jueves, 8 de enero de 2009

Teatro de un renegado, 3

Esperando el lunes, de Carlos Alsina y Enrique Baigol
Un domingo de fiesta (teatral)

Era justo que Enrique Baigol tuviera una obra para su lucimiento como actor.
Director histórico del teatro marplatense, y uno de los pocos maestros que quedan –aunque odia que le llamen así-- , todos sabíamos de su pregnancia escénica, y las ario escasas veces que lo vimos sobre el rectángulo de luz se las ingenió para dotarse de varios personajes, pero lo suyo hasta ahora había sido controlar el juego junto al sonidista. No vale la pena, claro, repasar un curriculum frondoso como un baobab, desde la legendaria y pionera Cooperativa ABC a la conducción del efímero Teatro Municipal de Comedia y sus propios emprendimientos posteriores incluso en rol de productor: a él se debe en nuestro medio la primera versión de Nuestro fin de semana (Cossa, 1966), una involvidable Cortina de abalorios (Monti, 1983) o la reprise del clásico de Vaccarezza, El conventillo de la paloma (1999), y apenas mencionamos hitos a título informativo.
La memoria selecciona textos espectaculares de poderosa estructura, como Humaitá, escrita y codirigida con Héctor Martiarena (2000), una puesta insoslayable para el historiador de teatro, en el Espacio Nave del Auditorium; allí componía al emperador del Brasil y al cónsul inglés en Paraguay, y se trataba de registros angulares opuestos donde Baigol, sin embargo, braceaba a sus anchas en el río revuelto de criaturas entre cómicas y abyectas, sobre el denuncialismo de la gran vergüenza nacional que fue la Guerra de Triple Alianza. Pero hubo que esperar al lunes, la obra de Carlos Alsina que le alcanzara un socio y alumno, Mario Carneglia. A ojos vista, su mejor trabajo en tanto protagónico, siendo, de nuevo, director.
Esperando el lunes no tiene un argumento sino muchos. En apariencia es el encuentro de un viejo y un joven, el primero zumbón y tramposo y el segundo crédulo e inexperto. Lo que sigue, una comedia de sketches para múltiple exhibición de histriones, y en esto se debe empezar por Martín Cittadino, vaya partener, el cual, en sí mismo, resume toda la formación y la esperanza del teatro oriundo. Cittadino, recordémoslo, fue revelación de El cardenal de Pavlovsky en la versión de otra iluminada de nuestra escena, Viviana Ruiz (2005), y representó a un oficinista en cuya gris rutina irrumpía ex machina un ángel loco (Maximiliano diez años después, de Cassali-Ruiz, 2007); dicho de otro modo, el coequipier perfecto para contrastar al principal sin opacarlo y sin dejar a un tiempo de demostrarse.
El libreto de Carlos Alsina, más que partitura un bosquejo múltiple para ser ahondado e improvisarle encima, trata apenas una dialéctica, el Joven y el Viejo, sin especializarse en didactismo, en la necesidad de enseñanzas recíprocas, aunque algo de eso hay solamente en función de que existan las diferencias que hacen al diálogo de caracteres. Al principio, tal cual planteo del absurdo, son dos personas en un banco de plaza donde el adulto comenta que la “obra de enfrente” nunca avanza. Tampoco el drama en cuanto a acción progresiva, y no hacía falta. El Viejo es bastante raro e imprevisible, y lo único que va a crecer es el grado, precisamente, de locura jovial, de punción de lo insólito. Porque en la escena siguiente el viejo finge ser dealer, cuando en la primera aparecía como consciencia del Joven que espera a una presunta novia, y en lo sucesivo el Viejo olvidará todo lo anterior y en otro se travestirá y de nuevo se volverá irreconocible. Esperando el lunes sorprende tanto como Baigol, un dribblin en el área que desconcierta al defensor-público y patea al palo contrario, instala una imagen fija y luego la desencuadra, como si fueran autores los actores y estuvieran, en el escenario, sacando animales inverosímiles de la galera. Baigol sabe cómo jugar con el Soberano. Se va bailando levemente de cada sketch y en los interludios, el fagot de Elizabeth Gautin logra idéntico efecto que la historia, tocando solos de todo registro mientras nosotros, a unos pasos, aguardamos otro día domingo de fiesta para los ojos.
Así, desde el realismo de la primera escena al disparate de las últimas, de la imitación al teatralismo, Enrique Baigol ha regresado, sin haberse ido nunca. A él lo probablemente lo enoje, pero no queda sino decirle lo de siempre: Muchas gracias, maestro.

Gabriel Cabrejas

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