martes, 21 de enero de 2014

Teatro de un renegado 2014

Darío Fo en el Séptimo Fuego La última carcajada


Cuando Patricio Contreras y Darío Fo coincidieron en pergeñar Muerte accidental de un anarquista corría el verano del 84 y no se imaginaban, el primero, que lo iba a ranquear como uno de los grandes actores de su tiempo, ni el segundo, que, siendo ácrata y teatrista independiente, terminaría ganador nada menos que del Premio Nobel de Literatura. A paso forzado, y constreñida por amenazas varias, espinosamente, la democracia argentina avanzaba en su propia transición y el Diagonal supo ser sede de un éxito estrepitoso; treinta años después el sistema político se consolidó pero la historia del loco que a su vez enloquece a una seccional policial para desenmascarar el dudosísimo suicidio de un anarquista literalmente defenestrado al vacío por una conspiración fascista que involucra a los uniformados, sigue teniendo atroz, inquietante vigencia. Fo y Contreras tampoco habrían supuesto a un grupo de locos de Mar del Plata, en la temporada frívola del 2014, reproduciendo la sátira cumbre del italiano, con la calidad y precisión de aquella primera vuelta. Locos, sí, de la sagrada demencia teatral, y lo suficientemente cuer-dos para autoconocerse y saber que pueden. Porque Viviana Ruiz debió madurar a fuego lento a un grupo capaz de montar una pieza difícil si las hay, la cual, afirmémoslo, requiere la preparación superlativa que, de cabo a rabo, evidencian. No nos sorprende, sin embargo, a los habitués del Séptimo Fuego, pues ya hemos acrisolado experiencia de espectadores ahí dentro. Eso sí, nunca hasta hoy semejante experiencia, ni tal despliegue interpretativo, como sólo un exigente bufo-autor podía inducir arriba del escenario. La sátira es la matriz más complicada de la dramatología, acrobacia pura sobre el desfiladero del lenguaje. La comedia pulula en las costumbres sociales, la tragedia prende la hornalla en la que el destino cocerá el desenlace siempre previsto, pero la sátira, política siempre, estira a tope la cuerda de lo admisible, prefiere el desborde, el nervio, la sobreactuación incluso. Los otros géneros concentran, la sátira distrae, arranca risotadas en lo brutal, nos hace creer que nos reímos de los personajes y no de nosotros. Tramposa, indelicada: abofetea, manipula, ofende, y puede concluir horrorosamente sin que lo esperemos. Fo nos invita a disfrutarlo. Sabemos que el Loco fingió veinte años ser otro y engañó a decenas cuando comparece ante el comisario, y sobrevendrá entonces la catarata de disfraces. Pero, cuidado, existe un crimen mal disimulado, que la opinión pública ignora, y en una sociedad estupidizada, apática o cómplice, el Loco y únicamente él habrá de reflotar el asunto archivado. Si bien cualquiera de sus actores no estaría incómodo en el papel de Federico Balderrama, Ruiz tuvo que aguardarlo. El histrión fenomenal, lisérgico que es Federico calza como un chaleco entallado. La justeza gestual (creo sin exagerar nada que un aspirante a actor debería asistir con una libreta de apuntes), la agilidad física, el manejo gutural, lo vuelven el intérprete del año, lejos. Claro, Fo no escribió uno de sus monólogos y, en plan colectivo, ningún acompañante queda rezagado. Y ahí entran a escena los clásicos integrantes del Séptimo dispuestos a otra lección viviente. Encontramos a Gabriel Casali, revelación del Avión negro versionada por Viviana, que, se veía, lleva bien puesto el apellido del tío y no reniega un palmo de su sangre; la apabullante pregnancia de Marcos Moyano, adusto y cuadrándose al principio y hecho un flan a medida que lo denuncia el Loco; Marcelo Scalona, ese animal de teatro inhábil para repetir dos veces el mismo ademán; Pablo Serra, el torpe y huesudo agente en perfecta comparsa y Daniela Silva, de empaque rígido en un rol inesperado. Inclusión nada fortuita,es la mujer quien rompe el silencio corporativo-masculino. Así no más, nos topamos con el casting ideal en la obra ideal. La foto de adolescentes ultimados por la policía brava, que el Loco esparce como casualmente en un pizarrón, y el paratexto intencional del programa, “dedicado a todos los casos de gatillo fácil” nos clava en el pecho la (penosa) actualidad fundamental de Muerte, y el compromiso perpetuo de directora y elenco. El insondable costo de los derechos de autor, que pagaron puntualmente sin reparar mucho en su recuperación, exalta la locura desde la que el Séptimo decide —siempre—más allá de los proyectos seguros del mercantilismo. La coherencia ideológica y sus quince años de continuidad teatral insobornable operan como esa calma burocrática en que descansan repantigados los asesinos instituídos: entonces, entra el Loco.  

Mag. Gabriel Cabrejas

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