Mis viejos, sin proponérselo, deshicieron mi ego desde muy temprano. De tanto escuchar ¨No servís para nada¨, Inútil¨, ¨Tenés que trabajar por lo que sea¨ y otros epítetos igualmente corrosivos, lograron un adiestramiento cuasi budista comparable al mejor Monasterio de Nepal.
Por suerte logré conservar -muy a pesar de ellos- una ración de autoestima necesaria para sobrevivir a esta guerrilla de vanidades.
Por lo pronto, y para corroborar status, adherí a a la nómina de suicidados por la sociedad. La ventaja de inducirse muerto, convierte cualquier aspiración en un ser breve, conciso. Así como la falta absoluta de responsabilidad en el creador logra belleza, arte: así también, al descomprimir, exhalamos el lado oscuro, lo devolvemos a la luz. Aún no me habían llegado ciertos códigos, tiempo después supe que eso era trasmutar.
Hubiera sido complicado explicarle a mis viejos cuánto transfiere una palabra.
Una sola palabra, una advertencia, a veces milagrea como el primer verbo, o nos confina al ocultismo interior.
También aprendí que no todo es ¨Sangre, sudor y lágrimas¨, apenas somos el destello de una cultura transitiva.
Por suerte, de nuevo, extrañas coincidencias, naipes a propósito de uno, hicieron que la magia me escogiera vehículo entre tantas coordenadas, y sin mérito quizás, un solo pensamiento me hubiera concedido.
O un solo poema, por si de veras la muerte.
Victor Clementi
viernes, 15 de julio de 2011
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario