miércoles, 12 de septiembre de 2007

Aguadébiles marplatenses (Reflexiones de un renegado, 5)

Noticias de la Tierra.

Del aire virtual aterrizó un mail de esos que solicitan su retransmisión en cadena, como antes los billetes de 5, pongamos por caso, que juraban al transmisor que recibiría un fortunón, sexo también en cadena o la cura de la culebrilla. El mensaje fantaseaba con el mundo convertido en una aldea de 100 habitantes. Si así fuera, 57 aldeanos serían asiáticos, 21 europeos, 4 del hemisferio Oeste tanto norte y sur –léase americanos y asiáticos—y 48 africanos; 52 individuos del total serían mujeres y 48 hombres. Setenta de estas personas no serían blancas y 70 no cristianos; habría 30 blancos, 89 heterosexuales y 11 gays.
El mail asegura que el 59% de la riqueza pertenecería a 6 personas, todas norteamericanas, luego de decir que sólo 4 poblarían esa zona: los cálculos unidos a las alegorías no suelen ser exactos. Se consigna que de los 100, 80 vivirían en condiciones infrahumanas y, pormenoriza, 70 no podrían leer, 50 estarían desnutridos, uno moriría y otro esperaría su propio parto, uno sólo gozaría de educación universitaria y un único hombre accedería a una computadora.
Después de las cifras, el mensajero desenrolla su discurso. "Si nunca has experimentado los peligros de la guerra, la soledad de estar encarcelado, la agonía de ser torturado o las punzadas de la inanición, entonces estás por delante de 500 millones de personas". La reflexión confunde, claro, ya que los correos nunca son brillantes, salvo que sean autodidatas de la ONU mal traducidos. Si sólo 500 millones sufren tales tormentos, sobre 6000, la vida en el planeta es maravillosa. Lo que el texto debiera decir es estás dentro de 500 millones: precisamente los que declaran la guerra, atormentan y hambrean. Y continúa: "Si tienes comida en la heladera, ropa en el armario, un techo sobre tu cabeza y un lugar donde dormir, eres más rico que el 75% de la población mundial". La generalidad provoca dudas. Los aldeanos de las villas miseria disfrutan de todo eso aunque en cantidades infinitesimales, y en cambio un mochilero no cuenta con nada, voluntariamente. ¿Cuánta comida, ropa y calidad de techo se necesita para incluirse en el 25 %? A lo mejor, el documento virtual quiso decir que cualquier canalón sobre la sesera, cualquier trapo descosido y cualquier chaucha reseca acreditan el pasaje a ese cuarto diminuto de la torta. La penúltima noticia ronda lo financiero: "Si guardas dinero en el banco, en tu cartera, y algunas monedas en la mesita, estás entre el 8% más rico de este mundo". El texto omite las tarjetas de crédito, y engloba al pequeño ahorrista y al millonario, al que junta chirolas para el bondi con el que jamás paga en efectivo. Hasta el que pernocta en un tinglado tiene algunas monedas y sólo vio a las Torres Gemelas en tele cuando se precipitaron. Finalmente, el anónimo autor deja de atosigarnos de cifras: "Si tus padres aún viven y están casados... eres una persona muy rara".
Pero deja una que nos hace sentir tibiamente culpables o dueños de una gracia divina que más bien debiera explicarse de otra forma. "Si puedes leer este mensaje, acabas de recibir una doble bendición: alguien estaba pensando en tì y más aún, eres más afortunado que las 2000 millones de personas que no pueden leer".No fui bendecido, fui educado. Parece que Dios decidió que naciera en el 25% y no la inmanente estructura sociocultural que me determinó en parte como a otros los empujó fuera del corral. El mensaje concluye con una moraleja new age, rematadamente individualista, que contradice el espíritu denuncialista de los versículos anteriores. "Trabaja como si no necesitaras el dinero. Ama como si nunca te hubieran herido. Baila como si nadie te estuviese viendo. Canta como si nadie te estuviese escuchando". Una recomendación válida para mí, que pude leer, y además puedo trabajar, amar, bailar y cantar. ¿Qué diría el 75% ágrafo y analfa, sin compu, negro y tétricamente alimentado, si un casco blanco (o azul) le leyera el mail en su propia lengua?
Suerte para nosotros, el texto no es para ellos.

Gabriel Cabrejas

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