Esos
días recorríamos el delta, la pesca era abundante. Nuestro bote con motor fuera
de borda, la ginebra, la charla interminable. Aquella vez nos encontrábamos en
el río Carapachay y el Canal 6. Anochecía. En el bosque enmarañado de las islas
unas luces nos sacaron de nuestras cavilaciones en el acto. Eran lo imposible
en un lugar tan deshabitado. Se encontraban perdidas en el verde. Notamos un movimiento
confuso entre las ramas. Un ser vestido con ropas ajustadas de color metálico,
de gran cabeza y enormes ojos negros venía directamente hacia el bote.
El ser levantó su extremidad superior derecha —un signo universal seguramente— y luego de varios sonidos extraños —tal vez una decodificación o sintonización— escuchamos una voz clara en un castellano neutro:
—Terráqueos... —comenzó diciendo ante nuestro helado asombro— la tierra... —y formó un extraño puño con seis dedos y dos pulgares— la tierra, para el que la trabaja.
Quedó en silencio unos segundos, tal vez esperando que apreciáramos sus palabras de un acento gelatinoso. Una pausa didáctica para que se nos fijara en nuestro pobre entendimiento. Tras lo cual hizo otro gesto levantando la otra extremidad cerrada y se desplazó hacia atrás unos metros con un andar de pato. Se lo notaba torpe, incómodo. Ante nuestro estupor y sin el más mínimo zumbido la forma con luces parpadeantes celestes, azules y blancas se elevó y se perdió en la esponja de la noche.
El ser levantó su extremidad superior derecha —un signo universal seguramente— y luego de varios sonidos extraños —tal vez una decodificación o sintonización— escuchamos una voz clara en un castellano neutro:
—Terráqueos... —comenzó diciendo ante nuestro helado asombro— la tierra... —y formó un extraño puño con seis dedos y dos pulgares— la tierra, para el que la trabaja.
Quedó en silencio unos segundos, tal vez esperando que apreciáramos sus palabras de un acento gelatinoso. Una pausa didáctica para que se nos fijara en nuestro pobre entendimiento. Tras lo cual hizo otro gesto levantando la otra extremidad cerrada y se desplazó hacia atrás unos metros con un andar de pato. Se lo notaba torpe, incómodo. Ante nuestro estupor y sin el más mínimo zumbido la forma con luces parpadeantes celestes, azules y blancas se elevó y se perdió en la esponja de la noche.
Sergi Puyol i Rigoll
Nueva Plata, 2011
Nueva Plata, 2011
2 comentarios:
Muy bueno... hasta un imbécil como ese extraterrestre sabe la única verdad:"la tierra, para el que la trabaja". Acá todavía no se enteraron. Tendrían que aparecer más seguido y si esposible de día para que los escuchen los gobernantes.
El novelista Louis Loitey dijo que el extraño ser era un marxiano...
sin palabras.
Publicar un comentario