miércoles, 11 de agosto de 2010

Las Cosas que no se tocan

Hay conceptos tales como raza, territorio y posesión que resultan inherentes al Hombre ; más que arraigados, diría, son el harem de la memoria genética. No alcanza con acusarnos de mezquindad desigualitaria por sólo mantener el rango de especie dominante.
Ni las mejores intenciones humanistas ni la ¨Danza Cósmica¨ de Carl Sagan podrán evitarlo.
Atribuibles quizás tales conductas al sedimento animal que nos acompaña desde homínidos; efecto de la Evolución o simplemente de una teoría bíblica sepulta por la propia arqueología, afirmo que están, a pesar de la ira mesiánica y su jerga de napalm.
Transeúntes de una escala intermedia (sin tironear demasiado el piolín infinito, utópico u alegórico) en tanto Hombres, estamos más cerca de los ángeles que de las amebas; pero esa meada intelectual que demarca cómplices y esclavos de la fascinación, nos delata la bestia, nos acerca colmillos, como un residuo tóxico y controversial.
Acaso descendientes de un eslabón por suerte perdido, apenas existimos monos que juegan con sarcasmos, no más que en la frontera del deseo.
Sería sensato alcanzar un grado de levadura hacia una transición o referencia más exacta de cómo deberíamos suceder por este mundo. Hay ejemplos: Cristo, Buda, Gandhi...
En tanto Hombres podemos cerrar los ojos y respirar ese tramo de la memoria genética, cuando antaño caminamos las aguas bajo el árbol de la eterna contemplación. Siempre lloverán manzanas para tentar nuestro centro de gravedad, nuestra pequeña paz.
Allí, y sólo allí, y por un momento hallamos reposo, un recreo; porque sólo caminando nos crecerán alas, porque sólo el volver a la inocencia nos recupera magia...
Exactamente la magia que nos hace falta para bajar del árbol y meditar, sólo meditar alejados de las incongruencias ilusorias.
Que así sea.

PD: En lo posible recomiendo leer esta imprudencia y escuchar a la vez ¨Las cosas que no se tocan¨ por Intoxicados.



13 de Diciembre del 2009
Victor Marcelo Clementi

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