El barro chorrea las pupilas naranjas del kiosco. Letras desleídas bajo el último exhalo del aerosol.
Un perro apura su desconfianza al cruzarme. Lleva una bolsa de basura. Un poco del botín de los conquistadores. Tal vez un diezmo involuntario.
Bajo la hipnosis nómade de las marquesinas, transcurrro. Tanta luz activa un secreto en mi química. No muy lejos la sombra hallará equilibrio. Hasta entonces haré exceso de esta abulia voluptuosa.
Las calles resultan adhesivas. La humedad es como el moco de los niños cuando lloran.
Excepto aquel perro no he visto vida. Un camión de basura detenido, una canción a lo lejos que apaga y vuelve a iniciar.
Mis piernas comienzan a derretir. Cada cosa comienza a derretir y fusionar en una baba densa.
¿Serán las arenas movedizas de un sueño? Definitivamente no.
Hundiéndome en la anatomía viscosa de las calles, que ya no son calles, ni casas, ni esquinas...
Tal vez el universo decidió colapsar. Sea como fuera el torrente arremolina.
Renace esa inmunda sensación de caer a un abismo. Siento el vómito de los muertos.
Me abrigo en la impermanencia: esto pronto acabará. Sin embargo repite ilusión. Una y otra vez, sin detenerse. Aún cuando el perro haya muerto y yo sea el único personaje.
Victor Marcelo Clementi
27 de Abril
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1 comentario:
tá bueno
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