miércoles, 3 de diciembre de 2008

Reflexiones (literarias) de un renegado

Lunfardo

Chamullo y sociedad

El lunfardo fue una de las caras en el espejo deformante que la Argentina exitosa de la generación del 80 deseaba ocultar, el hondo bajo fondo donde el barro de la sociedad soterrada se sublevaba, como siempre lo hace, primero a través del lenguaje. Con la mala vida prostibularia organizada en un país sobrerrepresentadamente masculino, dirían los sociólogos, la bohemia de café y piringundín y el inframundo de los parias y atorrantes, constituye un cuadrángulo de nación en las sombras, a medias tolerado y a medias perseguido por la oligarquía patricia detentadora del poder político económico, que hubiera deseado barrer bajo la alfombra y desveló a ejércitos de higienistas, damas de beneficencia –el charity sport elegante--y policías, que circunnavegaron el arrabal y el barrio, la Calle del Pecado y los conventillos, decididos a explicar primero, cercar segundo, reprimir finalmente, estos márgenes no queridos del sistema, que en el Centenario amenazaban, y a su modo lograron, vestir a la mona de seda. La inmigración trajo demasiados hombres, a los cuales, al no satisfacer, trató de contentar, y al no contentar segregó, incapaz de darles lo que les prometía, y los arrojó a la charca del suburbio, cuando los tanos, yoyegas y turcos no pudieron adueñarse de la tierra, a las grietas urbanas de insalubridad y hacinamiento llamados yotivencos, o directo a los caños de obras sanitarias, y en sus formas variables de disputarse el pan reñido en el paraíso del trigo for export, todos adoptaron un discurso mestizo de mil dialectos, para engañar al poder en la lengua oficial del viejo imperio, el castellano de Indias, y burlar, al menos simbólicamente, su asedio omnipresente.

Pero vamos paso a paso. José Gobello, en su libro Aproximación al lunfardo, explica por qué no considera al lunfardo un idioma, un dialecto ni una jerga: entre otras cosas, porque carece de sintaxis y gramática propias. Quien emplea palabras lunfardas, piensa en español, usando las estructuras y la gramática castellanas, y luego reemplaza una o más de esas palabras por sus sinónimos lunfardos. Por lo tanto, el significado último del discurso no cambia, pero toma un matiz diferente. La definición del Diccionario Lunfardo lo embroca así: "Vocabulario compuesto por voces de diverso origen que el hablante de Buenos Aires emplea en oposición al habla general". Eduardo Gargallone informa que lombardo, en el dialecto romanesco italiano designaba al ladrón o delincuente, que devino lumbardo y ya importado, cambiaría el fonema; recuerda que en 1926, ya consolidado el lenguaje arquetipo del Plata1, nueve individuos “no recomendables”(tres españoles, dos italianos, dos portugueses, un francés y un chileno) se congregaron en París, y de sus deliberaciones, nace el primer “código formal delictivo internacional”. traducido de inmediato a los distintos idiomas de los participantes y remitido a Buenos Aires en portugués. Esta forma de comunicación non sancta tomó nombre según sea el país de aplicación. En Francia se llama argot, en Inglaterra y EE.UU: slang; en España: germanía, hampa, caló, bribia y jerigonza. En Italia: gergo; en Brasil: giria dos gatunos, en Alemania: gaunersprache o rothwelsch; en Holanda: bargoens; en China: hiant-chang y en India: balaibalan. Más acá, en Chile, se denomina coa y en Perú, replana. Ya estaba en Buenos Aires en boca del pueblo, el pueblo que sería tratado dentro de pocos años, entero, como criminal, bajo los auspicios de la Década Infame. Otros sostienen que el término lunfardo procede del mundo bancario –otra forma de asociación ilícita: lumbart o lumbard se llamaba en Francia al prestamista o usurero; en España se llamaba lumbardo al banco de crédito, y en Londres, se dice, la calle de los bancos tenía por nombre Lombart Street (Furlán, 1971: 11).

En rigor, el lunfa se registró temprano, incluso antes que el tango, eso sí, en su mismo ambiente. Tal cual dijimos fue fruto indeseado de la paz y administración del 80, del seno de la imprecisa frontera de barro y pampa, cuando la capital del reino no dejaba el vértigo horizontal de la campaña ni era aún residencia señorial. Jorge Páez sostiene que el lunfardo original ´”lo hablaban más los secuaces que los hampones”2: la interacción para cometer un latrocinio requería el acuerdo tácito en los términos, siempre entre quienes los oficiaban en la praxis, no desde el que impartía las órdenes. La ensayista lunfarda Nora López no acepta, sin embargo, que fuese un “vocabulario gremial, la tecnología de la furca y la ganzúa”, como opinaba Borges3, ni al decir de Roberto Arlt, “una broma literaria inventada por los saineteros y por compositores de tangos, que los orilleros ignoran, salvo cuando los discos del fonógrafo los han adoctrinado”. López asegura que las palabras lunfas eran “argentinismos del pueblo bajo”, como las definió el periodista Juan Piaggio en un artículo de 1887 –“Caló porteño (Callejeando)”; su precursor, Benigno Baldomero Lugones, en otro legendario texto publicado en La Nación del 18 de marzo de 1879, advertía que en el “caló de los ladrones”, un tercio de la terminología “no pertenece a esa actividad especifica”, y no se pronunciaba sólo en las celdas de comisarías ni los aguantaderos. Y, argumenta López, si Dellepiane, Drago y otros analistas contemporáneos “las oyeron en estos lugares, no se debió a que eran propias de ellos, sino a que esos delincuentes pertenecían a las clases bajas y las conocían de ese ámbito”4. No implica una teoría conspirativa, pero la temprana impugnación al lunfardo y a su primo el tango entronca en la tradición purista-puritana de los voceros del régimen, perturbados por la presencia inquietante del gringo y del pobre masivo, cuyo discurso oral amenazaba la hegemonía del español dominante en materia de idioma nacional como su exorbitante número humano resquebrajaba la integración étnico-social bajo los fueros y privilegios del establishment aristocrático. Gobello (1993) medita que convertir al lunfardo en carcelario porque mucho de su acervo es delincuencial, es como sostener que el castellano es dialecto árabe debido a formarse en la etapa de dominación musulmana y porque incluye muchos términos arábigos. Tampoco sería un argot, pues en su léxico no prevalece lo local, sino lo inmigrado.

Horacio Ferrer aporta otra distinción, ésta de carácter espacial urbano. Según el tangófilo, habría un suburbio, “la baja ciudad, toda vez que la habita el humilde de buena costumbre” y un arrabal, del hebreo rabah, que significa desbordar la ciudad, multiplicarse, o del árabe arraba, extramuro, “el bajo de la mala vida”5. El lunfardo nació en el arrabal y subió al suburbio del conventillo, melting pot de nuestra nacionalidad, donde convivía el emigrante con el inmigrante, el lunfa con el cocoliche, la fabriquera y el changarin, el carrero y la modista. En realidad, se mixturaron los idiomas y los cuerpos, a la promiscuidad lingüística la acompaña la moral, consecuencia de un puerto que prometía prosperidad para todos y en Europa iba a reclutar desamparados junto a prostitutas, formidable negocio a plena luz de esta demografía masculina, con barrios dentro de los cuales cohabitaban el trabajo malpago, el hambre y el vicio. Si el tango vino primero, trasferido del extrarradio a las luces del centro, conforme lo iba adoptando la clase media y luego la más empinada en una de sus típicas operaciones culturales de neutralización, el sainete ya sí es enteramente urbano, nacido y criado en los inquilinatos --al menos en cuanto a inspiración ambiental--, el verdadero estómago de este organismo híbrido, la parte que centrifuga y con-funde. Sus nombres no eran los de la parroquia en que se afincaron, sino alegorías perfectas de esta sociedad en fermentación: Las 14 provincias, El Gallinero, El Palomar, Los Dos Mundos, Babilonia.

Dante A. Linyera –seudónimo de Francisco Bautista Rímoli, 1902-1938—dijo que “todos lo detestan pero todos lo hablan” y que en Buenos Aires “no hay cuatro personas capaces de entenderse si no utilizan el impagable caló lunfardo”. Corría 1928 y ya era patrimonio de la población como el Obelisco y Boca-River.

Las palabras y las cosas

D. Tamborini acierta al decir que no hubo un asunto de asimilación social, y por ende idiomática, no una absorción paulatina del otro desde el lado de la cultura dominante, sino una fusión, o sea, la aparición de una cultura nueva que sustituyó prácticamente a la de sustrato, tanto como el gringo suplió al gaucho y el lunfardo al castellano poscolonial, de cualquier manera no muy puro, si hay idiomas puros6. La hiperabundancia de vocablos italianos en la composición del lunfardo contrasta con la casi inexistencia de vocablos españoles; nadie se explica esta extrañeza, habiendo tantos trasplantados ibéricos a tierra argentina como ligures, lombardos o napolitanos. Aunque en los porcentajes no todos coinciden7.

Algunos términos proceden de la fragua indígena, en vías de extinción poblacional, como cancha, pucho, pilcha, chucho; otros son afronegrismos, habiendo todavía gente de color en Buenos Aires en las postrimerías del siglo XIX: quilombo, mandinga, marimba. Sí hay arcaísmos españoles; aguaitar, espichar, y de la germanía española del siglo XVIII, runfla y taita. Cómo llegaron es cuestión peliaguda, imaginable es que las trajera el gaucho mismo, como mestizo racial, y su larga prosapia a dos aguas. Del caló gitano son araca y mangar; inciertos e indescifrables se consideran mandanga o trolo. Creadas en todo tiempo las del vesre o inversión de grafías, la aféresis en ortiba (batidor), la epéntesis en colimba (de colima, reverso de milico); francesas: macró, pris o prisé (la pulgarada de cocaína); del polaco (papirusa) y del portugués (bondi, tamango, vichar, descangallado, fulo, chumbo). Se comprueban fenómenos de adición (endeveras, emprestar) y deformación o troncación (malevo) o derivación (amurar); palabras castellanas resignificadas (marrón, por ano; moco, por cometer por error). Toda una bibliografía se ha devanado por especular sobre atorrante sin conclusiones serias8.

De nuevo Gobello formula una disquisición entre prelunfardismos y poslunfardismos, según la época de sustanciación del palabreo. La lengua gauchesca, que tomó jerarquía literaria con el Martín Fierro, sería prelunfarda, o sea, anterior a la llegada del aluvión europeo, aún cuando el lunfardo las haya digerido a su repertorio posteriormente, tanto como la ciudad se devoró al campo. Los ya citados chumbo, chucho, descangallado, fulo, malevo, marimba, pucho, quilombo, etc., pertenecen a ese momento de transición a la modernidad y, claro, también agrupa términos tribales africanos, germanescos, quichuas y portugueses –éstos importados del Brasil. Existen para el especialista los llamados paralunfardismos, vocablos del lenguaje social y hasta del literario que “popularmente son interpretados como lunfardismos”, pero no lo son exactamente: chambergo, retrechera, garúa, farra, lunatismo. El azar de aparecer en las letras de tango y los diálogos del sainete tienden a confundir su origen con su destino. Postlunfardismos son los que enriquecen la parla de la gente después de concluida la inmigración, cuya fluencia se interrumpe, al menos masivamente, al estallar la Gran Guerra. Ahí entran a tallar hinchar (años 20), piola (1930), petitero (los 50), cheto, trolo y groncho, (a fines de los 70) y trucho (durante los últimos años). En las décadas del 80 y 90 se divulga el slang de la droga (pálida, bajón), el de nuestra economía (pedalear, bicicletear, tránsfuga, guitarrear) y la política (camelo, sanata); de la guerrilla pudo provenir copar, del psicoanálisis masoquear, de los oficios tachero, del automovilismo tuerca, de los jóvenes forro. Por eso Gobello apura una redefinición: lunfardo representa un conjunto de modismos y vocablos que circulan en el habla de Buenos Aires –o de las grandes ciudades argentas—en oposición a los correspondientes al habla común.

Poesía que me hiciste mal

La literatura lunfarda se inscribe en la poesía y en la canción, que son casi lo mismo. Los primeros tangos se articulan en chamullo reo no tanto por la temática ilícita o de avería sino por su intencionalidad sexual, más bien declaradamente procaz: Dos sin sacarla, Qué polvo con tanto viento, Con qué tropieza que no dentra, Siete pulgadas o El choclo, más tardío pero también eufemístico. Después vendrá Carlos de la Púa, Celedonio Flores, Bartolomé Aprile, Joaquín Gómez Bas y Julián Centeya. El maridaje de letra y música toma estatura literaria, más bien crea una poética inconfundible, con Mi noche triste, de Pascual Contursi, y su Percanta que me amuraste sería, entonces, la plasmación de una fórmula definitiva: el guapo que llora a solas, la minusa ingrata, el esplín, la curda proverbial para provocar la amnesia, y el universo de objetos que le son afines, el cotorro, la catrera y la viola.

De nuevo habrá que trazar el contorno del género a través de la vía negativa. No son lunfardos los versos de Evaristo Carriego (1883-1912), inmortalizado por Borges (1930) a tal punto que parece una de sus invenciones: el autor de Misas herejes y La canción del barrio fue un mitógrafo del suburbio natal, pero no se verifica en él la terminología rante sino el ambiente. Tampoco la desperdigada escritura de los bohemios, autoconsagrados marginales en virtud de su consciente divorcio del mercado editorial y su afán etílico-noctámbulo. Siempre hablamos de dipsodas refinados, herederos del modernismo y cultores de un idioma más o menos sofisticado y pasteurizados de tauras y esquinas, con excepción de las del Centro. Charles de Soussens, Emilio Becher y tantos otros perdidos en las antologías tenían pretensiones heráldicas, de un incierto, e ingenuo, elitismo intelectual9.

La poesía lunfa parece precocida para el formato tango; es probable que sus compositores soñaran con una futura adaptación que no se realizó. Nunca reniegan de su fragua plebeya. Necesario es destacar un código común como eje argumental, su deliberada, desembozada apología de los márgenes sociales (y laborales), el topos del conventillo y el bulín, la pareja no sacramentada y la mujer que no yuga de costurera ni dio el mal paso por inocente; la egolatría y el autoelogio del hombre; la satanización del trabajo reglamentado y, en continuismo, la celebración de no acarrear voluntariamente nunca una vida productiva y pequeñoburguesa. Araca, que leído desde hoy dista mucho de la corrección política y carece de revulsividad social, si observamos su declarada misoginia –excluyendo Malena o Grisel—de la que se salva la Vieja, la envidia por el ascenso del engrupido considerado un traidor, y la elegía por la pérdida material a causa, claro, de la papusa cínica. El resentimiento que segrega no puede adelantarse revolucionario, sino, en el fondo, conservador. El hablante quisiera ser reconocido entre los derechohabientes, aunque nunca denuncie la explotación sobre su honrada persona ni el cumplimiento de horarios oficinescos. El mundo fue y será una porquería porque ya no hay Borbones, y no obstante yo te di un hogar, pero siempre fui pobre.

Obvio decir que no todo el tango es refugio del lunfardo, apenas su manifestación más difundida. Su apelación suele ser humorística, para el desprecio zumbón, insistimos, sobre la mina que se manya hace rato, antes pobrísima y barata en todo sentido y ahora subida al descapotable, o referida al pituco, lamido y shusheta que cuando empezó a pelechar y oler a extracto francés creyó haber dejado atrás el turbio origen. Sin embargo, los grandes letristas del 2 x 4, sumando a Gardel, Discépolo, Manzi, Homero Espósito o Cadícamo, se alejan singularmente del lunfardo cuanto más profundizan en las emociones serias, la nostalgia, el lamento o la derrota, sentimientos esenciales del tango. Sólo recordar Cambalache, Cafetín de Buenos Aires, Uno, Barrio de tango, Percal, Malena, Los mareados, Sur, Sus ojos se cerraron, Volver, que no citan palabra alguna en lunfa. No resulta inocente el proceso de urbanización-occidentalización, de eso habla el traslado del tango del arrabal al centro. Rastrear el lunfardo nos retrocede al 900, al gotán tan prohibido como la verba de sus portadores, a Ángel Villoldo y Pascual Contursi10.

De la Púa, modélico iniciador de la poesía no musical, no perfila grandes sucesores. A medida que el lunfardo se introduce en el habla cotidiana también se desregula la cifra de sus voces, subiendo de clase y cambiando la estructura social de los conversadores. Cuando Cortázar lo emplea eventualmente es ya el novelista que vive en París, pero siempre lo localiza en los personajes y situaciones al margen. Julio Ravazzano Sanmartino, quizás el último cultivador conspicuo del parlamento reo, lo escribe para el tono burlón, la carta desde Devoto o Caseros y la crítica a la mina endiablada, pero se castellaniza llamativamente si homenajea a la mujer amada –que no será nunca una paica ligera—al padre, Pichuco o los sacrificados obreros. Si hay respeto, devoción o severidad en la denuncia, prefiere eliminar los lunfardismos, incurriendo así en una autocensura flagrante que termina desvalorizando al lenguaje como si al mismo tiempo aceptara su liviandad festiva o degradatoria. Entre los escritores cultos que tomaron algo del vocabulario ampliando la crítica no debemos soslayar a Juan Gelman (Gotán, 1962), pero se trata de títulos eventuales, nunca de poemas completos.

Donde más hallamos términos lunfa es en el sainete, primo hermano del tango y de su misma fragua mistonga y rea, tanto que durante mucho se lo chicaneó de subliteratura demagógica, de subteatro. Se cuenta que un tal Daly Machado, jurado del premio que nominó a Los escrushantes de Vaccarezza devolvió el texto a su remitente, porque no entendía una palabra. Corría 1911 y el tango mismo apenas era una expresión legitimada por la crítica cultural11.

El lunfa no ha muerto como literatura, al contrario se exhuma toda vez que aluda a la macrorrealidad de la vida lateral, más incentivada que nunca por el ajustismo neoliberal, el cual ha vuelto a producir las condiciones de su nacimiento. La cumbia villera de los 90 echa mano inmediata de su catadura, en consonancia con el ecosistema de los prescindibles. Guachín, Yerba Brava y Flor de Piedra son el ejemplo, y sobretodo Los pibes chorros: “Estamos todos jugados/ nada nos importa ya/ Sigamos haciendo quilombo/ la yuta no nos va a llevar”. Otros grupos de rock extravilla, y surgidos de los nuevos pobres, no dejan de citar en la jerga: Los Piojos, La Renga, Divididos, Los Caballeros de la Quema. Ivan Noble, líder del último, es quizás el autor que más lunfa usa. Nora López diferencia así el lunfa consolidado –el histórico—y lunfa consolidándose, sus neologismos en boca de la juventud (2002).

Entre nosotros vale nombrar al colega Víctor Clementi, que en sus Memorias de Gambeta es uno de los pocos que reflexiona sobre la metafísica mundana. “egresado de las calles y las noches, los potreros y los zaguanes” y hasta del lunfardo barroco, su manera de invocar y evocar ese planeta de bares, filosofía y mujeres, changas aleatorias y anecdotario de soledad en camaradería, en un fin de siglo distinto que se asemeja, cíclicamente, a la sociedad argentina imperecedera..

¿Será el último texto lunfa? Quién sabe. A lo mejor está volviendo, o recomienza, como todo en la patria nuestra.

Gabriel Cabrejas

2008

Bibliografía

Borges, Jorge Luis: El idioma de los argentinos. Buenos Aires: Gleizer, 1928.

Borges, Jorge Luis: Evaristo Carriego. En Obras Completas, I. (1923-1949) Buenos Aires: Emecé, 2007. 19ª edición.

Ferrer, Horacio: El libro del tango. Buenos Aires: Galerna

Franco-Lao, Meri: Tiempo de tango. Buenos Aires, ANESA, 1977.

Furlán, Luis Ricardo: La poesía lunfarda. Buenos Aires: CEAL, 1971. Colección La Historia Popular

Gargallone, Eduardo: “Aproximación al lunfardo”. En www.abctango.com

Gobello, José: Nuevo Diccionario Lunfardo. Buenos Aires: Corregidor, 1998.

Gobello, José y Soler Cañás, Luis: La literatura lunfarda. Buenos Aires: Las Orillas, 1961.

Gobello, José: Nueva antología lunfarda. Buenos Aires: Plus Ultra, 1972.

Gobello, José: “Aproximación al lunfardo” En www.ar.geocities.com/lunfa2000.

Gobello, José: “Prelunfardismos, paralunfardismos, postlunfardismos”. En www. ar. geocities.com/lunfa2000

Gobello, José y Stillman, Eduardo: Las letras de tango de Villoldo a Borges, 1966

Goldar, Ernesto: La “Mala vida”. Bs. As., CEAL, 1970. Colección La Historia Popular.

López, Nora: Qué es el lunfardo. En www.ar.geocities.com/lunfa2000

López, Nora: “Lunfardo consolidado y lunfardo consolidándose”. Ponencia en Jornadas Académicas “Hacia una redefinición del lunfardo”, organizada por la Academia Porteña del Lunfardo (3 al 5/12/2002). En www.ar.geocities.com/lunfa2000

Ordaz, Luis: Siete sainetes porteños. Buenos Aires: Losange, 1958.

Páez, Jorge: El conventillo. Bs. As.: CEAL, 1970. Colección La Historia Popular

Pérsico, Eduardo: El lunfardo en el tango y la poética popular. En www.elortiba.org

Rivera, Jorge B.: Los bohemios. Bs.As.: CEAL, 1971. Colección La Historia Popular.

Rodríguez, Adolfo Enrique: Diccionario del lunfardo. En www.todotango.com

Romano, Eduardo: Las letras de tango. Antología 1900-1980. Rosario: Editorial Fundación Ross, 1990.

Suárez Danero: El atorrante. Buenos Aires: CEAL, 1970. Colección La Historia Popular.

Tamborini, D.: “Lunfardo, lengua de inmigrantes. En http//:didattica.spbo.unibo.it.



1 Eduardo Pérsico (El lunfardo en el tango y la poética popular) afirma que “junto al tango forma los dos perfiles más relevantes de nuestra identidad, no los únicos pero sí los más visibles”, y lo define como “un código entre dos sin que se entere un tercero”. Cf también Gargallone: Aproximación al lunfardo.

2 En El conventillo, 1970: 80.

3 En El idioma de los argentinos (1928)

4 Cf. www.geocities.com/lunfa2000. Los autores que menciona López son clásicos de los estudios históricos, como Fray Mocho: Memorias de un vigilante (1887), Antonio Dellepiane: El idioma del delito (1894) y Luis María Drago: Los hombres de presa (1898). Consúltese el libro de Gobello y Luis Soler Cañás: La literatura lunfarda, 1961.

5 Cf. El libro del tango.

6 Tamborini, D.: Lunfardo, lengua de inmigrantes. http//:didattica.spbo.unibo.it.

7 Enrique del Valle, uno de los primeros lunfardistas (1921) cataloga estos guarismos, que confrontan el aserto anterior: españolismos, 78, 50%; italianismos, 12,66%; galicismos, 3,16%; gitanismos, 2,33%; indigenismos, 0,83%; germanía, 066%, afonegrismos, 0,16%. No conocemos su método de recopilación, pero los ha recabado en las primeras décadas (citado por Furlán, 1971: 13)

8 Castex opina que proviene de hato errante, en referencia al hato que llevan los vagabundos a cuestas; Díaz Salazar, de la Real Academia, cree que cuando aparecía algún desocupado en busca de trabajo lo empleaban en torrar café; Juan Castellanos lo deriva del verbo lunfa atorrar, dormir, y ya lo consigna Benigno Lugones (1879). Finalmente, se debería a la prosa de Fray Mocho (Memorias de un vigilante, 1887) la etimología más aceptada: se trata de los homelessTorrent, pero si fuera así habría originado atorrente. El investigador Ricardo Ostuni buscó en los archivos de OSN el nombre de tal proveedor, y nunca lo encontró (cf. www.clubdeltango.com.ar) . Tampoco hay acuerdo acerca del popular che, que algunos imaginan descendiente del mapuche che, pueblo, y otros descubren usual en algunas regiones de España y ya documentado en la Edad Media. Es también mitológico deducir colimba de “corra, limpie y barra”. Cf. Suárez Danero: El atorrante 1970: 17-19 y Nora López: www.geocities.com.ar/lunfa2000. que pernoctaban en los caños de Obras Sanitarias, instalados en 1868, de la compañía A.

9 Consúltese Jorge B. Rivera: Los bohemios (1971). Para el análisis de Mi noche triste y la evolución social del tango es imprescindible el trabajo de Eduardo Romano en Las letras de tango, 1990: 5-19. La perfecta sátira de los lieux commones tiene inolvidable sesgo en la comedia de Roberto Cossa El viejo criado.

10 Tal vez Sentencia, de Celedonio Flores (1923) sea la única letra comprometida, donde el malevo se defiende ante un juez por sus crímenes poniendo de atenuante su extracción: “Hay que ver, señor juez, cómo se vive/ para saber después cómo se pena”. Es copiosa la bibliografía relacionada con el estudio de las letras de tango y su contexto evolutivo. Mencionamos apenas tres libros. Meri Franco-Lao: Tiempo de tango (1977); Letras de tango, selección de José Gobello (1995) y antes Las letras de tango de Villoldo a Borges, en colaboración con Eduardo Stillman (1966) y la nombrada Las letras del tango, antología cronológica 1900-1980, de Eduardo Romano (1990).

11 El dato lo registra el especialista Luis Ordaz (1958: 125)

1 comentario:

rantes dijo...

Viene con polémica:
Pa' mi que es chamuyo, sin la LL.
Esta deformación de pronunciar la "ye" cono "ll" de los rioplatenses nos hace cometer esas faltas de ortografía.
Ver el poema de Bonatto en el comentario de la entrada anterior.