viernes, 2 de enero de 2009

Teatro de un renegado, 1

Después del naufragio, de Pex Frito y Chelo Bentivoglio
Los gritos del silencio

Bienvenidos a la vieja y querida pantomima.
Digamos para empezar que hacía falta. Guillermo Yanícola la experimenta desde el año pasado al perpetrar Muñiz y otras estaciones, multitudinaria y con astillas de absurdo, narices de payaso y los aspavientos gozosos entre ambos sexos. Pero alojarla en el cuerpo de dos actores, dentro del huis clos de una isla desierta, es un golpe de timón y una acrobacia sin red: hay que mantenerse en escena una hora haciendo reir estrangulados de vocales, a pura gestualidad, sintiendo el estruendo de un mar ausente, en andrajos, desplazándose sobre una arena de fantasía de cuatro metros de largo.
Una arpillera raída, un árbol casi abstracto de cartón piedra, un cartelón que chilla S.O.S. y un oso de peluche. Y dos marionetas humanas puestas a elucubrar cómo convivir, sobrevivientes entre el público y el silencio. Alfredo Armoa e Ignacio Aizmendi lo consiguen. Sólo uno grita un par de veces nada y, respecto del otro, este es un pelotudo. Acto seguido, desenvuelven su capacidad para el gag al acecho, mutan de piel y de lugar, mientras entretienen a la muerte alzan los brazos a un barco fugitivo, se enciman y aíslan, imitan a una mujer seductora o a animales salvajes que no vemos pero se nos aparecen. Se tejen las secuencias, los sketches, la ancha espera de esa nada gritada. También es la nuestra. ¿Vendrá el rescate? ¿Valdrá la pena? ¿Realmente importa? El disfrute está en mirarlos.
La promoción previa de Después del naufragio, del autor local Pex Frito, cita a la Segunda Guerra Mundial y la salvación aparente de una isla a la deriva; el sonido ambiente nos cuenta que tal vez cayó la Ocupación y ganaron los Aliados. La vaga indumentaria desastrosa recuerda una fajina de combate, el final de todo, hasta de la vida misma. Pero son imposturas, pretextos ambientales, pues interesa este transcurrir de actores formidables, la gloria del teatro en imágenes, donde no dialogan las bocas sino un par de semblantes tan asombrosamente plásticos que lo único a lamentar será que la obra finalice...
Marcelo Chelo Bentivoglio, responsable de la mise, ex integrante del elenco de Blanca CaracciaPassion (1992), la hilarante sátira sobre Shakespeare Shakespirado (1993) y un Hamlet estilo shakespirado (2000)—se caracteriza por ser un puestista fuera de la común, al punto de especializarse en conducir teams de intérpretes con capacidades disminuidas, como el Primer Elenco Marplatense de Actores Sordos y Oyentes, que en 1998 posibilitó ¿A qué estamos jugando? Una sutileza inteligente, suya y de la administración de El Séptimo Fuego: nunca dice, salvo al terminar la representación, que el dueto Armoa/Aizmendi son hipoacúsicos, su estrategia para privarnos de indulgencias mal entendidas y predisponernos entonces a una lectura complaciente acerca de dos impresionantes actores. Sólo después de tasar, sin advertencias, semejantes performances, nos enteramos, lo cual, lógicamente, amplía la magnitud de su aventura, que de cualquier forma valía por sí misma. En Hollywood, tan hipócrita en sus parámetros sobre las minorías, la actriz sorda Marlee Martin se acreditaba un Oscar hace veinte años por hacer... de sordomuda. La goleada de Chelo, salvando las distancias, consiste en que sus hombres sean actores, y demuestren así lo que significa, de regreso, ser hombres, ni más ni menos. Cuando abunda el talento, el resto son detalles.
No revelamos un secreto: revelamos un discreto. Algún día de estos se escribirá la historia del teatro marplatense y Bentivoglio y sus dos extraordinarios –sí, extra-ordinarios en varios sentidos-profesionales habrán escrito sin palabras una página indeleble.


Gabriel Cabrejas

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