lunes, 9 de mayo de 2016

Punto de Ecuanimidad (Minipensamientos)

Nos acostumbraron a una aceptación devaluatoria hacia con uno mismo, una resignación que conspira y que con certeza alimenta el menos-yo. Frases que mamamos desde pequeños, tales como: no te da el pinné, es lo que hay, eso no es para vos, peor es nada, tal vez en otra vida, tenés que trabajar por lo que sea...
sólo construyeron inestabilidad: nos alienaron y en muchos casos socavaron el potencial inaugurando dudas innecesarias. Los cucos traspasaron el umbral y se instalaron en nosotros como un virus fatalista.
Tal vez por devenir de padres criados en la cultura de que todo cuesta sangre, sudor y lágrimas, un falso paradigma que pretendieron inocularnos y que tanto nos ha costado resolver. Ellos fueron el producto de su epoca: hijos del hambre migratoria y la guerra sucedida en las europas, que a su vez multiplicaron la progenie, quizá para cumplir ese mandato biológico de perpetuar el linaje. Esos hijos entre ocho hermanos sufieron la ausencia de afecto paternal, y peor aún, contrajeron resentimiento cuando por el solo hecho de ser el mayor de los críos, lo sacaban de la escuela para cuidar a los menores. O cuando ese otro niño colgaba los libros para chirolear en la calle.
Ellos, nuestro viejos, crecieron así y nos esducaron con la convicción que debemos reivindicar el apellido. Y fue justamente esa revancha contra la pobreza la que los indujo a ofrecernos un amor contaminado. El sacrificio fue casi el único lenguaje de toda una generación, aunque también esa constante los inmunizó de alguna manera: fueron poco adictos a la depresión, no había tiempo para deprimirse. Y es posible que les haya crecido resentimiento, esa energía negativa debía canalizarse por alguna pendiente.
Es cierto que el sudor debe exceder a la inspiración, es cierto que no existe construcción sin trabajo, pero ¿dónde ubicamos esa gota divina que apenas humedece los sentidos y lubrica el erotismo creador?,  ese que rebala de las fauces de un dios ebrio, cuya magia trastabilla. La mano inocente que libera al genio encerrado en el Tiempo, intuye fe en el camino, aún bajo ilusiones aleatorias.
Las ideas son entes sin materializar, la praxis permite que nazcan. El espíritu unge los sentidos, enciende la intuición, luego la carne corrobora tal destino.
En todo caso el sacrificio es el obrero que eleva catedrales de lujuria, pero nunca es por sí-mismo, esa ecuación inmamente que gira sobre su propio eje y paraliza; o sea, el esfuerzo sin ideas que lo conduzcan es un tropel de voluntades inexpertas. El voluntarismo huérfano es algo así como la torpeza del espíritu. Es necesario cualificar el propósito, desinfectarlo de vanidad.
Desde tiempos inmemoriales y bajo distintas civilizaciones, el hombre sacrificaba al hombre en un rito hacia los dioses para obtener una buena cocecha, una lluvia milagrosa. Esta conexión en épocas de crisis, era un intercambio usual: ofrendar para recibir. De alguna manera la humanidad asociaba al sacrificio con la creación y la abundancia. Y esta noción tribal, este diezmo compensatorio nos sigue acompañando.
Puede discutirse la efectividad de la catarsis para suavizar una patología, pero no advierto coincidencias con lo que denominamos Arte, es otra vertiente, algo así como una sospecha perpetua: belleza, exactitud y verdad, las herramientas de las más excelsa creación.
Por eso que se nos hace tan rebelde el razonamiento a la hora de definir.
Mientras tanto seguiré garabateando estos intentos, puede que alguno se aproxime a la certreza.

Vittorio Marcelus
 

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