Sanos abstenerse
Frente a la droga, siempre, hay más un problema de mercado que de salud. Escribo esto mientras fumo el popular tabaco rubio (suave)y pronto la Patria Sanitaria habrá de recluirme sin excarcelación al limbo de los Enfermos Incurables. Los tragadores de analgésicos, de vegetales, de gemoterapia, los aerobistas y aeromodelistas, los evangélicos, los pastilleros de Mentho-Lyptus y la Juventud Mariana me tildarán de subversivo y me pondrán de contramodelo ante sus homeopáticos hijos. Tendrán razón, pero desde mi celda, esperando los fasos de ligustro como rehabilitación, les gritaré que toda obsesión es droga, y la peor, imponerla a otros, violar la libertad de elección con el argumento de que no es la de ellos. El chabón que me espeta su inminente muerte como fumador pasivo, acto seguido monta su auto y me arroja una bocanada de dióxido que, asegura, jamás se llevaría a la boca. En este mismo instante un antiabortista acaba de asesinar a un médico abortista, y prontito, los lavadores de pingüinos envenenarán el tanque de agua de los empresarios del petróleo, y los partidarios de la multiculturalidad asesinarán a los racistas.
Santos del cuerpo. Explorando la historia, veremos dos constantes: siempre hubo falopa y siempre se la persiguió. Y la persecusión no se debió nunca a sus efectos nocivos, que hasta el siglo XX estuvieron lejos de comprobarse, sino porque escapó al control de la autoridad constituída. El daño (real) sobre el cerebro humano importó menos que el tráfico que escapaba a su control: el Estado Universal, al no lograrlo, se convirtió en cómplice y lo declaró prohibido, y gana hoy más así que cobrándole impuestos.
Al revés de lo que piensan los inquisidores médicos, la droga encarna un excelente vehículo de control social, al mostrarse como sedativa, relajante, reguladora y lucinógena: logra más lucidez que locura en la mayor parte de los casos. Y al mismo tiempo la versión oscura florece, acechan-te, como que todo placer destruye después de liberar o satisfacer al pobre particular víctima de su seducción, excusa oficial válida para ejercer la política del cerrojo.
Citando a Fernando Savater, en la modernidad se pasó de la censura del alma, es decir, quemar brujas, herejes, judíos, bígamos y demás transgre-sores de los mandamientos espirituales y la santidad del dogma, a la censura del cuerpo, principio y fin de nuestras humanas aspiraciones. La peor pobreza es la que no se ve, pero el paradigma actual reside en ser Bello por encima de Bueno y Verdadero, y lo que contraría ese ideal consensuado ataca directamente la base de sustentación de la vida civilizada. Ser un genuino hijo de puta no obsta, como funcional a la ética de mercado: se autolegitima con su sola llegada. Un hombre o mujer abstemios, musculosos y de sangre y pulmones asépticos a la mandanga o todo otro intruso no natural son el individuo casadero del presente, el caballero o la dama sin mengua y sin tacha. El peor adjetivo que se pueda enchufar a un adolescente es gordo. No extraña que la droga, de nuevo valgan las contradicciones (¿contra-adicciones?) del capitalismo, esté tan extendida. Porque se volvió imprescindible para llegar, sobretodo si adormece la moral y energiza el cuerpo en pos de trepar escalones. El peor tipo es el tipo sin ambiciones, sin competitividad y, sobretodo, sin buen aspecto. Ningún genio del presente es obeso. La vida es un deporte, no un sueño. Ni una aventura.
Drogas para irse y drogas para quedarse. Un maldito suspicaz podría deducir que, pasada la fiesta inconclusa del 68 y el hippismo, se ahogó a Occidente en cocaína a fin de que rindiera despierto al desafío del sistema neoliberal, y desde la otra esquina se le inyectó generosamente heroína con el propósito de que se rindieran los remisos, los sumisos, los peligrosos o, en pocas palabras, los jóvenes. A medio camino quedó la marihuana, que excita y relaja en partes iguales, folclórica y sin tecnología, fácil de identificar por el olfato y barata, para condenar a ojo al más atorrante de la cuadra. Sin mutuas exclusiones, habiendo de todo en cualquier sitio, podríamos sintetizar la cartografía de la droga así: porro latinoamericano, coca yanqui, heroica europea. Cada cual sabrá dónde ubicar los niveles de eficiencia, contralor y simple desidia.
Entramos en la época de las dictaduras razonables. Nadie en su sano juicio podría oponerse a la prohibición de fumar en lugares cerrados, así que los (nuevos) pecadores somos exonerados a la puta calle, con la implícita aceptación de nosotros. Una ordenanza del No Tan Honorable Concejo Deliberante del Partido de General Pueyrredón acaba de expulsar de las jugueterías las armas de fuego de plástico, sin hacer referencia (todavía) a los play station sanguinarios que salpican las pantallas delante de nuestros inofensivos niños. No falta mucho para que se multe a los comensales de restó que pidan milanesa con papas fritas, so pretexto de que el colesterol y los triglicéridos son subversivos y un potencial infarto mientras manejan el auto, debido a su ingesta inmoral, podría general una colisión en cadena. La Ley Seca ya avanzó un tanto mediante los horarios para su expendio, y los controles de alcoholemia que gravan al réprobo capaz de superar los dos vasos de tinto. ¿Quién podría considerar violados sus derechos constitucionales, cuando se trata de pensar en los demás abstemios, que también los tienen? Y así, conculcados bajo amenaza por los estoicos vengativos (perdón: justicieros) y su moral del cuerpo, se empieza a definir el crimen de Leso Epicureísmo-Sibaritismo hacia los horribles antropomorfos desalmados responsables de todas las enfermedades que aquéllos sufren gracias a la desaprensión y egoísmo suicidas de éstos. Después de todo, no cuesta nada fasear en la calle, escanciar agua saborizada y masticar caléndulas. A la Sociedad de Control no le preocupa más nuestra ideología –porque ya somos todos liberales—y sí qué nos llevamos a la boca mientras la pronunciamos. ¿Otra vuelta de torniquete del influjo imperial norteamericano, que ahora llamamos globalización, procedente de una cultura donde se pastillea, se inhala, se chupa, se mata por un puesto, se ejecuta a un deudor luego de ir a misa, y siempre sin tabaco? En USA un menor de edad llevó a juicio a su propia madre, renegando de ella, porque… fumaba. La campaña anti-Barack Obama encarada por la cadena televisiva Fox invitaba a no votarlo: la razón, encima de negro y demócrata, fumador.
La peor droga sigue siendo la pobreza. Esa que consuela a los insalvables con el paco suicida. Como las promos de los supermercados, más barato por docena.
Gabriel Cabrejas
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario