jueves, 10 de noviembre de 2011

Cinencanto 2011

Tres películas, tres países
Pintar las aldeas

Como lo dijimos hasta el hartazgo, llega poco y dura menos. Cierto: por izquierda, en tu esquina o dentro de tu pc, se puede ver lo que prohíbe el mercado, y otro tanto acerca el cine-arte. Convencional pero efectiva y bien realizada (Un cuento chino), sutilmente crítica e inesperada (Habemus Papam) y demasiado conservadora y casi reaccionaria (Un año más): se enhebran a continuación muestras de tres cinematografías, la nuestra, la italiana y la inglesa. Dicho de otro modo, la más exitosa del año, una demasiado buena para durar mucho y la tercera, exiliada al circuito del cine club durante un día domingo.


Supermercado chino. No por previsible de cabo a rabo, un film se vuelve impugnable, si dosifica con exactitud los platos de la picada: el rol-actor preciso, la narrativa de buen pulso, la emotividad y el desenlace. El pánico exquisito hacia el cine popular, del que abomina la cinefilia pecadora de soberbia, incapaz de reconocer valores si no son del olfato minoritario, termina prefiriendo como válido sólo el producto de festival, alhajado de premios que otorga otra elite de expertos excluyentes, los jurados internacionales, y mientras, la gente sale espantada de las salas, si acaso entra. Danilo Galasse, compaginador argentino, nos dijo en un cónclave: “Di clases en dos universidades de cine y nunca oí hablar de tres cosas: público, éxito y guita”. Tanto principismo purista y anticomercial decanta en el actual panorama. Decenas de juguetes visuales estrenados en una sola platea, sin interés alguno por/para los espectadores, que lo subsidian de otra manera, a través de un porcentaje del fondo de fomento cobrado a las películas que los atraen y llevan.
Ricardo Darín ya se convirtió en sinónimo de corrección profesional, aunque si se fija uno, merodea siempre el mismo modelo. Solitario y melancólico, mal arriado y a la vez de buen corazón, pibe de barrio empujado a héroe del común, a veces chanta y al final generoso, su packaging humano alguna vez lo cubrió Luis Beto Brandoni, que bien podría actuar de padre suyo en un argumento futuro. A su esperable imagen, se le adjunta la vieja peripecia de la odd couple de Neil Simon, o pareja despareja, un chinito náufrago en playas porteñas que no sabe jota de español (Ignacio Huang) y con el cual logrará una lenta pero íntima conexión, astillándole la rutina de ferretero mañoso y huraño que hasta cuenta los clavos de una caja cuyo rótulo de fábrica miente sobre la cantidad. Sebastián Borensztein, que hace mucho dejó de ser el hijo guionista de Tato Bores, en su tercer film –anteriores, La suerte está echada y la inédita rodada en México Sin memoria—no necesita mucho más, excepto una irredenta enamorada de Darín-Roberto, Muriel Santa Ana, la (también) típica novia aldeana, dulzona y algo entradita en carnes, y tan imposible de desechar que se espera, irrevocablemente, que el rezongón protagonista termine cediendo.
Borensztein arranca insólito ex profeso, cuando una vaca cae literalmente del cielo y parte en dos la barcaza donde navega la prometida de Jun-Huang, que muere. El mismo azar absurdo lo cruzará ya en Argentina, víctima del tráfico de inmigrantes, con Roberto, el tipo menos indicado del mundo para asilar a nadie. En Volver (1982), Héctor Alterio regresaba a su país para cerrar una filial de empresa multinacional y una noche se emborracha junto a un boxeador coreano perdedor en una pelea al que lo abandona el manager; Un cuento chino parece una secuela tardía alrededor de dos exiliados afectivos condenados a entenderse por sus mutuas carencias, sin más mediación que un delivery de restorán que le traducirá a Roberto el secreto dolor de Jun. La eliminación de subtítulos del idioma mandarín traducido es un hallazgo contra el estereotipo, lo mismo que el propio Jun, nunca visto como un bobo ni como un genio étnico, sino apenas un lost portador de una tristeza infinita. Comedia al fin, pero irónica, no risible, el azar explicará el encuentro de opuestos: Roberto, que colecciona noticias absurdas del periódico, como una guerra entre Argentina e Inglaterra, ha recortado el extraño accidente de la vaca alada en la remota China, fruto de un robo de cuatreros, y su caída desde un avión que abrió las compuertas. Él mismo, veterano de Malvinas, lleva el desgarramiento de una muerte, la del padre, inmigrante italiano, fallecido sin haber visto a su hijo regresar de Malvinas.
Quizás los subrayados obvios resienten la redondez del relato, como explicar el trauma de Roberto mediante la historia política. Sin embargo, es marca definida del cine nacional en vez de defecto constitutivo, y aún ese daño colateral sirve a la finalidad intrínseca. Más gratuito parece el policía malísimo con que se topan una noche de lluvia, en la street movie compartida buscando alguien que albergue al chinito. Mejor, cuando un supuesto tío, ciego, no lo reconoce como sobrino sólo tocándole la cara. Hecha de soledades, Un cuento cobra vida a través de los gestos y los silencios.
Previsible, sí. También así se logra el cine para todos.

Ni papista, ni Papa. Del ironista progre Nanni Moretti (Caro diario, Aprile) se podía esperar algo escandaloso en torno a la elección de un Papa. Nos decepciona, y lo bien que hace. Cualquiera filma el sínodo previo a la fumata bianca enmarañado de las manganetas, corruptelas y codicias desmedidas de los cardenales venidos de todo el orbe. Moretti no. Ni anticlerical alla Buñuel ni digno del Osservatore Romano. Tampoco objetivo o documental. Ni Las sandalias del pescador ni la miniserie sobre Los Borgia. No son los 70 del Giordano Bruno, ni los 80 de El pájaro canta hasta morir. Simplemente, inclasificable.
Ha quedado vacante el solio de San Pedro y a la Basílica romana acuden los purpurados, dispuestos a votar sucesor. Contrario a lo que suponemos, las voces interiores de los electores ruegan a Dios, cada uno, no serlo ellos. Un inofensivo cardenal francés, Melville, tranquilo, pues no está entre los favoritos, será contra todo plan el elegido. Jamás preparado, sin pizca de ambición o proyecto, al asomarse al famoso ventanal sufre un ataque de pánico y no puede pronunciar palabra. A partir de allí, la convocatoria a un… psicoanalista, y la fuga de Melville, a las arterias de la Ciudad Eterna.
El insigne Michel Piccoli, tan distinto al crápula de Belle de Jour o el nihilista de La gran comilona, es un Papa humanísimo, sin nada que ocultar a excepción de su propia angustia, esa “sinusitis mental”, como la llama, el estar en el lugar y tiempo equivocados y recibir un presente griego. No anda por ahí identificándose con los pobres ni cohabitando ricos: también esas épocas pasaron, y nada hay en la Roma actual que lo ayude a una autoconciencia del poder. Melville se mete en los comercios, se mezcla en una compañía de actores que representa a Chejov y recuerda cómo fue actor en su juventud. Tal vez los indecisos y frustrados personajes de La gaviota, y sus sueños de grandeza truncos, le reflejen su rostro genuino, el de un hombre que quería ser solamente sacerdote, como un abogado puede no aspirar a la Corte Suprema.
De algún modo Moretti desmitifica las lecturas de izquierda sobre la Iglesia, ésas que la ven una conspiración de pederastas y testaferros del Banco Ambrosiano. Y no la elogia en absoluto. Se nos muestra tan endeble de espíritu y achacosa que el psicólogo (Moretti) debe inventar un campeonato de voley entre los cardenales para sacudirles el inmovilismo. Y en el juego, los más entusiastas y embocadores son los enviados de África y Sudamérica, frente al team europeo.
Si Un cuento era esperable, Habemus Papam rompe el estatuto. El camarlengo le advierte al especialista que no estará a solas con su paciente sino fiscalizado por sus votantes, que no impugnará la noción de alma y que el subconsciente no existe. Total, que apenas si puede ensayar una sesión cuando el Elegido se escapa. Los del capelo púrpura, además, no son viciosos irredentos y ocultos sino ancianos intercambiables: uno se medica, otro escucha música, un tercero fuma tabaco en sus aposentos. Maravillosa, y simbólica, la escena en que todos se mecen al escuchar Todo cambia en la voz bien hispanoamericana de nuestra Mercedes Sosa. La negativa final de Melville, asimismo, acentúa la parábola de autoconocimiento y se niega a dar soluciones, con lo que la mayor crítica sale a luz: el Papa es hombre antes, no lo unge Dios y se atreve a la libertad y no al sistema.
Una celebración bella y compleja, lo poco del cine italiano que nos permiten ver.

Un año perdido. En Another year el inglés Mike Leigh definitivamente se atasca. Sabio cirujano de la clase media londinense, le debemos piezas de colección. La vida es formidable y Secretos y mentiras tenían la virtud de levantar la alfombra y diseminar la mugre que barrían las familias aparentemente prolijas y dichosas, siempre en un medio tono flemático y basado en un método preparatorio obsesivo, que reunía largo tiempo al equipo de actores y los mimetizaba a sus caracteres, a menudo propuestos y madurados por ellos. En Vera Drake Jugó más fuerte y retrocedió el reloj a la segunda posguerra y al cuentapropismo subrepticio de un ama de casa abortista. Resultado, los intérpretes son el personaje y brindan, entonces, compuestos inolvidables.
Un año más pega una vuelta extra a sus escarceos acerca de la burguesía inglesa, pero hacia atrás. Ahora ensalza a una pareja feliz e inmaculada, de la que aguardamos al menos una grieta en ablande,y nos encontramos con una solidez inquebrantable, entretanto los fracasados e insatisfechos quedan decididamente afuera, infelices y anómalos. Tom y Gerri (sic, en burla evidente al gato y el ratón animados, que viven de reyerta: Jim Broadbent y Ruth Sheen) constituyen el matrimonio perfecto. Él, geólogo al servicio de proyectos hidráulicos; ella, terapeuta de hospital público, maduros los dos, fidelísimos, prósperos y, por supuesto, no fumadores, faltaba más. Desde el principio se trasluce la voluntad de Leigh de colocar todo drama lejos de la puerta. Imelda Staunton –se roba el film con su sola aparición, –comparece ante la psicóloga, pide somníferos y muestra una cara de profunda depresión sin confesarse; no vuelve a figurar, como si el director dijera ya superé el tema esposa afligida. Después, los amigos disfuncionales de Tom/Gerri, a los que ambos atienden y toleran en sus bajones y miran con una mezcla de condescendencia y suave desprecio. Mary (Lesley Manville, que se lleva las palmas) es una conflictuada woodyalleniana, aunque sin lado cómico: abandonada por el marido, sin hijos, compañera de trabajo de Gerri (pero secretaria apenas), enferma de amargura, adicta al alcohol y tan desdichada que incluso compra un auto fundido y casi desbarata la amistad al querer levantarse al joven hijo de sus aguantadores. Ken, el otro amigo (Peter Wright), fumador y chupandín empedernido, gordo y nostálgico, viene de visita para usar a sus anfitriones de paño de lágrimas y beberse la vida. Nada lesiona ni mínimamente el dulce pasar de Tom y Gerri: una huerta en las afueras, auto chiche, viajes a través del mundo, un hijo (Martin Savage) abogado de pobres-inmigrantes –lo que le quedó de sensibilidad social, o de excusa, a Leigh—y la futura nuera simpática y talentosa –ni sombra de celos, competencia o desagrado por ella, claro. Encima, el hermano mayor de Tom (David Bradley), que, naturalmente no es profesional como él, y hay que sacarle las palabras a tirabuzón, queda viudo, malvive en una casita suburbana y tiene un hijo feroz y odioso, también sin oficio ni trabajo fijo, exacta contracara del nene propio.
La pregunta del millón: ¿el mundo alrededor es un verdadero desastre o se puede lograr la utopía individualista del esfuerzo, diploma terciario incluido? La perversa, digámoslo, perfección de los triunfadores sin el menor asomo de irregularidad, y el miserabilismo total de los otros, amén de tornar aburrida la historieta, pone sobre el tapete una ejemplaridad alarmante. Otro año, esta sí, goza de ser imprevisible. La grieta no se produce, el infierno son los otros.
Lástima Leigh. Al cabo de avanzar tanto, venir ahora a arrepentirse1.

Gabriel Cabrejas
Gabcab2003@yahoo.com.ar

1 Films mencionados: La suerte está echada (2005), Sin memoria (2010),Volver (David Lipszyc, 1982), Caro Diario (1993), Aprile (1998), La gran comilona (La grande bouffe: Marco Ferreri, 1973), Las sandalias del pescador (The fisherman´s shoes: Michael Anderson, 1968); Belle de Jour (Luis Buñuel, 1967), Giordano Bruno (Giuliano Montaldo, 1973), El pájaro canta hasta morir (miniserie televisiva: The thorn birds, 1983), La vida es formidable (Life is sweet, 1990), Secretos y mentiras (Secrets and lies, 1995) El secreto de Vera Drake (Vera Drake, 2004)

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