jueves, 30 de enero de 2014

Tantos regresos a lo mismo

fluía por el vientre apócrifo de la Noche
y me detuve a esperar en la esquina
de la misma palabra a que suceda milagro
¿qué milagro sería que exhumó el hoy?

tanta Noche me seduce
desciende el áurea hasta la bestia,
esta frontera errática no admite desertor
la guerra entre el pan y el alma
desató colmillos

he vuelto tantas veces a esa Noche
a mendigar su perfume
para caer al mismo barro y recordar
la jaula cuando la luna abrió el candado
y corrí tras las orgías de la hierba
a llenarme de sangre tibia
al desgarrar tu cuello

¿cómo no redimir a los vampiros?
la sangre es sensual
un orgasmo brota mientras bebo
el último exhalo de tus labios,
ya no queda infinito donde esconder
dios es de mentira

el mismo animal se arrastra por el agua del sexo,
soy mi propio cancerbero
invoco al halo cognitivo
para no regresar a la raíz del engendro,
apelo al barrio en tus ojos
al río acostado sobre una hormiga
que leyó a Withman

sólo estoy en otro enjambre
en un momento sísmico
apenas una réplica de fósiles hambrientos.


VMC

jueves, 23 de enero de 2014

Teatro de un renegado 2014


El escapista en 4 Elementos
La realidad y la vida, sin escapes

  El escapista no será la mejor obra de Federico Polleri, pero no se le puede negar ser consecuente, en una producción personal como dramaturgo (ya merece ser llamado así: rara avis en una ciudad que apela más a la creación colectiva que al autorado individual) que ostenta marca de distinción, el estilo.
  Repasemos. La Rosa de Cobre trasfundía la Historia evenemencial a una fábula, es decir, una ficción: el secuestro, bien que inexistente, del escritor Roberto Godofredo Arlt. Mayo era microhistoria pura, el paralelismo entre una representación real, Roma salvada, por la compañía de Morante y Culebras, y las vísperas de la Revolución de 1810 en Buenos Aires, la agitación popular en torno a los acontecimientos políticos derivantes en un definitivo cambio de estructuras. El escapista introduce otra torsión de tuerca. La decadencia psiquiátrica de un ilusionista junto a los prolegómenos del derrumbe de Perón, el bombardeo sobre la Plaza de Mayo y el final de una época. Un episodio símbolo de otro aunque la obsesión de Lucio Lemont buscando el truco perfecto no se relacione, vitalmente, con el complot gorila, la Fusiladora inmi-nente y la persecución de artistas que aparejará el golpe.
  Polleri sabe cómo engarzar sus personajes al contexto, esta vez reducidos. Pierre, suerte de manager lumpen, constituye el puente entre el afuera y el adentro, vale decir, el informante de lo que sucede en la calle y el ambular encapsulado, solipsista del mago y su encierro mental. Casi se diría que encarna la Historia en sí, el vínculo de lo urgente y el proyecto siempre renovado, a través de planes para salir de la inoperancia y el hambre, propuestos a este Lemont y no mucho menos delirantes —una gira, Hollywood, el posible pupilo de nueve años que ha visto, apariciones del mago en varietés de mala muerte. Por eso cada momento en que Pierre ingresa al escenario se lo ve peor, con la cabeza rota, el pantalón hecho girones, un brazo en cabrestrillo. La realidad, hostil, que agrede al país lentamente, y noticias paulatinamente más desalentadoras. La fiel Amalia, y su máquina de coser, su asistencia e intentos de convencer a Lemont de que reaccione, o simplemente almuerce, es la pragmática cotidiana, el adentro que quisiera ser afuera. Y finalmente Juliette, la partener de escena, que abandonó el barco hace tiempo y con la cual Lemont alucina, mitad pasado y mitad conciencia, sonriente como una diva de la revista Antena pero portadora de una soga de nudo corredizo, la pulsión autodestructiva del artista que le llega seductora y letal, un sueño doloroso de glamour. Las referencias al exterior, impermeable al ilusionista enloquecido, son eso que él niega pero toca a su puerta, arrasador, tanto que el fin de ciclo del peronismo coincidirá, fatalmente, con el. Lemont se exilió y ofreció sus servicios a Perón para integrar la Resistencia, en un regreso a la lucidez (que no vemos). El peronismo como ilusión de masas, Perón ilusionista: al final del camino siempre ganan, y pierden, los mismos.
  Más simbología. Se habla de Mogambo (John Ford, 1953) donde el cazador Clark Gable, contratado para filmar un documental sobre gorilas (sic) se debate entre “una recién casada, rubia, de apariencia gélida (Grace Kelly) y una volcánica morena de turbio pasado (Ava Gardner” (cita del programa de mano). El rodete y la sonrisa de Juliette parece la contracara de esa Evita que muere cuando Lemont empieza su debacle. El truco que obcede al mago se denomina La metamorfosis, la elemental tela negra tras la cual el hombre se convierte en mujer, Lemont en Juliette. Se dice que el terrorismo de Estado, y su desaparición de personas, comenzó en ese atentado contra los transeúntes del 16 de junio, no reconocido sin embargo como crimen de lesa humanidad. El programa de mano no lo nombra casualmente. Un escapista lo es porque no puede escapar de la Historia, ni de sí mismo, pretenderlo comporta puro ilusionismo.
  Hasta aquí los créditos de El escapista, amén de las exactas interpretaciones de un elenco que sigue consolidándose a lo largo de los estrenos, incluso en sus incorporaciones: Esteban Padín (Lemont), José Luis Britos (Pierre), Cecilia Dondero (Juliette) y Sandra Arraiz (Amalia). La escenografía, monumental y a la vez simple, es un recurso válido en virtud de destacar el autismo del protagonista, como el altísimo pizarrón en el que Lemont ha garrapateado fórmulas abstrusas e ilegibles o su similar al dorso, una pared repleta de papelitos con anotaciones, o la lluvia de periódicos que quizás equivale a otra locura, la Historia argentina misma y sus atávicos cambios de rumbo, de héroes y de villanos. Si me excedo en el análisis, se debe a lo inspirador y rico que se nos presenta el libreto, acaso encima de las intenciones iniciales de Polleri. Alejandro Arcuri director se luce en conducir actores y, sin duda, en la puesta.
  Dos defectos, eso sí, podrían indicarse. De un lado, la recurrente tendencia marplatense a colocar en el centro de una trama a un loco, costumbre inveterada de la escena local más visi-tada de lo que debiera. Por otro, un planteo que, a nivel argumento, se nota concluído a poco de andar, sin espesor psicológico en las criaturas y de una llamativa falta de conflicto, de manera que la obra simboliza, pero no avanza; se siente terminada luego de los primeros cuadros. La brevedad de los diálogos no dan lugar donde agarrarse, digámoslo así, y dejan ganas de ver más, o se espera otro desarrollo. Dato no menor —parte de la estética del conjunto y bienvenida sea—el interesante diseño del programa, mitad afiche publicitario y mitad diario de la mañana.
  Con todo, El escapista es una de las grandes obras de la temporada y un paso adelante del joven y promisorio Fede Polleri. A éste, créanme, no hay que dejarlo escapar.

Mag. Gabriel Cabrejas

martes, 21 de enero de 2014

Teatro de un renegado 2014

Darío Fo en el Séptimo Fuego La última carcajada


Cuando Patricio Contreras y Darío Fo coincidieron en pergeñar Muerte accidental de un anarquista corría el verano del 84 y no se imaginaban, el primero, que lo iba a ranquear como uno de los grandes actores de su tiempo, ni el segundo, que, siendo ácrata y teatrista independiente, terminaría ganador nada menos que del Premio Nobel de Literatura. A paso forzado, y constreñida por amenazas varias, espinosamente, la democracia argentina avanzaba en su propia transición y el Diagonal supo ser sede de un éxito estrepitoso; treinta años después el sistema político se consolidó pero la historia del loco que a su vez enloquece a una seccional policial para desenmascarar el dudosísimo suicidio de un anarquista literalmente defenestrado al vacío por una conspiración fascista que involucra a los uniformados, sigue teniendo atroz, inquietante vigencia. Fo y Contreras tampoco habrían supuesto a un grupo de locos de Mar del Plata, en la temporada frívola del 2014, reproduciendo la sátira cumbre del italiano, con la calidad y precisión de aquella primera vuelta. Locos, sí, de la sagrada demencia teatral, y lo suficientemente cuer-dos para autoconocerse y saber que pueden. Porque Viviana Ruiz debió madurar a fuego lento a un grupo capaz de montar una pieza difícil si las hay, la cual, afirmémoslo, requiere la preparación superlativa que, de cabo a rabo, evidencian. No nos sorprende, sin embargo, a los habitués del Séptimo Fuego, pues ya hemos acrisolado experiencia de espectadores ahí dentro. Eso sí, nunca hasta hoy semejante experiencia, ni tal despliegue interpretativo, como sólo un exigente bufo-autor podía inducir arriba del escenario. La sátira es la matriz más complicada de la dramatología, acrobacia pura sobre el desfiladero del lenguaje. La comedia pulula en las costumbres sociales, la tragedia prende la hornalla en la que el destino cocerá el desenlace siempre previsto, pero la sátira, política siempre, estira a tope la cuerda de lo admisible, prefiere el desborde, el nervio, la sobreactuación incluso. Los otros géneros concentran, la sátira distrae, arranca risotadas en lo brutal, nos hace creer que nos reímos de los personajes y no de nosotros. Tramposa, indelicada: abofetea, manipula, ofende, y puede concluir horrorosamente sin que lo esperemos. Fo nos invita a disfrutarlo. Sabemos que el Loco fingió veinte años ser otro y engañó a decenas cuando comparece ante el comisario, y sobrevendrá entonces la catarata de disfraces. Pero, cuidado, existe un crimen mal disimulado, que la opinión pública ignora, y en una sociedad estupidizada, apática o cómplice, el Loco y únicamente él habrá de reflotar el asunto archivado. Si bien cualquiera de sus actores no estaría incómodo en el papel de Federico Balderrama, Ruiz tuvo que aguardarlo. El histrión fenomenal, lisérgico que es Federico calza como un chaleco entallado. La justeza gestual (creo sin exagerar nada que un aspirante a actor debería asistir con una libreta de apuntes), la agilidad física, el manejo gutural, lo vuelven el intérprete del año, lejos. Claro, Fo no escribió uno de sus monólogos y, en plan colectivo, ningún acompañante queda rezagado. Y ahí entran a escena los clásicos integrantes del Séptimo dispuestos a otra lección viviente. Encontramos a Gabriel Casali, revelación del Avión negro versionada por Viviana, que, se veía, lleva bien puesto el apellido del tío y no reniega un palmo de su sangre; la apabullante pregnancia de Marcos Moyano, adusto y cuadrándose al principio y hecho un flan a medida que lo denuncia el Loco; Marcelo Scalona, ese animal de teatro inhábil para repetir dos veces el mismo ademán; Pablo Serra, el torpe y huesudo agente en perfecta comparsa y Daniela Silva, de empaque rígido en un rol inesperado. Inclusión nada fortuita,es la mujer quien rompe el silencio corporativo-masculino. Así no más, nos topamos con el casting ideal en la obra ideal. La foto de adolescentes ultimados por la policía brava, que el Loco esparce como casualmente en un pizarrón, y el paratexto intencional del programa, “dedicado a todos los casos de gatillo fácil” nos clava en el pecho la (penosa) actualidad fundamental de Muerte, y el compromiso perpetuo de directora y elenco. El insondable costo de los derechos de autor, que pagaron puntualmente sin reparar mucho en su recuperación, exalta la locura desde la que el Séptimo decide —siempre—más allá de los proyectos seguros del mercantilismo. La coherencia ideológica y sus quince años de continuidad teatral insobornable operan como esa calma burocrática en que descansan repantigados los asesinos instituídos: entonces, entra el Loco.  

Mag. Gabriel Cabrejas

viernes, 3 de enero de 2014

Siluetas en la nada

¿acaso la armonía depende de lo sensual?
¿será lo sagrado un coito incomprensible?
un embrión sin madre

en tanto exista, convicto
bajo las leyes del péndulo
flotaré inexactitudes
hasta merodear eso...
eso que no se nombra porque escapa
¿acaso la armonía depende del presentimiento?

hay tantos que sé yo a la deriva
en esta madriguera condenada al suspiro
al asombro, a perder memoria
para volver a extasiarse
con la misma secuencia

la guitarra blusea algún recuerdo
esos que aroman e insisten
y acaban en el ahora

por si acaso sea una llamarada bajo la lluvia
pecaré de gorrión por tanto cielo,
hasta ese deseo seré un entonces
silencio por las venas

quizás halle esa luna pueblerina
que juega rayuela en los tejados

¿será mi lado animal  lo que armoniza?
VMC

Complicidad

El por qué del por qué del por qué,33
me remite a ese niño
que sólo interroga desde la inocencia
tal vez inconclusa
¿cuándo reinará el porque sí?

si la vida es un brevario de dudas
ya no deseo auscultarla

los recuerdos pernoctan una fragancia etérea
tal vez sea la pereza con que asustan las almas
¿cómo llegué al costado no probable de las cosas?
¿quién empujó el abismo hacia mis sentidos?

aquí, en la rueda adictiva
superfluo de temor huelo
el escenario posible de mi muerte
y no vacilo en profanar la estética
como un vasallo de sus huestes.

VMC-DIC 2013