2007.

viernes, 5 de octubre de 2007

A la manera de TyC o Fox sports

Teatro y recitales (a la manera de Fox esports y T y C sports) Canal b (anticultural) del cable
Se puede escuchar los recitales de grandes bandas locales pero la cámara enfoca a los chicos, vemos el total desorden de sus fans bailando y haciendo pogo. Alcoholizados y drogados algunos. A veces gana en dramatismo con el descubrimiento del accionar de algún ratero entre los jóvenes.
En el otro programa vemos en un teatro un público sentado en penumbras que de vez en cuando ilumina con otros colores las luces del escenario.En el sonido prevalecen las toses y las risas del público sobre las de los actores. A veces se hacen dúplex con públicos de otros teatros aunque el panorama es bastante similar. Muy raramente se ve a un espectador desplazándose lentamente hacia el baño. O el sonidista y el manejo de las luces. O algún tenue resplandor de un celular de espectadores desconsiderados que no tuvieron el tino de apagarlo antes de empezar la función.
El espectáculo en sí nunca es enfocado salvo algunos minutos antes de empezar. Y al terminar. Así vemos la escenografía y el escenario. Esto es para que la gente vaya y pague su entrada a los recitales o las obras de teatro.
Apostillas sobre programas de fútbol de TyCsports y Fox esports:
Es notable como los hinchas que ahora salen por la TV (mientras el partido no se pasa) se están profesionalizando. No debe dejarse todo librado a la espontaneidad.
Ahora van a clases de teatro para lograr más expresividad en actos como tomarse los genitales con ambas manos desafiando a la hinchada visitante, o el perfeccionamiento del uso del insulto, discusiones sobre las palabras más hirientes hacia cualquier jugador del equipo rival (rival es decir poco, el equipo enemigo mejor dicho), se practica el salivazo certero y la puntería en arrojar objetos contundentes. Impostación de voz para que nos dure dos horas de insultos continuados (esa actividad a la que se entrega en cada estadio el pequeño grupito de 15000 inadaptados, el pequeño número de los desubicados de siempre).
Transcendió que el programa "El aguante" dará el premio "El hincha del mes" a quién se comporte más cinematográficamente en esos quehaceres de fanático de fútbol.
Sergi Puyol i Rigoll
(luego de escuchar comentarios sobre el tema
en el programa "Competencia" de Víctor Hugo)

viernes, 21 de septiembre de 2007

La Bestia Sagrada (Humor)

Todos hemos visto en series o películas yankies en más de una ocasión, a un cuarentón frustrado en off que rememora aquella pelotita de beisbol que chingó con el bate en la final interestatal, en un estadio repleto, bajo un silencio criminal. Un pifie y adiós, fuiste. Sólo te queda el consuelo de imaginar otro desenlace menos doloroso, con terapia ad eternun...
Arruinaste la vida, las chichis te crucificaron: PERDEDOR. De ahora en más te cerrarán el orto con un pompón hermético. Sos el pajero de la manada. Nunca accederás a los mejores frutos.
Y en este rincón....MARTÏN PALERMO, la Bestia Amarilla. Ünico capaz de errar tres penales consecutivos con la camiseta de la selección, y aún así, a punto de convertirse en el máximo goleador de Boca en toda su historia.
Es cierto, le pega al pasto, se autolesiona con el otro tamango, siempre fuerte y al medio, pero cabecea como nadie. Eso es magia, la bestia sutil e ingrávida.
Lo que puede la capocha. Pero la moraleja es que nuestro gen nativo es bravucón, pela el facón y que vengan nomás; a diferencia de esos gringos que se derrotan fácil, al menor chubasco escuenden...
Arístides Orillas
Licenciólogo

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Aguadébiles marplatenses (Reflexiones de un renegado, 5)

Noticias de la Tierra.

Del aire virtual aterrizó un mail de esos que solicitan su retransmisión en cadena, como antes los billetes de 5, pongamos por caso, que juraban al transmisor que recibiría un fortunón, sexo también en cadena o la cura de la culebrilla. El mensaje fantaseaba con el mundo convertido en una aldea de 100 habitantes. Si así fuera, 57 aldeanos serían asiáticos, 21 europeos, 4 del hemisferio Oeste tanto norte y sur –léase americanos y asiáticos—y 48 africanos; 52 individuos del total serían mujeres y 48 hombres. Setenta de estas personas no serían blancas y 70 no cristianos; habría 30 blancos, 89 heterosexuales y 11 gays.
El mail asegura que el 59% de la riqueza pertenecería a 6 personas, todas norteamericanas, luego de decir que sólo 4 poblarían esa zona: los cálculos unidos a las alegorías no suelen ser exactos. Se consigna que de los 100, 80 vivirían en condiciones infrahumanas y, pormenoriza, 70 no podrían leer, 50 estarían desnutridos, uno moriría y otro esperaría su propio parto, uno sólo gozaría de educación universitaria y un único hombre accedería a una computadora.
Después de las cifras, el mensajero desenrolla su discurso. "Si nunca has experimentado los peligros de la guerra, la soledad de estar encarcelado, la agonía de ser torturado o las punzadas de la inanición, entonces estás por delante de 500 millones de personas". La reflexión confunde, claro, ya que los correos nunca son brillantes, salvo que sean autodidatas de la ONU mal traducidos. Si sólo 500 millones sufren tales tormentos, sobre 6000, la vida en el planeta es maravillosa. Lo que el texto debiera decir es estás dentro de 500 millones: precisamente los que declaran la guerra, atormentan y hambrean. Y continúa: "Si tienes comida en la heladera, ropa en el armario, un techo sobre tu cabeza y un lugar donde dormir, eres más rico que el 75% de la población mundial". La generalidad provoca dudas. Los aldeanos de las villas miseria disfrutan de todo eso aunque en cantidades infinitesimales, y en cambio un mochilero no cuenta con nada, voluntariamente. ¿Cuánta comida, ropa y calidad de techo se necesita para incluirse en el 25 %? A lo mejor, el documento virtual quiso decir que cualquier canalón sobre la sesera, cualquier trapo descosido y cualquier chaucha reseca acreditan el pasaje a ese cuarto diminuto de la torta. La penúltima noticia ronda lo financiero: "Si guardas dinero en el banco, en tu cartera, y algunas monedas en la mesita, estás entre el 8% más rico de este mundo". El texto omite las tarjetas de crédito, y engloba al pequeño ahorrista y al millonario, al que junta chirolas para el bondi con el que jamás paga en efectivo. Hasta el que pernocta en un tinglado tiene algunas monedas y sólo vio a las Torres Gemelas en tele cuando se precipitaron. Finalmente, el anónimo autor deja de atosigarnos de cifras: "Si tus padres aún viven y están casados... eres una persona muy rara".
Pero deja una que nos hace sentir tibiamente culpables o dueños de una gracia divina que más bien debiera explicarse de otra forma. "Si puedes leer este mensaje, acabas de recibir una doble bendición: alguien estaba pensando en tì y más aún, eres más afortunado que las 2000 millones de personas que no pueden leer".No fui bendecido, fui educado. Parece que Dios decidió que naciera en el 25% y no la inmanente estructura sociocultural que me determinó en parte como a otros los empujó fuera del corral. El mensaje concluye con una moraleja new age, rematadamente individualista, que contradice el espíritu denuncialista de los versículos anteriores. "Trabaja como si no necesitaras el dinero. Ama como si nunca te hubieran herido. Baila como si nadie te estuviese viendo. Canta como si nadie te estuviese escuchando". Una recomendación válida para mí, que pude leer, y además puedo trabajar, amar, bailar y cantar. ¿Qué diría el 75% ágrafo y analfa, sin compu, negro y tétricamente alimentado, si un casco blanco (o azul) le leyera el mail en su propia lengua?
Suerte para nosotros, el texto no es para ellos.

Gabriel Cabrejas

martes, 11 de septiembre de 2007

lunes, 3 de septiembre de 2007

Havyso de "hen kontrusyon" de pajina Ferya del Livro MDP

Esto se lee cuando se entra a www.ferialibromdp.org.ar página oficial principal (yo diría suboficial principal, sargento o algo así). Ingresar con click en el enlace. Dice:

Usted a Ingresado a la Pagina www.ferialibromdp.org.ar
Web Site de la Feria del Libro de Mar del Plata
En Breve estaremos On Line
Disculpe la molestias ocacionadas
¡ Muchas Gracias !

¡Menos mal que no era la página de La Casita Azul!

El equipo multidisciplinario de La Cocuzza propone un nuevo texto que
corrija los problemas ortográficos.
La Cocuzza propone este anuncio:
Huste ah ingresado, ha hentrado, a echo hingreso a la pajina, acido kactado por el citio www.ferialibromdp.org.ar
Web Site De La Ferya Del Livro De Mar Del Plata
Hen Vreve hestaremo hen lynea.
Disculpes La Molestias Ocacionada
¡ Muchas Gracia !
Fue un Aporte Cultural de La Cocuzza

sábado, 11 de agosto de 2007

Cinencanto agosto

Cine coreano en DVD
Dos o tres cosas que sé de él


Publicado en La Avispa, Mar del Plata: nº 37, agosto 2007, 34-6.

Mezcla de géneros, obsesión por lo inesperado, violencia salvaje y sabiduría búdica: una nueva antropología imaginaria desde unn subcontinente portador de algo más que autos y electrodomésticos. Lo siguiente es una mirada al sesgo, fuera del circuito porteño del festival independiente, de lo –poco-que nos dejan ver en Mar del Plata de la reciente filmografía coreana

Kim Ki-duk o los gritos del silencio. Todo empezó cuando se estrenó comercialmente el primer largo coreano en Argentina. Fue Camino a casa (2003) de la directora Lee Jung-hyang, el encuentro obligado entre una abuela sordomuda y campesina y su nieto urbano adicto a los game boy, casi un cuento de hadas neorrealista, con una anciana actriz que no lo era: al uso del viejo cine italiano de posguerra, se trató de una auténtica montañesa sin experiencia previa, y la conmovedora, intimista relación entre dos universos disímiles llamados a repelerse, pero que logran casi sin palabras comunicarse a través del afecto. Luego descubrimos a Kim Ki-duk, y la constante de la fricción de realidades opuestas y coetáneas, normalmente del país civilizado, sin embargo henchido de violencia instintiva y sed de venganza, y la inmanencia de un pequeño planeta silencioso, afectivo y sabio, que espera su momento y lugar, dicho de otro modo el amor puro contra el embate del odio más elaborado y, sospechamos, ancestral. Se llamó Primavera, verano, otoño, invierno y otra vez primavera (2003) y reunía sexo iniciático, meditación, filosofía, redentorismo y hasta una oblicuidad policial en la simbólica naturaleza agreste que contiene y representa a sus criaturas.
Duk nos deparó Hierro-3 (3-Iron o Bin-jip, en coreano) hace unos meses, aunque data del 2004. El cineasta apela a objetos de sentido múltiple para rodearlos de una historia. En El arco (Hwal, 2005) lo hará mediante el instrumento que sirve de arma en la caza, y a su turno implica el violín, y la tensión, diría Heráclito, de la cuerda tanto como del argumento, amenaza y armonía de los contrarios. Hierro-3 significa el palo de golf, que aquí nunca se utiliza deportivamente sino para probar puntería en blancos humanos, pues los personajes se agreden blandiendo el hierro y atizándose pelotas. De nuevo, Duk elige una estética del silencio. El Muchacho es un okupa original: se mete en casas provisoriamente vacías, come, se baña y repara los aparatos eléctricos, no roba nada y se va sin dejar rastro. Hasta que halla a la Chica, maltratada por un marido golpeador e irascible y su bolsa de golfista, y empiezan ambos un romance trashumante, casto al principio y siempre sin hablarse. A su paso, cada inmueble en que se posan muestra el mismo fracaso –matrimonios desavenidos en permanente, o inmediata, trifulca, más un policía corrupto, un tipo que boxea al Muchacho mientras duerme, y trascartón, el esposo de la Chica, que sólo sueña la vendeta contra el seductor. Detrás de la próspera burguesía pro-occidental cambia máscaras la misma crueldad primaria de antes de la opulencia. El mudo joven que anda en una moto platinada como un caballero andante sin armadura es el irónico héroe que rompe la convención propietaria en varias direcciones: amante no posesivo, víctima voluntariamente indefensa y usuario del éxito consumista ajeno por un breve lapso sin reivindicaciones. A la coreana: contar una fábula de amor privada e impredecible y, sin retórica, pintar una sociedad egoísta y hostil.

Park Chan-wook y el vengador imposible. Oldboy (2003), segundo opus de la trilogy of revenge de Park Chan-wook es el más complejo de un trípode temático–los otros, Sympathy for Mr. Vengeance (2002) y Sympathy for Lady Vengeance (2005)-, casi una metafísica de la venganza. Si Mr. involucraba a dos hermanos intrínsecamente culpables y Lady incriminará a una mujer inocente que buscará vindicarse tras trece años de cárcel, el prisionero de Oldboy se come década y media a la sombra sin poder adivinar la causa. Y, embutido de prepo en un cuarto de hotel sin salida cuyo único vínculo con el exterior es un televisor, Oh Dae-soo se preguntará la mitad del tiempo qué lo llevo allí, y la otra mitad la invertirá en planificar su revancha, nada fácil tratándose de averiguar además el quién. A partir de entonces su drama será un juego de espejos de identidad borgesiana. Le endosan el asesinato de su mujer, pero ocurre después de pasar un año en su celda; cuando sale, se entera de que fue otro el que se vengó de él, primero con sus quince años sin libertad y luego... dejándolo libre. Desmarque en la trama y desmadre sanguinario: Oldboy se insinuaba como un Montecristo y desemboca en una tragedia shakespiriana de incesto y autocondena.
El furioso protagonista deglute anguilas crudas en un fastfood, le arranca un diente a un soplón y se mutila la lengua, pero termina como un lloroso perdedor humillado frente a su cruel ex-compañero de secundaria, y éste ha llevado una cruz indelegable durante toda su vida –la culpa por el suicidio de su hermana, a la que Dae-soo vio besándose con él y después hizo correr la bola, con el consiguiente deshonor; no obstante la sevicia desencadenada y el empaque, también trágico, de rey del mundo, el tipo que encadenó quince años a su antiguo camarada tampoco puede evitar el suicidio, al terminar su complicada e inútil venganza. Espectacular luminaria del concurso de Cannes, Oldboy, encima, tiene un diseño formal rico en registros, igual que su imprevisible libreto. Pasa del pixelado de la imagen a la imagen invertida, del montaje de videoclip y la saturación al sepia para los instantes de recuerdo, la fusión visual de presente/pasado en el mismo cuadro, la pesadilla surreal -hormigas bajo la piel, una gigantesca hormiga en el subte de Seúl- al sadismo expresionista, todo adobado sobre una música tan imprevista como el decurso, que combina una banda romántica con Las cuatro estaciones de Vivaldi, sobreimpresas a la asfixia y la sangre.

Bong Joon-ho o una de monstruitos. El diamante del collar es The host (El huésped, 2006), de esas películas que se disfrutan de punta a punta, inquietante y a la vez divertida, terrorífica y política, heroicómica y de suspenso: resueltamente inclasificable. Su director: Bong Joon-ho.
Comienza con un malo –el único-, un científico yanqui, que decide arrojar al río Han hectólitros de un tóxico, desde la base del ejército norteamericano. El vertedero termina mutando a una larva de pez fluvial en tremendo calamaretti antropófago, que los pescadores y paseantes saludan al principio tirándole latitas de gaseosa como a un oso del zoo. Y sigue la clásica corrida por el muelle y la plaza aledaña, la bestia de cacería a grandes zancadas y su primera rehén, la hija del héroe, que se lanzará a salvarla a como dé lugar. Hasta allí el planteo tradicional del film de terror con monstruos, pero The host da una pirueta en el aire y nada vuelve a ser como antes. El protagonista humano Park Gang-du (Song Kang-ho, el actor más popular de Corea) es un tendero holgazán y bobalicón, de ridículo pelo parafinado, inmaduro e incapaz de oficiar mínimamente de padre, pero sale a rescatar a su hija junto a su familia, más parecida a una Armada Brancaleone que a un comando de SWAT. En medio de torpezas y peripecias innumerables, también aparece ex machina el providencial gobierno norteamericano, que alucina un virus contagioso –a la medida de otras películas del rubro-y no se le ocurre nada mejor que rociar la ciudad de un agente amarillo, referencia al que depredó las selvas de Vietnam-el agente naranja-, y deja centenares de muertos. Y, frutilla del postre, la pinta del mostro mismo, homenaje al viejo Godzilla y las series japonesas de mutantes, que provoca una ambigua efusión de risa y espanto: especie de gusano plantígrado hecho de goma espuma como en los filmes clase Z, y su cueva de tesoros humanos en una alcantarilla, entre ellos a un huerfanito que Park terminará adoptando de hijo.
¿Cuántas cosas es The host? Una sátira antiimperialista, debido a los apuntes colaterales que sindican de invasores inescrupulosos a los americanos; una épica coral con héroes proletarios –un hermano de la chica raptada usa contra la bestia molotovs caseras que aprendió a armar en la universidad-; una aventura de terror que desestabiliza las certezas del espectador porque cuando podría asomar el miedo la anatomía del superbicho por poco hace reir... Sin la sofisticación y el presupuesto de toda la genealogía anterior, parodiándola y a un tiempo haciéndola avanzar, The host se convirtió en uno de los estrenos del año 2007, dentro de un campo argumental que sólo podía presagiar aburrimiento.
"Un grano de arena y una roca se hunden igual en el agua", sentencia búdicamente un personaje de Oldboy. El cine es un acuario que nos permite ver al grano y a la roca: pequeño o grande, narrativo o poético, del coreano podemos distinguir y admirar a ambos brillantes en la luz. El resto, sólo se hunde.

Gabriel Cabrejas

viernes, 10 de agosto de 2007

Frases pal baño pùblico

Al ya consagrado poema griego:

¨Lo dijo Sòcrates
lo escribiò Platòn
la ùltima gota de meo
siempre queda en el pantalòn¨

O a la sentencia freudiana:

¨Màs de tres sacudidas es paja¨

Agregamos a la colecciòn:

¨Pedro El Grande, la tenìa grande.
Fue Zar por cosas del azar¨

o: ¨Si no trajiste papel, no escribas con el dedo¨

Invitamos a los nabos que estèn leyendo esto a colaborar con frases acordes.


¨Era tan fea la pobre que le daba Viagra al consolador¨

miércoles, 1 de agosto de 2007

Aguadébiles marplatenses (Reflexiones de un renegado, 4)

Antimanuales de instrucciones.

A todos nos ha pasado –y nos seguirá pasando– cachar un Manual de Instrucciones de un televisor, una video o un DVD y sentir que somos definitivamente retardados. Escritos en varios idiomas, a veces en un español castizo que equivale malamente a nuestra provinciana lengua, son un desafío a nuestra inteligencia, a punto tal que la educación alfabetizada y hasta el grado universitario flaquean de modo miserable ante los corchetes, paréntesis y llaves que indican tomas que no existen, cables mudados de color o funciones que Dios sólo sabrá de qué se tratan. Cuando al fin acertamos, porque un imbécil aparato tecnotrónico sin voluntad personal más el imbécil redactor del librito con la voluntad de otros no habrá de doblegar la nuestra, el jodido embeleco de 21 pulgadas o la chata bandeja obedece la orden que no le dimos, pero ya es tarde: no recordamos cómo lo hicimos, qué botón del control fue el que pulsamos, qué enchufe encajamos dónde. Simplemente sucedió, atendiendo nuestras plegarias, y como somos igual de imbéciles que mecanismo y autor del manual, nos conformamos y el amén es listo, pará de tocar. Otro rezo se nos impone, entonces: que nunca se interrumpa la electricidad, que al volver a activar el bicho mediante la tecla power efectivamente se encienda y podamos ver u oir el programa soñado, que los circuitos malévolos no demuestren su independencia robótica y hagan lo que se les cante el culo. Sí, cada animal a microchips es un Terminator en miniatura dispuesto a cagarse de la risa de nuestra limitada, o nula, categoría de discernimiento. Encima, siempre existirá un cabrón que, perteneciente al mismo género zoológico de los programadores y redactores de manual, sonreirá de costado y nos espetará, soberbio y sobrador, que debiéramos saber leer en vez de obnubilarnos, empecinarnos contra los avances de la ciencia o decidir por nosotros. La tecnología exige que el hombre se adapte a ella, sermonean, como si no debiera ser al revés. Obtuvieron su exquisito y excluyente saber y nosotros, educados y capaces de escribir sin faltas de ortografía, somos unos pobres pelotudos ignorantes.
En las paredes del Hospital Privado de Comunidad alguien de la administración colocó pequeños posters con sugerencias precautorias en el caso de incendio. Da la sensación que los manuales de instrucciones, se dediquen a un control remoto o alerten sobre posibles siniestros, se formulan y publican solamente para desentenderse, ente o individuo, la empresa o la fábrica, de toda responsabilidad inherente a la calidad del electrodoméstico o la seguridad del inmueble. Parece un chiste de canallas eso de habiendo escaleras el consorcio no se responsabiliza por el mal funcionamiento del ascensor. El consorcio, el directorio o quien sea, sólo pone la firma a lo bueno, deslindando su participación en lo malo, de manera tal que si el incendio lo provoca una instalación eléctrica en mal mantenimiento, un tubo de oxígeno que explota por una negligencia o un derrame de alcohol sobre una hornalla, nadie resarcirá a los calcinados porque cada muro tuvo en ese instante el Manual contra Incendios que los enfermos y parientes presa del pánico pudieron sentarse a leer paso a paso antes de que los arrasaran las llamas. Somos hombres libres: nadie nos obligó a subir al elevador que se vendría abajo, pudiendo elegir los populares y sencillos escalones al alcance de cualquiera. Cada vez se cuenta uno o dos accidentes aéreos; ¿quién te manda subirte a un avión? Las rutas están llenas de autos, ¿por qué no elegiste un micro? Los microómnibus se estrellan y desarman como rastis, ¿y el tren? Los trenes se descarrilan, ¿y si te quedás en casa?
El muy ilustrado instructivo del HPC empieza mal. 1) No pierda el control. ¿Será el control remoto de la habitación, a ver si te lo cobran por extravío? Menudo control tiene un pariente que no está ahí de jodienda, sino en la espera de la convalescencia ajena o la cirugía inevitable. 2) Actúe con serenidad. Una cosa implica la otra. Ahora, ¿estar deprimido, preocupado, triste o resignado significará, en tal circunstancia médico-psicológica, serenarse? 3) Pida auxilio. OK, pero, ¿a quién, con todo el mundo buscando salvar el pellejo? Si es un hospital el incendiado, ¿habrá que acudir a otro? El manual-mural propone varios pasos a seguir. 4) Dé la alarma, y el dibujito de un botón que, suponemos, acciona las sirenas. Si suenan en el propio nosocomio, aumenta el terror. ¿Los médicos y enfermeras sabrán qué hacer cuando se produce la avalancha? Carteles hay, y no están a la vista, con la misma abundancia, botones, hachas o mangueras; imaginamos una por piso. Recuerda los martillitos de los bondis de pasajeros. ¿Romperán los vidrios siendo tan diminutos y frágiles en apariencia? ¿Cuánto tarda una víctima de choque o quemazón en astillar un cristal? 5) Llame a los bomberos. Excelente, pero el manual no ofrece números de teléfono, porque son textos universales, que debieran dejar un lugarcito para un autoadhesivo con él según la ciudad. ¿Tendremos que llamar a los gritos? 6) Trate de extinguir el fuego, siempre que posea extintor y salida asegurada. A medida que avanza se complica. El matafuegos pesa, hay que hallarlo. ¿Cómo se ve la salida asegurada en medio de la humareda? ¿Y si está bloqueada? ¿Debe la persona siniestrada tener un mapa mental fresco del lugar y recordar qué salida será segura? Todo incendio se combate avanzado, o no sería incendio sino calefacción exagerada, y a esa altura uno busca la salida, pero no la reconoce fácil. Es de imaginarse la desesperación y/o calentura –incluso porque ya queman los pies– al irse agregando propuestas cada vez más indecentes. 7) No corra, camine rápido cerrando a su paso puertas y ventanas. Claro, conquistada la indispensable serenidad uno ya se ha relajado y piensa en obrar sin prisa pero sin pausa. No aclara si abrir una puerta puede oxigenar más el ambiente ígneo o dejar una brecha a una bocanada de fuego del ambiente vecino, imponderable que forma parte del azar de la situación. Resulta sutil la diferencia entre correr y caminar rápido. 8) Busque otra salida si comprueba que la puerta seleccionada está caliente. ¿No debió figurar antes que la 7? Habiendo una sola abertura habilitada, ¿se quema uno? 9) Movilícese agachado por debajo del humo preferentemente con las vías respiratorias cubiertas. Sabia determinación, aceptémoslo. Cabalgar veloz y agachado y tener pañuelo a mano. ¿Puede el tipo respirar o no? ¿Llegará a los picaportes? Misterio. La siguiente cautela adjunta un matiz terrorífico: 10) No regrese al punto de partida, tal vez no haya una segunda oportunidad. Use las escaleras. Difícil divisar ese punto de partida, de todas formas. 11) Busque una ventana, allí encontrará aire para respirar. Un poco contradictorio, vamos, ¿o no estuvo usted cerrando ventanas a su paso? Cierto que el aire entra, y también que aviva el fuego interior. 12) No salte. Espere a ser rescatado. Si ha almacenado serenidad y no perdió el control lo más lógico es que se quede mosca, y al mismo tiempo saltar es lo último que se nos ocurre cuando fallaron los once pasos previos, en cuyo caso, sin extinguidores ni alarmas, el teléfono de los bomberos ocupado, picaportes al rojo vivo y una sola ventana disponible por la que el incendio se incentiva, el incendio ya decidió por nosotros. Las desdichadas víctimas del 11S no tenían los carteles del HPC cuando abreviaron la irrevocable agonía arrojándose al vacío.
Lo bochornoso del instructivo consiste en que está bien: sus consejos desparraman sensatez y correcto sentido y las autoridades de Defensa Civil dormirán en paz después de enunciarlos. El problemita es que parten de una premisa equivocada, como que todos nacemos para sobrevivir a los incendios, la cosa más natural del mundo. O, dicho de otro modo, debemos invertir nuestras mejores disposiciones de ánimo y virtudes de sangre fría en la barahúnda colectiva que suele rodear las catástrofes, sin dejarse amilanar por el fuego ni ser seducidos por los gritos de sirena de nuestros semejantes desquiciados que jamás leyeron antes un manual sticker de pared.
Vivimos en una sociedad de control (remoto), heredera de la sociedad de vigilancia. Su organización se perfeccionó durante un siglo para abatir el azar y doblegar la necesidad y tornar previsible el próximo instante, y ahora nos hace sentir de nuevo impotentes ante el acaso. Ah, cazzo! Se solucionaría con equipos irrigadores automáticos instalados en cada techo, pero habría nuevos manuales: lleve paraguas bajo el brazo incluso los días de sol. Más te vale, macho, que si sobrevivís a la chispa que asó al hospital, sepas manipular, sano y salvo en tu casa, el control remoto. O él te manejará a vos.

Gabriel Cabrejas

lunes, 23 de julio de 2007

La Cocuzza Salud Gallinoterapia

Dedicado al Negro Fontanarrosa.

¿Qués la Gallinoterapia?

La gallina fue domesticada hace ocho mil años en Asia. Se sabe que hay animales que tienen más prensa que otros. Nos preocupa de la extinción de delfines y ballenas, pero:
¿Qué hay de la comadreja picaza? ¿De la vizcachita retobada patagónica? ¿De la tortuguita trepadora de Traslasierra? ¿O del mesopotámico Yahaypuré ave de rapiña tan emparentado con el caranchillo ensimismado del noroeste?

Lo mismo con las terapias. ¿Por qué tiene más prensa la terapia con delfines o caballos teniendo tan a mano la gallina?


GALLINOTERAPIA es TERAPIA ASISTIDA CON POLLOS

Rehabilitación que, mediante el empleo de gallinas[1], permite a personas con discapacidades en el área motora, sensorial, cognitiva, psicológica, con trastornos emocionales y/o comportamentales mejorar su Calidad de Vida, favoreciendo su desarrollo físico, psíquico y social.

Actividad terapéutica al aire libre, adecuada a los intereses y potencialidades individuales y dentro de un Abordaje Interdisciplinario (por ejemplo es muy común mezclarla con Gallaretoterapia[2]). Sesiones personalizadas dirigidas a niños, adolescentes y adultos con necesidades especiales.

Nota: la reivindicación de la gallina en sus derechos como animal es dolinesca, la idea de los nombres de los animales autóctonos es de Fontanarrosa, la definición es copiada de la Equinoterapia.



[1] Básicamente consiste en que los pacientes, munidos de un cuenco, dan de comer a las aves.

[2] Consiste en la persecución de las aves que tienen la costumbre de pasar de un lado al otro de las cunetas inundadas.

viernes, 20 de julio de 2007

¡Gracias Negro!

(1944 - 2007)


Roberto Fontanarrosa - 19 de julio de 2007


lunes, 16 de julio de 2007

No me deschavés

acaece, compadre
todo acusa colateral
clickeo destino
en esta pocilga de sueños

acontece. muñeca
chimeneo
so pretexto embadurnarte bien

me busqué impecable
camarada, sanguíneo, malandra
y hasta aquí gambeteo oculto
para no derretir

chau che.


Victor Marcelo Clementi
Junio 07

sábado, 14 de julio de 2007

lunes, 2 de julio de 2007

Aguadébiles marplatenses (pensamientos de un renegado, 3)

Auto-máchico

El automóvil es el último refugio de la masculinidad asediada. Jamás se vio en la tele o en la publicidad gráfica de un cero kilómetro a una mujer al volante, aún cuando la mujer sea –y es—perfectamente capaz de comprarse uno, y según las encuestas maneja mejor que el hombre. Porque el coche es el pene erecto dirigido a toda velocidad hacia el futuro, una time machine entre el infinito y la nada del pobre macho al que ya quedan pocas capacidades exclusivas. Solamente el tipo es quien, además de comprar un auto, lo cuida, lo baña, lo asegura, lo adorna y lo repara, en una operación masturbatoria-narcisista por transitividad técnica. El auto más caro y raro es el que seduce mejor (y a mejores) mujeres, y hasta hay hembras que gozan prolongados orgasmos en relación al tamaño, brillo, color y precio del chasis, sin mirar la pelada, la panza, la estatura o, al fin, el desarrollo del órgano sexual del conductor. No es social sino biológico, como que la protección implícita de un rodado imponente, símbolo del macho que lo ostenta, garantiza en la hembra el cuidado de la cría –aunque no se trepe al auto-pene precisamente para reproducirse. El instrumento más avanzado de la tecnología al alcance del consumidor es, contradicciones de la modernidad, el que expresa como ninguno el primitivismo sin progreso de nuestra humana condición.
A eso se adjuntan las variables del relacionismo capitalista en torno a la competitividad masculina (nunca una mujer habría imaginado el capitalismo, cuya ferocidad de primacía y dominio corresponde por definición al macho): el que maniobra un auto usado pequeño es un fracasado de breve miembro, en tanto el chofer de un 0km de importación un agresivo y poderoso directivo de paladar negro y priapismo intransferible. La realidad puede dirimirse inversamente proporcional, pero, como todo en el dualismo social, la apariencia gana la partida.
Para la mujer, el auto es un medio –de transporte y bienestar. Para el hombre es un fin en sí, una autodemostración y un emblema. Si fracasa como amante, padre y esposo, el lujo o novedad de su auto lo consuelan, no sentirá tan devastadora su mediocridad. No entiende que delante de sí siempre se le presentarán semáforos, sendas peatonales, calles rotas, baches, calzada resbaladiza, abismos. Caerá en ellos tarde o temprano, pero le basta su convicción en los frenos y los amortiguadores. Cuando todo fisure, no lamentará que fallaron los frenos o los elásticos vinieron jodidos de fábrica: lamentará las roturas. Dicho de otro modo, no deplorará que el pene no haga gozar a nadie, sino que deje de aparentar erecciones. Difícilmente se verá a un marido o novio cariñoso enseñándole a manejar a su pareja en su propio auto. No sólo se aterroriza de que ella engrane la caja de cambios, frene de golpe y el de atrás le abolle el paragolpes –masculinidad herida de muerte, me han hecho el orto, flaco—o vulnere las llantas en la siempre imposible faena de estacionar. Lo que realmente le enferma es que ella, al menos en su rol de discípula, tome el control de su poronga. Que mañana lo deje a pie, una mañana de frío y luego de recibir una socavante reprimenda del jefe, o, peor, de su pareja misma.
Mencioné las encuestas. Una, reciente, en la ciudad autónoma de Buenos Aires, informó lo que todos sabíamos pero temíamos preguntar. Ellas manejan mejor. No es biológico, es social. Les importa llegar, no llegar primero. Cuidan su integridad y la de los otros, no la del animal mecánico. Son responsables –el hijo que va atrás es de ellas—y respetuosas –todos manejan autos y quieren llegar, no pasarse entre sí en las curvas o las esquinas. Un medio, no un fin.
Ningún macho se siente (se sabe) un genuino perdedor hasta que su auto no arranque un buen día. Ese día, sí, en que llovía y llegaba tarde. Y es que ya era tarde, y ese día de diluvio lo supo.


Gabriel Cabrejas

viernes, 22 de junio de 2007

Homenaje a Lorena Bobbitt (HUMOR)

Una nueva legislación para el amor.
Ellas deciden cuando hacerlo y bajo qué condiciones. De lo contrario, te rebanan el que te jedi, te acusan de violador y chau pinela: en gayola.
Al fin y al cabo la vieja tenía razón. Encima que la chiruza no te cocina, tampoco te alimenta por el otro Iado. Minas eran Ias de antes. Una buena pasta y al catre Ahora tenés que pedirle permiso una semana antes, o bien preparar el clima sobornándola con cena, cine y algo dulce.
Escucho hablar de violencia en la pareja casi unilateralmente. La culpa es siempre de la sociedad machista, pero, qué sucede en situaciones como éstas
—Con mis viejos estaba mejor. No sé por qué me casé con vos... Encima de lavar, planchar y cocinar tengo que mantenerte.
O esta mezcla rara de mística y canchera.
—Yo viviría sin hacerlo toda la vida. El amor es un viaje... A ver si me contagiás el karma con tu mala onda.
También están esas otras que se hacen preñar por algún basquetbolista famoso, luego se borran y a los cinco años aparecen con el crío reclamándole paternidad y una suma millonaria.
Creo que por razones económicas o por abstención astral, hay minas que nos agreden; eso sl, si les pegás una piña, vos y sólo vos sos el hijo de puta. Ellas siempre salen bien paradas; mejor dicho, a veces algunas se caen como la de Monzón.
Después tenés que dejarlas pasar primero, cederles el asiento, invitarlas a salir y pagarles las copas y el telo; para que muy sueltas de cuerpo te planten sin excusa, te vuelvan a ver 'cuando pinte' y coqueteen con cuanto melenudo con aritos exista. Y nada de retruco porque si no vos sos el machista, incomprensivo, castrador, fascista y todas las otras malas palabras que me olvido.
Pero en este exacto momento debo hablar en serio: creo que con tantos derechos individuales están estropeando no ya a la pareja sino al amor. También es cierto que la industria monogámica hoy es insostenible: con el exceso de belleza, con tanta estética disponible, es por lo menos dificultosa la fidelidad. En todo caso acabaremos reprimiendo nuestro deseo y portando esa mezquindad.
Julio Iglesias y Sinatra grabaron un tema juntos (mezclado) sin haber compartido el mismo estudio. Con el sexo puede ocurrir lo mismo, llegar al placer sin contacto. De hecho ya ocurre con el cine porno y con el sexo al cero-seiscientos.
En mis tiempos la cosa era de a dos. Pero yo, por las dudas, duermo con los calzoncillos de lata, el nuevo cinturón de castidad.


Víctor Clementi La Cocuzza en papel Año 1 número 0

martes, 19 de junio de 2007

miércoles, 6 de junio de 2007

Aguadébiles marplatenses (pensamientos de un renegado, 2)

Hasta las manos

A una persona se la reconoce por las manos, no por los ojos. La mirada miente, como todo vehículo del alma, hasta cuando llora –y especialmente cuando llora. Un hombre piensa por los ojos, pero se expresa a través de las manos.
Ejemplo, el que se mastica el hollejo, la cutícula, las falanges, es un tipo sin autoestima, un autodestructivo sin remedio. Comerse las uñas, a cambio, es un gesto de histeria y ansiedad, de insatisfacción, de incompletud. Si el primero quisiera morirse, el segundo se está matando, se come su propio tiempo a plazos, uno tiene demasiado pasado y el otro tiene demasiado futuro. El primero ya no espera; el segundo, desespera.
Hay un tercer caso anómalo, el que cuida las manos obsesivamente.Éste tiene un exceso de ego, y un evidente descompromiso con el mundo, al que desearía no tocar ni atreverse. Satisfecho de sí, histérico en sentido contrario, cree atravesar la vida sin pasión ni deseo: vive en el presente. En las mujeres, claro, es un aspecto más de la sensualidad, pero lo que quieren decirnos –decirse—es que no están aquí para lavar los platos, básicamente que no vienen de hacerlo. Las adolescentes subrayan su identidad en formación usando esmaltes añiles, verdes, negros, pero en uñas sin crecer, romas de nervios. Han empezado a aparecer los hombres que se pintan las uñas, lo que no implica otra preferencia sexual sino una veteroadolescencia, un regreso a lo inconcluso, como que así llaman la atención –no importa que los demás se confundan—sobre una personalidad insuficiente.
Otro tema son las actitudes traducidas en juegos de manos. El que se las restriega, tradicionalmente, cree estar a punto de algo grande, fundamental o definitivo, y, sobretodo, cree que es obra suya. El que las transpira no se encuentra bien en su propio cuerpo, pero el cuerpo que suda hasta las manos incluye un alma incómoda, cierto grado de tensión arterial que se escapa hacia los poros como quisiera escaparse él. Al gesticulador le suelen escasear las palabras mejores, pero también es un devorador de espacios, un imperialista de sí, un generoso invasor. Otro caso es el que jamás mueve las manos pero cuando lo hace, rompe algo: quisiera gesticular hacia dentro, perdonarse, acariciarse; su torpeza parte de su inseguridad. Se teme a sí mismo, y si sale es para constatar que era mejor no salir. El ejemplar más insoportable es el que hace ruido con los nudillos, el que se estira los dedos hasta que suenan. Parece tañir en una absoluta sed de poder, de presencia, le gusta ofender y atacar, molestar al otro. Su nerviosismo es exhibicionista, pero su proyecto se desplaza en el presente, se queda varado en la boya inestable de su pequeño y estruendoso yo.
Finalmente, los adornos. Los que se pierden dentro de sus anillos llenan otra forma de la inseguridad. Nadie muy activo se pone tantos, porque la ropa o el jabón se traban en sus volutas. Una mujer anillada quiere ocultar que uno de sus anillos es el de casamiento, como si buscara que se lo preguntasen y pudiera, acaso, negarlo. En ocasiones sucede al revés: no está casada y la ausencia del cintillo de oro, con la frustración que conlleva, la insta a enredarse en esa artillada y metálica conspiración de sus garras. Los tatuajes, el piercing, los anillos, saben del doble discurso del cuerpo, ése que mostramos y también tapamos, que nos avergüenza meramente desnudo y a un tiempo queremos desplegar distinto a los demás indistintos. El nudismo, de paso, recordemos que se instala en playas y piscinas donde todos lo hacemos, nunca en la comunidad de los vestidos, sigue habiendo lugares y horas para la libertad anatómica, mientras en contacto con los otros nos disfrazamos de reloj, de pulseras, de anillos y de tatuajes. He visto en documentales balnearios nudistas y, quizás por azar, no logré ver gente tatuada entre los desnudos.
En cualquier caso, el rito de las manos arroja a la realidad el dualismo de creerse y no ser, de buscar y no hallar, de aislarse en el físico y haber perdido el rumbo. Nadie es indiferente a sus manos, y ninguno se detiene a mirárselas. Una vez que el espejo viene adosado a nosotros, no resta más que intentar destrozarlo.

Gabriel Cabrejas

lunes, 4 de junio de 2007

Cinencanto, 4: Cine política 2006, 2

Historia y política en el cine alemán
Edukadísimos


Publicado en La Avispa (Mar del Plata), nº 36, junio de 2007, 39-40


Gracias a Los edukadores, Bye Bye Lenin y La caída el cine alemán recuperó la brújula del europeo, aunque nunca dejó de estar presente. Multipremiado, secamente expositivo y fiel a su hereditaria autocrítica, hoy, en DVD y en cartelera, tiene dos gemas que colgar de los ojos, amén de aprender cómo contar la historia siendo nacionales y populares.

Espíritu fuerte, corazón dulce. Hoy Sophie Scholl y su hermano bautizan plazas y paseos de su patria, pero en 1943 era una luchadora solitaria metida en la boca del león, cuando nadie se atrevía a cuestionar la dictadura que habría de guillotinarla. Así, la película de Marc Rothemund (Sophie Scholl, Die letzen tage, o Los últimos días, 2005, en DVD ahora) evoca una cara poco visitada del Tercer Reich y su pueblo, uniforme de tan conforme o cobarde, o peor, aprobatorio: la de los pocos que alzaron la voz, si bien la voz de la resistencia pacífica llamada Rosa Blanca o Die Weisse Rose, integrada por un grupúsculo de locos idealistas, resultó una hoja en la tormenta. Rothemund concibe una puesta cuasi teatral, constreñida prácticamente al interrogatorio que el burócrata Robert Mohr (Alexander Held, minimal y contenido a punto de estallar) lleva a cabo sobre la resoluta y desafiante Sophie (Julia Jentsch, engañosamente frágil y tierna como ella sola, actriz de Los edukadores), la cual empieza negando todo para al final confesar su enfrentamiento absoluto contra el régimen y la autoría de la lluvia de panfletos que inundara Munich. Son los dos rostros de un mismo furor nacional, sólo que uno se inclina hacia la guerra ciega y a punto de perderse junto al führer y el otro rescata la humanidad del geist alemán, el respeto del otro y los derechos civiles conculcados, unos meses después de la sangría monstruosa de la juventud hitleriana en la batalla de Stalingrado y las primicias del Holocausto. Más que maniqueísmo hay un contraste. La pequeña silueta posadolescente de la chica y la madurez roma y trajeada de su contrincante, dos convicciones que apenas trastabillan y se miden en un duelo intelectual y moral, discursivo, casi sin mobiliario y menos violencia física. Sophie Scholl film rompe incluso con la previsibilidad habitual del género. Los espacios son abiertos y semivacíos, el edificio neoclásico que encierra a los rebeldes tiene de aterrador más el eco que los instrumentos de tortura y escasean inquietantemente las chaquetas y gorras de la Gestapo: su escenario es conceptual, dialógico, y conmueve porque la causa de la detención, la represalia y el juicio se hallan alrededor y hasta lejos.
Rothemund dispone una paleta apocada en esta pintura. El rojo del cardigan que lleva Sophie, el de la bandera con la esvástica y la túnica del juez-fiscal, los marrones apagados de los muros y el negro de las ropas masculinas; no se ven por ningún lado flujos de sangre ni sesiones de suplicio pero se oye en sordina un alarido inconfundible, y el único celeste es el cielo que Sophie espía desde el rectángulo de su celda. El horror está en la justificación dialéctica, la cólera súbita del interrogador o la parodia de tribunal, el juez histérico que se ridiculiza solo al gritar como un condenado en medio del patético silencio de los supuestos abogados defensores. No vemos el desplome de la cuchilla sobre el cuello de Sophie: se deja escuchar el ruido y los aprestos del verdugo buscando a la próxima víctima. El director parece guardarse la luz escandalosa y soleada para el instante único de la lluvia de volantes que la aviación aliada arrojará sobre las urbes alemanas, con el mismo texto de la proclama escrita por los conjurados un año antes --catártico respiro visual luego de tanta claustrofobia.
Como El noveno día (Der neunte Tag, Volker Schlöndorff, 2004), es el ablande entre el oficial y el rebelde, en este caso un sacerdote católico, la estructura básica. Igual que en Sophie el despotismo se intimiza desde la relación de poder a la psicológica, de la acción al drama de conciencia. Una prueba de cómo se hace buen cine con recursos desnudos y actuaciones inolvidables1.

El voyeur vencido. La vida de los otros (Das Leben der Anderen, 2006) comienza muy alto y pegando a la mandíbula: alterna una sesión de tormento sin trompadas pero hasta el cansancio –literal- con la grabación de la misma impartida a alumnos de la Stasi, la implacable policía secreta de la República Socialista Alemana, año 1984. El interrogador lleva un uniforme ambiguo de recuerdos nazis y quebrar al otro es sólo cuestión de tiempo e insistencia, pero, igual que el régimen en el cual cree sin hesitasión, también él está a punto de quebrarse. La fisura se abrirá cuando le toque espiar a un dramaturgo, supuestamente cuadro leal del Partido, y a su novia actriz, la figura más compleja del film, además amante forzada de un Ministro que manipula a los Servicios para sacarlo del medio. Algo tiene que haber, y la maquinaria de micrófonos y escuchas, sospechas y delación, terror y paranoia se pone en marcha.
Cierto, no suena verosímil que un miembro de la Staatssicherheit presentado como firmísima "espada del Estado", solterón y gris, y mirada de acero, posea una sensibilidad oculta y temeraria como su trabajo y se vuelva capaz de traicionarlo e inmolar su carrera porque lo conmovió una sonata de Beethoven o los poemas de Bertold Brecht. Más convincente se ve el proceso de mutación, de escritor oficial privilegiado a denuncialista en las sombras, de Dreyman (Sebastian Koch). El director, un debutante llamado Florian Henckel von Donnersmarck, derrapa suavemente al inyectarle música estremecedora alla yanqui en los momentos lacrimógenos; sin embargo la limpieza del casting, el intangible ritmo narrativo y su honestidad le proporcionan suficiente mérito, después de todo es ficción política y no sólo verismo histórica. Ulrich Mühe-Weisler, el espía, una cara de pescado que da pánico y puede despertarse humana –fue Mengele en Amen, de Costa-Gavras-, la belleza distante y sufrida de Martina Genedek, la diva de doble vida que hace suspirar a fachos y conspiradores, y el cinismo profesional de Ulrich Tukur, secuaz de Weisler en la Stasi, sostienen el argumento con su expresividad mejor que con sus líneas, siendo La vida el calco de una época que obligaba a esconder palabras y sentimientos. Los detalles, por demás, la enriquecen. La "prueba de olor", o el tapizado de la silla donde se sientan los interrogados, que se enfrasca "para los perros". O el cruce de Weisler con un chico en el ascensor de su edificio, al que termina preguntándole el nombre de... su pelota de fútbol. O la patética escena de Weisler junto a la prostituta de tetas enormes y caídas. Y él, que el gobierno degradó al suponerse su defección, abriendo cartas al vapor en un sótano de la Stasi mientras cae el Muro de Berlín.
El cine alemán recuperó su puesto en las pantallas del mundo. Una lección que nuestros aburridos y soberbios filósofos de cámara al hombro desconocen. Arrogantes, diría Weisler2.

Gabriel Cabrejas


1 Otras dos películas se filmaron antes con el tema Sophie Scholl: Die Weisse Rose (Michael Verhoeven, 1982) y Fünf letzte Tage (Los cinco últimos días, de Percy Adlon, también del 82).
2 La vida ganó el Oscar 2006 al mejor film en lengua extranjera. Sophie, fue nominada al mismo premio y ganó en Berlín 2005 el Oso de Oro a mejor director y actriz. Películas mencionadas: Los edukadores, de Hans Weingartner, 2004; Bye Bye Lenin, de Wolfgang Becker, 2003; La caída, de Olivier Hirschbiegel, 2004.