lunes, 21 de noviembre de 2016

Pequeña escala en la eternidad



Esa vez había ido solo a pescar a la laguna. Una buena manera de encontrarse con uno mismo. A la vuelta anochecía. Apremiado por lo que se dice una necesidad fisiológica, la líquida, estacioné frente al pequeño cementerio del pueblo. Se me ocurrió hacerla adentro del mismo. Un poco para no ser sorprendido por las luces de un auto que apareciera y otro por probar una nueva experiencia empujado por tanto aburrimiento.
No hay lugar más tranquilo y pacífico.
Incliné un poco la reja de hierro y ya estaba adentro. Elegí el pastito que poblaba una vieja tumba. Recordaba haber escuchado que el Corán dice que no debe hacerse la micción en dirección a La Meca. Para cumplir con eso debería saber primero para que lado está La Meca. Estaba dándole al miembro un pequeño movimiento sísmico como epílogo a la descarga cuando oí una voz inexpresiva.
―Usted no tiene un poco de consideración a los que descansamos.
―Ya no hay respeto ―agregó una voz femenina.
Las voces, aunque condenatorias, no mostraban ninguna emoción. No se veía a nadie por ningún lado, sobre la calle de tierra descansaba la camioneta, las pocas tumbas de este lado y la inmensidad del campo detrás. Más lejos la ruta y el acceso al poblado Los Chañares.
―Es una necesidad natural ―dije hacia el lugar donde había creído que venían las voces.
Hubo una pausa breve. Por un momento no se escuchó nada.
―En el pueblo de Epecuén se inundó el cementerio y hubo que salir a pescar los ataúdes ―informó una voz con acento bien de campo.
―Qué barbaridad.
Asistía a un cambio de opiniones de ultratumba. ¿Hablarían así todas las tardes o las noches? El tiempo parecía haberse detenido. Ni frío, ni calor, ni una pequeña brisa.
―Nuestro lugar es como un barco en un viaje interminable hacia el olvido ―filosofó otra voz neutra, sin sentimientos. Pausada, pedante.
Los demás habrán quedado saboreando esas palabras, durante varios segundos nadie dijo nada.
―Hasta siempre ―saludé porque creí que correspondía hacerlo luego de mi irrespetuosidad inicial. Era una huida elegante.
―Lo esperamos amigo ―respondió una nueva voz no escuchada hasta entonces. No supe si era cordialidad o una amenaza.
El motor arrancó. Temí que no lo hiciera como en aquellas malas películas de OVNIS. El viento que entraba por la ventanilla era agradable si no fuera por el polvo que entraba a la cabina.

Sergi Puyol i Rigoll

Mar de Cobos, 2008

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