domingo, 25 de agosto de 2013

Personajes Olvidables. Los Pesimísticos (Humor)

Comenzaron siendo un grupete de forajidos del karma, gente dolida por diferentes motivos y que consolidaron una catarsis semanal donde compartían sus desgracias.
Para no abundar en groserías y desafiar al buen gusto sólo comentaré tres especímenes:
Daniela: a cargo de ocho hijos, todos de padres distintos. Una deprimida crónica que era abandonada siempre y que, además, le cancelaron las dos últimas asignaciones por hijo por exceso de vagina.
Fabio: un marica frustrado por tener hemorroides. Jamás fue penetrado y para colmo los mates de leche le producen arcadas.
Luciano: un perdedor acostumbrado a que le roben en todas las casaa que habitó. No hacía más que mudarse y al poco tiempo era asaltado. Un total de 19 veces.
Junto a otros forman un clan restringido de nefastos poco y nada favorecidos por las circunstancias.
¿Qué dios pergenió tales engendros portadores de un muro de lamentos portátil?
Ellos peregrinaron por cuanto libro de chantayuda les cayera sin hallar la respuesta que resuelva tanta inequidad. Eran individuos polarizados hacia lo negativo, portadores del Síndrome del Bajón Abasoluto.
Amantes de la tragedia, leían a Angustiógenes, aquel filósofo griego fundador del drama cotidiano, y que como tantos transitaban el anonimato en escala gris.
Todas las semanas se reunían para comentar alguna decepción y lamentarse en conjunto. Socializaban la pena. No era precisamente una horda de autoayuda, más bien los definiría como unos nefastos autoinmunes.
Si bien es cierto que el dolor atrae más que la inocencia, nuestros depredadores de la buena onda exageraban la caída, se alimentaban con desgracias propias y ajenas, las rejurgitaban una y otra vez, masoquistas, cómplices del lamento. Aunque no es la primera tribu que llega al éxtasis a partir de la autoflagelación.
Entre sus costumbres, le rezaban a San Tristán, patrono de los yeta quienes creen que sufir aquí es asegurarse el Cielo.
También adhirieron a la Izquierda Amarga, respaldando la consigna: Humillados del mundo, Uníos...!
Además presentaron un proyecto de ley para la Despenalización de la Pena, cuya campaña se fundó en el lema: No te sientas culpable por sufir.
Al fin liberados nuestros antihéroes del paso traumático por el cuerpo, trascedieron el suicidio. Hoy son los apóstoles del ecepticismo, la Escuela Pesimística por excelencia.

Vicius Clem


viernes, 23 de agosto de 2013

Callarás el vino eterno

a medida que hago exactos mis supuestos
supuro números mutantes,
a intervalos mis halos clonan fantasmas

ya estoy contemplado
cada una de mis irreverencias fue descripta,
la sorpresa, en términos de exactitud
es producto de la ineficiencia imaginativa

sin embargo el asombro nos inyecta vida
de allí la manzana y la utopía.

Victor Clementi

Eva teje mandalas

                                          a mis fieles excesos

desnudo en la taza de café
me creíste ido, a pesar que te advirtiera:
no me mueras mientras nado

tantos besos sucedidos, sucesivos
prescindibles ahora,
tantos mástiles de angurria
para idéntica suerte

suspendido a la altura de tus ojos
llegué a escalar partituras de lascivia

pude colonizar esas zonas salvajes
morder aristas suicidas
invadir esos párpados de vino
con mi lengua atea

sólo cuestión de acceder
a la superstición correcta

sex y veinte me urgenció tu cuerpo
que ya trajo impaciencia,
fueron efluvios perezosos en recorrerte

luego regresé a mi perímetro breve,
a la carne anterior al pecado
agua lenta

este pan ante tus ojos se amigaja.

Vicius Clem

jueves, 8 de agosto de 2013

Simultáneo a la deriva

Un Adan mutante en este paraíso virtual, donde todo coincide y compadece bajo una lógica absurda
¿qué fue del paradigma de la tierra plana? ¿hacia dónde la cenizas de las brujas?
Apenas unos magos fugaron de los monges vampiros.
La razón es obra de un hechizo, de un influjo que supone dirección al pensamiento, sin embargo distintas percepciones crecen paralelas al sentido que adoptamos.
En tanto subsista la búsqueda de fronteras inimaginables es posible hallar otras formas de vida, con diversos ordenadores.
Que el pensamiento científico recurra a un patrón de conducta y un común denominador para descifrar y catalogar el comportamiento de las cosas, no invalida distinta percepción al respecto.
El concepto es algo similar a una escalera en el abismo, nos aferramos a lo primero consistente. Necesitamos continuar como sea, bajo adicción de fe o de razón social; poco importa indagar lo cuestionable. La aceptación es la garantía para que el sistema trascienda, es la matrix, el chip al que llamamos dios. Algo siempre programa y adultera nuestra esencia rebelde, o sea: el pecado original, o sea: desobediencia debida.

Vicius Clem


jueves, 1 de agosto de 2013

Reflexiones de un renegado, 2013

Educandos inadecuados

Un viejo docente sentenciaba que la riqueza conspira contra la grandeza. Grandeza no quiere decir tamaño, sino calidad; no es gordura sino altura, no es longitud sino proporción. El mito de que somos un país rico, que siempre vendrá la lluvia abundante tras la sequía, que la inflación de recursos naturales ha signado a nuestra tierra como paraíso de la promisión y la providencia, en pocas palabras la cantidad extensiva mezquinándole espacio a la calidad intensiva, conspira contra la probidad educativa, la subsume a un dato extra, un plus, como el edulcorante al café. Sin él mejora el sabor, pero puede prescindirse. Un perfume en una piel bañada, que sin el aroma igual está limpia. Según los resultados de una encuesta realizada durante los 90, los argentinos creían que debían resolverse primero, y para siempre, los problemas económicos, y sólo después dedicarse a la educación, algo superfluo o cuanto menos suntuario. La inconsistencia de una relación obligatoria entre ambos términos caracteriza al imaginario. Conclusión, ¿quién necesita realmente educarse cuando siempre habrá riqueza? Su repartija, al parecer, no depende de estar preparado, o bien, estar preparado para su acceso o adquisición no necesariamente depende de saber hacerlo. Saldrá solo, habrá palenque donde rascarse, siempre. En aquella triste época en que Japón pintaba de gran modelo a seguir, se decía que la isla del Pacífico era el contraste perfecto de la Argentina: no tiene nada y logra todo, mientras nosotros tenemos todo y no hacemos nada. “India es un país demasiado pobre para no invertir en educación”, meditaba Jawaharlal Nehru, sucesor de Gandhi. Mahatma, hacéme Gandhi. Poca tierra, mucha gente, pobreza hereditaria por añadidura. Crecer en altura, ya no se puede a lo ancho. La Argentina, rica y enana. A pesar de que la inversión en materia educativa ha sido espectacular, mal que le pese al gorilismo en boga, y no puede predicarse un desinterés objetivo del gobierno hacia la instrucción pública, la educación argentina sigue en crisis, producto de un modelo impuesto desde la Reforma del 94 y cuyas consecuencias sufrimos todavía hoy. Como anillo al dedo, ese (contra)modelo encajaba perfectamente con un país en proceso de jibarización, que sólo iba a incrementarse en el área servicios, previo aniquilamiento de la estructura productiva terciaria. Endeudados hasta la médula, vendiendo commodities y comprando productos elaborados sin restricción aduanera, se desarmaron las escuelas técnicas —¿quién las necesitaría?—y se embruteció ex profeso al alumnado, se achicó la matrícula estatal en beneficio de la educación privada, de manera que a la fragmentación social siguió la educativa. O sea, los coles privados formarían a la clase dirigente, bien dotada de insumos, aulas luminosas y calefaccionadas, docentes malpagos pero impedidos de reclamar y hacer huelgas como simples e intercambiables obreros de una fábrica, mientras los coles del Estado se destinaba/condenaba a los pobres y la clase media debilitada, profesores en huelga intermitente, espacios en situación calamitosa, ausentismo, deserción, insuficiencias. Todo intento por recuperar el tiempo desperdiciado, se sabía, iba a colisionar contra ese desbalance. Había que empezar de cero en la educación popular, y a cambio la privada seguiría evolucionando sin interrupciones. Un buen día, o un mal día, los chicos no pudieron más y, hartos de promesas de mejoras edilicias sin respuesta, tomaron los establecimientos. Y allí surgió una grieta profunda, mayor a las que aquejan a las paredes. El miedo a los jóvenes, la consecuencia más dolorosa de la des-educación. Guste o no, somos responsables todos, en grado diverso. Año electoral en el que el fascismo relativo ambiente burbujea y desborda, y se pide que la violencia vuelva a ejercerla el Estado, e indiferentes a la educación como siempre lo fuimos, se trató por todos los medios de demonizar a las víctimas, es decir, nuestros pibes. Después de tildarlos de ejemplares botánicos, hundidos en el android y la oreja en la cumbia, llenos de piercing y con los pulgares callosos de play station, casi analfabetos funcionales a los que se debe enseñar a leer aún en cuarto año, sanguíneos y acólitos del reviente, contestadores, abolicionistas de cualquier autoridad, malhablados y usuarios de un vocabulario de no más de veinte palabras, que un grupúsculo haya decidido tamaña determinación de compromiso —tomar escuelas—no se acreditaba sino a nuestros perversos politicuelos, oficialistas y opositores pero más de lo primero, que melonearon, lobotomizaron, idiotizaron a púberes que, de suyo, ya considerábamos semiidiotas. Los adultos los dejamos olímpicamente solos. Damos vergüenza por esta actitud, pero más vergüenza nos debiera dar la educación que les dejamos, arrastrada desde la década neoliberal, y que no pudimos, o no quisimos, cambiar en lo esencial. La pregunta es muy maleducada: ¿qué carajo hicimos para impedir que las cosas llegaran a esto? Cierto: trabajamos mucho, bajamos el nivel hasta ellos (no les importa nada, no entienden ni quieren entender, la mayoría carece de proyecto personal, van a ver películas dobladas porque no pueden leer los subtítulos, ni siquiera cantan el himno y si les pinta nos putean), sufrimos sus desplantes, el abandono en que nos dejan las autoridades pedagógicas, el papeleo inservible de múltiples planificaciones, los insultos de los padres que no parecen tener injerencia en la pésima conducta de sus hijos, la paranoia ante la responsabilidad civil, la falta absoluta de correctivos. Difícil pedirle a los docentes que procuremos liderar la transformación y la crítica. ¿Con qué tiempo? ¿Con qué voluntad? ¿Para quiénes? Y sobre todo, ¿quién nos ayudaría? ¿Cuándo? Cuestión que las hipocresías y la soberbia típicas de la clase media argentina se han puesto de manifiesto, por supuesto, sin mucho testigo y a puerta cerrada, no sea cosa que trascienda nuestro incurable fascismo. Ese doble estandar que nos hace bautizar a los bebés con nombres mapuches pero al ver un morocho en la calle cruzar de vereda, es el mismo que nos invita a parar 96 horas seguidas sin preguntar a los chicos si les jode, pero los aislamos y satanizamos cuando paran ellos, y en nombre de nosotros. Ya que, sabiendo el estado de mierda de los colegios, el plano inclinado del sistema, la nula intervención de los papás siempre que les funcione el estacionamiento de seres vivos, aún así no movimos para cambiar nada, debimos haber participado, solidariamente, con nuestros chicos, lo cual habría resuelto en breve el pequeño caos. Cierto, durante la noche final, previa al levantamiento, los centros de estudiantes, o los chicos sin encuadre de un centro, festejaron. Y lo hicieron como suelen hacerlo los de su generación, con generosas dosis de reviente, aunque más moderados cuando hubo algún control. La toma terminó empañada en al menos un par de escuelas: robo de netbooks, destrozos, actos menudos de vandalismo. ¿Cómo explicar que un reclamo por mejores edificios se ensuciara con su peor contradicción? Es que no todos los adolescentes comprometidos tienen el mismo grado de compromiso, sus representantes están aprendiendo y los colegios, a veces, son excesivamente extensos para poder ser controlados, y, digámoslo, dejarlos solos tiene sus consecuencias nefastas. En una sociedad donde se cree que los menores —sobre todo si son negritos—debieran ir a la cárcel común y sufrir las penas correspondientes a los mayores por iguales delitos, en cambio se los considera incapaces para adquirir conciencia política, involucrarse directamente en los problemas que les competen, ni tan siquiera opinar y discutir con los adultos. Dicho mal y pronto, merecen perder su libertad porque son responsables del mal, pero no pueden ejercerla cuando quieren realizar el bien. Les enseñamos el resentimiento, pero no aceptamos que se resientan. Los amamos, y los despreciamos cuando no hacen lo que esperamos. Les impartimos lecciones de ciudadanía (existe la asignatura…) pero los impugnamos cuando la practican. Si fueron buenos y malos al mismo tiempo, si una mañana protegen la institución y una noche la saquean, ¿cómo juzgarlos, si los adoctrinamos en el doble discurso? Pasaron meses desde la toma. Mar del Plata lo olvidó y siguió su semivida. Por eso a mí, que soy un renegado metido en el sistema, se me ocurre recordarlo.  

Gabriel Cabrejas
gabcab2003@yahoo.com.ar