miércoles, 22 de octubre de 2008

Cine Yanqui

Cine yanqui sin nominacionesViejos héroes, nuevos villanos

El cine yanqui sabe obrar milagros, conocido su hábito estético-mercantil por mirarse al espejo en el peor perfil. Batman el caballero de la noche (Christopher Nolan) y La conspiración (Paul Haggis), meten púa desde ángulos muy distintos sobre un tema predilecto de Hollywood: heroísmo y sociedad.
El anti-Batman. De todos los superhéroes, Batman siempre fue el más humano. No se lo hizo huérfano y pobre para que después un arácnido lo transformara endócrinamente como Spiderman, ni vino de otro planeta sobredotado y aéreo como Superman, ni una descarga de rayos gamma lo volvió versión siglo XX del dr. Jekyll como Hulk, ni encontró una máscara que hizo milagros sobre su fisiología como The Mask. Tan normal es Bruce Wayne que su metamorfosis se parece demasiado a la más elogiada por el imaginario yanqui: se hizo rico y de puro solidario se calzó el traje de murciélago y salió a desfacer entuertos, acorde a la gran utopía de una ciudadanía individualista: conjurar el mal, única mácula de una sociedad socialmente promocional. Tanto que hubo que inventarle una ciudad alrededor, Gótica, en vez de la cotidiana Nueva York, donde lo extraordinario se imponía solo para resolver males extraordinarios. A Batman debemos la primera gran mitología de las modernas ciudades mesocráticas, una colección de monstruos en disfraz y malévolos que, lo sabemos, perderán siempre pero difícilmente mueran, no en pos de la inevitable secuela, sino porque nos gusta verlos de nuevo, más calculadores y poderosos, ojalá, secretamente, invencibles.
El Batman the dark night de Christopher Nolan concreta otra resurrección, ahora que no hay dioses y necesitamos ver a alguno filmado. La serie de tv y un Adam West con pancita que todavía añoramos no dejaba margen a que se lo tomara en serio hasta que apareció Tim Burton (1988 Y 1992), y pasó a ser gótico en conjunto; Joel Schumacher, dos veces seguidas (1995 y 97), lo trivializó pero nunca logró que George Clooney ni Val Kilmer se sintieran cómodos dentro de la escafandra; Nolan pone las cosas en su lugar, pasa del negro al gris y tenemos el primer Batman casuístico, el que puede dedicar más de dos horas a elucubrar una película como ciencia moral. Y, adelantamos, no le sale nada mal maridar acción y filosofía, además de reunir a un casi inmejorable elenco de actores.
Batman inicia (2005) no pasó de ser un intento personal de alejarse de los fantasmas, a partir de un director que prometía ser la gran esperanza blanca, después de filmes rupturistas e inesperados en la industria como Memento (2000) y El gran truco (2006). Éste es más Nolan que el del primer Batman, y puede decirse, inaugura un modelo de film sobre superhéroes, el cual, con el tiempo, tal vez termine artefacto de culto. Fundiendo ideas de dos comics de Batman de los ochenta, The Dark Knight returns (de otro transgresor del género, Frank Miller) y Killing Joke (Bolland/ Moore), se construye una realidad aparte: la lectura de una sociedad frágil, a punto de caer bajo el caos total, tan necesitada de héroes cotidianos y tan patéticos éstos que la seducción del mal es una posibilidad inquietante de los propios buenos. The Dark pasará a la historia, además, por ser el postrer trabajo, magistral, del Guasón Heath Ledger, que se suicidaría poco después rubricando una carrera fugaz y perfecta como la de otros jóvenes inclasificables, James Dean o River Phoenix.
El Joker de Jack Nicholson y el Pingüino de Danny de Vito eran rarópodos de maquillaje y su anomalía moral provenía de intríngulis psicológicos; claro, hablábamos del mundo freudiano de Burton. El Guasón que compone Ledger apenas si hace mención al padre. Encarna al mal puro, gratuito, insobornable. Los mismos dealers de droga a su lado dan pena, mientras él incendia la fortuna parte de su botín, en impresionante pirámide, y sigue su macabra faena. No le interesa siquiera el poder, es el villano del poscapitalismo. Quiere demostrar que el Mal está en los demás, que sólo falta la chispa que les exponga su lado oscuro a la luz, que él no causa sino incita. Se trata del primer malvado –en años—que a pesar, o por, su aspecto grotesco, pero nunca exagerado –recordemos las caricaturas vivientes de Tommy Lee Jones, Jim Carrey, Schwarzenegger, Uma Thurman—realmente produce escozor. Mérito de Ledger, se enharinó mal la cara, que siempre se ve desprolija, como a punto de borrarse, representando, igual que su fea ropa de colores, una parodia de los trajes chillones de los malos batmanianos, y la certeza de que solamente un detalle nos separa de él. La escena en que camina rengueando vestido de enfermera, con la pesadilla de un hospital que va estallando paso a paso de un extremo al otro de la pantalla da ganas de aplaudir e imprime una de las exiguas secuencias de explosiones que quedarán registradas del cine actual.
Nolan recopila records de aplausómetro. No pone música incidental en las tomas de acción, maneja con nervio el vértigo de la narración y consigue que no le sobre metraje no obstante la longitud. Está obligado a postular buenos de una pieza, y sin embargo se ven flatulentos, indecisos y débiles ante un mal que se jacta de no tener precio. Concede, sí: ningún pasajero del barco oprime el botón que hará volar al otro, pero en la duda no nos convence que prefieran sacrificarse. La conversión del fiscal de distrito de intachable a vengativo ofrece a Aaron Eckhart la oportunidad de su vida como actor. El mismo Christian Bale asume un laburo que no le conocíamos desde American Psycho (2000). Y el dream team redondeado por Morgan Freeman, Michael Caine y Gary Oldman demuestra cómo puede ser eficaz la unión de grandes personalidades y una marcación exacta.
Batman el caballero oscuro da origen a un nuevo mito: el comic del universo absurdo, del Mal Mayúsculo dueño y señor a la vuelta de la esquina, simbolizado --también--en ese fiscal del Estado con medio rostro en calavera desnuda. Detalle no menor, jamás contemplamos el cadáver del Guasón vencido. Despedida tremenda para un actor inmenso del que se hablará siglos.

La deuda interna. Hank Deerfield, ex militar en busca de su hijo, aún ignora que fue descuartizado por sus propios compañeros, y no en Irak sino de regreso y tras una parranda de drogas y alcohol. Ve una bandera nacional invertida y le explica al salvadoreño que la cuida: al revés significa clamor de ayuda internacional, “que no tenemos una oración para nosotros mismos”. También ignora que al volver sobre su camino, la pondrá, de nuevo, de cabeza...
Todo un nombre parlante el de Tommy Lee Jones –el mismo, muy lejos del Doscaras de Batman--: Deerfield es campo de ciervos, como se llama en la Biblia al Infierno, y tiene remembranzas de The deer hunter, el francotirador que Michael Cimino filmó hace tres décadas para revisar, discurso fascistoide mediante, el heroísmo en Vietnam. In the valley of Elah, título original, se refiere al campo de batalla entre David y Goliat, que el viejo guerrero le relata al hijo de la detective Charlize Theron: “así vences a los monstruos, los atraes hacia tí y entonces les disparas”...
Paul Haggis no pinta como un Ken Loach a la americana, pero cuando dirige no se queda callado. Antes de La conspiración fue el responsable de Crash/ Vidas cruzadas (2005), ese fresco coral del Los Ángeles racista multiclase, y ahora presenta este Coming home del 20001, poniendo el lente en el mismo tipo de veterano de Vietnam ya padre de dos milicos, ambos sacrificados pero no en la Lucha por la Patria sino en la retaguardia, uno en un accidente y otro a manos de sus amigos del frente en licencia. Lo que sorprende aquí es el medio tono, la sobriedad sin apelación al lagrimal, un lenguaje entre confidencial y policial, ya que Jones y Theron, asimétricos Sherlock y Watson, o Quijote idealista y Sancho realista, reconstruyen un crimen y entretanto exhuman la gusanera de la invasión bushiana. Y lo que sucedió arriba de una humvee artillada a través de Bagdad o Faluya, arrollando chicos en la calle o torturando heridos, que Jones/Deerfield observa en su laptop, sigue en las afueras de una base militar acá no más, con soldaditos que regresaron adictos, suicidas y asesinos de sus pals, capaces de desmembrar a uno de ellos y luego ir a cenar pollo frito. El rol de Jones, autocontenido, a punto siempre de disolverse en bronca o llanto pero sin que lo veamos nunca, revela en puntas de pie a un sistema atroz y filicida que todos quieren barrer bajo la alfombra y del cual queda esa enseña puesta del revés, el grito mudo de auxilio de un imperio que extravió el norte moral y ya no sabe por qué, ni por quién, pelea. Excusa a la cámara ante el dolor hogareño, y Susan Sarandon, esposa y madre que sepulta a dos hijos, llora y la toma desde arriba, sin verle la cara; de lejos el matrimonio, en plano general, para que los adivinemos desolados pero sin espiarlos a un palmo.
La historia abre el abanico de los pequeños horrores que los USA no supieron conjurar y en cuyo nombre salió a distribuir muerte, pues lo que no se arregla en casa se duplica afuera. La Theron –cada vez mejor actriz--, y su duelo personal de madre soltera y discriminada al ser mina en la policía; la denunciante de violencia familiar, que nadie atiende, y termina ahogada en sangre víctima de otro veterano de guerra; el soterrado desprecio contra los espaldas mojadas ilegales que persiguen en la frontera y mandan a morir por esa Patria esquiva al Golfo. Un thriller político social como Crash era un drama múltiple con la misma intención. For the children, dice, secamente, la dedicatoria final del film.
Bella en su dureza desapasionada, La conspiración ya no inspira héroes de ficción o comic. El Joker, junto a los canallas que matan niños u ordenan hacerlo, es un aprendiz de payaso.

Gabriel Cabrejas

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1
Me refiero a Regreso sin gloria (Coming home, 1978), con Jane Fonda y Jon Voight. El francotirador, también del 78, con Robert de Niro, Christopher Walken, John Cazale, Meryl Streep.

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