miércoles, 31 de agosto de 2011

Biografía No Autorizada de Clementi (humor)

a cargo de su alter-ebrio, Marcel Nasif.


Victor Marcelo Clementi nació en Capital Federal, precisamente en el barrio de Monserrat, en una especie de conventillo familiar. Allí pasó los primeros juegos, entre potreros, baldíos y pelotas de trapo.
Comenzó a escribir debido al fracaso manifiesto que experimentó en otras ramas del arte. Su madre lo llevó a estudiar música. A los quince días el profesor la citó para confesarle que su hijo era una mezcla exacta entre Beethoven y Van Gaugh: sordo y con una oreja menos.
Tampoco prosperó su inicio como dibujante, tenía menos mano que la Venus de Milo. Así que, descartados otros propósitos, la única opción fue la literatura.
Una particular fascinación por las naves espaciales -corrían los sesenta- junto a un lenguaje callejero, conformaron lo que sería su estilo, hasta hoy inclasificable.
También la temprana devoción que despertó hacia las mujeres, combinada con interrogantes filosóficos, lograron la estructura definitiva del lenguaje.
Ya en diciembre de los 70, se trasladó a Mar del Plata, donde el clima frío, ventoso y húmedo, terminarían por socavar su comportamiento social, aislándolo aún más de la realidad.
Los primeros fracasos entonces no tardarían en aparecer.
Desde temprano sospechó la relación entre el Universo y la conducta. Los primeros apuntes al respecto (a sus quince años) ¨Analogías entre las Leyes Físicas de la Naturaleza y la psicología humana¨ acabaron en el tacho de basura.
Afortunadamente el coletazo de la cultura hipie influyó en su carácter esquivo e indolente, reafirmando su anarquía intuitiva.
Las mujeres siempre fueron una constante en la vida de Clementi: todas le rompieron el corazón. Jamás padeció Edipo.
Al asumir la permanencia en la derrota, el autor sofisticó todavía más su compulsión al mundo.
Además, el hecho de haber leído filosofía griega antes de la adolecencia, lo elevó hacia esferas de fantasía que pronto se convirtieron en un existencialismo inútil. Supo que nada tiene sentido, de allí que sus poemas sean una venganza hacia la humanidad.
Aún continúa vinculado a esa prosapia barrial, la que acentúa sus berretines de gurú criollo.
Comparte amistad con secuases de toda índole, sujetos impresentables, como trapitos, tumberos y dealers; sólo posibles en un relato de ficción, convirtiendo al mundo en una réplica de él mismo: una coalición de borrachos al servicio de la inoperancia.
Actualmente practica fa-sen con otros atorrantes de igual o peor calaña.

Marcel Nasif

domingo, 28 de agosto de 2011

Curriculum de Víctor Marcelo Clementi

Curriculum Poco Vital

Ante la única solicitud por conocer en detalle la trayectoria del Sr Clementi, adjuntamos la desafortunada carrera del fulano.
A propósito, está por aparecer el Currículum no Autorizado, a cargo del Licenciólogo Marcel Nasif.


Victor Marcelo Clementi, nacido en Capital federal el 24 de Junio de 1957.
Radicado en la ciudad de Mar del Plata desde diciembre de 1970.
Ha publicado las siguientes obras:

1980: Grises (poemario)
1983: Poemas (poemario)
1985: Sens (poemario)
1986: Fugas (poemas ilustrados)
1988: Dioses sin leyenda (poemario)
1990: Las memorias de Gambeta (novela)
1992: Demasiadas palabras (poemas y cuentos)
1993: Ausencia peligrosa (poemario)
1995: Simetría (poemas, reflexiones y cuentos)
1999: Tributo a lo inasible (poemario)
2002: Ecuaciones violentas (poemario)
2004: Especies (Poesía sucia II)
2008: Colisión y Licencia para crear (Poesía Sucia )
2009: Apertura-Licor de Sueños



Además participó como redactor en la revista El Mirador entre 1992 y 1993.
El grupo teatral La Granada puso en escena la obra Gambeta en 1991 en el Teatro Auditórium.
En 1994 organizó el espectáculo poético-musical Coctail de Sensaciones, que también participó del Encuentro de Teatro de ese mismo año.
Entre 1998 y 1999 fue director de La Cocuzza, publicación que aparece espasmódicamente.
A principio del año 2001 organizó el espectáculo poético-musical Sobredosis de Melanco. Durante el año 2008 organizó tres ciclos: Poesía Transurbana , Bar y Barrio y Lunfardo y Otros Códigos con la participación de músicos.



Participó del Espectáculo milonguero Entre tantos Mundos, cuyos textos son de su autoría. Co-organizó el Primer Ciclo Diagonal Under en el 2008.
Fue director del diario de poesía Sufrido Neanderthal en el año 2003.
Sus textos fueron publicados en distintos medios de la ciudad y del país.
Colaboró en Lilith, Revista literaria de extensión nacional.
En el 2010 junto a Raúl Islas interpretaron 2010 Odisea por la nostalgia, espectáculo poético musical.
Participó hasta el 2010 en las Revistas Poética y Decires.
Actualmente colabora en la Revista La Avispa



Desplegables:


TRIP 1: Acerca de la pregunta y el Acaso.
TRIP 2: Absurdos y otros manjares.
TRIP 3: Introaspect.
TRIP 4: Psicodelia Preventiva.
TRIP 5: El Locazo de los Dioses
TRIP 6: Bar y Barrio

jueves, 25 de agosto de 2011

Personajes Olvidables (humor)

El Cacique Victoribio Pachamenti, probable autor de ¨Las Semillas del Imperio¨


Casualmente antecesor, cuenta el chamán en el Tratado Familiar La Supremacía Clem, que las tribus devenidas en Imperio, evolucionaron entre los siglos 5 y 7 después de Cristo. Conocidas como La Civilización Porreca, ocuparon las Alturas del Fumahuaca.
Bajo estricta economía agrícola -el monocultivo de la marihuaca- , intercambiaban el producto de la tierra con los mercaderes de la Cordillera por alimentos, vestidos, maderas y metales.
Asevera la Mitología Clem, que los pioneros en realidad eran un rejuntado de reos que expulsó la Civilización Tolteca y Olmeca; y que durante el éxodo a ninguna parte, oyeron la voz del Señor en los Andes, anunciándoles el camino hacia la Tierra Ocupada.
Entonces abrieron los Cielos y una caterba de ángeles homosexuales bajaron con una semilla cada uno, y señalaron las ciudades a fundar.
Inmediatamente después los ángeles se elevaron hasta desvanecer mientras caían plumas y alocadas carcajadas.
Entonces cada uno de los Iniciados guió por la cordillera a los reos errantes, con una semilla de símbolo. Cada semilla portaba el secreto de la magia, y cada tribu debía prosperar a partir de ella.
Y así sucedió, en menos de una década fundaron el Imperio que duraría dos siglos.
Al igual que muchas Civilizaciones, los Porrecas desaparecieron súbitamente, al parecer a causa de una fallida cocecha de marihuaca, hecho que los obligó a migrar hacia otra realidad.
Presuntos inventores de la Quena, instrumento que usaban, además, de múltiple tuquera durante las ceremonias; y el churro, especie de fritanga rellena con el maná autóctono.
Desafortunadamente el tiempo nos legó la palabra de Victoribio en un compendio de malos entendidos, con un lenguaje similar al lunfardo, y que fueran recopilados siglos después en contínuas sesiones espiritistas, donde la presencia del Patriarca dictaba los oficios grabadora mediante.


Victor Clementi

martes, 23 de agosto de 2011

Donde me lleve la mañana

El recuerdo
ese maniático océano fantasma
mucho de tal vez para leyenda
¿cuánto de verídico esfuma porque sí?

un verbo cíclico deshace el soy
en secuencias que aniquilan
y destellan mi otro yo

apenas descifro la nostalgia
peregrino del mismo aliento

¿cuán permeable es la textura
donde transcurro?

otra irresponsabilidad de la existencia
es atrever preguntas que inducen
laberintos próximos a sofocarse

el viento trae el viento lleva.


Vicius Clem

Teatro de un renegado 2011 plus

Teatrantes, Noche en vela y Juan Lavalle
El humo y la magia de la Historia

De todos los personajes históricos, Juan Lavalle es el más teatral, y era hora de que se lo reconociera así, como dramatis persona. Condenado irreversiblemente por el revisionismo, reconocido por la Historia militar como héroe sin tacha en el campo del honor, nítido en la vida y misterioso en la muerte, es difícil ser imparcial con él. Teatrantes, en su segundo opus contextual después de La razón de las bestias, prefiere el costoso equilibrio, ése que los historiadores rehúyen, colocándose a un lado o a otro del espinel. Al artista cabal le tocan estas proporciones, porque no se trata de ser dorreguianos o lavallistas, federales o unitarios. De hecho, las últimas palabras casi no se mencionan. El general Juan Galo Lavalle y Cortés está solo, su última noche, instante crucial en el cual la única compañera atribulada es su conciencia. Obvio, el artista ingresa donde no puede la Historia.
La razón carnavalizaba los episodios, también sin tomar partido, pero los intérpretes se vestían delante de nosotros, interactuaban con la gente, no dejaban de mostrarse, deícticos, sabiendo que representaban. El equipo avanza un paso en su concepción estética y ahora escribe a tres manos –Leo Rizzi, Cecilia Martín, Mónica Arrech—y transfiere el trabajo escénico a otros. Siempre les basta una compañía de cámara (tres actores) y la mudanza de máscaras, de modo que cada cual adopta los diferentes rostros que asaltan a Lavalle, detalle deliberado: todos son en el fondo uno en la memoria atravesada del General emboscado. Claro, la Delfina-José Rondeau-Pancho Ramírez (La razón…) dirimen sus diferencias en un territorio que recién empieza a escindirse, y Noche en vela sucede veinte años más adelante, sobre el país diseñado por los ganadores –hasta que otra voltereta los vaya a desgarrar en la próxima década.
El humo de las velas y el hornillo impregna la sala. Trastos mínimos y espacio claustrofóbico, el estilo Viviana Ruiz, encargada de la dirección. El muro de lienzo, perfecta alegoría. Grietas, palidez, los semblantes dibujados en él de Rosas, Damasita Boedo, Dorrego, Del Carril, como si la cal los exudara. Dijimos que Teatrantes avanzaba. Por primera vez apela a la magia, y no es metáfora. Sumó la experiencia del mago Alan para insuflar más irrealidad a la pesadilla. Los actores desaparecen literalmente bajo una manta y al alzarse el trapo cambian de identidad, de la nada surge una llamarada, Dorrego flota en el aire antes de volar del escenario. El pasado irremediable, el presente crispado y el futuro infernal se conjugan sin costuras y sin aliento, mientras Lavalle no duerme y lo acribilla la culpa y el delirio. Ficción pura enredada de verosímiles. Nadie testimonió ese final y los dramaturgos deciden no elegirlo. ¿Hemos de creer en la bala que se coló a través del ojo de la cerradura y le cercenó la garganta? ¿Fue Damasita, falsa enamorada, que así se infiltró entre sus filas para vengar a su hermano, cuyo verdugo habría sido el General? ¿Se suicidó Lavalle, atormentado y sapiente de que lo traicionaron sus mismos instigadores? Poco importa. El debate no les pertenece, y sí la dramaticidad interior del individuo en su propia tragedia cuando dialoga con sus sombras.
“Las armas se cargan de tinta”, trasciende Del Carril, de paisano. En la misma carta que seduce a Lavalle de matar a Dorrego sin juicio sugiere que el texto sea destruído; el General, en un rapto de lucidez, la guarda. El encuentro con Rosas condensa el cinismo de los ganadores y el realismo de quienes combaten. “Veo hambruna”, asiente Lavalle. “Yo veo gente trabajando, hacendados, riqueza”, retruca el Restaurador, triunfante. Junto a Dorrego se ríe, como si hubieran vuelto a la juventud compartida, previa a la guerra civil que iría a separar, inconciliable, a gente prácticamente vecina. Una carta repetitiva queda esparcida en el suelo, igual que la atomizada nación en plena contienda de intereses y ambiciones.
Pedro Benítez encarna un General ciclotímico, espasmódico de conducta, según el interlocutor, la ira, la resignación o la impotencia. Distintivo en cada protagónico, le toca al fin un trágico completo de elenco –Gurka, recordemos, era el trágico unipersonal-- y lo empuña con la probidad acostumbrada. Marcos Moyano da otra lección de versatilidad, desde el burlón Del Carril al pragmático Rosas y el melancólico Dorrego, que bien puede surgir del Purgatorio o de la simple memoria. Daniela Silva (la Llorona; la legítima de Lavalle, Dolores; Damasita) cierra el triángulo con exactas y breves intervenciones.
Párrafo aparte merece la escenografía de Leticia Pereyra, fija a la austeridad del tema pero también a la estética del Séptimo Fuego. La vestuarista Arrech ya es un referente central en la especialidad para cualquier emprendimiento del teatro independiente. Federico Moyano estira una vidala pensativa, como musicalizador, intersticial al largo lamento del perdedor en su fuga de perseguido.
Noche en vela, obra ganadora además del concurso El Teatro y la Historia, aporta en los dos sentidos: reconstruye imaginando, re-presenta los hechos en un ejercicio de probabilística, relata sin juzgar. Ojalá Teatrantes continúe este camino silencioso y espectacular.

Gabriel Cabrejas

sábado 27 de agosto 22 hs. Séptimo Fuego.

jueves, 18 de agosto de 2011

Suspensión

Llueve la tarde
cae el tiempo detrás del vidrio
las chicas coquetean por los charcos
evocan indecisas cadencias de rayuela
cuando las vainas del sol
flotaban en sus trenzas

el hueco del recuerdo desviste cielos
con la pausa de quien abusa eternidad

ellas suponen a la muerte esquiva
otro simulacro que ahorcó la costumbre

ellas salpican fuego incoloro
en el laberinto de un poema

dios es un robot que bebe sexo.


Victor Clementi

miércoles, 17 de agosto de 2011

Cinencanto 2011

Tres veces Woody Allen
La frustración y la aventura

No es Harry Potter, pero sigue haciendo magia, y no usa la varita para vencer a Dumbledoor sino que, aún octogenario, se las arregla para sacar, cada vez con menos trucos, nuevos conejos de la vieja galera. Exiliado voluntario de Hollywood, la mejor decisión de su vida, el neoyorquino, de los pocos que quedan haciendo cine de autor, sigue en pelea, con suerte desigual. Vamos de menor a mayor.

No conocerás a nadie. Harto de no conseguir financiación en un submundo que sólo reconoce taquilleros, y demonizado por esas moralinas hipócritas de su país acerca de curtirse a la hijastra, Woody Allen es un fugitivo en Europa. Ya lo presagiaba Hollywood Ending (2002): la historieta de un director al que todos consideran have been y había filmado totalmente ciego –crudelísima metáfora sobre el estado del cine yanqui, si los hay—y termina tomándose un avión a París, donde los críticos todavía son capaces de descubrir la perla en la ostra más cerrada. Dos largometrajes después (Anything else/La vida y todo lo demás, 2003 y Melinda & Melinda, 2004), ya se instalaba en Inglaterra y salía Match point (2005), que, aunque repetitiva, se juzga de las mejores suyas durante su última década. Canguro entre Gran Bretaña (El sueño de Casandra, 04), España (Vicky Cristina Barcelona, 08) y Francia (Medianoche en París, 11) y de la tragedia a la comedia, el Pequeño Gran Cineasta busca, y encuentra, las obsesiones que parecían interrelacionadas exclusivamente con Manhattan, y, turista comprometido, universaliza su mirada de entomólogo en psicologías urbanas. Si los maridos y esposas anteriores eran víctimas de su fisgoneo tierno y feroz, ahora Allen quiere demostrar que se hallan en cualquier parte; que ya provecto y lúcido le queda ser misántropo y desengañado en el género serio, y todavía optimista sobre el individuo en el semicómico, siempre que éste sepa realizarse como él, rompiendo las convenciones y el destino.
Su último recreo en la Gran Manzana se llamó Que la cosa funcione (Whatever works, 09), una especie de auto-antología poco exigida, cuya originalidad más pronunciada consiste en su actor, Larry David, a la sazón guionista de Seinfeld y ahora un renegado violento y nihilista que, vía juego de opuestos, deslumbra a una jovenzuela pueblerina recién llegada a la ciudad (Evan Rachel Wood). La filosofía negativa de Boris-David es la del director en sus peores momentos –incluso le habla al público; el happy end un inexplicable reblandecimiento, demasiado incoherente, visto un personaje que destila rabia y no apto para mudanzas tan bruscas. Curioso que Boris enseñe ajedrez, lo mismo que hace su creador, o sea, cambiar de movida usando idénticas piezas.
Y así, You will meet a tall dark stranger, (“encontrarás al perfecto extraño”, mejor: al extraño perfecto) o Conocerás al hombre de tus sueños (2010) no avanza mucho en la filmografía, al contrario, regurgita la cena de anoche, en el puzzle de espejos rotos que más le gusta, o sea, un rearmado de piezas usadas. Veamos. Gemma Jones (Helena), recién divorciada de Anthony Hopkins, consulta a una tarotista –Mia Farrow en Alice (90) caía en el ocultismo—y corre a contarle a su hija Naomi Watts, experta en galerías de arte y mal casada con el escritor frustrado Roy (Josh Brolin), típico intelectual de Woody, tironeado entre las dudas sobre su talento y la salvación a través de un nuevo amor, aquí la vecinita de enfrente, Freida Pinto, la actriz hindú de ¿Quieres ser millonario?: vuelta de tuerca a Celebrity (1998), por citar otra. Watts-Sally, claro, es otro modelo calcado: independiente y conflictuada consigo misma, exitosa en lo suyo pero infeliz, que se enamora de su jefe (cara de nada-ninguno Antonio Banderas), esta vez sin esperanzas. Disfrutable en su mutuo abismo, la pareja del pendeviejo Alfie (Hopkins) y su minaza otoñal, Charmaine, puta de oficio y trepadora al que él lleva un cuarto de siglo (Lucy Punch, onda cabezahueca aunque más cínica e igual de mersa que Mira Sorvino en Poderosa Afrodita, 95) y con la cual insiste en ser su Pigmalión. Bien conducidas, las discusiones, tan de Maridos y esposas (92) que tensan Roy, Sally y Helena, confirman por enésima vez la habilidad intacta de Allen a la hora de exprimir al máximo actores que en otras manos se mueven de memoria. Conocerás pulsa el drama y no la farsa, así pues ningún personaje llega al final feliz excepto Helena, mientras los demás quedan en suspenso. Las sesiones mediúmnicas en algo recuerdan las del propio Woody en el episodio de Historias de New York, Edipo reprimido. Redondea mediante una reflexión de Shakespeare bastante descolgada: “la vida es sonido y furia y no significa nada, pero Helena entendió que las ilusiones son a veces mejor que la realidad”. La reflexión acerca de la muerte, saliéndole al cruce a Roy en forma inesperada, pretende inyectarle algo de trascendencia a un intríngulis que hace agua y parece haberse cosido a parches.
Se trata, en fin, de un texto ocioso, inútil: no agrega un ápice al corpus y hasta se lo nota cansado, solamente transportado de contexto, disfuncional. Un Frankenstein de piezas probadas que resoldadas, no alcanzan a resucitar en cuerpo.
París, de fiesta móvil. Allen descubre, o redescubre, la cité lumière como únicamente él: un catálogo de paisaje pluvioso y utopía histórico-cultural consumada con los ojos del turista intelectual y los deseos cumplidos del exiliado.
El director ama París –¿quién no?—y ya le dedicó un primer acercamiento en Todos dicen te quiero (1996), pero aquí el basamento es un viejo relato, “Memorias de los años 20”, incluído en Cómo acabar de una vez por todas con la cultura. A través del cine, como lo hiciera en La rosa púrpura de El Cairo (1985), consigue lo que muchos soñamos: viajar físicamente a los años dorados de la noche parisina, cuando se congregaban dentro de su moveable feast todos los artistas de la vanguardia, presente y futura, del siglo veinte.
Gil Pender (Owen Wilson, la cara más americana de la filmografía woodyana) es un bien remunerado guionista de cine, y como cuadra a una criatura de nuestro autor, alguien que sin embargo anhela ser un escritor serio y reconocido. Está a punto de casarse, y su novia Inez (Rachel McAdams), la arquetípica rubia rica de hotel cinco estrellas. Se comprende la necesidad de Gil por fugar del ambiente: suegros republicanos recalcitrantes –el padre de ella odia a los franceses desde que criticaron la invasión a Irak, no bebe tintos si no son de Napa Valley—,un inglés pedantón que hasta corrige a las guías de turismo y sale siempre junto a la pareja (Michael Sheen), la fiancèe histérica de cocteles, vernissages y shopping. Cuestión que una noche, Gil se queda solo en una ochava empedrada y aparece un auto de colección; lo chistan los pasajeros, y sube… El viaje en el espacio se transforma en cápsula del tiempo. Sus compañeros de parranda, Hemingway, Francis y Zelda Scott Fitzgerald, Alice Toklas, Cole Porter, Gertrude Stein (Cathy Bates, quien accede a leerle el manuscrito de su novela tantas veces reescrita), Dalí (Adrien Brody en un delicioso cameo), Cocteau, Josephine Baker y la amante de Picasso y Modigliani, Adriana (Marion Piaf Cotillard, frágil y sensual), que, a pesar de amable interlocutora, tiene su propio sueño: teletransportarse al Moulin Rouge de las bataclanas, Toulouse Lautrec y Gauguin.
Allen no rehúye el cliché absoluto: Hemingway siempre perora sobre masculinidad y coraje, Dalí es la caricatura ególatra, Fitzgerald sólo sufre por Zelda. Es un descenso al cielo cabal, un síntoma de la desubicación final del autor de su tiempo concreto, y también, quizás nunca de manera tan acentuada, un manifiesto de su profunda aversión a lo americano, dada esa visión poco menos que tenebrosa de la burguesía de origen. Sin quererlo, Woody obtuvo con Midnight at Paris un triunfo de audiencia oceánico, del que casi se había olvidado. Y le queda rollo para burlarse de su invención: el detective que contrata el suegro se pierde asimismo en el laberinto temporal y termina en la corte de Luis XIV, y Adriana abandona a Gil luego de acceder, como lo deseaba, a la belle epoque. En el Pont Neuf un último encuentro amoroso libera a Gil de las ataduras finales.
París idealizada, sí, el cineasta se repite, aunque ahora avanza un paso. También Alvy Singer, el protagonista de Manhattan (1979) era libretista, como novelista el de Celebrity, y a su modo Medianoche continúa el relato de Hollywood ending, el éxodo del artista de California a la dulce y tolerante capital de Francia; el retrato de Gil es una superación del traumatizado Deconstructing Harry (Los secretos de Harry, 97); el aura fantástica filtra el método de Alice y Scoop (2006); la celebración de la bohemia trae relentes de Sweet and lowdown (Dulce y melancólico, 99). Intelectuales ansiosos de vida y mujeres incómodas en ella podría ser la fórmula sintética del cine de Woody Allen.
Un film de rara belleza política, sutilmente incorrecto. Con la peor debacle sistémica desde la Segunda Guerra, América y Europa delante de su cámara no tienen mejor refugio que la sublimada nostalgia.

Gabriel Cabrejas
gabcab2003@yahoo.com.ar

jueves, 11 de agosto de 2011

Anamnésico

Sumiso a los caprichos del Cielo
algunas energías secuaces visitan,
una luz vidente scannea mi origen
entre hilos que asumen apariencias.

Aprendíz de vagabundo
susurro el púrpura asesino
en la piel exacta,
me decido aire que juega círculos.

Luego de Efigies iniciaré otro mundo
haré enjambrar sortilegios
con influjos poéticos
abriré cada abstracción
cada axioma oculto
en la conciencia convicta.

Jamás vuelvo al mismo cuerpo
sin embargo, une efluvio en mi savia
simplemente recuerda.

Vittorio Clementi

Laburantes

a Homero, de Viejas Locas


hembras madrugadas
con olor a sexo obrero
y pudor en cuotas
hembras por la vereda sin dientes
de charco en charco
al diploma de barrio

¿cuánto hijo partió de puro desnutrido?
¿cuántas vendieron la orquídea de sus labios?
¿cuántos dealers y mascotas del consumo?

cuantos y cuantos sangran sólo un número
ellas lo saben, así nacieron:
la vida es una chirola breve.

(en lo posible escuchar el tema sugerido)

Vicius Clem

viernes, 5 de agosto de 2011

Los pies sobre la tierra (humor)

Frase de almanaque si las hay, evoca una sentencia que repetía mi vieja para imponerme disciplina y cualidades que jamás tendría: ¨Sos una verguenza, poné los pies sobre la tierra, no madurás más..¨
Frase de madre castrense, de maestra ortiva, de padre converso al funcionalismo. Pero hilando fino: inexacta. Tener los pies sobre la tierra supone una cierta estabilidad, tener conciencia de la situación, o ser un elemento útil para el entorno, adecuado a las normativas; en fin, sinónimo de responsabilidad. La antítesis de estar volado y disfuncional.
Cuando en realidad estamos parados sobre una roca que deambula por el Cosmos, sujeta al bombardeo de meteoritos, cometas y asteroides; bajo influencia de radiaciones letales y con la posibilidad que nos devore un agujero negro. Además de otras calamidades difundidas hasta el hartazgo por DISCOVERY TRAGIC.
Evidentemente viajar sobre un planeta tan inestable, que de tanto en tanto depura las entrañas y vomita pus volcánica , sufre espasmos tectónicos o invierte la polaridad para que el otro lado no pase frío, es peligroso.
Basta de disquisiciones inútiles, mejor voy a escuchar ¨Cuando pase el temblor¨ de Soda.

Vicius Clem

jueves, 4 de agosto de 2011

Efugio

Debería exorcizar las criaturas
que cruzan mi alambrado,
tantas razones duermen o despiertan
según fantasma fantasía encarna.

Ilusión hecha carne
hambre antropomorfa
nostalgia de cielo
tierra que vuela al ciclo de los cielos
lluvia humana.

Tierra que alambra y confina
para eludir al fantasma
que resuelve el arquetipo
del dios suicida.

2

Son las tres en la memoria residual.
Qué importa, soy tiempo
placer invicto,
un número itinerante
que sucumbe ante lujuria.

Esquivo la mugre de los días
para no escurrir a la cloaca
que unifica toda existencia.

Son las cuatro en mi sangre
y no he dormido siquiera un párpado.
Ya hizo eternidad, el mismo siempre,
por eso el cuando seduce
como el primer perfume.

Victor Marcelo Clementi