a cargo de su alter-ebrio, Marcel Nasif.
Victor Marcelo Clementi nació en Capital Federal, precisamente en el barrio de Monserrat, en una especie de conventillo familiar. Allí pasó los primeros juegos, entre potreros, baldíos y pelotas de trapo.
Comenzó a escribir debido al fracaso manifiesto que experimentó en otras ramas del arte. Su madre lo llevó a estudiar música. A los quince días el profesor la citó para confesarle que su hijo era una mezcla exacta entre Beethoven y Van Gaugh: sordo y con una oreja menos.
Tampoco prosperó su inicio como dibujante, tenía menos mano que la Venus de Milo. Así que, descartados otros propósitos, la única opción fue la literatura.
Una particular fascinación por las naves espaciales -corrían los sesenta- junto a un lenguaje callejero, conformaron lo que sería su estilo, hasta hoy inclasificable.
También la temprana devoción que despertó hacia las mujeres, combinada con interrogantes filosóficos, lograron la estructura definitiva del lenguaje.
Ya en diciembre de los 70, se trasladó a Mar del Plata, donde el clima frío, ventoso y húmedo, terminarían por socavar su comportamiento social, aislándolo aún más de la realidad.
Los primeros fracasos entonces no tardarían en aparecer.
Desde temprano sospechó la relación entre el Universo y la conducta. Los primeros apuntes al respecto (a sus quince años) ¨Analogías entre las Leyes Físicas de la Naturaleza y la psicología humana¨ acabaron en el tacho de basura.
Afortunadamente el coletazo de la cultura hipie influyó en su carácter esquivo e indolente, reafirmando su anarquía intuitiva.
Las mujeres siempre fueron una constante en la vida de Clementi: todas le rompieron el corazón. Jamás padeció Edipo.
Al asumir la permanencia en la derrota, el autor sofisticó todavía más su compulsión al mundo.
Además, el hecho de haber leído filosofía griega antes de la adolecencia, lo elevó hacia esferas de fantasía que pronto se convirtieron en un existencialismo inútil. Supo que nada tiene sentido, de allí que sus poemas sean una venganza hacia la humanidad.
Aún continúa vinculado a esa prosapia barrial, la que acentúa sus berretines de gurú criollo.
Comparte amistad con secuases de toda índole, sujetos impresentables, como trapitos, tumberos y dealers; sólo posibles en un relato de ficción, convirtiendo al mundo en una réplica de él mismo: una coalición de borrachos al servicio de la inoperancia.
Actualmente practica fa-sen con otros atorrantes de igual o peor calaña.
Marcel Nasif
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1 comentario:
Lo pintaste como un artista del pleistoceno pero artista al fin. Es él, no hay duda alguna!
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