miércoles, 15 de diciembre de 2010

La mimosa


La trajo Marina una tarde. Envuelta en papel de regalo con una tarjetita que decía vivero Los Plantines. No parecía gran cosa. Ella percibió mi escaso interés al verla. Cuando Marina la acarició la planta contrajo su ramita. Un vegetal sorprendente sin duda.
Le pregunté si traía folleto explicativo. Un chiste para mostrar que me hallaba contento con el regalo. Me puse a jugar con sus contracciones de ramitas.
Su lugar fue el pequeño lavadero que lindaba con la cocina. Allí le daba el sol. Mi temor era que algún gato la matase, acostumbrado a su movilidad de ramas no esperaba que su final fuera secarse sino morir como un animal.
A la noche la mimosa retraía hojas y ramas. Tuve una revelación cuando la miraba, tan mínima, tan abrazada a sí misma. ¡La planta dormía!
No cabía duda. La planta se contraía para dormir. Vaya uno a saber cuáles eran sus sueños vegetales.

Al principio no me di cuenta. Las cosas empezaron a andar mal. Luego de aquella puteada a Gutiérrez me echaron del trabajo. Después casi me voy a las manos con el tucumano en la cancha de papi. También el esguince de rodilla. Y las reiteradas pesadillas. La mala racha coincidía exactamente con la presencia de la mimosa en el departamento.
Entonces comprendí todo.
En las noches brisas envolventes de malignidad rodeaban las paredes desde la maceta de la mimosa hacia mi lecho de soñador. Convertía mis inocentes sueños en terroríficas pesadillas.
Luego de uno de esos sueños terribles fui hacia la cocina por un vaso de agua. Allí encontré a la mimosa contraída sobre sus ramas. Se abría con lentitud ante la luz. La idea fue muy obvia, si la noche y su contracción producía la mala onda debía dejarle la luz prendida por las noches. La planta no dormiría.
Suponía que mi plan era exitoso cuando otro pensamiento me sobrecogió ¡estaba aumentando su desarrollo, su crecimiento y su poder maligno aumentaría! Así abandoné la práctica de dejarle la luz prendida.
Las discusiones y peleas en departamentos vecinos, el malhumor percibido en el ascensor, las disputas en las reuniones de consorcio --jardín de rencores soterrados-- todo apuntaba a la influencia maléfica de la mimosa. Después de todo los demás departamentos se hallaban a pocos metros de la planta perversa.
La mimosa influía en mi vida, en mis sueños, y en los vecinos.
Amas de casa ingenuas decían en el mercado “a las plantas hay que hablarles”. Seres que estaban en tinieblas frente a la realidad. Les contestaría “a las plantas hay que tenerles miedo” para sacarlas de su ignorancia.
Una noche, al despertar de otra pesadilla, tomé la tijera con serias intenciones de segar la nefasta presencia, presto a cortar de raíz el problema. Grande fue mi sorpresa al no encontrarla en el pequeño lavadero. La asombrosa capacidad de anticipación de la mimosa logró que la cambiara de lugar en la tarde y por la noche no recordaba su nueva ubicación. Más tranquilo, en el instante que la hallé sobre el mueble razonaba ya con frialdad. Una idea me espantó, si la ferocidad de la planta era tan contundente aunque yo no le había hecho nada, ¡que no haría conmigo cuando intentara cortarla en pedacitos! Un sudor frío pobló mi espalda. Sospechaba terrible la represalia del vegetal.
Tuve que soportar que los nuevos visitantes del departamento repitieran el rito de acariciar al monstruo y verlos sonreír como idiotas cuando contraía sus ramas. Cada amigo que llegaba revivía incansablemente la escena. Todos desconocen la sutileza de su perversidad latente. Ignoran su quedada e inmóvil barbarie.
Nunca más intenté cortarla. Menos regalarla ¡las consecuencias podrían ser desastrosas para mí! Además la culpa por dejar tan terrible vegetal con otra persona inocente, indefensa, no enterada de su peligrosidad. Entregar así a seres indefensos el mal en estado puro. No me lo perdonaría nunca.

Visité una mentalista homeopática, la profesora Isis Marga. Pedí unas flores de Bach y también me vendió las flores de Raff que no conocía. Buena parte de la indemnización fue a parar en esos goteros que traerían mi tranquilidad. Así cada día regaba a la mimosa con gotas para la ansiedad, el resentimiento, gotas catalizadoras de la ira, contra las energías densas, para el egoísmo, la limpieza kármica, etc. etc. Eran tantas que no recuerdo.
Tuve esperanzas que a largo plazo mejoraría mi vida.
Un día Marina pasó a preguntarme sobre mi ausencia en los bares de siempre los fines de semana. Yo la llevé al dormitorio, lejos del lavadero, y le pedí que habláramos en voz baja para que no nos escuchara la mimosa. Ella me miró de forma extraña. Insinuó que cuál era el problema que nos escuchara la planta haciendo las comillas con los dedos índice y mayor de cada mano en la palabra escuchara. ¡Ah, allí radica la fuerza de la mimosa! Engaña a todos con su aspecto inocente.
Igual Marina prometió ayudarme. La flaca estaba seguramente carcomida por la culpa de dejarme solo en el departamento con este ser vivo tan peligroso.
Se apareció un par de días después con una amiga. Ahora noto que Sofía estuvo entreteniéndome un poco, lo cual no le costaba mucho ya que es bastante pechugona. Pidió que le mostrara mis discos y mis libros. Un poco después que se fueron entré a la cocina y percibí un movimiento. En el mismo lugar que ocupaba la mimosa ahora un hamster movía con entusiasmo una ruedita de alambre.
En un mensaje de texto que recibí luego Marina decía que ahora debía cuidar de Arnulfo. Que había dejado una bolsita de alimento. Un enroque de animales.
Mi vida dejó de ser manejada por la mimosa.
No son buenas noticias.
La pérfida maldad innata de ese vegetal no es nada comparado por el poder mediúmnico demoníaco de Arnulfo. Canaliza a varios espíritus terribles. El roedor controla mi vida, el edificio y tal vez la ciudad entera.


Sergi Puyol i Rigoll
Mar de Cobos, 2009

3 comentarios:

Gabriela dijo...

Excelente, me encantó...Gabriela

Zenhaust dijo...
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
Sergi dijo...

Bien Zenhaust subiremos algunas obras allí, el sitio estará en nuestra Catarata de links. Este BLOG es tripartito, escriben Víctor Clementi, Gabriel Cabrejas y Sergi Puyol i Rigoll. Y además algunos invitados.