viernes, 9 de noviembre de 2007

Aguadébiles marplatenses (Confesiones de un renegado, 6)

Consejos para terminar de una buena vez con la autoayuda


No escribo libros de autoayuda, pero si los escribiera, trataría de que no fueran así:

1) Parten de un falso principio: que todos podemos arreglar nuestros problemas siempre, dependiendo exclusivamente de nuestra buena voluntad y afán de superación. Un individuo, entonces, podrá superar la depresión, la separación del vínculo amatorio o matrimonial, la pérdida de un hijo, una enfermedad terminal propia o ajena, la simple insatisfacción por des-alcanzar las metas personales, y siendo más triviales, seducir actrices de Hollywood, ganar amigos millonarios, obtener el mejor promedio de su generación, triunfar en la Ópera o torcerle el brazo a la ruleta con sólo proponérselo. Nada influye el ambiente, la carga genética o educacional, la alimentación o su falta, las condiciones socioculturales o tener pie plano. Basta leer el libro y hazlo tú mismo. Hijo del cuentapropismo aficionado, ése que enseñaba por correo a armar aviones o reparar la licuadora, el ser humano es un modelo potencial que en vez de recomponer rompecabezas o salir de laberintos, puede, si realmente quiere, obtener la Felicidad Terrena autoempujado por su inacabable ánimo. La vida es una carrera de obstáculos con uno mismo como meta, y adolecen de entidad si son muros de concreto y no hay escaleras, se abre un foso lleno de cocodrilos y se tienen patas cortas o alguien nos engaña con las señalizaciones. Esas trabas las pone uno, chaval. La realidad es lo que uno quiere que sea, y punto.

2) El autoayudista se propone como ejemplo de superación: su extraordinaria experiencia, de altruísta que es, le sirvió para escribir el presente libro, robarle el fuego a Cronos y bajarlo del Olimpo hasta nosotros, pobres mortales desorientados. El Hombre que Venció a las Drogas, el Enfermo Terminal que se Curó, la Divorciada que Doblegó a la Soledad y la Humillación, el Narcotraficante que se Hizo Evangélico y el Asesino Serial que Compró un Orfanato se vencieron en sus peores inclinaciones y luego se hicieron ricos vendiéndoselo a otros. Nadie experimenta en cabeza (y voluntad) ajena, y nadie sale solo del horror en que ha caído, pero tales y sencillas verdades de perogrullo el autor las obvia deliberadamente para establecer el vínculo mentiroso del Vencedor Solitario hacia el Vencido también Solitario. La narración seminovelada articula un método persuasivo a través de una historia que, todo escritor lo conoce, agrega insensiblemente ficción (autoficción) y después, onda fast food espiritual, se entrega a domicilio para indicarnos que además de ciegos o abúlicos somos imbéciles: la solución estaba delante (y dentro) de nosotros y no la advertimos. La vida se presenta complicada, pero su solución es rematadamente simplísima; los complicados somos nosotros, que no dimos con la llave que estaba en el bolsillo. El narrador pasa por alto, o apenas menciona, elementos inefables o bien materiales que se le prodigaron en el peor momento –una puerta entreabierta justo a su paso, un profesional que brindó colaboración, una resurrección médica cuando agonizaba, un pariente, un cambio de clima, la lucidez de otros mientras él se emborronaba—y los relee, torcidamente, como pautas accidentales que él supo ver, y no otro que pasara por lo mismo. Contradicción flagrante, el tipo se dice y sabe excepcional pero cree que sus lectores también lo son. Padeció lo que muchos, pero sólo él se las arregló para salir airoso. Nadie, sin embargo, está dos veces en el mismo contexto, ni se asemeja al modelo, ni sufre del mismo modo, ni vive –siquiera—en el mismo país –aunque lo sea formalmente, desde el tiempo de la escritura al de la lectura ha pasado al menos lo que tardó en imprimirse. Desde el lector, el libro de autoayuda exige una operación compleja: debe simplificarse hasta ser igual, incluso idéntico (lo cual es imposible) al escritor, a fin de que la enseñanza le sea favorable in toto.

3) A veces, no seamos injustos, pedalea en estos libros híbridos –novelas sin final, ensayos en primera persona, digestos indigestos de refranes plagiados y cautivantes—un gurú providencial que emerge en el instante más crítico en la vida del protagonista-narrador. Es el que la tiene clara, el portavoz, una suerte de otro yo que invita al público a ser como él. Su oyente y transmisor de estas verdades reveladas (re-veladas) hace las veces el papel del lector ignorante, que se convertirá en ganador-de-sí-mismo como el escritor lo fue a partir de escuchar atentamente sus enseñanzas. Yo fui tan idiota como tú, capullo, le dice, entre líneas, al receptor. En casos de mayor nivel literario, el autor engarza pequeños apólogos sabihondos de los cuales sonsaca conclusiones autoayudísticas. El mito del mensaje sobrevuela el índice; su consumo informa, sociológicamente, la actual desorientación y soledad del individuo en la aldea global, donde es fácil y casi perentorio sentirse culpable del fracaso y a un tiempo no es práctico reflexionar demasiado sobre él, sino apurar soluciones predigeridas, ya masticadas y puestas en funcionamiento por otros. Como todo en el Mercado, tu problema es propio pero la solución, general. Nueva contradicción: lo que a ti te pasa, le pasa a millones, pero sólo tú lo puedes resolver. Nadie más es responsable. Lo que nos lleva a:

4) Autoayuda, arquetipo de la sociedad liberal. Los autores no han visto un pobre jamás y desde luego, los pobres no leen sus libros –ni pueden comprarlos. La new age philosophy, forma degradada y pauperizada de la ética, la psicología y la religión en obscena mezcolanza fin du siecle, con cachos de hinduísmo y budismo, barruntos brutales de psicoanálisis, nutricionismo para el alma, superstición milagrera, deshechos de ecología, autobiografía hagiográfica y manual de instrucciones, constituye la síntesis de la educación capitalista todo terreno. Nunca habla de progreso social ni manifiesta ideología alguna, no critica la estructura de una sociedad –recordemos: cualquiera puede hacer lo que hice yo conmigo—y cae en la ingenuidad perversa de sostener, en última instancia, que si todos siguiéramos el modelo, el mundo sería mucho más habitable, sin necesidad de políticos o economistas. Así como el referente no es más que un desafío incapaz de cambiarnos el camino, tampoco nos importa lo que le suceda, ya que apenas existe en relación a nosotros. Si todos fueran como yo, el planeta sería hermoso, limpio y feliz. El problema es que los políticos no me leen. Incluso, los autores desprecian el correlato social, como si en el fondo la sociedad fuese enemiga de la voluntad. No debe importarnos a la hora de nuestra superación, pues posiblemente se oponga, al no contar con nuestros supuestos valores. Allá ella. Primero yo, después el mundo. La Felicidad es un producto de mercado, que como tal se compra individualmente, por el importe de la tapa. Siglos de reflexión sobre la eudaimonia, páginas y páginas de filosofía y teología, prédicas y sermones, recetarios sesudos de grandes pensadores, son rápidamente sustituídos por una colecta de aforismos a grandes caracteres y un precio escandaloso.


Gabriel Cabrejas