jueves, 19 de diciembre de 2013

Cine de un renegado, 2013

Restos diurnos del Festival de Cine Latas perdidas  
Cuatrocientas y pico de películas incluyendo las retrospectivas, la coincidencia con otros eventos que obligan a repartir el tiempo, y la pésima época del año, determinaron que este cronista viera del 28º Festival de Cine de Mar del Plata poco y nada. Lo siguiente es una (fastidiada) enumeración comentada de varios rollos, ninguno de los cuales se llevó el Astor —ni siquiera el Pichuco—de Oro. 


 Todos los noviembres sufro la misma angustia cinéfila: querer abarcar aunque sea lo imperdible del Festival y terminar resignándome a donde puedo llegar, habida cuenta de la torturada agenda de la fecha. Se sabe,el undécimo mes del año conspira contra el esparcimiento. Los docentes tenemos cierre de notas, evaluaciones integradoras, planillas oficiales, prácticos, parciales. Y somos los civiles que, precisamente, acudiríamos a las salas, la gente preparada que disfruta de ellas. Marzo en cambio, nos encuentra a todos libres, vírgenes de preocupaciones: alguna vez sucedió el Filmfest entonces y lo extrañamos. Excepto la ululante estudiantina de las escuelas de cine, bastante menguada por las mismas razones, presta a invertir una semana gozosa de hotel y paseo, este experto debió someterse a las cajas chinas de los horarios, sacrificar y/o postergar lo impostergable y llegar exhausto al Auditorium, para no culparse por dejar pasar la oportunidad de conocer el cine que jamás verá de otro modo. Placer incompleto que igualmente producirá el sinsabor de haber presenciado, en el balance, cualquier boludez. Los sabios y experimentados críticos aconsejan no desesperar y desentenderse de los centenares de películas, muchas interesantísimas, que no habrá forma humana de contemplar; aún cuando rebuscando en la web se cuelen tarde o temprano, tampoco tendremos el tiempo de navegación, y la cantidad infinita de estudiantes de cine en un mercado inexistente demuestra cuánta más oferta que demanda oblará siempre el sistema. Los festivales son un espejo perfecto de una crisis profunda revestida de abundancia aparente. En pocas palabras, el de Mar del Plata arriba al borde de su año cansado como nosotros. Ya sucedieron los históricos y más ambicio-nados —la Berlinale, Cannes, Venecia, San Sebastián—, los productores se guardan el material hacia el año entrante y al balneario desembarcan piezas menores, olvidables. Colmo de males, ya vino el Bafici porteño, que en un país unitario tiene mayor importancia, del cual el Marfici es pálida sombra, no sólo por ser del interior, sino porque, al no repartirse el negocio a los media poderosos, ni cobertura tiene. Ciudad turística en lento crepúsculo, durante los tres meses finales se agolpan los congresos, la Feria del Libro y otras mil actividades mientras el invierno ve correr los cardos rusos. No se agotaron las localidades —agotados estuvimos nosotros—y sin embargo continúa latiendo, y los cines, mal que bien, se llenaron. Se sabe, el público local es snob y luego de la clausura nadie se acuerda de ir al Cine Club, menos glamoroso. Se encuentran joyas extraviadas, como la retrospectiva del humorista francés Pierre Étaix o la remasterización de cortos y largos de Jorge Tigre Cedrón, el homenaje al ínclito fotógrafo mexicano Gabriel Figueroa; tributos de revisión como los dedicados a Juan Antonio Bardem o el coreano Bong Joon-ho (también integrante del jurado internacional), el período mudo de Hitchcock, la obra del húngaro Miklós Jancsó y los clásicos neorrealistas de Rossellini. Y mucho cine argento del 30 al 50, nota nostálgica de una lejana arcadia, cuando la pantalla criolla recibía en cataratas algo inconcebible hoy, espectadores.  
 

Gabriel Cabrejas

No hay comentarios.: