Una respuesta aproximada consiste en distinguir fundir de confundir.
Históricamente al Hombre le ha llevado décadas y siglos fundirse en otras culturas. Pero en el hoy. La velocidad de la comunicación y el traslado minimiza los tiempos de adaptación. Sea por migraciones necesarias para evitar el hambre o la guerra, los pueblos deambulan y diseminan hacia culturas distintas, hasta antagónicas. Y a este confundir le temo.
Si la mezcla de todos los colores hace el blanco, ¿qué dará la suma de todas las razas y culturas? ¿se perderá el verde, el amarillo, el rojo para siempre?
Una cosa es el respeto hacia otras formas y estilos o la curiosidad antropológica, otra es la conversión automática a costumbres foráneas.
Una cosa es la empatía, otra el desarraigo.
Si desde un punto de vista científico la intervención del observador deforma la realidad a calificar, ¿cómo interfiere entonces tanta mirada diversa en inconexa?
En la Naturaleza, la adaptabilidad de las especies y su intrínseca mutación evolutiva lleva cientos de miles o millones de años, ¿acaso el Hombre no es hijo de la Tierra?
Un puñado de siglos no convierte al Hombre en juez universal, aunque la Biblia autorice su potestad sobre todas las especies, ¿será una negligencia de Dios?
Mientras seamos esclavos de la pendularidad seremos capaces de viajar al espacio mientras intoxicamos al planeta. Es preciso detenernos, encontrar un punto de armonía que nos aleje definitivamente de la histeria mediática e inmediática.
En resumen, sospecho que la integración, cuando es hiperacelerada, desintegra. El des-tiempo provoca el efecto contrario.
Imitemos lo natural para recuperar nuestra verdadera identidad, así el respeto será el único mandamiento.
Víctor Marcelo Clementi 28 de Mayo 2009
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