Lunfardo
Chamullo y sociedad
El lunfardo fue una de las caras en el espejo deformante que
Pero vamos paso a paso. José Gobello, en su libro Aproximación al lunfardo, explica por qué no considera al lunfardo un idioma, un dialecto ni una jerga: entre otras cosas, porque carece de sintaxis y gramática propias. Quien emplea palabras lunfardas, piensa en español, usando las estructuras y la gramática castellanas, y luego reemplaza una o más de esas palabras por sus sinónimos lunfardos. Por lo tanto, el significado último del discurso no cambia, pero toma un matiz diferente. La definición del Diccionario Lunfardo lo embroca así: "Vocabulario compuesto por voces de diverso origen que el hablante de Buenos Aires emplea en oposición al habla general". Eduardo Gargallone informa que lombardo, en el dialecto romanesco italiano designaba al ladrón o delincuente, que devino lumbardo y ya importado, cambiaría el fonema; recuerda que en 1926, ya consolidado el lenguaje arquetipo del Plata1, nueve individuos “no recomendables”(tres españoles, dos italianos, dos portugueses, un francés y un chileno) se congregaron en París, y de sus deliberaciones, nace el primer “código formal delictivo internacional”. traducido de inmediato a los distintos idiomas de los participantes y remitido a Buenos Aires en portugués. Esta forma de comunicación non sancta tomó nombre según sea el país de aplicación. En Francia se llama argot, en Inglaterra y EE.UU: slang; en España: germanía, hampa, caló, bribia y jerigonza. En Italia: gergo; en Brasil: giria dos gatunos, en Alemania: gaunersprache o rothwelsch; en Holanda: bargoens; en China: hiant-chang y en India: balaibalan. Más acá, en Chile, se denomina coa y en Perú, replana. Ya estaba en Buenos Aires en boca del pueblo, el pueblo que sería tratado dentro de pocos años, entero, como criminal, bajo los auspicios de
En rigor, el lunfa se registró temprano, incluso antes que el tango, eso sí, en su mismo ambiente. Tal cual dijimos fue fruto indeseado de la paz y administración del 80, del seno de la imprecisa frontera de barro y pampa, cuando la capital del reino no dejaba el vértigo horizontal de la campaña ni era aún residencia señorial. Jorge Páez sostiene que el lunfardo original ´”lo hablaban más los secuaces que los hampones”2: la interacción para cometer un latrocinio requería el acuerdo tácito en los términos, siempre entre quienes los oficiaban en la praxis, no desde el que impartía las órdenes. La ensayista lunfarda Nora López no acepta, sin embargo, que fuese un “vocabulario gremial, la tecnología de la furca y la ganzúa”, como opinaba Borges3, ni al decir de Roberto Arlt, “una broma literaria inventada por los saineteros y por compositores de tangos, que los orilleros ignoran, salvo cuando los discos del fonógrafo los han adoctrinado”. López asegura que las palabras lunfas eran “argentinismos del pueblo bajo”, como las definió el periodista Juan Piaggio en un artículo de 1887 –“Caló porteño (Callejeando)”; su precursor, Benigno Baldomero Lugones, en otro legendario texto publicado en
Horacio Ferrer aporta otra distinción, ésta de carácter espacial urbano. Según el tangófilo, habría un suburbio, “la baja ciudad, toda vez que la habita el humilde de buena costumbre” y un arrabal, del hebreo rabah, que significa desbordar la ciudad, multiplicarse, o del árabe arraba, extramuro, “el bajo de la mala vida”5. El lunfardo nació en el arrabal y subió al suburbio del conventillo, melting pot de nuestra nacionalidad, donde convivía el emigrante con el inmigrante, el lunfa con el cocoliche, la fabriquera y el changarin, el carrero y la modista. En realidad, se mixturaron los idiomas y los cuerpos, a la promiscuidad lingüística la acompaña la moral, consecuencia de un puerto que prometía prosperidad para todos y en Europa iba a reclutar desamparados junto a prostitutas, formidable negocio a plena luz de esta demografía masculina, con barrios dentro de los cuales cohabitaban el trabajo malpago, el hambre y el vicio. Si el tango vino primero, trasferido del extrarradio a las luces del centro, conforme lo iba adoptando la clase media y luego la más empinada en una de sus típicas operaciones culturales de neutralización, el sainete ya sí es enteramente urbano, nacido y criado en los inquilinatos --al menos en cuanto a inspiración ambiental--, el verdadero estómago de este organismo híbrido, la parte que centrifuga y con-funde. Sus nombres no eran los de la parroquia en que se afincaron, sino alegorías perfectas de esta sociedad en fermentación: Las 14 provincias, El Gallinero, El Palomar, Los Dos Mundos, Babilonia.
Dante A. Linyera –seudónimo de Francisco Bautista Rímoli, 1902-1938—dijo que “todos lo detestan pero todos lo hablan” y que en Buenos Aires “no hay cuatro personas capaces de entenderse si no utilizan el impagable caló lunfardo”. Corría 1928 y ya era patrimonio de la población como el Obelisco y Boca-River.
D. Tamborini acierta al decir que no hubo un asunto de asimilación social, y por ende idiomática, no una absorción paulatina del otro desde el lado de la cultura dominante, sino una fusión, o sea, la aparición de una cultura nueva que sustituyó prácticamente a la de sustrato, tanto como el gringo suplió al gaucho y el lunfardo al castellano poscolonial, de cualquier manera no muy puro, si hay idiomas puros6. La hiperabundancia de vocablos italianos en la composición del lunfardo contrasta con la casi inexistencia de vocablos españoles; nadie se explica esta extrañeza, habiendo tantos trasplantados ibéricos a tierra argentina como ligures, lombardos o napolitanos. Aunque en los porcentajes no todos coinciden7.
Algunos términos proceden de la fragua indígena, en vías de extinción poblacional, como cancha, pucho, pilcha, chucho; otros son afronegrismos, habiendo todavía gente de color en Buenos Aires en las postrimerías del siglo XIX: quilombo, mandinga, marimba. Sí hay arcaísmos españoles; aguaitar, espichar, y de la germanía española del siglo XVIII, runfla y taita. Cómo llegaron es cuestión peliaguda, imaginable es que las trajera el gaucho mismo, como mestizo racial, y su larga prosapia a dos aguas. Del caló gitano son araca y mangar; inciertos e indescifrables se consideran mandanga o trolo. Creadas en todo tiempo las del vesre o inversión de grafías, la aféresis en ortiba (batidor), la epéntesis en colimba (de colima, reverso de milico); francesas: macró, pris o prisé (la pulgarada de cocaína); del polaco (papirusa) y del portugués (bondi, tamango, vichar, descangallado, fulo, chumbo). Se comprueban fenómenos de adición (endeveras, emprestar) y deformación o troncación (malevo) o derivación (amurar); palabras castellanas resignificadas (marrón, por ano; moco, por cometer por error). Toda una bibliografía se ha devanado por especular sobre atorrante sin conclusiones serias8.
De nuevo Gobello formula una disquisición entre prelunfardismos y poslunfardismos, según la época de sustanciación del palabreo. La lengua gauchesca, que tomó jerarquía literaria con el Martín Fierro, sería prelunfarda, o sea, anterior a la llegada del aluvión europeo, aún cuando el lunfardo las haya digerido a su repertorio posteriormente, tanto como la ciudad se devoró al campo. Los ya citados chumbo, chucho, descangallado, fulo, malevo, marimba, pucho, quilombo, etc., pertenecen a ese momento de transición a la modernidad y, claro, también agrupa términos tribales africanos, germanescos, quichuas y portugueses –éstos importados del Brasil. Existen para el especialista los llamados paralunfardismos, vocablos del lenguaje social y hasta del literario que “popularmente son interpretados como lunfardismos”, pero no lo son exactamente: chambergo, retrechera, garúa, farra, lunatismo. El azar de aparecer en las letras de tango y los diálogos del sainete tienden a confundir su origen con su destino. Postlunfardismos son los que enriquecen la parla de la gente después de concluida la inmigración, cuya fluencia se interrumpe, al menos masivamente, al estallar
Poesía que me hiciste mal
La literatura lunfarda se inscribe en la poesía y en la canción, que son casi lo mismo. Los primeros tangos se articulan en chamullo reo no tanto por la temática ilícita o de avería sino por su intencionalidad sexual, más bien declaradamente procaz: Dos sin sacarla, Qué polvo con tanto viento, Con qué tropieza que no dentra, Siete pulgadas o El choclo, más tardío pero también eufemístico. Después vendrá Carlos de
De nuevo habrá que trazar el contorno del género a través de la vía negativa. No son lunfardos los versos de Evaristo Carriego (1883-1912), inmortalizado por Borges (1930) a tal punto que parece una de sus invenciones: el autor de Misas herejes y La canción del barrio fue un mitógrafo del suburbio natal, pero no se verifica en él la terminología rante sino el ambiente. Tampoco la desperdigada escritura de los bohemios, autoconsagrados marginales en virtud de su consciente divorcio del mercado editorial y su afán etílico-noctámbulo. Siempre hablamos de dipsodas refinados, herederos del modernismo y cultores de un idioma más o menos sofisticado y pasteurizados de tauras y esquinas, con excepción de las del Centro. Charles de Soussens, Emilio Becher y tantos otros perdidos en las antologías tenían pretensiones heráldicas, de un incierto, e ingenuo, elitismo intelectual9.
La poesía lunfa parece precocida para el formato tango; es probable que sus compositores soñaran con una futura adaptación que no se realizó. Nunca reniegan de su fragua plebeya. Necesario es destacar un código común como eje argumental, su deliberada, desembozada apología de los márgenes sociales (y laborales), el topos del conventillo y el bulín, la pareja no sacramentada y la mujer que no yuga de costurera ni dio el mal paso por inocente; la egolatría y el autoelogio del hombre; la satanización del trabajo reglamentado y, en continuismo, la celebración de no acarrear voluntariamente nunca una vida productiva y pequeñoburguesa. Araca, que leído desde hoy dista mucho de la corrección política y carece de revulsividad social, si observamos su declarada misoginia –excluyendo Malena o Grisel—de la que se salva
Obvio decir que no todo el tango es refugio del lunfardo, apenas su manifestación más difundida. Su apelación suele ser humorística, para el desprecio zumbón, insistimos, sobre la mina que se manya hace rato, antes pobrísima y barata en todo sentido y ahora subida al descapotable, o referida al pituco, lamido y shusheta que cuando empezó a pelechar y oler a extracto francés creyó haber dejado atrás el turbio origen. Sin embargo, los grandes letristas del 2 x 4, sumando a Gardel, Discépolo, Manzi, Homero Espósito o Cadícamo, se alejan singularmente del lunfardo cuanto más profundizan en las emociones serias, la nostalgia, el lamento o la derrota, sentimientos esenciales del tango. Sólo recordar Cambalache, Cafetín de Buenos Aires, Uno, Barrio de tango, Percal, Malena, Los mareados, Sur, Sus ojos se cerraron, Volver, que no citan palabra alguna en lunfa. No resulta inocente el proceso de urbanización-occidentalización, de eso habla el traslado del tango del arrabal al centro. Rastrear el lunfardo nos retrocede al 900, al gotán tan prohibido como la verba de sus portadores, a Ángel Villoldo y Pascual Contursi10.
De
Donde más hallamos términos lunfa es en el sainete, primo hermano del tango y de su misma fragua mistonga y rea, tanto que durante mucho se lo chicaneó de subliteratura demagógica, de subteatro. Se cuenta que un tal Daly Machado, jurado del premio que nominó a Los escrushantes de Vaccarezza devolvió el texto a su remitente, porque no entendía una palabra. Corría 1911 y el tango mismo apenas era una expresión legitimada por la crítica cultural11.
El lunfa no ha muerto como literatura, al contrario se exhuma toda vez que aluda a la macrorrealidad de la vida lateral, más incentivada que nunca por el ajustismo neoliberal, el cual ha vuelto a producir las condiciones de su nacimiento. La cumbia villera de los 90 echa mano inmediata de su catadura, en consonancia con el ecosistema de los prescindibles. Guachín, Yerba Brava y Flor de Piedra son el ejemplo, y sobretodo Los pibes chorros: “Estamos todos jugados/ nada nos importa ya/ Sigamos haciendo quilombo/ la yuta no nos va a llevar”. Otros grupos de rock extravilla, y surgidos de los nuevos pobres, no dejan de citar en la jerga: Los Piojos,
Entre nosotros vale nombrar al colega Víctor Clementi, que en sus Memorias de Gambeta es uno de los pocos que reflexiona sobre la metafísica mundana. “egresado de las calles y las noches, los potreros y los zaguanes” y hasta del lunfardo barroco, su manera de invocar y evocar ese planeta de bares, filosofía y mujeres, changas aleatorias y anecdotario de soledad en camaradería, en un fin de siglo distinto que se asemeja, cíclicamente, a la sociedad argentina imperecedera..
¿Será el último texto lunfa? Quién sabe. A lo mejor está volviendo, o recomienza, como todo en la patria nuestra.
Gabriel Cabrejas
2008
Bibliografía
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Ordaz, Luis: Siete sainetes porteños. Buenos Aires: Losange, 1958.
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Tamborini, D.: “Lunfardo, lengua de inmigrantes”. En http//:didattica.spbo.unibo.it.
1 Eduardo Pérsico (El lunfardo en el tango y la poética popular) afirma que “junto al tango forma los dos perfiles más relevantes de nuestra identidad, no los únicos pero sí los más visibles”, y lo define como “un código entre dos sin que se entere un tercero”. Cf también Gargallone: Aproximación al lunfardo.
2 En El conventillo, 1970: 80.
3 En El idioma de los argentinos (1928)
4 Cf. www.geocities.com/lunfa2000. Los autores que menciona López son clásicos de los estudios históricos, como Fray Mocho: Memorias de un vigilante (1887), Antonio Dellepiane: El idioma del delito (1894) y Luis María Drago: Los hombres de presa (1898). Consúltese el libro de Gobello y Luis Soler Cañás: La literatura lunfarda, 1961.
5 Cf. El libro del tango.
6 Tamborini, D.: Lunfardo, lengua de inmigrantes. http//:didattica.spbo.unibo.it.
7 Enrique del Valle, uno de los primeros lunfardistas (1921) cataloga estos guarismos, que confrontan el aserto anterior: españolismos, 78, 50%; italianismos, 12,66%; galicismos, 3,16%; gitanismos, 2,33%; indigenismos, 0,83%; germanía, 066%, afonegrismos, 0,16%. No conocemos su método de recopilación, pero los ha recabado en las primeras décadas (citado por Furlán, 1971: 13)
8 Castex opina que proviene de hato errante, en referencia al hato que llevan los vagabundos a cuestas; Díaz Salazar, de
9 Consúltese Jorge B. Rivera: Los bohemios (1971). Para el análisis de Mi noche triste y la evolución social del tango es imprescindible el trabajo de Eduardo Romano en Las letras de tango, 1990: 5-19. La perfecta sátira de los lieux commones tiene inolvidable sesgo en la comedia de Roberto Cossa El viejo criado.
10 Tal vez Sentencia, de Celedonio Flores (1923) sea la única letra comprometida, donde el malevo se defiende ante un juez por sus crímenes poniendo de atenuante su extracción: “Hay que ver, señor juez, cómo se vive/ para saber después cómo se pena”. Es copiosa la bibliografía relacionada con el estudio de las letras de tango y su contexto evolutivo. Mencionamos apenas tres libros. Meri Franco-Lao: Tiempo de tango (1977); Letras de tango, selección de José Gobello (1995) y antes Las letras de tango de Villoldo a Borges, en colaboración con Eduardo Stillman (1966) y la nombrada Las letras del tango, antología cronológica 1900-1980, de Eduardo Romano (1990).
11 El dato lo registra el especialista Luis Ordaz (1958: 125)
1 comentario:
Viene con polémica:
Pa' mi que es chamuyo, sin la LL.
Esta deformación de pronunciar la "ye" cono "ll" de los rioplatenses nos hace cometer esas faltas de ortografía.
Ver el poema de Bonatto en el comentario de la entrada anterior.
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