martes, 15 de octubre de 2013

Teatro de un renegado 2013

El Soplón de Dios, de y por Freddy Virgolini Maestro de ceremonias En 1998 una dupla difícil de empardar, Daniel Lambertini director y Freddy Virgolini protagónico, urdieron una puesta superlativa, Vincent y los cuervos¸ sobre libreto de Pacho O´Donnell, ninguneada por la premiación del Estrella y llamada a ser, a juicio de este escriba, un hito en la historia de nuestra escena. Los caminos de ambos teatristas se separaron aunque no demasiado:siguieron sendos itinerarios en España, de donde volvieron más sabios, perfeccio-nando el lenguaje para el cual estaban dispuestos, el unipersonal. Después, cada uno logró su propia sede cultural y su escuela propia, y hoy son referentes indiscutibles del teatro local. A Virgolini, sin embargo, le faltaba la frutilla del postre,lucir sus galas, vale decir, escribir y actuar el despliegue necesario de conocimientos y experiencias adquiridos, montar en sí el largo período de aprendizaje y maduración razonada, de capacidad en grado de autoconquista. El soplón de Dios deslumbra hacia los cuatro costados. De arranque una tapa en el piso del tablado se abre y entre el humo rojo brota el enmascarado, que exuda lentamente la puerta del Infierno. Estremece, y más sus palabras, que sintetizan la evidencia de sentido: “Señores de la Conciencia, yo empecé con el asunto ése del pecado original, luego una cosa llevó a la otra y ahora el asunto se me está escabullendo de las manos”…Lucifer deberá subrayar esa fluctuación, de un lado buscar un vicariato para su sucesión humana, y por el otro, percatarse de que la abundancia espontánea de discípulos han amplificado hasta el horror su herencia. Sí, la muerte equaliza a todos y Lucifer los enumera cínico y casi orgulloso, se burla de sus pleitos a fin de ganarse la eternidad y terminar morando a su lado, pero también constata la demografía del Averno, donde todos conviven sin mérito. Y en la vida, apenas arriba, todo tiende a igualarse también, bajo la seducción generalizada del Mal. Si la pieza adolece una carencia, es un texto que debió someterse a una relectura crítica de otro, dada alguna confusión en su desarrollo. Claro, se trata de un detalle y no de una grieta garrafal, ya que se integra, se permea a la función unificante de una actuación tan completa (y consagratoria) que convierte a El soplón en uno de los mejores unipersonales de la diacronía marplatense. Ojo, no cae en las dos tentaciones del género: ser una terapia confesional-biográfica, que no interesa a nadie, ni arrojarnos un estallido de personajes dispersos sólo atinentes al aplauso por tanto exhibicionismo histriónico, esa desesperación en mostrar lo bien que actúo. Virgolini, ante todo, se define puestista de sí mismo, ofrece un manual de unipersonales, que instala a nuestra elección la gama de eventos visuales, sonoros y físicos que pedir se pueda bajo el rectángulo de luz. Aclaremos. Primero, la manipulación de un dispositivo-adminículo multiuso, en su caso una simple sopapa con elástico, que refuerza y simboliza el discurso: puede ser un pene erecto, una copa, un puñal, la antorcha de la libertad, un puro, una ballesta. Segundo, el juego de máscaras: la neutra e inexpresiva junto a la enteriza de cuernos, dicho de otro modo, la humana y la de Belcebú, como se la tipifica en las fábulas medievales. Tercero, la corporización de los fantas-mas humano-satánicos a través de la indumentaria en móvil estado de transfiguración: imper-meable blanco-impermeable negro, bastón, ropa compleja y atemporal —babuchas, calza, taco-nes de mujer, una gasa roja también múltiple y metafórica. Cuarto, un títere, duplicación y acaso superación del marionetista-diablo. Como dije, presencia y decir, pero no se conforma. Freddy V orquesta la movilidad del signo, dosifica la musicalización (del tranquilo Mozart al esperado y casi natural Sus majestades sa-tánicas), la mudanza mágica de indumentaria y rostro, la fuga a lo imprevisible en el vestirse y desvestirse, la negativa a las risas macabras del perverso —el Demonio puede ser cualquiera y tal vez lo sea, la parodia (“Me pueden creer rey del espacio infinito pero en realidad estoy den-tro de la cáscara de nuez”). Este soplón no se denomina así casualmente.Es más que nada el ortiva que delata y denuncia a la humanidad ante Dios, en lugar del mediador piadoso, el santo. Hasta, podría postularse, representa a la humanidad ante el Creador, firma al pie el contrato fáustico y corre a contarle a su Superior qué facil fue sacarle al Hombre la rúbrica. Se diría que, en tal destino, Lucifer nos despierta cierta piedad ambigua. Virgolini termina con el torso desnudo, brazos en cruz, invocando a la culpa universal, vocero inoficioso de la contaminación, la doble moral, el vicio interminable, el odio al otro. “Mira, pero no toques; toca, pero no pruebes; prueba, pero no tragues”. Lucifer sigue siendo el actor de reparto en obra ajena, aquel a quien vamos a contemplar y a un tiempo admiramos y rechazamos, como lo mejor y peor de nosotros. Párrafo aparte, el descubrimiento de 4 elementos constituye el contexto inmejorable,el que Mar del Plata esperaba y no lo sabía. Un lugar alternativo, sí, y distinguido, diseñado, amplísimo y atrayente, que rompe la tradición del recoveco estrecho de los independientes, voluntarioso pero poco acogedor. Los 4 invita a un target desconsiderado por las salas pequeñas, un público gustoso del buen drama y distanciado de él porque no provee del confort y la plenitud estética que el off suele reducir a la propuesta específicamente teatral. Un hábitat en cuyos metros cuadrados quepa la coexistencia de lo comercial y lo artístico sin contradecirse ni traicionarse. Freddy V, en definitiva, redondeó una obra tan alucinante como el ambiente que co-dirige. Medio centenar largo de espectadores, en una fría y neblinosa noche dominical, testimonia el impacto que sitio y protagonista convocan Marplatenses, endemoniadamente gratificados. Y agradecidos. Gabriel Cabrejas Lacocuzza.blogspot.com

No hay comentarios.: