Relata la Mitología de lo Inverso que los dioses, para llegar a la sublime perfección, no debían poseer devotos, porque de esa forma permanecerán cautivos en la superstición.
Un dios en estado puro es un exacto desconocido: camina sin ser observado, susurra y nadie lo percibe; es y no es al mismo tiempo, una probabilidad que jamás conjeturaremos.
Por eso, el supuesto dios que ande llenando templos en nombre de sí mismo, es apócrifo: ningún aspirante a la eternidad se expondría a semejante humillación, como por ejemplo, ser puesta en duda su existencia. Menos aún si el susodicho hostigara a los mortales con infiernos de utilería.
Lo que pertenece al misterio jamás es revelado, ningún mesías puede arrogarse la palabra heredada.
Los dioses aman el silencio.
Victor Clementi
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