Así logró condenarse. El Péndulo jugó su baraja: si nadie debía morir, tampoco nacer. Ya no nacían, así la edad fue extinguiendo.
Lentamente todo envejecía. La degradación era mínima pero inevitable.
Luego de siglos las carnes babeaban. Fue una realidad de piel, huesos y vísceras que se desprendían de los cuerpos aún sintiendo la vida.
El hedor y la repugnancia hicieron paisaje.
El mundo era una fantasmagórica profecía.
Pero el Hombre llegará por fin a polvo y sufrirá los vientos. Su propia obsesión por inmortalizar, logró perpetua. Nunca evolucionará a Espíritu.
Simplemente, un cúmulo de partículas expandiendo con los sentidos intactos, y todos los Universos disponibles para desear un cuerpo que intente libertad.
Agosto 2009 - Victor Clementi
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