La peligrosidad de lo expuesto -en especial el hecho creativo- tiene relación directa con lo interpretable que el mismo sea.
Algo demasiado interpretable, sujeto a la buena predicción del intérprete, pone en riesgo la valoración en tanto cosa objetiva.
Si yo como escritor dependo de la subjetividad y/o la buena predisposición del valorante, estoy en sus manos, o sea: perdido. Jamás puedo rendirme al halago o la discordia porque convertiría al observador en un contrincante, cuando lo que mi intención debe, es esclarecer, orientar al menos en la búsqueda para no hundirlo en un laberinto conceptual, para no proponer un remate de imágenes al menor postor. Si así lo hiciese, ni siquiera aspiraría a la lactancia de la creación.
Bajo ningún pretexto debo perder la perspectiva, debo ser claro en mi definición, lo más exacto posible. Es la única forma en que la consumación del texto adopte honestidad creativa y no soslaye mi propia pretensión.
Desde la honestidad no puedo ni debo dejar librado un pensamiento al estío interpretativo.
Si mi alimento es la variabilidad en las opiniones que provoco, estoy conspirando contra el sí mismo, excepto que sienta placer, lo que delataría una vanidad aceitosa.
Cleméntocles.
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