viernes, 1 de marzo de 2013

Teatro de un reneguéitor, 2013

Zurdo siniestro, de García Lorente/Baigol
Locos viejos y nuevos

  Diego García Lorente pertenece a una generación especial de teatristas marplatenses, la última de egresados de la EMAD que nucleara en pocos nombres una genuina renovación de talentos, hace ya una década. Con Manuel Santos Iñurrieta fundaron el Grupo El Péndulo y debutaron con Cuadrilátero, obediencia de vida (1999), una aventura fuerte y original que transformaba el escenario en ring y el matrimonio en match a doce rounds. Claudio García fue también de la partida como codirector; éste instaló el Centro Cultural La Brecha, malogrado por incomprensión y exceso de costos. Juan Carlos Ruiz y Claudia Mauriz siguieron actuando, y Diego y Santos emigraron, el primero a España y el segundo a Buenos Aires, donde no tardó en convertirse en referente de la difícil plaza porteña. Que Iñurrieta escribiera Crónica de un comediante, monólogo sobre el oficio, y su par Lorente redactara esta crónica de un locomediante los asemeja en tratamientos, aunque no pase de la coincidencia y la edad formativa.
  Ver a DGL es, simplemente, constatar que el tiempo no ha pasado, o mejor dicho, que dio pie a la evolución, que se adivinaba germinal, de un artista completo, y Zurdo siniestro madura, en fin, al dramaturgo promisorio que ya era. Lo valida aún más que haya consultado a su maestro de la Escuela, Enrique Baigol, para la orientación interpretativa, complemento exquisito de un producto de suyo firme y bien empaquetado.
  Cierto, nuestro escena suscita un síndrome extraño, el de la locura-tema, salvoconducto fácil para actores, argumento dilecto para exponer la escasa distancia entre los normales, llamémoslos así, y los pacientes de hospicio. Habría que indagar las causas de esta obsesión cíclica, peligrosa inclinación del edificio muy propensa a provocar estampidas de espectadores, hartos de previsibilidad. Pero DGL lo sabe, y no se conforma con agregar cocardas al medallero. Su loco, esquizoide autodefinido, entra y sale, y no solo de su insania, por demás dudosa, sino del personaje, del actor mismo, del contexto. Conciente de la repetición, la supera, la rompe, se ríe de ella. No se trata del recluso sociopolítico (Gurka, de Zito Lema), ni del bipolar que se cree otro y de a ratos regresa (otro Lema, El bronce que sonríe), o de la víctima casi pasiva de la institución (Tú no entiendes nada, curiosamente, puesta de Juan C. Ruiz), sino de un loco en trance de analizarse, y de paso, analizar la realidad.
   No importa su verosimilitud: Lorente rehúye al catálogo y al tipismo. Lanza epigramas en medio del (presunto) delirio, definiciones entre los ataques de paranoia. “Acá cada cual cree que el loco es otro”, sentencia y continúa. “En el Borda, todos estamos en el borde… de irnos” —sabemos a quién le cabe el sayo, y “te dan de alta, pero no te curan”. De pronto, mira a su auditorio, los encandila a medias empuñando un encendedor vacío con bujía, y tememos ser sus pacientes, o se cruza a primera fila, “qué bien se ve desde acá. Dále, cama, actuáte algo”. Un marco de madera y se asoma a un balcón de palomas gorgoteantes y estorbosas. Se brota a ratos, sí, y nos deja la certeza de que no se diferencia de nosotros, solamente lo dice. La cama puede acostarlo o crucificarlo. Mientras suda copiosamente el buzo gris, sentimos que se desintegra en el discurso y a la vez la acción lo hace más real. Al hablante parece no escapársele nada. “Ernesto no venía a visitarme, venía a verse visitarme”. ¿Un benefactor de la tele, que filma y registra, y aprovecha el escándalo y el rating? Clásico, la locura transparenta el mundo, dice el refranero que niños y locos dicen la verdad. “En el Zurdo tiempo y memoria son recorridos disociados, cuando se juntan —o conectan—proporcionan un sentido y una resignificación del pasado, para luego volver a la anécdota de esos recuerdos disociados”, glosa el programa de mano. No interesa, por eso, si pudo ser, o fue, un delantero zurdo que la movía en la cancha y lo estragó un quiebre de meniscos, o que el padre le espetara vos no sos zurdo, sos siniestro. No profundiza vínculos parentales, no gira hacia el psicologismo, mejor menciona cómo se relaciona con las mujeres del manicomio actual. No da cuartel ni pide piedad o identificación. También la locura puede ser un juego (teatral), igual de reglado, duro y azaroso. Una caja de postales, que prevemos sin imagen alguna, provinientes de muchos lugares del país, funciona como emblema de remitente y destinatarios —otro inteligente hallazgo. ¿Todos sueltos o todos en el psiquiátrico?
  Sin desparpajo escenográfico, sin embargo no descuida el detalle. El  loco lleva unas cintas de embalar plateadas en tobillos y muñecas, y la cama, suerte de otro yo inerte, se nos presenta con cintas en el respaldar y las patas. El enfermo ha sido amordazado y probablemente vuelva a estarlo, y el lecho se vuelve símbolo de su destino. ¿Sentiremos al salir del teatro la presión de unas cintas en las muñecas?


Gabriel Cabrejas

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