Obrero de la sensualidad me suspendieron por déspota.
Alegué legítima defensa: ella me sedujo, pero emociones violentas, en estos casos, no aligeran la culpa.
Alegué insanía: escribo poemas, cometo licencias, soy inimputable, eso logró que cortasen tres dedos.
Entre sollozos y sangre exclamé: está bien, lo admito, fue mala praxis. Aunque en mi defensa dije: era una muñeca inflable linfómana.
-Usted aceptó las condiciones al comprarla- refutó mi verdugo
-Es cierto, pero la garantía no preveía insaciables...
-Una vez usada no tiene devolución- condenó, mientras cinco patovicas nos arrojaban a Lolita y a mí a un contenedor repleto de parejas abotonadas como perros callejeros.
Vicius Clem
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